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COMIENZO de un amanecer

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El éxito en lavida no semide por lo quelogras, sino porlos obstáculos que superas y lasbatallas propias que ganas a diario.

Alexis García

Me lancé a las alturas, por momentos no sentí temor, estaba anestesiado por una gran ilusión y cuando lo experimenté lo enfrenté, no permití que nada, ni nadie robara mis sueños, porque estaba convencido de que un gran premio me esperaba al final del camino. Aprendí que algunos no se atreven a caminar, se dejan ganar de la incertidumbre, se dejan intimidar por lo desconocido, cuando en realidad es la certeza del logro para los que se atreven, lo más conocido.

Un sueño profundo nos espera en este trasegar, lo único que no sabemos es el momento. Desconocemos cuándo nos llamarán a ingresar al partido, por eso, mientras tanto, ¡prepárate! llénate de motivos, juega, diviértete, disfruta, valora, aprende, cáete, tropieza, levántate, ríe, apuesta a tus sueños, cambia tus hábitos, lánzate, diles a tus críticos “no acepto tus ofensas”, solo recibo las críticas si me sirven para mejorar, arriésgate a vivir sin límites, tumba fronteras, el mundo es tuyo, nadie te lo puede negar, no creas en el pobre destino que te acecha queriendo volverte una mierda, confía en tu fuerza, sé valiente porque sin coraje no hay gloria como decían nuestros viejos, busca la situación que dé luz a tus metas, inspira al destino a darte lo que por ley te pertenece, has sido creado para el éxito, pero la sociedad se empeña en programarte para el fracaso.

Qué grande el corazón que te dice: “No pares” sigue corriendo, vuela tras tus sueños, tan solo calla tu soberbia, despide tu ego, que si un día quieres llorar que sea de emoción porque a la meta has llegado, jamás tires la toalla, solo hazlo en una playa para gozar y celebrar por lo que has logrado luego de superar obstáculos.

En mi caso, a pesar de la pobreza y de las poquísimas oportunidades, crecí creyendo en cantos de sirenas, en hadas encantadas, en lámparas de Aladdín, puse mi mente a volar en alfombras mágicas, a creer en milagros, a ganarle a la apatía del destino que seguía empeñado en no creerme.

Creía en estrellas fugaces como portadoras de mensajes de alegría y esperanza, en la luna llena que inspiraba mis actos.

Nunca presté mis oídos a consejos perversos, ni a duendes que en su travesura usaban el futuro para asustarme y ponían obstáculos a mis sueños, procuraban cada vez hacerme todo más difícil.

Creí escuchar constantemente a mi ángel de la guarda que dentro de mi cabeza me susurraba, muy suave, historias al oído, que cada día me invitaban a creer. Él, me explicaba que el talento no es suficiente para ser exitosos, es la actitud positiva ante el esfuerzo lo que te permite llegar a tus metas.

Leyendo a Johan Huizinga, ese estupendo historiador y filósofo holandés, autor de El juego y la cultura en el que la expresión “homo ludens” pretende señalar la gran importancia del gozo y la diversión que existe dentro de la competencia. No se trataba de mirar hacia arriba, el hecho era mirar hacia adentro. También, que el pensamiento sobre la lúdica fue absorbido por el de la mercadotecnia, para explicarnos que: “… no es nada fuera de lo normal, es lo que siempre se ha impuesto”.

Por eso, conocer los resultados de los ídolos ignorando sus esfuerzos los convierte en referentes de los logros, más que de las propias luchas personales que les exige la vida para alcanzarlos.

Messi, por ejemplo, ese magnífico futbolista argentino ganador de seis balones de oro como el mejor jugador del mundo, es importante como punto de referencia para los niños de hoy porque es millonario, se afeita con Gillette, se transporta en Audi, usa Adidas y toma Coca Cola. Pero su verdadero valor, lo que lo llevó a esa cima, está escondido en su privacidad, esa que no pueden apreciar los jóvenes de hoy, presionados solo para triunfar a como de lugar, de cualquier manera, buscando el atajo y obviando el camino del esfuerzo, del sacrificio, del dolor, de las frustraciones como medio para alcanzar la cima.

Antiguamente, en Grecia, los hombres acudían a las olimpiadas con sus cuerpos bien entrenados para conquistar la gloria y el honor, mientras otros se congregaban para comprar y vender, lo que demuestra que desde la antigüedad, está inmersa la mercadotecnia al deporte competitivo. Justo como lo han manejado las grandes marcas deportivas con los jugadores y los equipos de fútbol.

Pero había un tercer grupo de personas que no iban a los escenarios ni en pos del aplauso, ni de la ganancia, sino que se presentaban solo para observar, lo que allí se hacía.

La contemplación sigue superando todos los otros afanes, la gente va a los escenarios deportivos en búsqueda de algo que va mucho más allá del solo afán de conseguir algo material.

Actualmente, a pesar de lo antiestéticos que pueden ser algunos juegos, el fútbol se ha permeado de la paradoja burlesca de los conceptos comerciales. Contemplamos escenarios violentos, donde se libran batallas sangrientas, con observadores que lanzan comentarios despectivos, hechos con la fuerza del inconformismo y palabras de un grueso contenido biliar, producto del resentimiento y la envidia, asistentes que pierden de vista lo objetivo: la pureza de la observación, obviando la contaminación subjetiva de nuestros conceptos.

Pero... a pesar de todo siempre queda un gran espacio para soñar y son esos soñadores, los que dan rienda suelta a las grandes gestas y a los cambios en sus estilos de vida, además de generar una gran influencia en los demás.

Es de esos ‘ilusos’ y creadores de los que nacen los jugadores profesionales del fútbol colombiano o las grandes gestas épicas de nuestros deportistas, artistas, escritores, etc.

Estos personajes exhiben en sus actos la condensación heredada de una variedad de razas y culturas, desde la espontaneidad e inmediatez que llevamos los negros y mestizos colombianos, humillados históricamente, combinados (a veces) con la melancolía del indio, que, en su tenaz y a veces alegre desamparo, deja siempre, aún en las peores circunstancias, un pequeño espacio para el milagro. Los blancos, generalmente, descendientes de españoles, pero como decía nuestro premio nobel de literatura, de la escoria, que se embarcó con Cristóbal Colón por el descubrimiento de América, aunque hemos sido en ocasiones por mera influencia del entorno jugadores por naturaleza, compradores de chance y lotería, apostadores del azar y las rifas, hemos mantenido un lugar en la esperanza listo para la magia.

Pero, no todo es una cuestión del azar, por lo menos no para quienes deben esforzarse cada día por cumplir sus sueños. Claro, esto se debe a que es necesario convencerse a sí mismo de que todo es posible, es la virtud de la creación, el poder que la creencia posee de crear para luego conquistar ese sueño y mantenerse en pie sin importar las adversidades.

No hay nada que puedas vivir allí afuera sin haberlo creado antes aquí adentro, en el corazón.

El éxito es ciencia y planificación, necesita de un objetivo claro, un plan definido, una mente determinada contra influencias desalentadoras y una alianza que te aporte en tu propósito.

Así fue hace muchos años de mi vida de donde guardo en mi mente una cantidad de recuerdos regados como astillas dispersas en el espejo roto de mi memoria, hechos que intento recoger uno a uno.

Después de la muerte de mi padre, el destino nos planteó un dilema difícil de resolver a edades tan tempranas. Para mi madre y sus 8 niños, la lucha del día a día comenzaba con un oscuro presagio.

Una mañana, dormía plácidamente y los primeros rayos que trae la aurora se colaban por un pequeño espacio que dejaba una remendada cobija que atada a dos clavos a lado y lado de la ventana hacía las veces de cortina e insistentemente me jugaba travesuras, siendo un niño que deseaba robarle un rato más de sueño al día.

Mi madre enrulada y todavía medio dormida me jalaba de los pies recordándome mi deber de ir a la escuela. Consejo perentorio que ponía como una sentencia la obligación de estudiar para ser alguien importante, era una recomendación que nadie debía gambetear, así los profesores no fueran maestros del ejemplo y la educación no fuera una garantía clara para el éxito en la vida.

Aunque siempre tuve la certeza de que la vida te da la oportunidad de escribir, corregir y mejorar tu historia día a día.

Despertarse era todo un ritual, vencer la zona de confort siempre ha sido un paradigma para cualquiera que pretenda alcanzar metas, en medio de la pereza y el letargo, al ingreso al baño, un chorro de agua fría me hacía brincar y caer de una vez a la realidad del día.

La hora del desayuno generaba siempre la primera decepción, pues era solo la taza de agua de panela y una tostada para preparar el cuerpo para el día.

Sorbía apurado y me echaba la tostada a un bolsillo para ir comiendo en el camino, pedía la bendición a mi madre que se volvía el alimento más abundante: el espiritual.

La pobreza física que se vivía en la época y la falta de oportunidades, aumentaban la angustia existencial de los padres por la incredulidad en los gobernantes que se lucraban con los impuestos y con actos de corrupción. Mientras tanto, cualquier grupo de rebeldes alzaba con los hijos para el monte sin la más mínima posibilidad de defenderlos, justificados en una lucha subversiva contra el estado, supuestamente a favor de los más pobres, en otros casos el narcotráfico se volvía una opción más de salvación.

Aun así, había que combatir la adversidad, no dejarse ganar el juego contra las circunstancias, una lucha más contra la realidad del destino, con la fe como combustible para soñar.

El regreso a casa, después de seis horas de estudio, era también un momento para gestionar la ansiedad de complacer el estómago, el órgano más sacrificado del momento.

De todas formas, la necesidad te vuelve creativo y el ingenio de nuestras madres afloraba para inventarse un almuerzo, una sopa con los huesos de sustancia sin carne, que los carniceros regalaban, combinado con arroz llenaban, más que nutrir.

En Medellín, donde crecí, la familia que podía tener un plato de frijoles con arroz todos los días era afortunada.

Después del almuerzo, a las carreras, salía a buscar la gallada, como se llamaba a los amigos del barrio, para armar un picao. Se recogía a la gente y luego, con dos piedras a cada extremo de la calle, se armaban las porterías y una pelota echa con la cabeza de una muñeca rellena de periódicos sería el primer amor a la redonda, los momentos más placenteros del día, la creación de una mirada cualitativa de la vida.

Por mi mente de niño, pasaban toda clase de sueños mientras corría raudo tras la pelota y mi realidad era otra creada por mí mismo y hasta ese momento habitaba en mi imaginación, era un instante mágico donde todo era posible.

Mi primer sueño grande se presentaba los domingos de fútbol en el estadio de Medellín, en esos partidos profesionales, en los que se permitía el ingreso de personas que no podían pagar el boleto y durante los últimos 20 minutos ingresaban de manera gratuita, era posible estar más cerca del fútbol, Para mí, era un instante que esperaba con ansias.

Con un pequeño radio pegado a la oreja en las afueras del escenario todo el mundo esperaba que pasaran los minutos. Cuando por fin abrían las puertas, como un pistoletazo que da la partida a una carrera, todo el mundo corría disparado para alcanzar un asiento, un espacio. Pero, por mi corta estatura, nunca llegaba a tiempo, optaba por quedarme en la parte baja de la gradería y colgado de una reja que separaba la cancha de las tribunas, me sentía en un lugar celestial para mi expectativa a pesar de la incomodidad, yo solo alcanzaba a ver a los jugadores de la cintura hacia abajo porque una inmensa valla obstaculizaba la parte superior, lo que me permitió convertir mi desventaja en fortaleza. Así fue como, en esta hazaña era yo el protagonista del juego, de sus cinturas hacia arriba, porque podía ver el juego desde una trama en la que yo era parte del cuerpo de los que hacían los goles o ejecutaban las mejores jugadas.

Maestro Fútbol

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