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9 Intento frustrado Perfecta melodía

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Me apresuro para abrir las cortinas apenas despierto. Reconozco el sonido lejano de un potente y devastador relámpago. La débil luz del día se filtra escasamente a través de los vidrios. El cielo se cierra desde el horizonte con espesas nubes negras que se extienden con velocidad hacia el centro, mezclándose dentro de otras nubes grises. Contemplo la estupenda vista de los rayos. Me encantan estos días. Luego de un largo rato me retiro para asearme, como de costumbre, y comienzo a ordenar la ropa de cama. Entonces lo noto, sobre la mesa del comedor. El celular enorme. Es demasiado extraño, la sensación que se arremolina en mi vientre también lo es.

Me acerco para apoyar un dedo sobre la pantalla. Lo desbloqueo. Tengo una llamada perdida. Solo aparece un número desconocido. Espero a que se canse de llamar. Ya sé que Beatriz está detrás de esto, asique es fácil perder el interés. Lo tomo repentinamente cuando suena por cuarta vez y atiendo sin pensar demasiado.

—Hola —suelto con voz segura.

—Buenos días Jezabel —pronuncia una voz melodiosa. Me envuelve hipnóticamente, derribando todas mis defensas. Me siento de golpe en el borde del sofá, incapaz de pronunciar palabra.

No tenía idea de que pudiera provocarme algo parecido el sonido de una voz, la de un hombre específicamente.

—¿Qué demo…? —farfullo. Se me seca la garganta por respirar frenéticamente con la boca abierta. Mientras, mi corazón palpita agobiado, latido tras latido. ¿Qué es esto que siento?

Mi inconsciente me advierte a tiempo que Beatriz está detrás del misterioso acosador. Igualmente, me niego a creerlo por completo, sin explicarme la razón con verdadera conciencia.

—¿Cómo estás? —recita dejándome sin aliento.

Tiene que ser mentira. Me tiembla frenéticamente la mano. Su voz melodiosa es encantadora y sensual, no me resisto demasiado a caer ante sus encantos. Mis intentos por no fascinarme con su existencia son en vano. Aún sin conocerlo, sin saber nada de él.

—¿Eres…? —pronuncio intentando recomponerme con demasiado esfuerzo.

—Sí. Lamento lo que sucedió anoche… creo que fue algo precipitado de mi parte —explica tranquilamente. No me cuesta convencerme acerca de sus inocentes intenciones.

Debido a mi poca experiencia, puedo afirmar que dice la verdad. Puedo afirmar cualquier cosa que me diga. Solo quiero conocerlo.

—Está bien… fue extraño —convengo recordando nuevamente el asunto de Beatriz sin mucho esmero. Me incorporo de golpe como despertando de un largo sueño. —Extraño también lo de tu celular —inquiero con la voz más relajada.

La lluvia comienza a hostigar los vidrios de los ventanales, la fuerza del viento las desparrama en cientos de gotas. Contemplo cada detalle de los rastros que deja perdiéndose una dentro de otra, formando líneas quebradas imaginarias. Me pierdo en mis cavilaciones esperando una respuesta del extraño seductor.

—Es una excusa… —confiesa en un tono más serio, tan sensual y severo.

—No escatimas en gastos… por lo visto—. Me olvido de que es un extraño. Escucho una risa apagada.

—No tengo que hacerlo —afirma con tranquilidad. La serenidad de su voz es realmente perturbadora. No presiento una trampa en sus palabras.

—Encontraré la forma de regresártelo.

—Como tú prefieras, Jezabel. Encantado de conocerte… solo necesitaba saber que estás bien —. Utiliza toda la potencia de su seductora voz, porque siento que se corta el aire a mí alrededor y lucho por mantenerme en una pieza.

—Estoy bien.

—Me alegra saberlo. Espero que tengas un buen día.

—Gracias —. La comunicación se corta y permanezco rígida y sin aire. Una clase de principio de euforia interna reprimida me ataca. Se libera con fuerza. Miro hacia la lluvia, ansiosa y emocionada como una niña. No quiero aceptarlo tan repentinamente, pero siento una especie de satisfacción incontrolable, diferente a todo lo demás que había experimentado antes. Tengo serías esperanzas de que sea una casualidad del destino.

Ya estoy arruinando el momento de lucidez.


Paso una mañana intranquila, ocupando mi tiempo entre los quehaceres habituales y la preparación de la comida. Saco la sopa pre-cocida del congelador para calentarla. En quince minutos está listo el almuerzo. No tengo intenciones de darme un gran festín.

Mi estómago está cerrado, invadido por una extraña sensación no bienvenida. Su voz continúa haciendo eco en mi cabeza, pronunciando mi nombre, una y otra vez.

Cuando termino de comer y de lavar los utensilios, me recuesto mirando la llovizna. Tomo mi celular, intuyendo una llamada perdida. Victoria me llamó unas tres veces. Cinco minutos después un mensaje. Lo leo en voz alta:

*Hola, Jezz. ¿Por qué no contestas? Te espero en el restaurante. Hoy es tu día.*

Sospecho de sus intenciones. Acepto solo porque el fresco y la lluvia me ponen de muy buen humor.

*¿HOY ES MI DÍA? Eso solo puede significar que me dejarás en paz.* *Eres tan linda Jezz.*

*¡El sarcasmo no te queda Vic! Nos vemos*, contesto antes de buscar un abrigo.

Salgo como estoy vestida y le sumo una chaqueta de cuero gris a mi normal repertorio: una camisa entallada del mismo color, unos jeans gastados negros y mis botas preferidas.

Dejo el enorme celular del extraño, apagado, sobre la mesita de luz.


*****************************************************************************

Cuando llego al restaurante, Victoria se encuentra en la mesa de siempre, con su típica sonrisa insinuante. La miro sospechosamente.

—¿Qué sucede? —increpo sin saludarla.

—Buenos días —replica. —Te pedí un café. Necesito que estés muy despierta.

—¿Estás planeando algo? —continúo frunciendo el ceño. Se me da bien poner expresión de fastidio.

—Hoy iremos a la capital. Te necesito.

—No tengo planes para esta noche —la interrumpo, poniendo cuatro sobres de azúcar al café.

—Nos encontramos en el correo a las 10.

—¿Y por qué se supone que debería ir?

—Porque eres mi amiga. Porque me lo debes. Porque me aceptas como soy y por lo tanto aceptas acompañarme a cualquier sitio, por más aburrido e intolerable que te parezca.

—Por favor. No estoy de ánimos.

—Realmente nunca tienes ánimos… Tal vez tú solita encuentres a alguien… —Me guiña el ojo seductoramente.

—Como si eso fuera posible.

—Es el hotel de un amigo de mi padre. Te va a encantar —afirma en un tono poco convincente.

—No.

—Necesitas salir y yo necesito que salgas.

—Eso no me convence precisamente.

—No eres de lo más simpática para relacionarte con otros de tu misma especie —observa perspicaz. Su voz chillona suena resonante y claramente audible, seguramente hasta para los que están en los sanitarios del segundo piso. Resoplo con resignación.

—Esa es la idea. No quiero a ningún hombre intentado aprovecharse de mi falta de entusiasmo hacia la vida.

—Hoy te despertaste bastante gruñona. Te pasaré a buscar a las 10. No llegues tarde, como de costumbre. Sorpréndeme una vez, para variar —dice burlándose—. Si no fuera por mí, te la pasarías encerrada —menciona con obstinación.

—Claro. Siempre olvido agradecerte que cambies mi vida. Aun cuando no me interesa que lo hagas.

—Que considerada eres al no intentar herir mis profundos sentimientos con tu honestidad, Jezabel. Lamentablemente te conozco demasiado y sé que hago lo correcto.

—Si tú lo dices —bufo molesta. Es tan entrometida.

—Tu falta de entusiasmo es… imperdonable —susurra indignada—. Esta tarde recibirás un paquete. No te olvides del protocolo.

—¿Cómo? Espero que no sea un maldito vestido.

—¡Jezz! Esta vez no es formal. Nada de vestidos —resopla dándose por vencida.

—Está bien entonces. Espero que sea algo aceptable —advierto dándole grandes sorbos al amargo café, bastante frío.

El día pasa más rápido de lo que esperaba. La casa luce impecable, asique no me puedo entretener con eso. Decido finalmente, después de dar varias vueltas, tomar otro baño y prepararme mentalmente para el aburrido evento de la noche.

La mayoría de las veces siempre parezco ausente. No soy muy buena transmitiendo buenas energías. No como las demás personas.

Cerca de las cinco escucho unas palmadas en la entrada. El repartidor ha llegado.

Resoplo antes de salir. Luce un piloto amarillo que lo protege de la llovizna.

—Buenas tardes. ¿Eres Jezabel? —interroga sosteniendo una caja y dos bolsas plásticas blancas con marcas impresas de color negro, empapadas por la lluvia.

—Sí —respondo mientras abro el portón con expresión de fastidio. Él me ofrece su planilla de entregas para que lo firme y luego se retira en una bicicleta. Voy hasta la habitación separando las cajas de las bolsas mojadas.

La primera caja blanca aplastada contiene una chaqueta de cuero entallada al cuerpo. Tiene varios cierres plateados en la parte de los bolsillos y alrededor del cuello y de las muñecas. Me asombro de lo bien que me queda. En la siguiente caja, más pequeña y de color madera, hay una camisa negra translucida con botones dorados y pequeños adornos del mismo color en las muñecas. Acompañada por una calza fina de cuero negro.

No es habitual, pero lo acepto. Mi atuendo más formal es un pantalón de jean negro.

Tomo la última caja leyendo antes una pequeña tarjeta pegada en la tapa que cita:

“¡SOLO PARA VARIAR!

Posdata: Isaac sugirió la chaqueta.

A mí me parece demasiado tú.”

No lo imagino comprando ropa de mujer junto a Victoria. Suena raro. Abro la caja. Sin duda los eligió ella. Tomo uno de los zapatos, poniendo mala cara debido a la altura del taco. Son de un color negro acharolados decorados con diminutas púas doradas. Coloco todo junto a mi bolso menos la chaqueta. Prefiero vestirme en el auto de Victoria. No pienso salir de esta manera por el barrio.


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Ya son las nueve y media de la noche cuando corro hacia la parada de colectivo más cercana. Cierro mi chaqueta por el frío que se cuela por debajo de mi espalda. Había olvidado que los colectivos tardan más tiempo en llegar después de las ocho. Está a punto de llover.

Espero impaciente treinta interminables minutos mirando hacia la oscuridad. Por suerte dos señoras me hacen compañía, conversando entre ellas. Finalmente llega el transporte.

El viaje dura alrededor de treinta minutos, dependiendo del tráfico, por lo que me acomodo casi en el último asiento del colectivo esperando no ser perturbada por ningún tipo de mirada curiosa, mientras me sacudo el pelo humedecido por la lluvia. Para pasar el tiempo prefiero escuchar música y distraerme. En ese preciso momento, noto una sensación bastante extraña que me obliga a girarme. Vislumbro una figura hacia el fondo del colectivo que me escruta fijamente. No pude ver su rostro debido a la escasa luz del colectivo. ¡Dios! Es él. Me está acosando. ¿Qué hago? ¿Qué hago si intenta hablarme? No lo hará o tendré que golpearlo. Sin dudas Beatriz me quiere fuera de su camino. Bajo la mirada al instante de manera que no note que me di cuenta de su aprensiva atención. No puede ser él. Su voz de encanto. Espero que no sea él. Por favor que no sea él. Me exalto cuando el sujeto también se incorpora para bajar, al mismo tiempo que yo. Está parado detrás de mí. Se me crispan los nervios y un nudo en la garganta intenta ahogarme. Cuando el colectivo abre sus puertas, desciendo a los saltos, bajo la lluvia, rogando que el extraño no me siga, pero al llegar al correo advierto que él también espera a unos cuantos metros de distancia, al otro lado de la calle, junto a un paredón de concreto. Me saco de un tirón los auriculares, controlando el temblor en mis manos, a pesar de que no parece intentar acercarse. Respiro profundo. Invadida por la imperante necesidad de correr, pero no puedo hacerlo. Estoy rígida y confundida. Si intenta acercarse tendré que hacerlo. El celular suena en el momento menos indicado, provocando que se me espante el cuerpo por completo. Lo tomo del bolsillo trasero con la seguridad de una anciana. —¿Hola? —intento desviar la atención del sujeto misterioso que se interpone en mi campo visual. Estoy horriblemente invadida por su observación. —Perdón por el retraso. Estoy a punto de llegar—. La enérgica voz de Victoria me ampara. Muchas veces debí renunciar a su encuentro por culpa de su impuntualidad, era eso o aguardar para golpearla por hacerme esperar. Ya pasaron diez minutos, que me parecieron algo cercano a la eternidad, tengo necesidad de que llegue lo más pronto posible. —Está bien. Solo apresúrate, me estoy mojando. Cuando vuelvo a mirar hacia la esquina la figura misteriosa había desaparecido. Segundos después, escucho el motor de un auto acercarse rápidamente a la vuelta de la cuadra. —Ya estoy aquí —altera Victoria antes de saludarme con un cortés beso en la mejilla. —Hubiese preferido que llegaras tarde —respondo cortante, con el ceño fruncido. —Vamos —ordena poniendo mala cara al ver mi ropa. Examina mi aspecto cetrino antes de arrancar el auto. —¿Qué sucede? —Nada —. Me sacudo el cabello intentando distraerme. —¿Algo te cayó mal? —acusa con insistencia. Trato de disimular pasando al asiento trasero para vestirme, justo antes de arrancar. Miro de reojo hacía la esquina desde donde el extraño me observaba. Un escalofrío me recorre fugazmente la espalda. —Estoy bien. Decidí olvidarlo. Si Victoria se entera, armará un escándalo. —Invité a Isaac —espeta mirándome por el espejo retrovisor. Evito cualquier gesto de desprecio y solo me limito a mirar el típico paisaje de ciudad. —Ya veo… —murmuro relativamente molesta. Como en la mayoría de las situaciones, solo trato de superar la situación. A mi amiga le gusta mi viejo amigo. ¿Qué tan complicado sería si yo estuviese en el medio? Escucho música los cincuenta minutos que dura el viaje. Dejo las sandalias a un lado y me calzo las botas con plataforma que tanto me gustan, en señal de protesta. Victoria hace caso omiso admitiendo mi conducta con disgusto. Se detiene en una amplia playa de estacionamiento cercada por una gran cantidad de pinos de todos los tamaños. A lo lejos se emplaza un enorme edificio con forma de torre, inundado por ventanales espejados. Se siente desde lejos el ambiente elitista. Frunzo el ceño. Caminamos directamente hasta una puerta lateral que se encuentra flanqueada por dos hombres corpulentos vestidos de traje. Victoria conversa con ellos antes de que nos permitan el paso. El ambiente dentro del edificio es diferente al de las reuniones usuales a las que Victoria suele arrastrarme, las luces están bajas. Miro el espectacular pulido de las cerámicas del suelo cuando ingresamos al salón principal, en donde nos encontramos con el padre de Vic que nos saluda entusiasmado. Nos presenta al dueño del hotel que nos aconseja subir al primer piso para que nos sirvan la cena. En todo momento finjo no estar presente. La pelirroja me arrastra escaleras arriba luego de secuestrar mi abrigo para guardarlo en la recepción. Todavía no entiendo por qué ella insiste en que la acompañe. No se me da muy bien eso de ser el alma de las fiestas. En el segundo piso cruzamos una amplia pasarela alfombrada desde donde se puede ver la planta baja. Me mareo un poco debido a la altura. Al final ingresamos a una sala también escasamente iluminada. Las personas en el lugar están acomodadas en unas mesas circulares sobre las cuales penden unas lámparas con forma antigua. Nos dirigimos hacia una barra de metal, en el lateral del salón, que se ilumina por luces azules. El barman, adecuadamente vestido de camisa y chaleco, nos ofrece unos tragos. Es la primera vez que me siento a gusto en una de estas reuniones. —Isaac todavía no llegó —dice Vic mirando la pantalla de su celular, con el rostro apacible como una muñeca de porcelana—. Vamos a sentarnos—. Se dirige hacia las mesas apartadas que están al fondo del salón junto al gran ventanal espejado. Me siento a gusto, ya que nadie parece prestarnos atención. —¿Ves que eres predecible? —acusa la pelirroja. Aun así, siento la preocupación en su voz. Está demasiado pendiente de la inminente llegada. Me muerdo el labio evitando poner los ojos en blanco. —Suele ser tan impuntual como tú —advierto llamando su atención. —Lo siento… ¿se me nota? —Predecible debería ser tu segundo nombre —murmuro sonriendo. Tomamos algunas copas más, probamos diferentes tragos, riendo de cualquier cosa, hasta que Isaac ingresa al lugar. Cambio el gesto con recelo. Luce tan elegante de traje. Inclusive se puso corbata. Me muerdo los labios. Simplemente me encantan las corbatas… los nudos… Sin lugar a dudas Victoria tiene algo que ver. Sonríe atractivamente apenas nos ve. Pongo una expresión ausente como si estuviera en otro lugar. Eso sí se me da bien, parecer desinteresada. Aunque mi corazón bombee enérgicamente y tenga ganas de huir. —Pensé que no vendrías. Victoria dijo que te pusiste difícil —dice llamando mi atención con sus increíbles ojos claros, translúcidos como el agua. Me muerdo el labio con rencor. —No tenía ánimos de venir —asevero crispada. Victoria me fulmina con la mirada. Me retiro hacia la barra para dejarlos solos. Desplomándome sobre uno de los banquitos altos, le pido al barman el trago más costoso. Claramente todos los gastos están cubiertos. Bebo apresuradamente el delicioso trago color café mientras, giro la cabeza de forma desinteresada mirando hacia la mesa de Vic. Habla demasiado animada. Isaac me mira de forma implacable, como cuando discutíamos. “Estaba mejor sin ti.” Vuelvo la vista hacia el barman para preguntarle dónde están los baños, mientras me muevo en cámara lenta, debido al efecto del alcohol. Definitivamente la bebida no es buena consejera. Debo subir hasta el segundo piso, ya que estoy en uno intermedio. Decido hacerlo por las escaleras, debido a mi aversión por los ascensores. Algunas mujeres ríen a carcajadas mientras caminan de un lado a otro por los pasillos. Me mantengo firme, evitando caminar en zigzag. Una vez que cruzo el largo pasillo, doblo a la izquierda para llegar hasta los sanitarios. La música que llega desde el piso superior hace retumbar el techo. Me precipito a usar el sanitario, alivia un poco la visión neblinosa y el mareo. Escruto la imagen que me devuelve el espejo frente al lavamanos. Una mujer pálida de ojos negros y brillantes me mira con mala cara. Sonrío desdichada lavándome las manos. Uso un poco de papel para remover el estúpido brillo labial que me aplicó Victoria… tan innecesario. Siento ganas de gritar, pero lo evito. Es el alcohol que desencadena todas mis ansias. No entiendo por qué ella me invito si tenía planeada una cita con mi ex mejor amigo. De este tipo de complicaciones suelo alejarme. Al salir del baño, un presentimiento negativo me inunda. Una sensación extraña. Regreso a la barra impávidamente. Isaac me espera con expresión ausente. Me acomodo nuevamente en la silla, sin prestarle demasiada atención. —¿Cómo estás? —pregunta precavido. —Como siempre —pronuncio con cara de póker. Lo miro de reojo. —No me interesa si sales con Victoria, en realidad no me interesa si sales con quien sea, pero si la lastimas, voy a ir por ti —digo con mucha seriedad. Soy una ridícula justiciera idealista, sumando el hecho de que odio que se trate de él. —Pensé que me ibas a dar otra oportunidad —acusa muy cerca de mi rostro. Me levanta la cortina de pelo que oculta la mitad de mi rostro. Giro un poco la cabeza para que pueda ver mi expresión iracunda. A pesar de que limito su efecto presionando los labios. Suspiro superando el momento. —Yo también puedo arrepentirme, y no necesito tres años para hacerlo —pronuncio sarcástica. Victoria se acerca antes de que pueda destilar más veneno. —Hola —su mirada es cautelosa. —¿Me preguntaba si nos acompañarías a cenar? —. Lee mi expresión. Aunque sabe que no puedo comer en público, seguramente quiere que la acompañe. —Acabo de perder el apetito… —. Lanzo una mirada de odio hacia Isaac. Bajo la vista disimuladamente para no soltar un quejido de furia. —Por favor—. Victoria me pone mala cara. —Estoy a gusto —digo con tono normal. Isaac se retira cediéndole el paso a la pelirroja. —¿Qué pasa? —acusa. —Nada. Intenta pasar el rato—. Le pido un trago al barman, rechazándola con la mano en el aire. —Como quieras, Jezabel… no puedo contigo cuando te pones así—. La ignoro.

Miro cómo el pequeño cubo de hielo flota en el trago azul, a elección del barman, seguramente reparando en el triángulo amoroso del que formo parte. Rozo los bordes de la copa triangular con mi dedo índice, dando varias vueltas con máxima concentración. El alcohol corre por mi sangre como el fuego. Levanto precipitadamente la copa para beberlo todo de una vez.

Respiro hondo varias veces para no sentir náuseas. Conozco mis límites, pero la idea de imaginar a mi ex mejor amigo con Victoria, juntos, me produce repulsión. Mis fotografías mentales están siendo demasiado realistas. Pido otra ronda.

—¿Ahogando penas? —espeta el barman. Me dedica una sonrisa comprometedora.

—Procurando ahogarlas—. Me sirve otra copa y aceptando mi ceño fruncido se aleja. Es justo lo que necesito. Emborracharme en paz. Recorro varios pensamientos mientras río sola, recordando estupideces. Completamente empedernida. Ya no me interesa lo que estén planeando esos dos. No me gusta Isaac. ¿Por qué esté escándalo mental? Hay varias voces dentro de mi cabeza y sé que esa es la correcta. Isaac no me gusta. Ellos pueden hacer lo que quieran.

Miro perdidamente la copa haciendo círculos con mi dedo índice. Tal vez debería irme. Solo estoy perdiendo mi tiempo. Miro el reloj detrás de la barra con la vista neblinosa, me río por la forma en que las agujas se inclinan como en un sueño. No puedo distinguir las agujas. Las dos se mueven y creo que falta el que marca los segundos. Sonrío de forma borracha mientras termino mi quinta vuelta. Me siento más feliz conmigo misma.

—Buenas noches —espeta una voz sublime y encantadora. El sonido ingresa directamente a mi cerebro impactando de lleno. La neblina producida por el alcohol hace efecto nuevamente. Giro la vista en cámara lenta. ¿ES UN MALDITO SUEÑO? Presiono uno de mis puños contra la barra para no perder el equilibrio y caer de bruces. Creo que estoy tan asustada como sorprendida. Un hombre esbelto, de mirada hipnótica y vestido con un traje negro se encuentra erguido mirándome directamente, a poco más de medio metro. Tengo la boca abierta, pero no puedo controlar el impulso que me arrebata su mirada. Su piel pálida y hermosa como la porcelana resplandece de una manera antinatural. Me tomo unos segundos, consumida por el fulgor envolvente de sus ojos verdes, más preciosos que la esmeralda y de una profundidad líquida increíblemente deliciosa. Me muerdo los labios sin poder dejar escapar ningún sonido. Intento tragar saliva para poder responder. Su avasallante presencia me deja obnubilada. Es una broma que me esté hablando. “¡Te está hablando!” me repito varias veces. Miro hacia atrás para asegurarme de que se dirige a mí. Nadie más que nosotros está sobre la barra. —Buenas noches —digo con un patético hilo de voz. Mis manos tiemblan como una hoja al viento. —¿Me lo recomiendas? —pregunta encantador. Señala mi copa casi vacía. Atrapo mis labios sin poder dejar de admirar la transparencia fulgurante de sus ojos. Me obligo a recuperar la compostura. Mi libido despierta de un sueño eterno y soy víctima de su increíble poder sobre mí. —Claro —aseguro forzadamente, recomponiéndome. Agradezco no estar babeándome la ropa mientras el corazón se me atraviesa por la garganta. Miro hacia el frente con demasiado esfuerzo. No puede ser verdad. Su presencia a mi lado. Giro la vista para el lado opuesto, hacia donde están las mesas. Encuentro inmediatamente a ese par de ojos celestes perturbadores. Isaac me fulmina con la mirada. Victoria me mira estupefacta. —¿Te puedo invitar otro? —espeta la voz sensual. Respiro forzadamente, casi cerrando los ojos. Es imposible evitar tal presencia. Estoy en shock. Lo miro una vez más, sigue a mi lado, contemplándome con atención. Sus labios estrechos forman una atractiva sonrisa. Su expresión se ilumina por completo devolviéndome una imagen mental que dolerá recordar en la mañana. Mi corazón vuelve a bombear violentamente castigando mis costillas. Me estoy por desmallar. Recompongo mi postura sosteniéndome de la barra y mirando hacia delante. Temo que si vuelvo a mirarlo con intensidad se dé cuenta de lo que me está provocando. ¿Entonces así se siente?, me pregunto a mí misma en una avalancha de pensamientos y sensaciones. Mientras, el sujeto espera una respuesta coherente de mi parte. ¡Por Dios! Lo voy a espantar, y por primera vez no quiero hacerlo. —Claro —acepto nuevamente como un disco rayado. No estoy pensando con claridad. Culpo al alcohol. Aparto la mirada. Él pide cordialmente al barman para que nos sirva otra ronda. Me cuesta mantenerme sobria. Lo contemplo de reojo, cualquiera diría que está interesado, por la forma en que me envuelve con la mirada. Es una broma. —¿Cómo te llamas? —sonríe deliciosamente. Es imposible respirar a su lado. Los músculos del estómago se me contraen ante el despliegue de sus naturales e inexplicables encantos. Desplegando sobre mí toda clase de sensaciones placenteras. —Jezabel Grey —respondo recuperando mi tono de: “Lárgate, no me interesa”. Lo digo como todas las veces en que Victoria me presenta a alguien nuevo. A alguien ordinario, aburrido. Esto es diferente. Muy diferente. —Buenas noches, Jezabel —dice con extremada educación. Presiono los labios cuando estrecho su mano gélida como el hielo. Me gusta la sensación por cierto. Me pierdo en la sensualidad de su voz. Santo Dios quién es este hombre. Tiene que ser efecto del alcohol. —Soy Vincent Dobrev —agrega, mirándome con el rostro iluminado y hermosamente cincelado. No estoy dispuesta a soltarle la mano, pero su sonrisa me advierte que debo hacerlo. Me puede devorar por completo. Por alguna razón estoy dispuesta a que lo haga… —¿Estás sola? —pregunta en un tono de voz más grueso y avasallante. Me quedo congelada dándole vueltas a su pregunta. ¿A qué se refiere? —No. Vine con una amiga… que está con su cita… asique sí, estoy sola… aparentemente… —explico hablando de más. Termino el trago para fortalecer mis convicciones. Es una situación absurda. Ningún hombre había conseguido intimidarme tanto, y solo con unos pocos intercambios de palabras y miradas lujuriosas, de mi parte. Me ofendo conmigo misma. —¿Te puedo acompañar? —propone dulce e hipnóticamente. Mi corazón me golpea duro contra las costillas nuevamente. ¿Qué quiere de mí? Contengo el aliento intentando parecer normal. Algo vibra sobre mi pecho. Recuerdo que llevo mi celular en el bolsillo de la camisa. Lo tomo torpemente. Victoria me envió dos mensajes:

*¿Qué demonios?*

Me tapo la boca para no dejar escapar un sonido de consternación. Estoy mentalmente devastada.

*Si lo dejas ir, ¡TE MATO! ¡Deja de tomar y compórtate, Jezabel!*, cita el mensaje.

Guardo el teléfono volviendo la mirada a mi exageradamente atractivo acompañante. Me arrepiento de hacerlo tan confiadamente, ya que él está escrutándome directamente con mirada felina. Bajo la cabeza, cobarde.

—Sí… acompáñeme, Señor Dobrev —pronuncio débilmente mirándolo furtivamente. Él me devuelve una fascinante sonrisa y se acerca un poco más. Estoy a punto de convulsionar. Necesito actuar normal.

—¿Me disculpas? —espeto bajándome lentamente de la silla para escaparme hacia el sanitario, haciendo zigzag y evitando caer por las escaleras. Estoy frente al espejo a la espera de que el alcohol se disipe de mi sistema para intentar actuar con prudencia. Necesito ver que él realmente es de verdad. Tan hermoso. En cualquier situación nunca nadie me había hecho sentir algo como esto. Victoria ingresa escrutando mi expresión.

—¿Estás bien? —. Entorna los ojos.

—Estoy siendo cobarde —musito todavía en shock. Trago forzadamente. —Es una broma. Debe serlo —mascullo frente al espejo. Tengo los ojos vidriosos.

—¡Por Dios! Nunca pensé que te vería de esta forma… nerviosa y sonrojada.

Victoria me devuelve una mirada de compasión. —Tienes unos labios muy sensuales, Jezz.

—¿Te estás insinuando?

—Solo pienso que necesitas estrenarlos—. Saca de su cartera un lápiz labial bordó y me sostiene del hombro con una mano, mientras me pinta. Cuando termina, se saca una de sus hebillas doradas y me peina el flequillo hacia atrás, dejando un mechón al costado de mi rostro. Pongo cara de fastidio.

—Creerá que me arreglo porque me parece atractivo.

—El calificativo “atractivo”, no le hace justicia. Sí tú no lo haces… estoy disponible.

—¿Tienes que estar siempre disponible Victoria?

—Jezz… tengo que confesarte algo —. Su voz se torna extraña.

—¿Te gusto también? Tu perversión no conoce límites —. Lanza una agradable risa y luego vuelve a ponerse seria.

—Es él —espeta con la voz quebrada. —Anoche le envié un mensaje para que viniera.

Me congelo.

—Imposible… ¿Estás loca? ¿En qué demonios estabas pensando?—. Me altero demasiado.

Su voz suena mucho más incitante en persona. No lo hubiera creído. No puede ser. Me muerdo los labios y Victoria me reprende.

—No me lo esperaba, Jezz —acuerda iracunda. Pongo los ojos en blanco. —Beatriz está jugando sucio —altera indignada.

—¿Por qué a mí?

—Sabe que le gustas a Isaac —explica convencida y con un rastro de culpa en la voz.

—Si… claro. Está equivocada —refuto alterada. Deseo tenerla en frente para rendir cuentas. —En cualquier caso debería habértelo presentado a ti.

—Por favor. Isaac es tu amigo—. Sus ojos chispean con fervor.

—¿Qué hago? Estoy muy ebria para urgir un plan.

—Eres atractiva, Jezz… en tu lugar lo aprovecharía —confiesa con el rostro acalorado. Le pongo mala cara.

—Claro… es una muy buena idea. Se me da bien seducir extraños.

—Vamos, Jezz. Hay que darle una lección… Sé que tú puedes seducir a quien sea—. Agita mis hombros. —Mírame, has esto—. Gira un poco su cabeza y muerde su labio inferior, soltándolo lentamente y dejando su boca sutilmente entreabierta. Levanto mis esculpidas cejas, asombrada.

—¿Tan zorra?—. Sonríe encantada.

—Tan sexy. Muero por verte hacerlo.

—¿Es broma? ¿Lo viste? —acuso bajando la mirada. —Es un maldito modelo. ¿Qué puedo decir?

—Sí… es bastante sensual… muy sugestivo y creo que le interesas.

—¿Es otra broma? —repito. Victoria también está tomando alcohol.

—¿Te vas a rendir?

—¿Rendir? Olvídalo.

—¿No ves cómo te mira? Eres tan tonta.

—Por ser tu amiga en todo caso—. Me tomo la cabeza exasperada.

Devorador de almas

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