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8 Psicosis Propensión desenfrenada

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“Los días son hermosos. Cada uno con su dichosa particularidad.

El amanecer de un día soleado, que a mí particularmente no me gusta.

El aire frío del invierno.

El sonido de los truenos.

Claro. No te encantan tanto esas cosas cuando no tienes adónde vivir o qué comer.”

Releo el fragmento una vez más antes de convertirlo en un bollo y tirarlo al suelo. Luego de cinco segundos me levanto para arrojarlo a la basura. No tolero que rompa la armonía de mi blanca y aséptica habitación. La vida en general resulta ser difícil como para apreciar esos detalles con suficiente atención.

Me preparo para ir a dormir sin cenar. No tengo apetito ni tampoco ganas de darle vueltas al asunto de Isaac. No me costará hacerlo, porque me siento tan débil y agotada…


El sonido de una melodía lejana altera mi sueño. Abro los ojos, confundida, buscando el celular sobre la mesa de luz. Vibra una y otra vez hasta que asimilo que alguien está llamando. Atiendo con lentitud.

—¿Hola…? —. Espero una respuesta, pero solo recibo el desconcertante sonido de una lenta y pausada respiración. Sonrío confundida. Me tomo unos segundos intentando descubrir si se trata de algún tipo de broma. Seguramente Victoria está deleitándose del otro lado de la línea, disfrutando de mi delirio. Corto alterada, observando la llamada registrada como “desconocido.” Intento volver a dormirme, pero es imposible, doy vueltas y vueltas intentando no pensar en el asunto. Seguramente es una llamada por error. Lo acepto consiente para poder dormir. Mis lunes siempre son tan aburridos y solitarios, como el resto de la semana, en general. Éste en particular no es la excepción. Despierto descansada, pero un poco somnolienta debido a las vueltas que tuve que dar antes de conciliar el sueño. Decido ocupar mi tiempo en las tiendas virtuales, en la ferviente búsqueda de un nuevo libro con el cual ocupar mis pensamientos. Antes de prender la máquina, me despabilo en el sanitario, hago la cama prolijamente y me preparo un té, con la mente en blanco y sin pensar en el suceso de la noche anterior. Desayuno inmersa en la búsqueda de un nuevo título. Los libros no son como los amigos. No exigen tanta atención y no me traen problemas. No me hacen preguntas ni planteos molestos. Aunque mi búsqueda resulta frustrante, me contento con haber ocupado una hora debidamente justificada. Sin pensar en nada más, me dirijo hacia el comedor para abrir las cortinas de par en par, los vidrios espejados contienen gratamente mi privacidad. Contemplo el cielo despejado y la tenue luz del sol, la cual no me emociona demasiado. Detesto los días de calor, pero gracias a mis acotados gastos pude adquirir un aire acondicionado. Lástima que igualmente tenga que salir de la casa. Me visto para ir a comprar algunos víveres y evitar el desagradable recuerdo de la noche cuando alguien golpea las manos afuera. Abro la puerta principal y me encuentro bajo los rayos débiles del sol al rojizo cabello arreglado de Victoria que se encuentra tras la reja con expresión molesta. —Hola —digo, abriéndole la reja principal para que se contonee hasta el interior de la casa. —Eres toda una bella durmiente. No me sorprende que sigas soltera. —altera desconsideradamente. —Solo me sentía agotada… tuve una noche de amor magnífica —respondo poco convincente. Cada vez que intento dar un respiro, ella reaparece para sorprenderme con alguna reunión improvisada para avivar mi espíritu juvenil con un poco de música, luces y alegría desmedida de la juventud perdida por el alcohol y las excitantes drogas, pero sobre todo por la desesperación personal. Un pozo inevitable en donde la mayoría cae sin ver ni desconfiar del todo, y del que los pocos que salen para recuperar algo de lo que solían ser cuando todavía creían en sí mismos. En ese punto me perdí a mí misma, intentando no ceder. —Ese es el mejor chiste que has hecho desde que te conozco. —Sí. Claro… y hablando de bromas, la tuya fue muy buena. A las doce de la noche. Es tu culpa que no haya podido dormir bien. — ¿A las doce? No puede ser… un admirador secreto. ¡No lo creo! —altera incontenible. Se acomoda en el sillón del comedor. —Basta de bromas —exijo. Me detengo un momento para observar su rostro y sé que no fue ella. Las posibilidades son muy limitadas cuando se llama a una persona que padece de histeria. Solo puede ser algo malo. No puedo simplemente pensar que fue equivocado, la manera en que escuché su respiración. Voy en busca del celular para mostrárselo. —¿Qué dijo? ¿Era un hombre? —farfulla. Su rostro expresivo parece curioso y sobresaltado a la vez. —Nada. Solo sentí una respiración lenta. —No puede ser. Te juro que no le ofrecí tu número a nadie… más. —Seguramente fue equivocado. Por favor, las líneas se cruzan constantemente—. Observo el celular sin exaltarme. Las probabilidades de un misterioso acechador son nulas, en mi caso. —¿Guardaste el número? —No. Está registrado como “desconocido”… ¡Basta! No voy a darle importancia. Seguramente es una broma para alterarme los nervios. —¿No será una broma de tu amigo? —suelta refiriéndose a Isaac. —No. Él no podría… —Es tan sospechoso —murmura ensimismada. —No volverá a llamar. —¿Cómo lo sabes?—. La particularidad de su excesiva alegría es que me afecte de una manera positiva. —¿Me estás haciendo una broma, verdad? Eres tú. Como ya no puedes presentarme a nadie más… —Claro que no. ¿Cómo podría? —bufa con expresión aniñada. —¿No será alguno de tus viejos amigos? Después de todo. Mi mejor amiga es una persona muy popular. —No lo creo. Dejaste bastante claro que ninguno te interesaba —objeta con tono serio. Está en lo cierto. Doy por terminada la conversación yendo a la habitación para cambiarme de ropa. Necesito despejarme asique accedo a que Victoria me invite unas copas. Vamos al bar más cercano en la estación. Un sitio bastante común, espacioso y repleto de mesas de pool, luces de colores y la típica iluminación escasa de este tipo de lugares. Está vacío cuando entramos. Algunas personas charlan con las meseras en la barra. Victoria pide una mesa al fondo debido a mi resoplido irritante. — ¡Vamos! —altera señalando nuestra mesa. —Juega bien una vez para variar —la reto mientras ella retoca su maquillaje en un espejito de mano. Me mira con ojos brillosos al tiempo que toma su celular. Cambio el gesto advirtiendo sus intenciones. Después de dos juegos, pido unos tragos para descansar junto a la mesa redonda que se acomoda bajo una pequeña lámpara justo a unos pasos al lado del billar. —¿Viene Isaac? —Sí. Espero que no te moleste. —Claro que no —respondo morigerando el disgusto. Mi voz suena desagradable. —Dame una oportunidad. Es serio, por lo que me limito a asentir sin darle mayor importancia. Me retiro al baño ahogando mis comentarios. Cuando salgo, Victoria está hablando con Isaac. Pretendo poner la mejor cara posible, aunque no lo volví a llamar, luego de nuestro último encuentro en el que no me había convencido sobre su arrepentimiento. —Hola —pronuncio intentando hasta quizás efectivamente parecer desinteresada. — ¿Cómo estás?—. Su expresión es seria. Me incomoda. De repente parece distante, a pesar de que acordamos volver a ser amigos. Me siento para tomar en silencio mientras ellos continúan conversando, hasta que veo el ingreso de una acaudalada figura esbelta de cabellera rubia. —Lo que faltaba —murmuro iracunda, observando hacia mi compañera que luce fastidiada. Al parecer ya se dio cuenta de la presencia que se dirige hacia nuestra mesa con paso elegante y extremadamente arrogante. Se detiene en la barra para murmurarles algo a las mujeres que atienden, lo que provoca que el lugar se vacíe por completo. Demasiado petulante. Es la tercera vez que hace eso. Le pagó lo suficiente al local para reservar el lugar. Resoplo indignada. Isaac me observa fugazmente y luego mira a la esbelta mujer. —¡Qué sorpresa! —anuncia ésta con rostro confiado y autosuficiente, mientras menea discretamente su larga cabellera rubia, el alma de todas las fiestas, Beatriz. Su hermano, Ariel, aparece detrás de ella saludándonos rezagado. Lo conocemos desde la secundaria, aunque yo no lo había vuelto a ver, sé que Victoria no perdió contacto con él. —Sí. Qué sorpresa —responde la pelirroja, observándola con aprensión. Antes de que pudiéramos negarnos a su obligada compañía, una de las meseras acerca gentilmente dos sillas. —Hola, Isaac. Qué gusto verte de nuevo —afirma con extremada seducción. No tengo el valor de mirar a Victoria. Beatriz es el centro de atención a donde quiera que vaya. —Hola —. Él le devuelve una cordial sonrisa. El ambiente se torna incómodo. Imagino innumerables escusas para ausentarme de tan particular velada. —¿Estaban jugando? —pregunta Beatriz, al tiempo que se saca el delgado abrigo que la cubre. Su mirada refleja la seguridad de una mujer exageradamente arrogante. Puedo sentir los malos pensamientos que Victoria le está dedicando. —Sí —repongo desinteresada. La esplendorosa le hace una seña a la camarera que nos mira desde la barra, mientras la pelirroja me arrastra a un lugar seguro al otro lado de la mesa de pool. —Solo había invitado a Ariel —bufa consternada. —Tal vez Isaac la invitó… ¿quieres que le pregunte? —espeto reavivando el odio en sus ojos. —Lo siento, estaba bromeando. No le des importancia —la animo a tiempo. —Vamos a jugar, entonces —interrumpe la rubia con desmán alterado, fulminando con la mirada a Victoria. Se acerca a la mesa de pool para acomodarla. Me dirijo con desgana hacia la mesa. No tengo intenciones de participar en una batalla de egos. —¿No vas a jugar?—. Isaac me atraviesa con el poder de sus ojos. Me parece que disimula una sonrisita. —No —respondo secamente. —¿Quieres jugar conmigo? —interrumpe la rubia observándolo con ojos vidriosos y llenos de satisfacción. —Claro —dice él. ¿No tiene idea de lo que está pasando? Qué poco tacto. —Juega —ordena Victoria, con la voz ronca. Me incorporo de un salto y agarro el taco. Hago el primer tiro como de costumbre, fuerte y preciso. Debido a que es mi juego favorito, puedo lucirme. Ganamos el primer partido, aunque Isaac estuvo a punto de vencerme. Lo tomo entonces como algo personal. En cada tiro pienso que lo estoy golpeando a él. En el segundo juego cambiamos pareja para que Victoria no se ponga tan celosa. A mí me da igual mientras que deje de reprocharme con la mirada. La segunda partida estuvo bastante peleada, por así decirlo. Estuve a punto de perder por culpa de la rubia atolondrada. Al tercer juego le pido a Ariel que me reemplace. Isaac también se excusa para ser reemplazado. Camina hacia mí con expresión misteriosa. —¿Quieres tomar aire? —. Asiento de mala gana y lo sigo hasta afuera asediada por una penetrante mirada. La rubia parece disimular su interés. Caminamos lentamente unos pasos sobre la vereda. Me detengo repentinamente sobre el cordón de cemento. Miro perdidamente los autos pasar uno tras otros. —¿Qué sucede? —inquiere Isaac. Lo miro indiferente. —Nada… ¿Debería pasar algo? —No lo sé. Dímelo tú —repone con una mirada escalofriante. Sus ojos refulgen en las penumbras. —¿Por qué debería? —prosigo, reacia. —Esperaba que siguieras molesta… te conozco —advierte seguro de sus palabras. Me molesta cuando dice esas cosas. —¿De verdad? —. Cambio el tono: —¿Soy tan predecible? —acuso entre dientes. Aspiro hondo y levanto la vista. Lo miro despiadadamente acercándome a pocos centímetros de su rostro. Él sigue rígido. —¿Entonces dime qué estoy pensando hacer? —murmuro envarada. —¿Golpearme? —Me conoces bien—. Retrocedo unos pasos cuando se aproxima demasiado. Contengo el aire reaccionando ante su envolvente mirada. —¿Entonces no intentas seducirme? —. Lo pronuncia en tono de broma, pero no le sigo el juego. —No me interesa. —Discúlpame, pero sé que no es cierto —desliza sus manos por debajo de mi cuello muy lentamente y acerca sus labios sin dejar de mirarme. Planta un suave beso. —No lo hagas —susurro sobre sus labios. Se aleja. Sus ojos se vuelven intensamente azules. Niego con la cabeza. Mi expresión es de desprecio. Exasperante. Me doy la vuelta con pocos ánimos. Él me retiene por el brazo. —No te voy a volver a dejar—. Nuevamente se pone frente a mí. —Necesito tiempo. —Lo sé. —¿Lo sabes? —. Miro hacia atrás. Victoria se encuentra absurdamente escondida en el borde de la puerta del local. Camino hacia ella. —No digas nada —inquiere de forma agobiante. —Me abandonas —pronuncia con pesadez sabiendo la respuesta. —Estarás bien —menciono señalando hacia Isaac, a quien saludo secamente sin mirarlo y casi atropellando su hombro al pasar. Cruzo la avenida bajo los faros de la calle que alumbran forzadamente el pavimento gastado. Se me nubla un poco la vista, pero sigo mi camino con paso rápido. Tomé un poquitito de más. Puedo llegar a casa, puedo llegar. Alcanzo el colectivo que aguarda estacionado bajo la escasa luz de los tubos de neón. Me acomodo en un asiento doble hacía al fondo, aliviada de que Victoria no me haya obligado a quedarme. Sé que no vio nuestro estúpido beso. De lo contrario, no me hubiese dejado ir. Isaac sigue insistiendo. ¿Cuál es su problema? Sumida en mis pensamientos, no noto cuando el colectivo comienza a moverse. Recupero toda mi concentración en el momento en que una persona se sienta a mi lado. Tampoco había notado que todos los asientos estaban ocupados, por lo que no lo considero como algo sospechoso. Me inclino levemente sobre el asiento delantero intentando despabilarme, aun se me nubla la vista y tengo la boca seca, un ligero mareo me sacude en el asiento. Concentro mi atención sobre el camino, el paisaje se disipa rápidamente entre las luces de los faroles y de los demás autos. De repente una imagen viene a mi mente como una fuerte ráfaga de viento, o es culpa del alcohol. Recordé la respiración en el teléfono. No es posible. Es él. Imposible. Victoria tiene la culpa de esto.

La situación está volviéndose turbulenta. Solo puedo percibir el sonido de mi propia respiración agitada y la del motor del colectivo. Dedico unos segundos de coherencia para prestar atención al paisaje sin sentido que no logra distraerme demasiado. Una sensación de calor ardiente me sube desde el estómago hasta la garganta. Salto alterada cuando el celular vibra en el bolsillo trasero del pantalón. Lo tomo torpemente, atendiendo casi sin aliento y con la mano temblorosa.

—¡Jezz! ¿Has llegado bien? Estoy muy preocupada. ¿Por qué no me enviaste un mensaje? —altera Victoria, farfullando de histeria. Presiono los dientes dando lugar a la tranquilidad, para poder responder adecuadamente y que mi compañero de asiento no se dé cuenta de que estoy al borde de un colapso por su causa.

—Tranquilízate, aún no he llegado —murmuro lentamente, con la triste reserva de aire que aún contengo por si intento escapar.

— ¿Por qué hablas tan bajo? ¿Estás bien? —reitera con tono aprensivo.

—Sí. Te llamo luego —respondo antes de colgar. Sostengo el celular observando la hora. Faltan veinte minutos para las diez. No deseo saber si el extraño y misterioso sujeto a mi lado es realmente un psicópata confundido al elegirme como su víctima. ¿Qué estupideces estoy diciendo? Esto puede llegar a ser muy peligroso. Aunque mi estúpida mente me obliga a creer que no lo es.

El colectivo frena sorpresivamente, haciéndome perder el maldito celular que rueda torpemente sobre mi mano hasta desparramarse por el suelo. Intento buscarlo tanteando por debajo del asiento, pero no lo encuentro. Justo cuando estoy a punto de suspirar molesta, el sujeto a mi lado tiende su mano ofreciéndome el teléfono.

—Creo que esto te pertenece —susurra apaciblemente con una voz de ensueño, esperando a que me decida a responder. No me atrevo a mirarlo directamente, pero percibo que es un hombre joven y al parecer de buenos modales, por el tono de su voz envolvente. Un perfecto psicópata. “¡Los más sumisos son los peores!” grita mi subconsciente. —Sí… gracias —farfullo entrecortadamente, tomándolo en cámara lenta. Fijo la vista en el camino con el corazón atravesándome la garganta, late como una bomba a punto de estallar. Faltan un par de cuadras y necesito concentrar mis fuerzas para incorporarme sin mirarlo, sin temblar y sin caerme trastabillando contra el asiento. Seguramente si lo hago entraré en pánico y me lanzaré sobre la puerta intentando bajar. Esa no es una buena escena. Quizás ni siquiera se levante del asiento y me vea obligada a saltar con todas mis fuerzas. Estoy desvariando. Respiro profundamente con bastante esfuerzo. Esto no puede estar resultando tan difícil, lo admito… estoy asustada, un sentimiento aterrador bastante familiar, que no recordaba hace bastante tiempo. El sujeto se incorpora sorpresivamente y se queda junto al asiento como a la espera de algo. Salto rápidamente cuando veo pasar mi parada, por culpa de la distracción. Toco el timbre a unas cuatro cuadras. ¿Cómo demonios sabe en dónde tengo que bajar? No puede ser una casualidad. Es él. Mis entrañas se revuelven intensamente mientras procuro bajar del vehículo con cuidado. El frío apabullante que recibo al hacerlo, se cuela por mis huesos. Bajo a trompicones respirando ajetreadamente y casi trotando del miedo. El paisaje tampoco denota mucha confianza. Las lámparas que deberían iluminar la calle, están fundidas o rotas y el pavimento destrozado tornan al lugar abandonado y sombrío. Me pregunto si el sujeto bajó detrás de mí. La sensación de persecución me resultó sofocante. Miro de soslayo hacia atrás, pero solo veo autos estacionados. Apenas entro a la casa, llamo a Victoria. —Estoy bien —le repito con seguridad, pero con el corazón dándome vueltas en el pecho. No me había pasado nada igual. Nunca. —Al fin —replica no tan severa. —Estoy bien… Buenas noches —Buenas noches, Jezz. Cierra todo —advierte antes de cortar la comunicación. El espanto me hace asegurar las puertas de forma nerviosa. Cierro con doble vuelta la llave y corro todas las trancas sobre la puerta. Tengo seguridad de que nadie me siguió. Decido preparar un café bien fuerte para despabilarme. Luego prendo la computadora para distraerme. Aunque resulta imposible. Pasaré la noche en vela. Cuando logro finalmente tranquilizarme, cerca de la medianoche, me sobresalta una melodía desconocida. Me incorporo de la silla confundida, tal vez con la caída se había cambiado el tono del celular. Estoy equivocada, el celular ni siquiera está prendido. El sonido proviene de mi bolso. Me acerco dubitativa. Al abrirlo, noto un celular rectangular, parecido al de Victoria, pero de color blanco. Contengo el aliento, absorta, estudiando el aparato. La pantalla permanece apagada. Lo sostengo sobre la palma de mi mano escrutándolo. A las doce y un minuto se enciende nuevamente con un “bip” recordatorio. Desbloqueo la pantalla como suelo hacerlo en el celular táctil de Victoria. Tremendo cacharro. ¿Cómo demonios llegó a mi bolso? En una burbuja de diálogo celeste aparece el siguiente mensaje:

*Lamento haberte asustado. Espero que la próxima vez que nos encontremos, pueda lograr darte una impresión más agradable.*

Vuelvo a respirar ajetreadamente, espantada, mientras mi corazón bombea desbocado. Me tranquilizo a mí misma con la idea de que puede tratarse de Victoria. ¿Quién más podría perder el tiempo intentando asustarme? Me decido a responderle solo para seguirle el juego, solo para saber hasta dónde llega su retorcida imaginación:

*¿Una impresión más agradable? ¿Es una broma? Porque no soy precisamente la indicada para esta clase de cosas.* Mi corazón papita con fuerza mientras envío el mensaje. A los pocos segundos recibo una respuesta:

*Estoy muy seguro de que eres la indicada Jezabel.*

Imposible. Tiene que tratarse de la mejor broma que Victoria pueda llegar a hacerme.

*Si me dijeras dónde nos cruzamos, podría saber a quién le estoy escribiendo*, respondo.

Leo su mensaje una vez más. A los minutos suena nuevamente el tono de mensaje. Tiene que ser Victoria.

*Viajamos juntos. Espero que te encuentres bien. De hecho me gustaría saber si estás bien.* Imposible, es él. La hipótesis del psicópata vuelve a tomar relevancia, pero solo quizás es una trampa de Victoria, tal vez ella lo conoce y todo está armado. Es una locura. Estoy desvariando. ¿Sería capaz de hacerme algo así?

*Estoy bien*, contesto. El celular vuelve a sonar antes de que pueda pensar en algo objetivo.

*Extravié mi celular…*

Está bien. Victoria se esforzó en hacer la broma. Me parece que es demasiado premeditado para ser verdad.

*Tan propicio… Me pregunto cómo es posible que cayera en mi bolso, tú celular. Mmm… me parece algo sospechoso… ¿No te parece?*

Frunzo el ceño. No voy a caer. Debe estar enojada porque ya no puede presentarme a nadie más. Lo siguiente que hago es llamarla. Me debe una explicación muy convincente.


—Ya te descubrí.

—¿Jezz qué sucede?

—No finjas… tu broma salió mal —bufo molesta.

—Imposible… ¿Qué sucede? —Pregunta hiperventilando. Me da pánico al notar que su preocupación es auténtica. Casi se le quiebra la voz.

—Nada. No puede ser… un extraño puso un celular en mi bolso —balbuceo sentándome en la cama. De repente me siento agitada.

—¡¿Cómo?! —altera exaltada. —Voy para allá —dice antes de colgar.

A los minutos tengo un nuevo mensaje en la bandeja de entrada. Una especie de desagradable escalofrío me cruza la espalda en menos de un segundo:

*¿Casualidad o accidente?*, responde a los escasos minutos.

*¿Casualidad? Lo dudo. ¿Accidente? No soy tan ingenua como quisieras. ¡Déjame adivinar! ¿Lo quieres recuperar?*, escribo rápidamente.

No voy a entrar en su juego.

*No. De hecho, puedes conservarlo si quieres*, responde.

Imposible. No es un celular para nada barato. Es aún más sospechoso que pedírmelo. Pienso algo rápido.

*Dime una dirección adonde pueda enviártelo. No tengo intenciones de conservar algo que accidentalmente cayó en mi bolso*.

Estoy enojada y confundida. Tiene que ser un psicópata.

*No te molestes*, responde.

Me da mala espina.

*Insisto*, envío de mala gana.

*No lo sé. Es inseguro enviarte mi dirección. Apenas te conozco.*

Tuerzo el gesto de una manera exagerada. Ahora yo soy la psicópata. Tiene que estar bromeando.

*Claramente. Estás equivocado. Me asustaste.*

Estoy siendo sincera con un extraño. No puede ser peor. Mi instinto de auto preservación no está funcionando bien.

*Por favor. Discúlpame.*

Me recuesto preguntándome si escribirme con un extraño es una buena idea. El celular vuelve a sonar.

*No parecías asustada*, observa. Imagino el tono en que puede estar mencionándolo.

*¿Te gustaría que lo hubiese estado?*, respondo, creyéndome suspicaz.

*No. Esa no fue mi intención.*

*¡¿Y cuáles eran tus intenciones precisamente?!*

*Conocerte… tal vez no elegí el mejor momento.*

¿Por qué quiere conocerme? Me siento impresionada por sus palabras. Un signo bastante claro de desesperación pero, cómo no voy a permitir que él lo sepa. Está bien aceptarlo internamente. Tal vez es algún conocido de Victoria. Realmente espero que no.

*¿Conocerme a mí?*

Doy vueltas de un lado a otro, esperando. Seguro se habrá quedado dormido, aunque también podría estar acompañado por alguien, inclusive podría tener hijos y estar intentando seducir a una extraña chica, quien podría sentirse tan sola y desesperada como para darle oportunidad. Ni de casualidad lo haría. Eso me enfurece porque no tengo forma de averiguarlo. Es tan innecesariamente complicado. Pero la curiosidad…

*Sí… me encantaría*, contesta finalmente.

*¿Quién eres?*, respondo con la mano temblorosa.

*Tu admirador secreto.* Definitivamente es una estúpida broma. Me exalto cuando unos bocinazos parten el silencio. Victoria baja del auto a trompicones con expresión de terror. Abro las trabas sobre la puerta con rapidez. —¿Qué sucede? —altera antes de entrar. Le muestro el celular enorme. Se queda absorta con cara de espanto. —Se me cayó el mío y el sujeto que estaba a mi lado me lo alcanzó —explico ofendida por lo absurdo de la situación. Siento pánico cuando termino de hablar. —Beatriz sería capaz de esto —espeta con extremada seguridad. Suspiro frustrada. Es verdad. —Aterrador —convengo torciendo el gesto. —No sabes de lo que es capaz por un hombre. —¿Un hombre? —Isaac —asevera con expresión felina. —¿Acaso no te diste cuenta? —¿Qué voy a hacer? —Aprieto los labios omitiendo su pregunta. No suelo meterme en este tipo de situaciones, nunca. Pero Victoria es una experta en esto. —Continúa. Como si hubieses caído —contesta calculadoramente. Sus ojos se encienden como dos brazas. Arden con furia. —¿Qué pasó con Isaac? —interrogo precipitadamente. —Sé fue después de ti —afirma volviendo la vista al celular. Sus ojos vuelven a consumirse en un marrón color miel. —Sin dudas es ella —concluye luego de leer todos los mensajes. Me tiende el lujoso cacharro. —Invítalo a un lugar público para devolvérselo. —No lo haré —mascullo desinteresadamente. Ya había sido demasiado responderle los mensajes. Victoria toma nuevamente el celular y escribe algo muy rápido. A los segundos suena nuevamente. —No cuentes conmigo —refunfuño cruzándome de brazos. No tengo intenciones de participar. —Isaac me dijo algo de ti —espeta misteriosamente. —Estas mintiendo… me lo hubiese dicho. —No lo creo —murmura negando con la cabeza. —No voy a caer. —Está bien. Como quieras —dice sentándose en el sillón del comedor sin soltar el celular. Permanece en silencio. —¿Qué te dijo? —reitero luego de varios minutos. Sonríe triunfante. —Que está dispuesto a hacer cualquier cosa para recuperar tu confianza. Me esfuerzo por no agregar nada. Pensar en eso me molesta todavía. —No tengo ganas de jugar con Beatriz. Si ella piensa que necesita hacerlo es su problema.

—No. Es nuestro problema. No dejes que juegue contigo —increpa ofendida. Me ofrece el celular y se incorpora rápidamente para salir de la casa sin agregar nada. Cierro con llave al escuchar el motor de su auto alejarse. Me desplomo en el sillón del comedor buscando lo que había escrito en el celular, pero lo borró. Aparto el cacharro, irritada, y me voy directo a la habitación cerrando de un portazo. No necesito saber más nada del asunto.

Devorador de almas

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