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Capítulo 3 El nuevo club

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Entre las ramas, Miguel había hecho un espacio que servía para guardar algunas cosas que le interesaba mantener ocultas. Sacó una caja de fósforos y una cajetilla de Ópera, marca de fuertes cigarrillos baratos sin filtro, de tabaco oscuro.

Horacio estiró la mano para coger el que le ofrecía su amigo y acercó su cabeza a la llama que apenas se distinguía debido a la luminosidad del sol.

Bajo el humo que se elevaba con insuperable libertad, iniciaron una de sus notables conversaciones.

Horacio tenía fija la mirada en la punta encendida del suyo.

―La Camila está muy molesta con la aparición de las gemelas, y la verdad, yo no he ayudado mucho para arreglar eso. ―Ofreció una sonrisa sarcástica―. Me dijo que no creía que fuera buena idea ir a meternos al circo, que le parecía una lata, que habíamos quedado de salir en bici. Y no le atraía nada ir a buscarlas y salir a caminar quizás para dónde con ellas. ―Dejó salir una bocanada de humo.

―Y tú, ¿qué le dijiste?

―Que no lo encontraba para nada latoso, que con ellos podíamos hacer algo diferente.

Miguel mantenía esa sonrisa socarrona, similar a la que a veces ponía su amigo y tanto molestaba a Camila. Dio una chupada a su pitillo y botó con lentitud el humo por la nariz, como si eso lo hiciera más adulto y le permitiera plantear sus ideas con mayor ascendencia.

―Yo tampoco creo que sea para nada aburrido. Por lo demás, nadie habló de salir a caminar, igual iremos en las bicis.

―Pero ellas a lo mejor no tienen.

―¿Quién te dijo eso? ¿Cuándo has visto un circo sin bicicletas?

―Sí, pero no son bicicletas normales. Capaz que salgan pedaleando en una sola rueda.

Rieron con ganas.

Miguel armó con su boca algunas argollas de humo y rompió el silencio.

―Ellas tienen sus propias bicis.

―¿Cómo lo sabes?

―Porque le pregunté a Sofía y le encantó la idea. Saldremos los siete en bici.

―¿Los siete?

Miguel lo miró con los ojos muy abiertos y una nueva sonrisa socarrona.

―Claro, los siete. Juan también irá con nosotros.

―¿Tanto pudiste hablar con ella en tan poco rato?

―Entre saludo y saludo, es cierto que conversamos harto poco, pero apenas necesité unos segundos para eso. Y como de inmediato le gustó la idea…

―¿Te fijaste que la Delia estaba muy interesada en el primo? Al mayor, me refiero.

―A Juan.

―Sí, a Juan.

―Veo que te has puesto muy sensible a los sentimientos amorosos de los demás… Pero si es así, mejor todavía, aunque habrá que ver si a él también le gusta ella… Y tú, ¿qué harás con la Cami?

―No lo sé, estoy confundido, ya sabes, me gustan las dos… ―Aprovechando el silencio que se produjo, Horacio continuó dando vueltas al desbarajuste que tenía en su mente.

Miguel dio otra chupada a su cigarrillo y de nuevo dejó escapar el humo con lentitud por la nariz, contento de por fin hacerlo con fluidez.

―Nos juntaremos al frente de la casa de la vieja Ester después de almuerzo, un cuarto para las tres. Entonces iremos a buscar a las gemelas. Así que mejor nos vamos para alcanzar a almorzar. ¡Vivan las vacaciones!

Horacio rio. Le producía gracia que, a la casa, ahora vacía, le siguieran llamando con el nombre de la vieja. Sopló el mechón liso de pelo rubio que le caía sobre la frente, en un vano intento por despejar la mirada del ojo derecho.

―Sí, este verano lo pasaremos de miedo. Seguro que las gemelas tendrán un montón de cosas curiosas escondidas…

Miguel se puso de pie.

―Como la magia.

Horacio pisó la colilla de su cigarrillo.

―Sí, y el anillo… A todo esto, la Cami y la Delia, ¿saben dónde nos juntaremos?

―Sí, yo les dije.

―Dime una cosa, Migue, ¿tienes por ahí tu slam book? Podrías llevarlo y pasárselo a la Sofía, y claro, también a la Alicia.

―Sí, porque con la Cami no te sirvió de mucho. Cuando respondió las preguntas, puso puras tonteras, nada que la comprometiera, nada que te sirviera, nada de nada.

―Con el mío hizo lo mismo, y también, incluso, con el de ella misma, así que hace tiempo me olvidé de eso, pero con las gemelas podría ser otra cosa, ¿no te parece…? ¿Por qué no lo llevas?

―No sé, quizás, pero no hoy.

―¿Por qué?

―Si quieres llévalo tú, pero yo, por lo menos, hoy no… ―Dio algunos pasos con la intención de bajar de la guarida―. ¿Qué te pasa?

Horacio se había quedado clavado en el mismo lugar.

―No sé, de repente se vino a mi cabeza mi papá… No lo he acompañado casi nada durante estos últimos días… Y es tan buena gente que no reclama nada.

―Pero siempre lo acompañas harto: juegan a los naipes, ven monos animados en la tele…

―Sí, pero ahora último no, y eso me hace sentir mal… No sé si tal vez esta tarde debiera quedarme en la casa.

―Pero ya quedamos.

―No sé, si no aparezco, perdóname.

―Está bien, pero igual trata de ir, aunque tranquilo, si no puedes te entenderé... Todos lo haremos.

Bajaron. Horacio se retiró a su casa y Miguel entró en la suya. Se lavó con esmero los dientes para que no pillaran que había fumado, y fue a su habitación a esperar que lo llamaran para almorzar.

Del clóset sacó un cuaderno cuyas tapas estaban cubiertas en gran parte con diversas calcomanías de autos, motos y otras figuras; también había pegado algunas láminas con jugadores de fútbol provenientes de su último álbum. Se tiró sobre la cama y comenzó a hojearlo.

En la primera página leyó los nombres de algunas amistades que habían escrito en el interior, ordenados uno bajo el otro, cada uno a continuación de un número, para más adelante diferenciar a los autores de las distintas respuestas.

Después, cada página contenía en la parte superior una pregunta y el resto de la plana estaba en blanco para que sus amigos respondieran agregando su número.

Las preguntas estaban hechas de modo que se pudieran contestar con respuestas cortas, como: "¿Cuál es tu cantante o banda preferida?”, "¿A dónde fuiste en las últimas vacaciones?”.

Al avanzar volteando páginas, las preguntas se ponían conflictivas, por lo tanto, más difíciles de responder y al mismo tiempo más entretenidas, del tipo: “¿Quién te gusta?”. “¿Quién te cae mal?”.

El primer nombre que aparecía en la página uno, era el suyo. También en las demás, bajo cada pregunta, para dar luces a los otros de cómo responder.

Al comienzo de la primera plana había una corta explicación de qué debía hacer la persona que quisiera participar, porque un slam book debía circular entre las amistades y por tanto su dueño no siempre estaría presente para explicar.

La justificación del juego obedecía a algún día poder mirar hacia atrás en los viejos slam books, como si fueran cápsulas del tiempo que capturaban el ambiente de una época determinada; sin embargo, en la inmediatez permitían averiguar datos personales difíciles de conseguir en forma directa.

Pensó que la idea de Horacio no era mala, pero el cuaderno le incomodaría y también a cualquiera que se lo pasara, de modo que lo regresó al clóset.

―Ahí te quedarás, por el momento. ―Con una sonrisa marcada en sus labios, bajó a ver si el almuerzo estaba listo.

Por su parte, luego de separarse de Delia, Camila reconoció en su interior que el panorama en bicicleta se veía entretenido, pero le costaba luchar para superar los celos que se la comían sin piedad. Recordó haber descubierto varias veces a Horacio poniendo sus ojos en Alicia, lo que una vez más le produjo rabia. También esa sonrisa insoportable que mantenía en su boca, lo que al mismo tiempo le fascinaba como si fuera una gallina hipnotizada. Suspiró. Tendría que pelear por lo que le correspondía, o sea, Horacio, aunque no sabía cómo. Se percibía atrapada por las circunstancias. Lamentó que él nunca se hubiera atrevido a pedirle pololeo. “¿Y si yo se lo pidiera?”. De inmediato su mente también reprodujo la voz de su mamá advirtiéndole cómo debía comportarse una señorita: “Solo las sueltas hacen ese tipo de cosas. Debes saber mantener la compostura, aunque te duela; por eso las mujeres debemos aprovechar que somos más inteligentes…”. Otra idea entró en su cabeza: “¿Sentirá por mí lo que yo creo que siente?”. La percibió como un golpe bajo. Pensó en el slam book de ella, nunca le había pedido que escribiera en él; de inmediato recordó que lo había hecho en el de ellos y había puesto puras tonteras, no se arriesgaría a que se vengara haciendo lo mismo.

El regreso del circo

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