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¡EL SUEÑO HABÍA COMENZADO!

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La sensación de estar en un gran estadio, de ser una figura, me permitía vivir un momento alucinante, en donde las carencias no existían, sentía el grito de la tribuna coreando mi nombre, la mente me llevaba a la opulencia de la alta competencia, a creer que todo era posible, me metía en la película irreal, hoy en día, por ejemplo, sería como tener unos guayos iguales a los Adidas que en el presente usa Messi o los Nike de Cristiano Ronaldo, estrellas mundiales, porque en esas esferas de poder son respetados, hasta idolatrados y todo abunda sin límites.

Finalizados esos 20 minutos de gloria, la esquina del barrio, era el centro de reunión, algo así como la Dimayor, el máximo ente regidor del fútbol profesional en nuestro país, el lugar donde se organizaban los partidos o en el mejor de los casos los torneos ínter-barrios. De allí también salen los futuros ídolos o los relegados sociales.

Bien decía alguien que: “el que inventó el fútbol amaba las esquinas, de ahí el nombre de tiro de esquina”.

La esquina, la gallada, la pelota, fueron instrumentos útiles para que los jóvenes de la época lanzáramos nuestro primer grito de independencia ante la férrea disciplina familiar, que generalmente no asociaban las palabras: esquina y fútbol, con estudio. Era patética la falta de conciencia de la importancia del deporte en nuestra formación como complemento a nuestra personalidad. Además, que consideraban inadmisible el ver acabar los zapatos y la ropa en los picaos de barrio.

Después del juego o el desafío venia el proceso de llegar a casa con el desgaste de los únicos zapatos, los mismos que usabas para ir a misa, con los que hiciste la primera comunión, los de la mejor ropa para visitar la novia si el balón dejaba tiempo, para ir a la escuela y por eso encontrarse con la mirada y el fuete del padre era una circunstancia que acrecentaba tu tenacidad.

Creo que los primeros ladrones de sueños han sido los padres que, de manera involuntaria, hacen muchos males bien intencionados.

Desde esos instantes sabíamos que nuestro primer gran reto era superar problemas que habitaban dentro, para endurecernos en el arte de sortear tambien las limitaciones de los demás, para no permitir que afectaran el correcto mapa de los sueños, hoy en día, este es un tema de estudio de la neurociencia.

Albert Camus, un extraordinario escritor argelino, cuenta que jugó al fútbol y escogió el puesto de arquero porque era desde donde menos se le gastaban los zapatos, pues no podía darse el lujo de correr tras el balón por toda la cancha, porque en la noche su abuela le revisaba las suelas y le daba una paliza si las encontraba gastadas.

Dice, además, “Soy un fanático iluminado del fútbol, para mí es un juego que genera una pasión que nunca envejece, lo que aprendí acerca de la moral y de las obligaciones de los hombres se lo debo a esta práctica”.

Antes era un lujo tener un balón y el que lo poseía tenía un puesto fijo en la titular del equipo sin riesgo de ser reemplazado, no fuera que con su salida se llevara el implemento de juego y finalizara el partido.

La calle se volvía un estadio, los carros eran rivales a eludir, pienso que de allí nace la gran técnica del jugador colombiano pues se condicionaba a tocar la pelota con mucho cuidado para no quebrar un vidrio, ni tener que ir por ella calle abajo o preparase para subir a un techo a buscarla. En esas circunstancias se crea nuestro gran complejo y temor a patear al arco de media y larga distancia, que después es alimentado por los chiflidos del público cuando el primer remate no sale bien, todo esto nace con la gran virtud de la ductilidad, la muy buena relación con la pelota y el gran manejo del espacio reducido.

El fútbol en esa época era tratado con gran desprecio y el futbolista vivía como un paria social sin ingreso a la selecta sociedad. Inclusive siendo un jugador profesional era menospreciado, desafortunadamente los mismos futbolistas acrecentaban ese concepto con sus actuaciones fuera del terreno de juego, donde no sabían interpretar debidamente su desempeño, fueron siempre tratados como ciudadanos de segunda y es claro que “el que no es un buen ejemplo es una buena advertencia”.

Los jugadores profesionales salían generalmente de la pobreza, pero regresaban rápidamente a ella, porque su resentimiento lo desahogaban adquiriendo desaforadamente lo que nunca habían tenido, las gruesas cadenas de oro, pulseras, anillos, acompañadas de actuaciones excéntricas, eran una mera degeneración de la vanidad común, algo un poco demoníaco que los hacía apelar a recursos extremos de rebeldía, donde lo que menos importaba era el éxito...

Era una triste elección que muchos de ellos tomaban de manera inconsciente para dar una bofetada a la sociedad que los marginaba, a los vecinos que les decomisaban la pelota o se la rompían y les echaban a la policía, esos mismos que posteriormente, cuando se convertían en jugadores famosos, hablaban del muchacho casi como un hijo al que se le ayudó y hoy es el orgullo del barrio, lo que les generaba más resentimiento.

Los jóvenes de la época tenían un gran objetivo, pero muchos factores en contra para lograrlo. Sin embargo, el descubrimiento de que lo que más amas crece y se convierte en tu realidad era un sentimiento que, como un motor, los incentivaba a seguir sin parar por sus sueños.

Las altas montañas no son para turistas sino para escaladores, los mejores siempre han sido los que hacen las cosas en las circunstancias más difíciles, los que son movidos por el coraje.

Regularmente, la gente se permitía referirse a los jugadores (desde los insultos) con comentarios como:

• -“Estos jóvenes son unos méndigos de afecto, por eso juegan a la pelota todo el día e inventan el amor y la diversión que les hace falta”-.

• -“Se enfrentan al poder que de manera Sui Géneris, el balón los invita a una lucha por la subsistencia”-.

• “Rebeldes que con una pelota en sus pies no solo expresan sus sentimientos, sino que irritan, exacerban hacen perder la paz a los poderosos. Usan sus ocurrencias, de naturaleza atrevida, desordenada, exuberante y aplastante para subvertir el orden”-.

Sin importar a qué edad se escuchaban esos comentarios ni cuántas veces se repetían, se encargaban de retar permanentemente a los jóvenes jugadores en épocas de rebeldía.

En su última obra Camus narra: “Jacques tardaba en crecer lo que le valía los graciosos apodos de ‘enano’, ‘culobajo’ situaciones que lo ponían en desventaja ante los demás. Pero no le importaba y corriendo con la pelota entre sus pies, para esquivar árboles y adversarios se sentía el rey del patio y de la vida, los partidos al descanso de clases eran momentos mágicos, sublimes. Hasta cuando un redoble de tambor marcaba el final del recreo y el comienzo del estudio, en una frenada brusca caía literalmente del cielo al cemento, jadeando, sudando, furioso por la brevedad de las horas y recobrando poco a poco la conciencia de la situación. Se precipitaba a la fila con sus compañeros, mientras se secaba con las mangas el sudor de la cara”.

En esa misma obra, Camus hace una referencia patética y emocionante de los complejos que sufren los futbolistas: la pobreza, la incomprensión y el escozor de los poderosos que no entienden que la desdicha puede ser alegre y brinda oportunidades así el juego sea teñido, a veces, de miseria.

Es hermoso saber que, en esa lucha fratricida, el fútbol le gana hombres al vicio, a la droga y los convierte en ejemplos para la sociedad y puntos de referencia para los niños, por lo menos así ocurre en muchos territorios de nuestro país, con algunos atrevidos que logran llegar a sus metas.

Aquí, cada hombre regresa a la esquina, ese punto de definición en donde el niño y el joven toman sus primeras decisiones para redescubrir el sitio donde nacieron sus sueños.

Los futbolistas profesionales de ese momento, nunca asumieron el papel que les correspondía de privilegiados, ni se valoraron en su justa medida, jamás creyeron ser los héroes que representaban para la mayoría de seguidores, por eso los niños y jóvenes aspirantes no tenían puntos de referencia claros, ni buenos modelos en su comportamiento, de allí que los padres los arrinconaban con frases como: -“póngase a hacer algo útil, no pierda el tiempo con esa pelota”- que eran sanciones pertinentes y fulminantes para los sueños de los futuros jugadores. Pero, afortunadamente en algunos casos fue un acicate que acrecentó el amor por la actividad.

Hoy en día, estos deportistas de élite han alcanzado un espacio en lo alto de la sociedad, un lugar en el Olimpo de los dioses del deporte, los padres ya invitan a sus hijos a que emprendan el fútbol como una carrera, que no solo les brinde prosperidad, sino también formación.

Todas las cosas grandiosas de la vida se inician siempre como un sueño, es durante esos instantes cuando toman forma y se visualizan grandes objetivos, que en apariencia son difíciles de materializar. Alcanzar las metas depende únicamente de la capacidad de creer en lo soñado e ir a la acción por un periodo suficiente para que se materialice, esa tenacidad hace que sean pocos los elegidos, los que presentan la capacidad de perseverar.

La llegada al primer equipo organizado produce, generalmente, una rara mezcla entre la ilusión de llegar a ser y el temor al desencanto por ser rechazado.

Se sienten mariposas en el estómago, es como la declaración ante el primer amor, es un sentimiento tan parecido que con el tiempo muchas mujeres han terminado compitiendo con el fútbol por absorbente, a través del televisor, en los estadios, en las calles, se les cuela por todas partes y hace que los maridos cambien de centro de atención, lo que es letal en algunas ocasiones para el fútbol y en el peor de los casos para el amor.

Generalmente la noche anterior a la presentación que define tu destino, donde ocurre el gran reto de ganarte un espacio, percibes un aire espeso y hasta un olor nauseabundo en el ambiente, te brotan sonrisas de miedo, es el reto que está cerca, sudan las manos, se mueve el estómago, se corta la voz, son avisos claros de que acecha el peligro, el sueño está acompañado por unos intrusos molestos, el nerviosismo, el insomnio, la ansiedad como compañera y los consejos de los hermanos mayores o el papá que no hacen más que acrecentar el compromiso con ellos, más que con uno mismo y por consiguiente el estrés que nunca es un buen compañero y menos para jugar a ganar.

Uno de estos personajes, es generalmente el motor que impulsa el gran paso hacia el riesgo, pues la realización a través de ese pequeño será un sueño frustrado que se arrastraba de tiempo atrás y que el cumplimiento de este sería un alivio para sus propias vidas.

Proyectan viejos sueños vencidos por el tiempo y pretenden renovarlos convirtiendo a sus hijos en sostenes de sus ideales.

En mi primera vez, me encontré una gran cantidad de aspirantes como yo, con los mismos sueños, en condiciones casi similares, buscando más que una oportunidad para el fútbol, una para la vida que es más costosa.

Todos llegábamos estrenando el mejor caminado y los mejores guayos así fueran prestados, la camiseta y la pantaloneta con el mejor quiebre del planchado, la sociedad de la imagen te obliga a generar una primera gran impresión.

Posteriormente, llegaría el susto de enfrentar al técnico, era el momento de echarse la bendición que te asegurará el respaldo del todopoderoso que todo lo puede, el equipaje de consejos porque nada se puede olvidar y la taquicardia ante el pitazo inicial.

Para los pobres desesperanzados, para los que su único juguete fue una pelota hecha en casa, comprada o lograda con ingenio, esta se convierte en una varita mágica en la que se puede creer, quizás ella se convierta en una fuente de alimento o te convierta en héroe, no solo de tu familia.

La miseria siempre nos preparó para la gloria o la muerte; para el fútbol o para el delito, no había escapatoria posible, el joven estaba obligado a utilizar en arma su desventaja y debía contra todo aprender a gambetear las normas, a los enemigos, al orden existente, con su talento y con esa hacha libertaria que es la pelota.

Aprender a abrirse paso, a sacarse de encima los problemas, con un quiebre de cintura, a ser diferente, a construir tus propios sueños, en sociedades donde las oportunidades son hechos extraordinarios, poco comunes, que hay que labrar a punta de valentía y osadía.

El bullicio desesperante de la orfandad urbana, la agonía angustiosa de la necesidad, ha formado una masa abobada, lela en torno a sus ídolos, ha hecho de este un país fraccionado, en el que el exitismo imperante nos ha conducido a la fuerza a apelar a recursos extremos para surgir: los reinados de belleza, la música, el fútbol, el ciclismo y algunos deportes de donde salen ídolos más por generación espontánea que por planificación y método, son las pocas oportunidades de ascenso social al poder, que unidos al narcotráfico y a las armas, Dios nos libre, han sido las vías de acceso al mundo de los privilegios.

Cuando empieza el partido que definirá tu destino, se desarrollan cantidades de situaciones en el afán por querer convencer, nadie que no lo haya vivido se imagina todo lo que pasa por el pensamiento de un chico que lucha por su vida, por su sustento y el de su familia; dice una vieja historia árabe que los mejores tiradores con el arco eran un cien por ciento precisos cuando tiraban por recrearse, un 80% cuando lo hacían entrenando para una competencia importante y hasta un 50% cuando la tensión de la competencia los obligaba a conseguir el triunfo.

Maestro Fútbol

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