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Capítulo 2 Nueva fisonomía del circo Cuando llegaron al lugar en que se instalaba el circo, se quedaron parados mirando cómo terminaban de descargar camiones y camionetas, mientras algunos instalaban los carros y otros iniciaban las faenas de levantar las carpas más pequeñas que servirían para disponer algunos servicios necesarios en el desarrollo adecuado de la vida de sus artistas y otros trabajadores.

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―Mira, Cami, todo está nuevito, no cabe duda de que les ha ido bien.

―Sí, Delia, yo digo lo mismo. Y muy bien.

Miguel y Horacio se giraron a mirarlas. A Camila su pelo negro le había crecido y lo mantenía sobre los hombros, con una chasquilla que le daba un toque de coquetería.

Delia, en cambio, continuaba usándolo más largo, destacando su gran cantidad de rizos. Aunque era castaño, bajo el sol tomaba una apariencia algo rubia. Los ojos pardos también respondían a la acción del sol, tomando una tonalidad amarillenta.

La carpa que comenzaban a alzar, a diferencia de la principal, listada rojo con blanco, recostada en su sitio esperando a ser levantada, era color beige y se veía impecable.

―Nada que ver con la del comedor de antes. Esta es mucho más elegante. Y la carpa principal también es igual de nueva, y se ve muy linda.

―Sí, las dos están preciosas, se nota que son nuevas.

―Y miren el colorido de los carros, los camiones y las camionetas, parecen recién pintados.

―Sí, y son últimos modelos.

―Qué buena.

―¡Vamos! ―Horacio echó a caminar.

Camila lo siguió y se puso a su lado.

―Te ves muy interesado en entrar pronto.

No respondió, se limitó a esbozar una sonrisa impregnada de socarronería.

Miguel y Delia los vieron adelantarse.

―Quién diría que este con el tiempo se pondría tan patudo.

―Sí, es bien lanzado, pero me gusta que sea así.

De pronto ella apuntó con su dedo índice.

―¡Mira allá! Esas niñas son iguales…

Miguel se detuvo.

―¡Sí, por supuesto, son ellas!

Cambiaron de rumbo y avanzaron en diagonal, alejándose de Horacio y Camila, que ignorantes de su descubrimiento, continuaron en busca del carro de las gemelas.

―¿Serán ellas? Son altas y tienen el pelo muy corto.

―Sí, serán altas y con el pelo corto, pero son ellas. En realidad, están bien altas. ¡Apúrate, Delia! Todavía no nos han visto.

A medida que se acercaban, Miguel notó que estaban muy diferentes. Lucían unos bluyines iguales, muy ajustados, y unas coloridas blusas con blanco, azul y amarillo, que haciendo juego con los ojos, se ajustaban al cuerpo, permitiendo que exhibieran los contornos de su paso púber hacia la edad adulta. Quiso comentar que se veían muy lindas, pero alcanzó a darse cuenta de que iba con Delia, no con Horacio. Por ello mantuvo la boca cerrada y se puso rojo.

Cuando llegaron hasta donde estaban, se habían agachado y tiraban de una cuerda, mientras un joven martillaba sobre una gruesa estaca para tensar el viento de la carpa.

―Hola.

Giraron sus cabezas y los ojos enfocaron a la pareja que las observaba. Con un atlético movimiento se enderezaron y quedaron frente a ellos.

―¡No lo puedo creer! ¡Miguel…! ―Sofía se lanzó hacia él, abrazándolo.

―Ya, hermana, deja que también lo salude.

―Está bien. ―Separándose, se acercó a Delia. Se abrazaron con afecto, aunque no tanto como lo hicieran con Miguel.

Alicia imitó a la otra gemela, luego también saludó a Delia.

Sofía aprovechó para acercarse de nuevo a Miguel.

―Qué bueno que estén acá… Mira, déjame presentarte a… ―Giró la cara hacia el muchacho que martillaba una segunda estaca―. ¡Juan!

Él llevó la mirada hacia ella.

―¡Ven, párate!

Se puso de pie con un salto que acusó su gran elasticidad.

Delia notó de inmediato su excelente estado físico. Le pareció obvio que trabajaría en el circo.

―Ven, Juan, déjame presentarte a mis amigos.

Alicia se acercó de nuevo a Miguel.

―¿Y Horacio…? ¿Y Camila?

Miguel soltó una carcajada.

―Horacio y la Cami, ya vendrán, los muy pavos andan por allá buscándolas, creen que están en su carro.

―No, imposible, con todo el quehacer que hay por aquí… Ven, Juan, acércate más, si no comen, déjame presentarte a mis amigos: él es Miguel y ella Delia.

―Hola.

Era un muchacho algo mayor que ellos, Delia calculó que tendría quince años, tal vez dieciséis; así y todo, a primera vista parecía tímido.

Para Miguel no pasó desapercibido que Sofía, al acercarlo a ellos, le había tomado la mano y demorado un buen rato en soltarla, lo que le pareció innecesario. Notó una molestia desconocida en su estómago.

Aparecieron Camila y Horacio. Él de inmediato se acercó a Alicia, lo que a Camila no le hizo gracia. Desde una distancia pequeña, pero que a ella le parecía enorme, apreció la efusividad con que se saludaron.

Al separarse, Horacio dirigió la mirada hacia Sofía.

―¡Hola! ―Se acercó y la abrazó con afabilidad.

Camila notó la diferencia entre aquel saludo y el anterior; molesta, se aproximó para saludar a Alicia y se dieron un rápido beso en la mejilla.

―Hola.

―Hola.

Durante un rato, todos quedaron en silencio. Sofía lo interrumpió.

―Creo que en la tarde tendremos un tiempo libre. Entonces podrían venir y salimos a dar una vuelta, ¿les parece? Así podremos conversar y contarnos qué ha sido de cada uno de nosotros.

Miguel realizó un contundente movimiento afirmativo con la cabeza. Horacio lo imitó.

―Excelente idea.

―Y ustedes, ¿pueden también?

Delia echó una rápida mirada hacia donde estaba Juan y la devolvió a Sofía.

―Por mi parte, está bien. ¿Ya, Cami?

―Sí, de acuerdo… ¿A qué hora?

Miguel sonrió.

―Por supuesto que aquí estaremos… ¿Les parece a las tres?

Alicia le devolvió la sonrisa.

―Sí, es una buena hora. Los estaremos esperando.

Horacio también sonreía y el semblante de Delia se veía despejado; Camila, en cambio, permaneció seria.

Sofía mantenía su expresión.

―Nosotras ahora tenemos que terminar de ayudar en esto. ―Se agachó, dándoles la espalda. Su hermana y Juan la imitaron.

Miguel echó a andar seguido de muy cerca por Delia. Poco más atrás avanzaban Camila y Horacio.

―¿Tenemos que venir? ―La voz de Camila sonaba como si le costara dejarla salir.

―¡Por supuesto! ¿Por qué dijiste que sí, si no querías?

―No, si yo digo, nomás, porque como habíamos quedado de salir en bici. El día está buenísimo para ir a dar una vuelta a la playa.

―Pero podemos venir en bici.

―¿Crees que ellas tengan?

―No sé, tal vez, tendríamos que haberles preguntado.

Delia, por su parte, tuvo deseos de girarse para mirar hacia atrás, pero temió que fuera una conducta demasiado evidente y no se atrevió. Reflexionó en cómo había cambiado su vida de un momento a otro, de manera tan inesperada. Siempre le había gustado un poco Miguel, pero no tanto como para hacérselo saber ni demostrar demasiado interés; no obstante, en el lugar que menos había esperado, apareció Juan, cuyo físico llamó de inmediato su atención, al igual que su timidez, lo que, junto a verse mayor, le gustó; de seguro tendría una manera de pensar que lo haría interesante. Por otra parte, venía a romper la monotonía de estar viendo siempre a las mismas personas.

Horacio también permanecía en silencio. Tenía presente el rostro de Alicia con su pelo oscuro tan corto que lo había sorprendido, el cual contrastaba con el potente azul de sus ojos, que se veían enormes. No podía negar que era aún más linda de lo que recordaba, y su atracción aumentaba al percibir que se había convertido en lo que solo supo definir como “toda una mujer”. Miró de reojo a Camila, quien continuaba caminando a su derecha. También le gustaba mucho, como siempre, pero nunca se había animado a decírselo y ahora, que había pensado en hacerlo, se encontraba frente a una difícil disyuntiva. Se preguntaba si realmente era posible que pudieran gustarle dos niñas a la vez o decididamente debía optar por una, lo que no quería hacer. Se sentía atrapado por las circunstancias y lamentó que ambas fueran parte del mismo grupo de amigos; eso, claro, dificultaba las cosas. Solo resultaba posible estar con ambas si estaba dispuesto a callar ante las dos sus intenciones amatorias.

Camila lo observaba por el rabillo del ojo, tratando de que no se diera cuenta. Le molestaba la sonrisa socarrona que llevaba, quizás qué estaría tramando en su mente. Debió reconocer que sentía una mezcla de irritación y pérdida de seguridad en sí misma que la desequilibraba. Sus celos eran mucho más furiosos de lo que hubiera podido imaginar y sintió miedo de que la traicionaran; tenía unas ganas locas de darle un beso, pero debía controlarse para no actuar de manera desenfrenada. Al mismo tiempo quería pegarle un buen par de patadas en las canillas, lo que pensó le ayudaba a contenerse para no hacer algo de lo cual después pudiera arrepentirse.

Pasaron por el lugar donde antes estaba el matorral que durante tanto tiempo había sido su punto de encuentro.

Camila miró la casa que había sido de la vieja Ester cuando se aprovechaban de su ancianidad y, sin saber, del principio de alzhéimer que la aquejaba. Desde hacía un par de meses estaba vacía. La habían recogido en una ambulancia y después no supieron más de ella. Decían que había muerto y un día el lugar apareció con un letrero “Se vende” en una de las ventanas. El alto pasto del antejardín, con su tonalidad amarillenta, tenía aspecto de maleza. Desde hacía cerca de un mes, había escuchado decir varias veces que estaba vendida, pero aún nadie la ocupaba.

En casi dos años, todo había cambiado mucho. Ellos eran bastante mayores y, salvo que hicieran algún desarreglo o flojearan en sus estudios, sus padres los dejaban juntarse en sus casas. En la suya, sobre el techo del garaje que estaba adosado a uno de los muros laterales, debajo de unas parras que habían crecido en forma salvaje con gruesos brazos de los que nacía un centenar de ramas que en la época daba unos racimos de pequeñas uvas negras que nadie comía, salvo ellos cuando comenzaban a convertirse en pasas, se juntaban a conversar y aprovechaban de fumar a escondidas.

Horacio se detuvo.

―¿Vamos a tu casa?

―Sí, podría ser… Todavía es temprano como para ir a almorzar.

―¡Sí, vamos al club!

Camila y Delia permanecían calladas. Ellos las miraron preguntándoles con la expresión de sus ojos.

A Delia no le atraía la idea. Lamentó que Juan no estuviera presente.

―Prefiero irme a mi casa, así tendré más facilidades para que me dejen ir a juntarme con ustedes después de almuerzo y otra vez en la noche.

Camila hubiera querido ir para pasar más tiempo con Horacio, pero no lo haría sola.

―Yo haré lo mismo que la Delia. Mejor juntémonos más rato.

El regreso del circo

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