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ALFONSO REYES O LA CONTINUIDAD DEL SABER

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EL ALFONSO REYES que llega a París con veinticinco años, en 1913, lleva ya mucha y muy agitada historia encima. Acaba de vivir las primeras sacudidas dramáticas de la revolución en México en una familia comprometida contra el proceso revolucionario: en él habrá perdido la vida su padre, su hermano se exilia forzosamente y a él no parecen quedarle muchas ganas de seguir en un equívoco político en el que está familiarmente atrapado. En 1913 es un exiliado voluntario cuya imagen en México está asociada a la contrarrevolución que derrocó a Madero. En el fondo ha huido de la revolución que él mismo había anhelado desde la juventud y no se sentirá capaz de reasumir su compromiso con la misma hasta el golpe que derroca a Carranza en 1920 y habilita el poder para quienes habían sido sus antiguos amigos en el Ateneo de la Juventud desde 1909, entre ellos José Vasconcelos, nombrado rector de la Universidad Nacional.

Está ya en Madrid desde 1914 precisamente porque teme quedar atrapado en el sello político de su familia. La licenciatura de Derecho terminada a toda prisa en 1913 sirvió para escapar de las redes políticas de su país, y algunas de las formidables cartas a Pedro Henríquez Ureña expresan sin tapujos el sentimiento de invalidación que significaría la profesión política para su vocación de intelectual. El asesinato de su padre, gobernador de Nuevo León, aconseja al joven la fuga hacia París para llegar a Madrid enseguida, en 1914. Y es que la complicidad original del general Reyes en el inicio de la revolución se ha convertido en conspiración contra Francisco Madero desde 1912. La revolución mexicana estará en pleno proceso de marcha y contramarcha al menos hasta 1920, y Alfonso Reyes ha sido desde 1909 uno de los activos miembros, oxigenantes entonces y legendarios hoy, del Ateneo de la Juventud, junto con los citados José Vasconcelos o Pedro Henríquez Ureña: «Ya triunfó la Revolución […]. Nos espera una época agradabilísima y de civismo serio», le escribe al dominicano en junio de 1911, cuando todavía Francisco Madero y su padre son aliados. Alfonso Reyes cree que Madero «trae propósitos de fundar Universidad a la gringa, con edificios extramuros y fondos particulares». Y no quiere quedar fuera de ese proyecto: asume en 1912 responsabilidades universitarias y es secretario de la Escuela Nacional de Altos Estudios, semilla de la futura Facultad de Filosofía y Letras, pero la rebelión que inicia su padre contra Madero va a cambiar su destino personal. El intento de golpe fracasa, Madero le conmuta la pena de muerte pero desde la cárcel el general Reyes conspira en un nuevo golpe de fuerza e intenta una nueva sublevación. Ese mismo 9 de febrero de 1913 muere alcanzado por la metralla al intentar la toma del Palacio Nacional, cuando empieza la decena trágica que acabará también con la vida de Madero dos semanas después, fusilado por el general que se hace con el mando del golpe de Estado, Victoriano Huerta. Reyes deja de ser secretario de la Escuela Nacional de Altos Estudios el 28 de febrero de 1913, muertos ya tanto su padre como el presidente Madero. En agosto de ese año inicia su exilio en Europa, como si huyese de las agudas contradicciones en que anduvo su familia (porque su hermano Rodolfo había estado activamente implicado en el golpe contra Madero que libraría a su padre de la cárcel) y quizá como si huyese también de los rumores de infancia: «Desde niño oigo hablar de que nos persiguen y nos quieren matar. Mi padre fue toda la vida una impopularidad potencial», le escribe el 16 de junio de 1914 a Henríquez Ureña, lo cual define de un modo doméstico el complicado papel que la familia Reyes desempeñó en los primeros tiempos de la revolución. Alfonso sólo se sentirá seguro cuando el presidente de México sea Álvaro Obregón y él mismo se convierta gracias a los amigos de juventud en diplomático en Madrid (pese a que en Madrid vive refugiado también su hermano, lo que rompe por completo sus relaciones personales)1.

La experiencia literaria y otros ensayos

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