Читать книгу Cómo casarse bien, vivir felices y comer perdices - Ana Otte de Soler - Страница 8

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Solo tú, para siempre

«Amor es un regalo sin fecha de caducidad».

(D. Schwaderlapp)

Por lo comprometido que es el tema de la sexualidad en el noviazgo, ahondemos un poco más en él. Para vivir la sexualidad en plenitud se necesita madurez física y psíquica. Compromiso y fidelidad. Hay que decir con el alma lo mismo que con el cuerpo; si no, todo es una mentira.

¿Y qué hay decir con el alma y con el cuerpo? Que se quiere vivir una entrega total, tanta, que transmite vida. Esto no se da en los novios: el compromiso no es perfecto todavía, y la relación sexual no suele estar abierta a la vida.

La situación no es la misma cuando aún no hay un compromiso serio y hay miedo de ser abandonado. “Si solo quiere una parte de mí, cuando encuentre algo en otra persona que le atraiga más, ¿me dejará?”.

Normalmente la vivencia sexual no trae mayores problemas. Para alcanzar una actividad sexual satisfactoria no se necesita adquirir experiencia antes de casarse; hay toda una vida por delante para ir aprendiendo y enriqueciéndose mutuamente. No tiene que ser todo perfecto desde el primer momento. No hay que caer en el error de pensar que la experiencia “técnica” va a resolver problemas.

Para estar tranquilos, los novios pueden someterse a un examen médico.

La chica consulta a un ginecólogo si tiene irregularidades del ciclo menstrual. Son relativamente frecuentes los ovarios poliquísticos y la endometriosis, y ambos tienen tratamiento.

Los hombres pueden tener disfunciones eréctiles, es decir, problemas de impotencia. En ese caso, habrá que consultarlo con el urólogo. Cuando se descubre alguna deficiencia, habrá que comunicarlo a su pareja: nadie debe ir engañado al matrimonio.

Salvando estas circunstancias, el acto sexual en sí no exige que haya que acostarse antes de casarse. Si existe alguna anomalía afectiva en alguno de los dos, se percibirá en su comportamiento; una cierta frialdad, o una ausencia de caricias con el pretexto de vivir la castidad, resultaría sospechoso.

Muchos jóvenes no son conscientes de que se trata de un acto que corresponde propiamente a los cónyuges. Creen que es normal relacionarse íntimamente porque ya se quieren. Y que también es normal incluso sin quererse, o sin conocerse siquiera.

Cuando las parejas acuden a un cursillo prematrimonial, ya suelen tener fecha de boda, están montando su piso, o incluso ya viven juntos. Por justicia por las pocas parejas que van vírgenes al matrimonio, en estos cursos hay que hablarles a todos como si no supieran nada.

La experiencia con matrimonios que acuden a la consulta de terapia de pareja demuestra que muchas veces no viven bien la sexualidad. Se habla mucho de sexo, y los jóvenes creen que no les queda nada por aprender; pero a menudo los hombres no saben cómo tratar a las mujeres. Llegados a un cierto punto, ellas no llegan a disfrutar del acto sexual y empiezan a poner pegas. “Mi marido me ataca. Eso es todo”, me decía una mujer joven.

Cuando uno tiene dudas de asumir una unión definitiva —lo que es muy legítimo y humano—, debe esperar y ponderar la situación. Pero esa espera no le otorga el derecho a vivir con la otra persona como si estuvieran casados. Entre cristianos, el consentimiento ante el altar concede un carácter definitivo al matrimonio y confirma ante Dios y ante la sociedad que la persona elegida va a ser la única en recibir ese amor exclusivo. Entre no cristianos, también debe defenderse esa exclusividad, pues la unión matrimonial es una institución natural, que nace con el hombre. El matrimonio es un regalo; como un regalo recibido nunca se devuelve, así tampoco se devuelve a la persona con la que uno se ha comprometido.

Es, como todo regalo, irrevocable.

Cómo casarse bien, vivir felices y comer perdices

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