Читать книгу Devorador de almas - Ana Zapata - Страница 9
7 Ojos azules Decisiones apresuradas: Eventual desastre.
ОглавлениеNo me gusta pensar que si yo hubiese tenido otro tipo de vida, no sería “yo”. Padres vivos, protectores. Eso hubiese cambiado tanto las cosas. Intento superarlo sola, como aprendí a hacerlo. Vacía, pero a salvo. Intento no ser dramática y siempre seguir adelante. Día tras día, aunque sienta que todos son iguales y que simplemente estoy soñando, a punto de despertar.
Al pasar diez años no puedo decir mucho de mi propia persona, algo que me haga sentir orgullo o autosatisfacción. Vivo con eso dentro de mi cabeza, restándole importancia y continuando siempre hacia delante. Con el enorme vacío en el alma que me hace sentir inservible.
Igual a otros tantos días, me desperté con claras intenciones de no pensar demasiado en los detalles de mi nefasta existencia. Soy patéticamente pesimista.
Antes que nada, reviso el celular para recibir las noticias del nuevo día, ya que no tengo televisor, por motivos y creencias personales.
Como Victoria anunció, mi jefe llamó para avisarme que no es necesario que vaya al trabajo para la limpieza general, evitando aclarar la intromisión de la sensual empresaria pelirroja en el asunto. Me alegro plenamente por la noticia. Me tomaré el día para despejarme y redondear algunas ideas. Lo primero que hago es agradecerle el favor a Victoria, escribiéndole un mensaje:
*Eres terrible… mi jefe me dio el día libre. De verdad, tienes que revelarme tus métodos.*
Segundos después llegan otros dos:
*Mis métodos son demasiado complejos para tu escaso intelecto sexual.*
*¡Excelente! Aprovecha para salir con Isaac. ¡Es una orden!*
Claro que no. No voy a arruinar mi primer día libre del año:
*Él se arrepintió de rechazar mi amistad, pero eso no significa que yo quiera volver a ser su amiga… tengo mejores cosas que hacer.*
*No sabes de lo que te estás perdiendo amiga*, contesta. Me pareció que le cayó demasiado bien.
*¡Es todo tuyo! Sigue practicando tus métodos mi queridísima y seductora amiga. La próxima vez consígueme una semana libre para variar.*, respondo crispada. Hago a un lado el celular y me concentro en ordenar un poco la casa.
El día libre me hace replantear mi agenda de la monotonía. Me baño antes de salir hacia el restaurante. Dudo antes de hacerlo. Me parece que debería aclarar las cosas con Isaac. Lo eché de menos, eso tengo que reconocerlo, pero no quiero que tenga esperanzas acerca de recuperar mi amistad. Victoria insistirá demasiado si no lo hago.
Rebusco en el bolso la tarjeta en donde ella anotó su número. Lo marco y llamo.
—Jezabel —pronuncia al segundo tono. Suena sorprendido.
— ¿Victoria te dio mi número? —objeto ofendida. Se lo habría entregado junto a mi foto.
Ahora que lo recuerdo no había tenido oportunidad de recriminárselo.
—Yo se lo pedí… —declara conturbado.
— ¿Cómo estás Isaac?
—Bien… ¿y tú?
—Aceptable —afirmo un poco nerviosa e insegura —voy a ir al restaurante… de siempre. Me preguntaba si podías ir…
—Seguro. Ahí estaré.
—Bueno… solo para hablar.
—Sí. Solo para hablar Jezz —repite burlón. Cuelgo sin previo aviso y por alguna razón mis piernas tiemblan y estoy sin aliento. Trato de no darle importancia mientras compruebo el día por detrás de las cortinas. El viento arremolina con fuerza la copa de los árboles y el cielo nublado se oscurece desde el horizonte. Está casi a punto de llover.
Voy rápidamente al baño para contemplarme en el espejo, incansable, otra vez. Soy de autoestima baja, pero no le doy importancia. Ser hermosa en mi situación mental no me haría la vida más fácil. Aprendí a ocultar mis debilidades tras una máscara de falsa seguridad. Supongo que los extraños no lo notan y eso me satisface a la hora de rechazar estúpidas citas.
Olvido el asunto y camino hasta la parada de colectivos. ¿Por qué tiene que ser tan difícil? Las relaciones humanas me frustran. Por eso me produce gusto estar sola, escuchar mis propios pensamientos. Pienso en eso durante los treinta minutos que dura el viaje, refutando mis propias hipótesis acerca del tema una y otra vez. Realmente tengo problemas.
Una vez en la estación, cruzo entre la innumerable cantidad de personas que se abarrotan por las estrechas veredas. Todas las tiendas están tan cerca que no hay espacio para caminar. Aunque a uno no le interese comprar nada, siempre se ve acorralado por la inmensa maraña de gente. Salen desde todas las direcciones como cardúmenes. Me quejo caminando sobre la ruta haciendo el menor contacto visual con estas personas.
El restaurante se encuentra cruzando la plaza, por lo que camino unas tres cuadras hasta llegar al lugar.
Cuando finalmente llego me dirijo al primer piso, donde solo una pareja habla en voz baja en un rincón. Me siento cerca del ventanal, de espaldas al interior del lugar. Finjo encontrarme sola para relajarme. El mesero se acerca rápidamente, casi pisándome los talones.
—Buenos días —dice educadamente. Seguro tiene esperanzas de ver a Victoria.
—Un café, por favor —pido en tono tranquilo. Intento ser cordial. El mesero asiente retirándose velozmente escaleras abajo. Respiro profundamente, reacomodando mis ideas. No imaginé tener que volver a ver a Isaac. No estoy preparada mentalmente como es debido.
Intentaré decirle lo que siento, sin insultos ni lamentaciones. Solo la verdad.
Cerca de las dos, él sube las escaleras con aspecto tranquilo. Luce jovial y raramente atractivo, más de lo que me gustaría admitir.
—Viniste —bromea, sonriendo de golpe. Me desparramo por dentro. Me contengo de demostrar algo. Hasta evito sonreír o hacer algún gesto.
—Sí. Me parece que ya es tarde para escaparme —respondo secamente.
—Muy tarde Jezabel. Esta vez no te dejaré ir—. Su voz suena considerablemente diferente. Acerca su silla sin dejar de mirarme. Me inundo con sus ojos ardientes y fríos. Un temblor me invade todo el cuerpo y un espasmo eléctrico me apunta la espina. Su presencia logra sofocarme y debo esconder los labios para intentar serenarme.
—Isaac…—cierro la boca de repente. Espera en silencio.
—Te extrañé —confiesa finalmente. Evito un gesto de molestia. Después de todo había sido su decisión alejarse. Trago saliva forzadamente. El mesero se acerca antes de que pueda hablar.
—Su pedido está listo. ¿Es el momento? —interrumpe dirigiéndose a Isaac.
—10 minutos. Por favor —responde éste.
—Muy bien, Señor. —agrega el mesero antes de retirarse con paso firme.
—Vas a necesitar más que diez minutos para convencerme —replico provocando su encantadora sonrisa. Perdería mi postura si no fuera porque realmente estoy enojada con él.
—Dime lo que piensas Jezz.
—Me sorprende —sigo con un hilo de voz. El contorno afinado de su rostro luce perfecto y radiante, sus transparentes ojos celestes iluminados por una luz interior. Naturalmente luce hermoso. Mi rencor no va a retroceder frente a su inevitable atractivo. Aprieto los labios y sereno mi ímpetu. Lo había invitado para hablar seriamente. —Mi amistad no te interesaba —repongo con recelo. Fijo la vista en las nubes negras que se arremolinan inalterables sobre los edificios. El ventanal permite una vista única del parque. Me concentro en la tranquilidad que me trasmite el entorno.
—Cambié, Jezabel. Depende de ti darme otra oportunidad —recita con voz segura. Lo miro inundada de rencor.
—Pasaron tres años. No supe nada de ti. Supongo que perdí el interés —concluyo. Su mirada se vuelve más intensa. Me parece que está por reír.
—Pensé que nada te interesaba —inquiere con una expresión intimidante. Pone los labios tensos.
—Si te ofrecí mi amistad fue porque me interesaba —rectifico ofendida.
—Jezz, tuve mis razones. Siempre fui honesto contigo. Y nuestro tiempo juntos…
—No volviste después del estúpido beso.
—Estaba enojado, decepcionado. Quería que fueras mi novia—. Casi salto del asiento. Esa palabra no es bienvenida en mi mundo. Es una señal de peligro. No sé bien qué decir…
—¿No me conocías lo suficiente para saber que te iba a mandar al demonio?
—Tenía esperanzas…
—No hay nadie que me conozca mejor que tú Isaac ¿Por qué tenías que arruinarlo? Por ser hombre supongo… no me respondas.
—Créeme que intente volver… pero sucedieron otras cosas.
—Está bien—. Asiento, pero no estoy para nada convencida. Seguramente le tomó tres años arrepentirse.
El mesero se acerca con dos copas y una botella sumergida en un bol metálico con hielo. Lo miro seriamente hasta que se retira en silencio.
—Esta vez será diferente. Lo prometo —asegura inescrutable —. Dame otra oportunidad.
Parece importante para él. Se me cierra la garganta cuando me toma de la mano. Odio que lo haga. Mi corazón se acelera repentinamente. Deslizo mi mano por debajo de la suya, evitando al tiempo su mirada aprensiva. Él ya sabe que no tolero el contacto físico.
—Disculpa. Quería reforzar la intensidad de mi promesa —confiesa con una sonrisa. Luce radiante. Me pesa en la conciencia rechazarlo. ¿Está intentando seducirme?
—Me molesta bastante… y lo sabes mejor que nadie—. Me observa obstinado. Parece que está por sonreír, pero no lo hace. En su lugar vuelve a tocar mi mano y a fulminarme con el apasionante color de sus ojos cristalinos.
—¿Entonces… me darás otra oportunidad?
—¿Te mereces otra oportunidad? —convengo excedida mente confiada. Él sonríe poco sorprendido. —Con una oportunidad fue suficiente… no soy de las que olvidan las cosas fácilmente —admito con expresión de pocos amigos. Me está costando contenerme. El asunto del rencor es demasiado para mí. Lo quiero golpear pero también me gustaría gritarle cuánto me hizo falta.
—No sé si merezco otra oportunidad…solo quiero estar contigo Jezz.
Casi me atraganto. Lo dijo con una intensidad arrolladora.
—Bueno… obviamente, no soy de las que dan segundas oportunidades…, pero…—farfullo confundida —me convences… como siempre.
—No te convencí de ser mi novia.
—Es verdad. Intentaré ser tu amiga…
—En ese caso, ya podemos celebrarlo —. Toma la botella y me sirve primero. Su sonrisa hipnótica vuelve a dejarme sin palabras. Maldición. “A mí los hombres no me producen nada.” Fijo la vista en su deliciosa mirada. Su atractivo está llamando demasiado mi atención. Pero no. No lo acepto. —Todavía no estoy segura de mi decisión… Es muy apresurado —espeto tomando un sorbo de la sidra. El rencor vuelve nuevamente a mis pensamientos. —Solo quiero estar cerca… como amigo —. Interrumpe mis cavilaciones. Tal vez se estaba notando la sospecha en mi expresión calculadora. —Igualmente ya sabes lo que pienso acerca de… otro tipo de relación —mascullo con resentimiento. Él sonríe nuevamente. — ¿Qué? —Victoria me contó que tuviste muchas citas… pero no te gustó ninguno. —Es verdad… aunque no sea de tu incumbencia. —Lo siento… pero es una buena noticia para mí —admite rosando sus labios con la mano en un gesto de placer. Está siendo muy sugestivo. —Simplemente pensé que yo no te gustaba… —Nunca me gustó nadie… ni me interesa que suceda. Es más… espero que no suceda. Sería demasiado complicado… para mí. —Está bien. Sigues siendo la misma persona que hace tres años —observa sin expresión—, tan necia y orgullosa —agrega mostrándome una encantadora sonrisa. No sé cómo negarme ante tal espectáculo. —¿Y tú? —espeto sin pensarlo. Él me mira de forma intimidante. —No. —Estás mintiendo —acuso obstinada. Es bastante obvio. —¿Tanto me conoces? —pregunta algo tenso. Sorprendido. —Lamentablemente sí —digo molesta. Retoma el silencio. Apenas creo que haya vuelto a mi vida. Por alguna razón él me parece alguien diferente. —Tienes novia. —¿Estás celosa?—. Lo fulmino con la mirada. —¿Tú crees? — Increpo autosuficiente y demasiado segura de mí misma. —Estoy solo… Miro el reloj del celular. Creo que ya fue suficiente. —Debo irme —. Intento no hacer alguna expresión extraña. Victoria se pondrá furiosa por arruinar mi propia cita. —¿Te puedo llevar? —No—. Me mira fijamente. La claridad de sus ojos parece atravesarme. —Como amigo. —Claro… siempre y cuando no intentes robarme otro estúpido beso— admito sarcástica. Pero carente de expresión. —Cómo podría— objeta poco sorprendido por mis palabras. Hablamos un poco de camino a casa. Decido llevarlo despacio. No tan resentida pero un poco molesta de que haya vuelto. Nos despedimos en silencio y le prohíbo que me llame. Acepta sin problemas y desaparezco dentro de la casa. Suspiro cuando lo hago. No salió como lo planeé. No lo pude rechazar y no tengo explicación alguna. Algo extraño sucede con él. No es el mismo.
Me despierto repentinamente por el estrepitoso tono que produce el celular. Había olvidado ponerlo en vibrador. Victoria me envió un mensaje:
*Te imagino durmiendo. ¡Ceño fruncido!*
Miro la hora: 8:15 am.
*¡Maldita sea! ¿No tienes una vida propia?* , le respondo. Me refriego los ojos, extremadamente soñolienta y bostezando varias veces.
*¡=P ! Eres muy PREDECIBLE. Hace días que no me escribes y quiero saber cómo te fue con Isaac.*
*Te espero en el restaurante*; resoplo con resignación y luego lo envío. Me desplomo con las manos sobre la cabeza.
¿Qué pasó con Isaac? No es el mismo y no encuentro manera de explicarlo. Eso me molesta en muchos niveles. Antes era tan fácil hablar con él. Ahora no puedo mantenerme lúcida y desinteresada como antes.
Me levanto con pesadez, indignada. Me molesto conmigo misma por recordar su mirada. Evité llamarlo después de nuestra repentina cita. Él también se mantuvo distanciado como se lo pedí.
Pongo la mente en blanco y me dirijo al baño. Aunque las imágenes y el sonido de su voz rebotan en mi cabeza. Insistentemente. Después de bañarme, encamino mi curso hacia la parada de colectivos, bajo el cielo gris y el aire fresco de la mañana. Para mi suerte, el transporte llega rápido y casi vacío. Me siento en el primer lugar más cercano a la puerta trasera y me coloco los auriculares para otra sesión de música deprimente. Me ayuda a relajarme… no es que sea una persona dramática.
Cuando llego a destino, una leve llovizna fría me roza el rostro, por lo que apresuro el paso para no mojarme. Es un lunes típico y ya son cerca de las diez de la mañana.
Aspiro hondamente intentando pasar desapercibida. El restaurante, como de costumbre a esta hora del día, está casi vacío. Me siento en el lugar de siempre.
Irina, la mesera, se acerca con apariencia amistosa. Me conoce hace bastante, desde que empezó hace un par de años, en el turno de la mañana.
—Buenos días, Jezabel —dice con energía. Realmente la envidio.
—Hola. Me traerías un café por favor.
—Claro —asiente antes de retirarse con paso firme. ¿Por qué yo no puedo ser como ella?
Alegre, despreocupada, enérgica. Algo sensual. Abandono la absurda idea en pocos segundos.
Saco mi agenda y birome para dar un paseo gratuito en mi privado mundo de confesiones.
Esta vez decido repasar lo último que había escrito y que parece casualmente describirme de alguna manera:
“Titubeante. Consternación. Afligida. Aspecto desdichado. Impaciente” Es exactamente como me siento mentalmente, aunque falte la palabra “desesperada”. Pienso, mientras observo resignada hacia la plaza. Las personas caminan pacíficamente hacia sus obligaciones o quizás solo para pasar el rato. Hace tiempo que dejé de preguntarme por qué la mayor parte de los humanos siempre tendemos a hacer lo mismo, como un ciclo inevitable. A pesar de todo, yo sigo siendo diferente de alguna manera y no sé si es bueno o malo. Supongo que no me conformo con nada ni con nadie. No puedo mirar hacia las personas y no preguntarme por ellas, la clase de vida que llevan y si son tan complicadas como yo. Desayuno pensando en las obligaciones de la semana. Nada importante por el momento. Debo cubrir mis horas normales y empezar a pagar las facturas.
Cerca del mediodía, la melena pelirroja se acerca con paso delicado hacia mi mesa. Esboza una enorme sonrisa.
—Esa no es la expresión que esperaba. ¿Tan mal te fue? —examina decepcionada. Se sienta frente a mí, expectante.
—Hace mucho que no lo veía y no pensaba hacerlo.
—Ya veo —repone dubitativa. —¿Por qué no me llamaste en estos días? —suena ofendida.
—Solo fue una semana… no tenía nada nuevo para reportar —convengo desinteresada.
—Extraño y no predecible… ¿Qué sucedió con él?
—Nada interesante.
—¿Y de qué hablaron?
—Nada en especial… se arrepiente de haberse alejado —explico con desgana. No necesito entrar en detalles.
—¿Por qué se distanciaron? —prosigue insistente.
—Diferencias… abismales —respondo con acritud.
—Ya veo… mientes tan mal Jezz… —Menea la cabeza acomodándose un mechón detrás de la oreja y me mira con ojos cristalinos y brillantes. Conozco exactamente todas sus expresiones.
—No puede ser… ¿Te gusta Isaac?
—¡No! No si a ti te gusta pero… naturalmente veo que no te interesa —balbucea como una niña. Continúo negando con la cabeza.
—Ya sabes cómo soy… pretensiosa —asevero con necedad. —Ustedes harían buena pareja —observo con malicia. Ella me devuelve una mirada lampiña.
—¿Él… está solo? —espeta dubitativa, disimulando su obvio interés.
—Sí.
—¿Te molestaría que lo invitara a cenar? —interroga apenada.
—Obviamente no —. Sigo sin expresión. Los ojos de Victoria brillan de un modo extraño. —Cambiemos de tema ¿Cómo va el trabajo?
—Bien. Hace unos días tuvimos una reunión con mi padre. Quiere incorporar a un nuevo inversionista. Es agotador —menciona casi resoplando.
—Me lo imagino —observo recordando las intensas noches de aburrimiento que pasé acompañándola a esas reuniones. —La buena noticia es que ya no necesitarás mi compañía… Isaac me puede reemplazar.
—Olvídalo… aun no sabes… —hace una pausa. Me parece que duda de sus encantos. —No te librarás de eso —apunta amenazante.
—¡Por Dios! No intentes seguir buscándome pareja… con eso estaré feliz.
—Ya sabes que cumplo mis promesas —advierte sonriente—. Te hace falta vida social.
—Lo dice alguien que tiene demasiado tiempo libre, asique supongo que no es un buen consejo —respondo autosuficiente. Me mira resoplando mientras vuelve sus ojos oscuros hacia algún sitio a través de la ventana.
—No lo puedo evitar —espeta sin sonrojarse.
—A diferencia de ti, yo te acepto como eres —inquiero con seriedad. Me devuelve una sonrisa aniñada.
—Ya te había dicho que era la última vez, pero tendrás que continuar acompañándome —admite para que deje de reprocharla por su búsqueda incansable de mi pareja. Me molesta hasta pensarlo. —Ya entendí que estás mejor sola… tal vez pensé que estarías mucho mejor acompañada.
—Por supuesto que no. ¿Acaso no ves lo feliz que soy?
—Isaac parece diferente a la mayoría —observa encantada.
—Fuimos amigos bastante tiempo, pero nunca lo miré de ese modo. A mí no me molesta que te interese.
—Eres rara —asiente displicente. Luego vuelve sus ojos hacía mí repentinamente como si se hubiese dado cuenta de algo. Tuerce el gesto incómoda. Luego niega con la cabeza y vuelve a mirarme. —¿Te gustan las mujeres? —espeta rompiendo el silencio. Me parece que los pocos clientes que se encuentran en el lugar voltean a vernos. Me río entre dientes.
—Tu razonamiento deja mucho que desear. Se te acabaron las ideas.
—Lo siento. No puedo concebir la idea de que no te guste Isaac. Es tan atractivo —hace una pausa y se sonroja levemente. —Todos los hombres que te presenté no eran realmente atractivos.
—No estoy interesada en eso Victoria, en cambio tú tienes la idea fija —repongo mirándola inmutable. Ríe admitiéndolo abiertamente.
—Solo un poquito.