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Definir el pasado nacional: las luchas interpretativas sobre el pasado

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Las observaciones de Germán Colmenares indican que la obra de José Manuel Restrepo no ha sido releída y tampoco ha sido pensada en la tradición de escritura de la historia en Colombia. Por eso, no se le ha prestado suficiente atención a las múltiples implicaciones que suponen las ampliaciones cronológicas que se hicieron en la misma época que salió la segunda edición de la obra del escritor neogranadino. Tales ampliaciones eran necesarias debido a los límites cronológicos impuestos por Restrepo. Como toda periodización, la del escritor neogranadino es una muestra de la parcialidad de su labor histórica.19

La ausencia de todo el periodo colonial en la Historia de José Manuel Restrepo despertó el interés por los tiempos anteriores a la gesta independentista entre varios autores que escribieron en la época próxima a la segunda edición de la Historia. Este paso abrió la posibilidad de situar los comienzos de la colectividad nacional en un momento anterior; aunque la ampliación cronológica no contuviera diferencias en los principios interpretativos de la sociedad republicana que consagró José Manuel Restrepo. Es importante notar que ninguno de los autores que abordaron los periodos tratados por Restrepo entró en discusión con él en cuanto a los acontecimientos que describió con su pluma, excepto en las aclaraciones mínimas que se encuentran en el ámbito de las Memorias.

Poco antes de la segunda edición de la Historia salieron a la luz distintos escritos que tuvieron por tema los periodos no tratados por el escritor neogranadino. El coronel Joaquín Acosta publicó el Compendio histórico del Descubrimiento y Colonización de la Nueva Granada en el siglo decimosexto (1848) y José Antonio de Plaza escribió las Memorias para la historia de la Nueva Granada desde su Descubrimiento hasta el 20 de julio de 1810 (1850). Estas dos obras inscritas en el ámbito republicano abordaron de manera inédita el periodo del Descubrimiento y la Conquista; además, se convirtieron en baluartes de los estudios históricos sobre el periodo y también participaron de la pugna política e ideológica que se vivía en ese momento acerca del proyecto nacional mediante las interpretaciones que hicieron sobre el pasado.

El coronel Joaquín Acosta se propuso llenar un vacío que él notaba en las condiciones de la época como era el de recuperar “los hechos esenciales” de la historia antigua de la Nueva Granada oculta en las “fábulas” de los cronistas del siglo XV y XVI. Acosta emplea de manera clara una distinción entre las crónicas de la época colonial y la interpretación que pretende construir. Acosta supone un relato “más verdadero”; de ahí que a semejanza de Restrepo, pusiera en juego el ideal de un supuesto “historiador neutral” basado exclusivamente en los documentos, de los cuales reimprimió algunos en el apéndice. Varios de estos documentos, según señala en la Presentación de la obra, los pudo consultar en los archivos de Sevilla. Hay que tener presente que el general Joaquín Acosta viajó a Europa a fines de los años veinte y en los años cuarenta del siglo XIX.

Joaquín Acosta pretendió guardar ante los acontecimientos “la parquedad del juicio” y la supresión de cualquier discusión acerca de la mayor veracidad de una u otra fuente. El ideal rankeano de describir las cosas “tal como fueron” encarnó en las pretensiones meramente ilustrativas del coronel:

Si mi ánimo estuviera en la disposición en que se hallaba durante la guerra con España por la independencia, confieso francamente que no me habría creído con la suficiente imparcialidad para escribir esta relación, mas al leer los sucesos de la época á que me refiero, he visto por las impresiones de mi alma que no carecía de los sentimientos de justicia para hacerla al valor, sufrimiento y heróicas [sic] calidades de los intrépidos Castellanos que descubrieron y se establecieron en el Nuevo Mundo, y que las simpatías por los indígenas de aquel continente que tanta compasión deben inspirar á un corazón humano no serian parte para extraviar la pluma dirijida [sic] por una mano de origen español.20

Muchos de los ejercicios de escritura de la historia sobre el pasado, escritos en la Colombia del siglo XIX, tenían el convencimiento de que eran “más verdaderos” que cualquier otro trabajo similar elaborado en el pasado. Al mismo tiempo también tenían una función publicitaria con referencia al mundo más allá de las “fronteras nacionales”. Los textos permitían enfrentar los prejuicios elaborados en Europa sobre las distintas regiones americanas, a la vez que cumplían una labor educativa en el interior de la República con la restauración del pasado. Los relatos sobre el pasado parecieron tener la capacidad de operar sobre las condiciones que pudieran llevar a cabo el ideal del progreso.

El peso que se le otorgaba a los textos escritos estaba fundado en la convicción de que la escritura representaba el mejor medio de “civilizar”; es decir, el modo más eficaz de que un público amplio, en las condiciones de la época, pudiera compartir la experiencia de la “civilización”. La nivelación en términos de igualdad con el mundo “civilizado” no se detenía exclusivamente con la determinación de un sentimiento igualitario y de recurrir al distanciamiento de la “civilización europea”, sino que era necesario el conocimiento de esa “civilización”. En este contexto adquiere sentido, por ejemplo, uno de los proyectos editoriales más queridos por José María Samper, que afirmaba lo siguiente en 1862:

Viajo por mi patria, es decir con el solo fin de serle útil, y escribo para mis compatriotas los Hispano-colombianos. He creído que lo que importa más por el momento no es profundizar ciertos estudios, sino vulgarizar o generalizar nociones. A los pueblos Hispano-colombianos no les ha llegado todavía el momento de los estudios fuertes, por la sencilla razón de que la inmensa masa popular no tiene aún la noción general del progreso europeo. Hasta tanto que esa masa no haya recibido la infusión elemental de luz y fuerza que necesita para emprender su marcha (porque hoy no se marcha sino que se anda a tientas) el mejor servicio que se le puede hacer es el de la simple vulgarización de las ideas elementales. Después vendrá el tiempo de los trabajos laboriosos y profundos.

La inmensa mayoría de los Hispano-colombianos no conoce, por falta de contacto íntimo con Europa, los rudimentos o las verdaderas condiciones del juego general de la política, las letras, la industria, el comercio, y todos los grandes intereses vinculados a Europa. De ahí provienen graves errores de apreciación, de imitación o de indiferencia que se revelan en la política, la literatura, la legislación y las manifestaciones económicas de Hispano-Colombia.

Desvanecer, si puedo, esos errores, dándole a la expresión de lo que me parece la verdad de las formas simpáticas de lo pintoresco y el atractivo de una rápida, fiel y animada narración, tal es el objeto de estas páginas de impresiones.21

Los letrados criollos establecían las directrices de lo que era la “civilización”. De allí que el trabajo de Joaquín Acosta se pueda inscribir en esta tendencia ya que a partir del conocimiento que poseía del “mundo civilizado” le permitía destacar con autoridad las bondades de la Nueva Granada y enaltecerlas. Tales circunstancias favorables se expresan ejemplarmente en el modo como destacó las condiciones geográficas que, según él, hacían que la Nueva Granada ocupara “la posición más importante de la América meridional”. Además, Acosta extendió los elogios al espíritu de la sociedad neogranadina, arraigada en ese suelo desde las primeras fundaciones:

Goza de paz y de las instituciones más liberales. El respeto más profundo y más arraigado de la propiedad es un dogma reconocido por sus habitantes, que brindan la hospitalidad á los que quieran trasladar su capital y su industria á aquellas regiones afortunadas, cuyos moradores están resueltos á rechazar toda reforma que incentiva la fuerza brutal en sus banderas y a no admitir sino las mejoras que se introduzcan por medios legales y pacíficos.22

El carácter propagandístico de Acosta y las pretensiones de neutralidad del juicio histórico no ocultaron el rescate que hizo de la gesta española y de la importancia que este suceso representó para la existencia de la República.

Por otra parte, en los avatares del “medio siglo”, las aspiraciones de Joaquín Acosta contrastan con el trabajo de José Antonio de Plaza, quien hizo una dura recriminación de la presencia española en suelo americano:

Algunos autores peninsulares señalando las causas de haberse desgajado del tronco paterno, i una en pos de otra ramas tan fructíferas del imperio castellano, desaprueban la conducta de los americanos, por haber roto los lazos de unión colonial que los sujetaba a la madre patria i gradúan tal porte de ingrato i aun villano […] A los que vieron i sufrieron el poder opresor nada tenemos que reprocharles; a los presentes i venideros solo les diremos que consulten imparcialmente la historia i aes [sic] responderán que la España jamás quiso ser justa con los habitantes de América, tratándolos como siervos sin estenderles [sic] una sola vez una mano amiga i fraternal.23

En el mismo tono de su contemporáneo Acosta, De Plaza quiso escribir esta historia para educar a la juventud granadina sobre su pasado, al que solo tenían acceso por “fabulosas tradiciones i mentidas”. Pero el gesto de “amor a la patria nativa” De Plaza se orientó a lanzar un ataque al mundo español y a los alcances de sus obras en el suelo colombiano. En este aspecto, De Plaza, acorde con el espíritu del liberalismo radical de la época y en contravía de los objetivos de Acosta, señaló que: “No es la historia de la Nueva Granada, la que puede narrar grandes i portentosos hechos, ni guerras ilustres, ni grandiosos proyectos políticos”; resaltó entonces que las razones se podían descubrir en el influjo que tuvieron la Conquista y gobierno de los españoles “sobre el jenio [sic], costumbres nacionales i progreso del pais”; es decir, en el “profundo sueño que se le hizo sufrir por tan dilatado tiempo”. El objetivo último del trabajo de De Plaza plantea la cuestión de

[…] si había llegado ya la edad de la adolescencia para la Nueva Granada, i si justo i necesario era ya también sacudir una tutela incómoda y gravosa, que quería conservar en las fajas de la infancia a pueblos tan lejanos i de tan distintos caracteres.

Pueda este deseo patriótico recabarnos la induljencia [sic] de nuestros conciudadanos i alentar a otros para coronar una obra cuyas bases tenemos la satisfacción de asentar, los primeros.24

La obra de De Plaza encontró rápida respuesta de sus contemporáneos. La interpretación del periodo colonial como una triple cadena de “ignorancia, supersticion i servidumbre” y la exaltación de los próceres de la Independencia no tuvieron una aceptación unánime como la que él podía haber llegado a suponer y las contestaciones expresaron la presencia de proyectos políticos en competencia.

La obra polémica de José Manuel Groot, Historia eclesiástica y civil de la Nueva Granada (1869) fue la respuesta más inmediata y sistemática a De Plaza. En ella Groot plasmó la escisión ideológica entre los intentos por caracterizar “el espíritu de la nación” colombiana mediante el ejercicio de carácter documental como metodología de la escritura de la historia. Groot insistía en el uso adecuado de los documentos y de fuentes inéditas; sin embargo, el carácter polémico de su obra lo llevó a cuestionar las versiones de sus fuentes al mismo tiempo que impugnaba a las interpretaciones hechas por De Plaza. Groot inicia así su estudio:

Cuando en 1856 emprendí este trabajo, no fue mi ánimo ocuparme con la parte civil ni menos política de nuestra historia, sino únicamente del establecimiento y desarrollo de la Religión Católica en la Nueva Granada, porque me parecía poco honroso para un país católico y civilizado carecer de la historia de su Iglesia, y mayormente cuando su clero ha sido tan injustamente calumniado por algunos escritores nacionales de nuestros tiempos, que lo han presentado a las nuevas generaciones como enemigos de las luces y hostil a la causa de la independencia americana.25

La forma en la que Groot emprendió esta labor comprobaba fundamentalmente dos hechos ligados entre sí: el complejo problema de construir un Estado y caracterizar a una nación debido a la debilidad del control social que en estos momentos no pasaba por la autonomía del Estado. El poder institucional del Estado en esta época, precisamente de dominio liberal, descansaba en los niveles regionales de las recién fundadas colectividades políticas. Por eso, para que el control social se trasladara a una organización nacional suprarregional, como debía ser el Estado, Groot y los políticos conservadores de la época en general, apelaron a la característica que consideraron como la más permanente y más abarcadora de la sociedad colombiana: la religión y la Iglesia católica.

Groot pretendió establecer el fundamento mismo de la sociedad colombiana. En su obra es primordial el rescate de la herencia colonial y a diferencia de José Manuel Restrepo, su relato no toca el periodo republicano. La Colonia, según él, tenía los elementos necesarios para construir la nación colombiana y la Iglesia tenía el papel principal en la tarea de la “civilización” y el “progreso”. De acuerdo con este planteamiento, los individuos debían estar supeditados a un orden institucional, que no podía ser otro que aquel iniciado en la Independencia pero que se apoyaba en la herencia que había dejado en el país la presencia de España y de la Iglesia católica.26

La pluma polémica de Groot estaba encaminada a rescatar la labor civilizadora de la Iglesia y su importante presencia en la realidad cultural y social colombiana. Sus descripciones y explicaciones trataron de comprobar a cada paso que: “A medida que la sociedad civil progresaba en el Nuevo Reino, el espíritu piadoso se desarrollaba con las fundaciones religiosas y obras pías”.27 La presencia de la Iglesia es absoluta al lado de todas las gestas “civilizadoras” de España. Esta participación marcó, según él, la realidad política, cultural y social de la Nueva Granada convirtiéndose en el elemento inmutable de esta sociedad. La religión católica era el hilo conductor entre la República y la Colonia y el medio a través del cual se podía recuperar la verdadera herencia cultural que garantizaba la continuidad temporal y cultural de la República.

Las disputas interpretativas sobre el pasado expresaron los enfrentamientos políticos de la época. Mientras predominaron los liberales las referencias a la Colonia fueron críticas; De Plaza, por ejemplo, defendió la importancia del individuo y de su libertad como factor fundamental del progreso. Estas apreciaciones estaban a tono con las reformas ejecutadas por los liberales a mediados del siglo y con ellas se trató de fundamentar las limitaciones de la injerencia de la Iglesia en el Estado y en la vida social y política del país.

Pero si el periodo colonial constituía un punto de polémica y enfrentamientos, no lo era menos la caracterización de los orígenes de los partidos políticos que ya habían iniciado sus contiendas. Al respecto es fundamental la obra del general Joaquín Posada Gutiérrez, quien redactó sus Memorias histórico-políticas (1865 y 1881) al calor de su oposición a los acontecimientos de 1848. En este periodo las memorias se constituyeron en un mecanismo para aclarar situaciones, para justificar a los amigos y juzgar a los contrincantes.

Las memorias asientan los testimonios de los testigos presenciales. No es extraño encontrar que en este periodo de la historia nacional colombiana, el pasado se haya forjado a través de las precisiones y las controversias que planteaban las memorias, las cuales dejaban al descubierto una forma de concebir el quehacer histórico, tal y como lo había consagrado la publicación de la Historia de José Manuel Restrepo. Pero como se indicó anteriormente, pese a la proliferación de este tipo de escritos, el esquema fundamental interpretativo de los orígenes de la República establecido por Restrepo no fue cuestionado.28

Joaquín Posada Gutiérrez se inscribía en un pesimismo acendrado ante la hegemonía liberal, él que había sido participante en las guerras de la Independencia y había compartido sus esperanzas. No obstante, de este rasgo característico de la obra del general Posada Gutiérrez, interesa sobre todo destacar el tipo de concepción de la historia que se despliega allí. Una aproximación a las Memorias de Posada descubre cómo el militar compartía con Joaquín Acosta, José Manuel Groot y José Antonio de Plaza no solo su concepción de la interpretación del pasado, sino también la finalidad de dicha interpretación. En este aspecto, Posada Gutiérrez consideraba que el relato del pasado tenía la función de un tribunal:

En el juicio contradictorio seguido entre el Gobierno legítimo y la Rebelión […] la justicia es clara e incontrovertible. Pero ¿quién la aplica? Los vencedores niegan a los vencidos la facultad de dirimir la competencia […]. Por tanto, en este juicio que dará galardón al justo y derramará el oprobio sobre el culpable, no hay más que dos jueces competentes para fallar en definitiva: Dios en el cielo; la Historia en la tierra.

Tenemos, pues, los contemporáneos el deber de ilustrar la Historia con escritos verídicos que le sirvan de derrotero, para que pueda encontrar el rumbo por entre los escollos de la mentira.29

Pero también creía que la historia podía ser la fórmula salvadora de una situación tan crítica como la de mediados del siglo XIX para el grupo que respaldaba y que él, como participante de las luchas independentistas, representaba. Al señalar el error podía proponer el camino certero que debería tomar la república, el cual tenía disposiciones muy claras:

Examinen los hechos y sus consecuencias, y dando algunos momentos a la reflexión concienzuda, piensen cuál será el fin de esta sociedad de la que ellos [la juventud] son la esperanza, empujada al ateísmo, haciendo de Dios un problema, del alma una mentira, de la Religión una comedia; la desmoralización cundiendo; la República oscilando de teoría en teoría, de sistema en sistema; los partidos asesinándose alternativamente, y la patria agonizando sin alivio y sin esperanza.30

El paso hacia la recuperación de un pasado glorioso y una sociedad más definida está dado en las apreciaciones de Joaquín Posada Gutiérrez. La revalidación de la herencia española y colonial estaba muy cercana a sus apreciaciones del desenvolvimiento de la República. La postura nostálgica de las Memorias captaba muy bien la necesidad de precisar los orígenes de los partidos en contienda, que el general Posada remontaba hasta 1826. Sin embargo, destaca en estas rememoraciones la perplejidad que atemorizaba a algunos miembros de las colectividades liberal y conservadora después de movilizar a la “plebe”, encauzada a mediados del siglo, por los gobiernos de José María Melo y José María Obando. Inicio de una de las características recurrentes en el accionar político colombiano que se manifestará con extrema claridad durante los acontecimientos de 1948.

Queda en claro que la escritura de la historia practicada en el siglo XIX en Colombia participó de las luchas ideológicas a partir de una concepción historiográfica en la que el conocimiento del pasado fue fundamental para guiar la acción del presente. La aproximación al pasado no era solamente un ejercicio de erudición, sino que constituía una herramienta de justificación y de orientación de la política. Además, la fundamentación del proyecto político requería establecer el origen de ese proyecto y asociarlo con el de la República y la nación sobre la que quería incidir; por eso, el conjunto de estos escritos históricos constituyeron por su lectura del pasado nacional y su entroncamiento como justificantes de la República de Colombia, los barruntos del canon de la escritura histórica nacional.

Notas

1 José M. Restrepo, Historia de la revolución de la República de Colombia, vol. I, Medellín, Bedout, 1969, p. 16 (Bolsilibros Bedout, 48). Por la facilidad en la consulta cito esta edición que reproduce la segunda edición de la obra de Restrepo que se editó con el título: Historia de la revolución de la República de Colombia en la América Meridional, 4 vols., Besanzon, Imprenta de José Jacquin, 1858, a la que también pude acceder.

2 En este punto Restrepo comparte una tendencia de toda la escritura de la historia liberal latinoamericana que expuso para Sudamérica, Germán Colmenares en Las convenciones contra la cultura: Ensayos sobre la historiografía hispanoamericana en el siglo XIX, 2.ª ed., Bogotá, Tercer Mundo, 1989. Para el caso mexicano esta postura es explícita en los trabajos de Antonia Pi-Suñer, “La generación de Vicente Riva Palacio y el quehacer historiográfico” y José Ortiz Monasterio, “Los orígenes literarios de México a través de los siglos y la función de la historiografía en el siglo XIX”, en Secuencia. Revista de Historia y Ciencias Sociales (México), n.º 35, 1996, pp. 83-108 y 109-122, respectivamente. También es interesante el escrito de E. Bradford Burns, “Ideology in nineteenth-century Latin American historiography”, en Hispanic American Historical Review (Washington), vol. 58, n.º 3, 1978, pp. 409-431.

3 Marc Bloch subrayó que los historiadores debían reconocer que muchas veces su trabajo se desacreditaba por no reflexionar acerca del papel que tenía “la obsesión por los orígenes”. El es-tablecimiento del origen se entiende como “un principio que explica. Peor aún, que basta para explicar”, con eso se desconoce que aunque sea indispensable el conocimiento de los comienzos esto no es suficiente para comprender los fenómenos históricos. Cf. Marc Bloch, Apología para la historia o el oficio de historiador, trad. María Jiménez y Danielle Zaslavsky, n. Étienne Bloch, México, Fondo de Cultura Económica/inah, 1996, pp. 141-147.

4 Un ejemplo notable es el relato que hace Restrepo de las dificultades para llevar a cabo el some-timiento a la Nueva Granada de la Provincia de Pasto. Cf. José Manuel Restrepo, Historia de la revolución, op. cit., vol. IV, p. 360.

5 La Historia de la revolución de Colombia se editó en diez tomos y un atlas en París cuando apareció publicada en 1827. La segunda edición salió en Besanzón en el año de 1858, editada en cuatro tomos, corregida y con el título de Historia de la revolución de la República de Colombia en la América meridional. La segunda edición del texto contempló los límites exteriores de la Nueva Granada y el uso de fuentes históricas venezolanas y españolas posteriores a la aparición de la primera edición.

6 José Manuel Restrepo, Historia de la revolución, vol. I, op. cit., p. 224.

7 Ibid., vol. VI, pp. 614-615.

8 Ibid., vol. I, p. 130.

9 Ibid., vol. I, p. 187.

10 Restrepo, Historia de la revolución, vol. I, op. cit., p. 45.

11 En el sentido problemático que plantean las dificultades de cuestionar un arraigado ordenamiento monárquico. Acerca del republicanismo de las ciudades-Estado de la época inmediatamente posterior a la Independencia es importante confrontar los trabajos de Germán Colmenares, “La ley y el orden social: Fundamento profano y fundamento divino”, en Boletín Cultural y Bibliográfico de la Biblioteca Luis Ángel Arango (Bogotá), vol. 27, n.º 22, 1990, pp. 3-19, en adelante bcb. También François-Xavier Guerra, “El soberano y su reino: reflexiones sobre la génesis del ciudadano en América Latina”, en Hilda Sábato (comp.), Ciudadanía política y formación de las naciones: Perspectivas históricas de América Latina México, Fondo de Cultura Económica/El Colegio de México, 1999, pp. 33-61 y “La identidad republicana en la época de la Independencia”, en Gonzalo Sánchez y María E. Wills (comps.), Museo, memoria y nación: Misión de los museos nacionales para los ciudadanos del futuro, Santafé de Bogotá, Ministerio de Cultura, 2000, pp. 253-283.

12 Restrepo integra como base documental descriptiva, por ejemplo, el censo de 1800 de la población de Santa Fe de Bogotá y de las Provincias del Nuevo Reino de Granada; así mismo, trae datos de las exportaciones y de los diezmos en Venezuela. Las fuentes de estas informaciones son variadas. Van desde los documentos que poseía Restrepo pasando por los documentos a los que tenía acceso y que coleccionaba con especial celo hasta la información que utilizaba de los libros de viajeros como lo ejemplifican las citas tomadas del Viaje a las regiones equinocciales del nuevo continente de Alexander von Humboldt.

13 Cf. Rafael Gómez, “José Manuel Restrepo, fundador de la República y padre de la historia moderna” (1963), en Varios, Historiadores colombianos, Caracas, Italgráfica/Instituto Panamericano de Geografía e Historia, 1981 (Opúsculos, 21), pp. 3-27 y “Bicentenario del natalicio de don José Manuel Restrepo, historiador de Colombia”, en Boletín de Historia y Antigüedades (Bogotá), vol. LXIX, n.º 737, 1982, pp. 410-425. En adelante como BHA. Jorge O. Melo, “La literatura histórica en la República”, en Varios autores, Manual de literatura colombiana, vol. II, Bogotá, Procultura/Planeta, 1988, pp. 589-663.

14 Andrés Bello, “Investigaciones sobre la influencia de la Conquista y del sistema colonial de los españoles en Chile” (1844)”, en Obras completas, Caracas, Ministerio de Educación, 1957, pp. 160-161 (Obras completas, XIX).

15 Rafael Gómez, “José Manuel Restrepo, fundador de la República y padre de la historia moderna” (1963), op. cit,, pp. 4-14.

16 Ibid., p. 15.

17 Quizás por eso, el Diario político y militar de José Manuel Restrepo solo vio la luz un siglo después, en 1954. Restrepo empezó a escribirlo en 1819 y su relato de los sucesos gubernamentales concluye en 1854. El Diario fue una de las fuentes de Restrepo a la hora de escribir la Historia. Algunos pasajes del Diario se publicaron fragmentariamente entre 1890 y 1893 en la Revista Literaria. Esta publicación fue reimpresa por la Selección Samper Ortega de Literatura Colombiana en 1936. En 1898 se dio a la imprenta la parte del Diario correspondiente a 1816 con el título Diario de un emigrado. Posteriormente se editaron algunos apartes más del periodo entre 1816 y 1818 a los que se añadió una autobiografía y los índices del Diario, que se publicaron en 1957 con el título Autobiografía. Apuntamientos sobre la emigración de 1816 e índices del Diario Político. En 1952 se imprimieron nuevamente los apartados publicados entre 1890 y 1893 en un primer tomo con el título Historia de la Nueva Granada y en 1963 salió a la luz el segundo tomo. Pero solo entre 1954 y 1957 se publicó completamente el Diario Político y Militar. Tal labor fue completada con la publicación de los Documentos importantes de Nueva Granada, Venezuela y Colombia, que vieron la luz entre 1969 y 1970. Cf. José Manuel Restrepo, Diario político y militar: Memorias sobre los sucesos importantes de la época para servir a la Historia de la Revolución de Colombia y de la Nueva Granada, desde 1819 para adelante, 4 vols., Bogotá, Imprenta Nacional, 1954 (Biblioteca de la Presidencia de Colombia); Historia de la Nueva Granada, Bogotá, Minerva, 1936 (Biblioteca Aldeana de Colombia, 31); Historia de la Nueva Granada, 2 vols., Bogotá, Cromos/El Catolicismo, 1952-1963 y Documentos importantes de Nueva Granada, Venezuela y Colombia. Apéndice de la Historia de Colombia, Bogotá, 2 vols., Imprenta Nacional-Universidad Nacional de Colombia, 1969-1970.

18 Germán Colmenares, “La Historia de la Revolución por José Manuel Restrepo: Una prisión his-toriográfica”, en Germán Colmenares et al., La Independencia: Ensayos de historia social, Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura, 1986, pp. 10-11 (Autores Nacionales: tercera serie, 7). Observaciones interesantes también se encuentran en Jorge O. Melo, “La literatura histórica en la República”, op. cit.

19 La primera edición de la Historia se circunscribía al marco cronológico entre 1810 y 1819. La segunda edición extendió el relato político y militar hasta 1832 al que se le agregó una historia de la revolución en Venezuela. Los acontecimientos se extendían hasta la organización de las tres repúblicas que conformaron la Gran Colombia. Los señalamientos de los acontecimientos posteriores a estos límites cronológicos reposaron en las páginas inéditas del Diario político y militar.

20 Joaquín Acosta, Compendio histórico del descubrimiento y colonización de la Nueva Granada en el siglo decimosexto, París, Imprenta de Beau, 1848, pp. VIII-IX.

21 José María Samper, Viajes de un colombiano en Europa, tomo I, París, Thunot, 1862, pp. 2-3. Al respecto son importantes las consideraciones hechas por Frédéric Martínez, El nacionalismo cos-mopolita: La referencia europea en la construcción nacional en Colombia 1845-1900, trad. Scarlet Proaño, Bogotá, Banco de la República/Instituto Francés de Estudios Andinos, 2001 (Travaux de l’Institut Français d’Études Andines, 105). Hay observaciones similares en Cristina Rojas, Civilización y violencia: La búsqueda de la identidad colombiana del siglo XIX, trad. Elvira Maldonado, Santafé de Bogotá, Norma, 2001, pp. 51-72.

22 Joaquín Acosta, Compendio histórico, op. cit., p. XVI.

23 José Antonio de Plaza, Memorias para la historia de la Nueva Granada desde su Descubrimiento hasta el 20 de julio de 1810, 2.ª ed., Bogotá, Incunables, 1984, p. 442.

24 Ibid., Introducción, s. p.

25 José Manuel Groot, Historia eclesiástica y civil de Nueva Granada, vol. I, Bogotá, 3ª ed., Ministerio de Educación Nacional, 1956, p. 7 (Biblioteca de Autores Colombianos).

26 En estos aspectos es interesante tener en cuenta los trabajos de Bernardo Tovar, “El pensamiento historiador colombiano sobre la época colonial”, en Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura (Bogotá) n.º 10, 1982, pp. 5-118, citado en adelante como ACHSC. Del mismo autor puede consultarse: “La historiografía colonial”, en Bernardo Tovar Z. (comp.), La historia al final del milenio: Ensayos de historiografía colombiana y latinoamericana, vol. I, Santafé de Bogotá, Universidad Nacional, 1994, pp. 21-134.

27 José M. Groot, Historia eclesiástica, vol. I, op. cit., p. 387.

28 En el siglo XIX se publicaron un número considerable de memorias por parte de muchos de los principales actores de los primeros años de la República como Francisco de Paula Santander, Apuntamientos para las memorias sobre Colombia y la Nueva Granada (1837); José María Obando, Apuntaciones para la historia (1842); Francisco Soto, Mis padecimientos y mi conducta pública desde 1810 hasta hoy (1841); José Hilario López, Memorias (1857) y José María Espinosa, Recuerdos de la Patria Boba 1810-1819 (1876). Cf. Jorge O. Melo, “La literatura histórica en la República”, op. cit., pp. 600-604.

29 Joaquín Posada Gutiérrez, Memorias histórico-políticas, vol. I, Medellín, Bedout, s. f., p. 18 (Bolsilibros Bedout, 84).

30 Ibid., vol. I, p. 19.

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