Читать книгу El regreso del circo - Alfredo Gaete Briseño - Страница 8

Capítulo 1 Desde la ventana Miguel, asomado a la ventana de su dormitorio, recordaba con detalles aquella despedida, hacía casi dos años, temprano en la mañana, cuando el sol aún no hacía su aparición por el este.

Оглавление

A las cinco y treinta llegó con su amigo íntimo, Horacio, a la entrada de la explanada donde había funcionado el circo por algo más de tres meses. Vieron que todos sus elementos habían sido recogidos y los motores rugían, mientras los vehículos se ubicaban en una columna que avanzaba con lentitud hacia la salida. Corrieron y se plantaron ante la camioneta de Gonzalo, el papá de las gemelas, que, arrastrando uno de los carros, lideraba la caravana, la cual, aunque colorida, estaba bastante venida a menos.

Lo vieron bajar y dirigirse con rápidos pasos hacia ellos.

Aunque no era temprano, Miguel observaba el exterior, aún vestido con su pijama de pantalón corto a rayas grises y azules; con el pelo ensortijado y los ojos lagañosos, le parecía percibir aquel pedazo de pasado casi en vivo.

En las imágenes que corrían por su mente como una película a todo color, ahora, a la distancia, no lo encontraba tosco ni intimidante. Aquel hombre alto, grueso, con su pelo oscuro desordenado, mostraba en su ancha cara una cálida expresión liderada por una graciosa sonrisa. Evocó su voz grave y cantarina que, sin duda, jugaba a su favor a la hora de explayarse en algún tema; la había conocido advirtiendo, aunque nunca con enojo; preocupada, pero reservada a la vez; acogedora, sobre todo durante los últimos días antes de partir… Esta última forma fue la que llegó desde aquel pasado a los oídos de su mente: “Queridos muchachos, qué alegría verlos por aquí, sois increíbles, continuáis sorprendiéndome…”. Lo recordó moviendo con fluidez sus enormes y gruesas manos. Agregó que esperaba volver a verlos pronto y que, si les tocaba encontrar la carpa instalada por ahí, no dudaran en acercarse a saludar y ojalá a presenciar la función que estuvieran ofreciendo, porque siempre habría para ellos un rincón en su corazón, el de sus hijas y, por supuesto, el de todos quienes componían el circo.

Los pensamientos de Miguel reprodujeron a las gemelas bajando de la camioneta para correr hacia ellos con los brazos extendidos y estrecharlos con efusividad. Una reacción de aprecio que quedó grabada en su memoria, convencido de que sería para siempre.

En los ojos de Sofía, cuyo brillo resaltaba su intenso color azul, aparecieron algunas lágrimas. La enfocó con detención. Su hermosura y aquella notable expresión de cariño continuaban conmoviéndolo. Limpió su rostro con el dorso de la mano, mientras les pedían que las despidieran de Camila y Delia.

También recordó que Horacio había tomado la mano de Alicia. Imaginó que él agradecía que las dos niñas no hubieran ido a despedirse.

Luego de subir al vehículo y cerrar la puerta, bajaron el vidrio. La caravana se puso en marcha otra vez y ellas movían sus manos en señal de despedida; desde el interior surgieron promesas de volver a verlos pronto.

La caravana salió del recinto y avanzó por la calle hasta doblar en la esquina, y se fue perdiendo hasta desaparecer por completo.

“Hace casi dos años”. Le parecía increíble cómo había corrido el tiempo. Nunca supieron por qué en la temporada siguiente el circo no apareció y comentaban que al pasar por el lugar donde se instalaba, la explanada les parecía extremadamente desierta.

Pero a fines de 1964, aparecieron volantes pegados en los postes y algunos muros. Mostraban una imagen de las gemelas montadas en sus trapecios como número principal, y bajo esta, con grandes letras rojas, una leyenda prometiendo que el circo pronto llegaría.

Sus ojos se pusieron vidriosos y sintió un agua gruesa acumularse en la nariz. Debió ir al baño por papel higiénico para sonarse. Después, regresó ante la ventana y esperó. Según la información que había corrido de boca en boca, suponía que, en cualquier momento, la caravana cruzaría frente a sus ojos. Y así fue. Escuchó el barullo que se acercaba y pronto apareció una camioneta verde, su pick-up cerrado con un sportwagon decorado con figuras de diversos colores, guiando la larga columna de vehículos. El corazón de Miguel comenzó a latir a toda velocidad. El convoy, haciendo mucho ruido con música estridente y sonoros platillos, pasó frente a la ventana con lentitud y pronto desapareció de su vista. De inmediato corrió al baño, esta vez para vestirse e ir a la casa de Horacio, quien vivía a una distancia de dos calles que subían por el cerro.

Apenas llegó, se colgó del timbre.

Pronto, la puerta se abrió con violencia.

―¿Qué pasa que tocas de esa manera? Menos mal que mi vieja no está.

Se veían muy diferentes a esos niños que casi dos años antes se sorprendían con la hermosura de las gemelas, su atractiva actividad y la aparición de aquel mágico anillo que les parecía indescifrable. Aparte de crecer en estatura, sus rasgos estaban cambiados: las mandíbulas se habían quebrado dándoles un aspecto más varonil y un vello oscuro dibujado sobre los labios prometía convertirse en bigote.

Miguel zamarreó la cabeza mientras hablaba, el encrespado pelo se agitaba llevando el compás bajo el potente sol de inicios del verano; sus brillantes ojos cafés habían tomado un color pardo casi verde.

―¡Llegaron, ya llegaron!

―Ya, está bien, pero cálmate. ¿Los viste?

―Sí, los vi pasar, justo frente a mi casa, estaba en la ventana de mi dormitorio mirando hacia afuera y de repente aparecieron.

―Y a ellas, ¿las viste?

―¡No, cómo las iba a ver! Supongo que habrán ido con su papá en la cabina de la camioneta… Fue impresionante, todo se veía como nuevo, relucía. Era un circo completamente renovado: elegante, lleno de colorido… En el costado del carro que arrastraba, estaban pintadas ellas sobre sus columpios… Iban sosteniendo entre las dos, adivina qué.

―Supongo que el anillo, igual que en los afiches.

―¡Sí, exacto, el anillo!

―Migue, ¿crees que se acuerden de nosotros?

―¡Pero por supuesto!, cómo no se van a acordar.

―Ha pasado mucho tiempo.

―No importa, te apuesto a que se acuerdan. ¿Acaso tú las olvidaste?

―No podría…

―¿Ves?

―De acuerdo, tienes razón, tenemos que ir a verlas.

―Y avisarles a las chiquillas.

―¿Tú crees? ¿Cómo lo va a tomar la Cami?

―¿Y qué si le importa? ―Miguel se largó a reír―. Claro que le va a importar, y le hará bien, capaz que deje de hacerse la interesante, especialmente contigo.

―No se trata de eso…

―¿Para qué la defiendes? Claro, porque los dos siguen comportándose como cabros chicos. Han pasado casi dos años y todavía ninguno reconoce lo que siente por el otro, y eso que ya tienen catorce… No te voy a decir lo que parecen. Está bueno que de una vez por todas le digas que te gusta, pero claro, como no te atreves… Estoy seguro de que anda detrás de ti… porque es así desde siempre. Parece que todos nos damos cuenta, menos ustedes dos.

―No lo sé, a veces se hace tan la interesante.

―Porque es mujer, así son todas. Así que digámosles que nos acompañen. De seguro dirán al tiro que sí.

El regreso del circo

Подняться наверх