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A MI PADRE

Este libro está escrito en memoria de mi padre. Me habría gustado regalárselo mientras vivía, pero no lo conseguí. No me sentía preparado. Ahora sí me siento seguro. Por aquel entonces él todavía me resultaba demasiado próximo y, a decir verdad, mi libertad para hablar de un tema como el que trato en este libro no podía alcanzar toda su dimensión.

Es más fácil ser el hijo de un padre que ya no está entre nosotros; con eso quiero decir que entonces al hijo le resulta más fácil adquirir la plenitud propia de su adultez. Es así como tiene lugar el verdadero encuentro con la imagen paterna.

Nada acerca más que la ausencia. Jamás había comprendido tanto a mi padre, y sobre todo jamás le había escuchado tanto como desde que está en esa otra dimensión en la que el espacio se reúne con la eternidad.

Mi padre ya no está entre nosotros y su voz resuena dentro de mí hasta inducirme a cantar con él su repertorio, con su acento, con su manera de modular el sonido e incluso el mismo estilo amplio que caracterizaba su emisión.

Con frecuencia suelo decir que se comprende al padre por primera vez cuando ya ha desaparecido. Debido a ello el canto siempre ha estado en mí, y ahora forma parte de mi modo de expresión. En efecto, para mí cantar ha llegado a ser un acto de lo más natural, como hablar.

Decía que este libro está escrito en memoria de mi padre, y se lo dedico por varios motivos.

Ante todo porque demostró ser un padre incomparable. Fue particularmente atento conmigo de forma sólo equiparable a la total confianza que él mismo me otorgaba.

Yo era su hijo y le gustaba imaginarme como una emanación de él mismo que tenía que evolucionar, ¿no es ése el verdadero papel de un padre? Me guió por la vida hacia donde me llamaba mi vocación con una solicitud y una grandeza de espíritu poco comunes.

Me dio lo que él sabía ser y sobre todo lo que él sabía hacer con un infinito amor por la obra consumada. Él mismo, en su trabajo, era un hombre totalmente habitado por su arte. Se entregó en cuerpo y alma a su actividad, noche y día. Y me transmitió ese secreto que es, en definitiva, un don de vida excepcional.

Amaba su profesión y se transformaba literalmente en un oficiante cuando se dejaba penetrar por la música, por el canto, por sus personajes, por sus interpretaciones y por “su” teatro. Se adentraba en su trabajo con fervor y siempre con una aplicación fuera de lo común.

Me sumergió a su lado en su mundo, de modo que yo vivía con él su vida artística. Yo conocía sus papeles, era capaz de darle las entradas, de modular la música con la orquesta. En resumen, yo era artista gracias a él, a través de él... ¡pero sin voz! Solo él poseía el don de cantar, y además con un maravilloso órgano vocal. Aún ahora su metal permanece en la memoria de todos sus admiradores.

Este libro que le ofrezco con algo de retraso llega, sin embargo, en el momento oportuno, en ese instante en que el canto experimenta un resurgimiento, en el momento en que la voz retoma sus derechos en el seno de la psicología humana.

¿Hay realmente un tiempo para la voz, como lo hay para el canto? Digamos que puede haber modas, períodos en los que nos polarizamos con mayor o menor intensidad sobre el bel canto o sobre otro tipo de expresión vocal. Pero, a decir verdad, tanto la voz como el canto forman parte integrante de la condición humana.

Esta obra, también gracias a mi padre, tendrá una coloración un poco especial, la de la experiencia vivida. Estará repleta de anécdotas, de investigaciones y de enseñanzas que de ellas se desprenden. Sin duda, de este modo, algunas partes demasiado teóricas serán más fáciles de asimilar.

Finalmente, el libro me permite rendir un filial homenaje al que fue mi padre, cuya cálida influencia se hará sentir a lo largo de los próximos capítulos.

El oído y la voz

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