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¿Quién no ha soplado un diente de león?

Miramos el cielo y nos conmovemos. ¿Cómo podría alcanzar tanta libertad?

Estoy cansada de estar anclada entre las mismas piedras, de sentirme atrapada en una vida y unos sueños que, más que míos, intuyo que son de algún creador que solo tenía ganas de reírse a mi costa.

Miro a mi alrededor y solo veo gente pidiendo a algo superior, rezando por encontrar respuestas, calmando frustraciones con vaivenes poco duraderos. Qué tristeza ser yo una más como todos ellos.

Acaba el día y estoy tan cansada de mí misma, de estos huesos, de este huracán de sentimientos contradictorios. Llega la noche y no sé si enterrarme bajo las sábanas o salir desnuda al balcón y flagelarme mirando la noche estrellada. Acabo tan cansada que lo último que deseo es que alguien me diga: «Descansa».

Que me soplen cual diente de león de flores secas. Que alguien me pida, como pedí alguna vez mi mayor deseo. Solo eso.

La botánica del alma

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