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6 La última vez Definitivamente

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Luego de dos horas de viaje, llegamos a una enorme quinta cercada por muros de ladrillo, prolijamente pintados de blanco. Eso me agradó.

Se me revuelve el estómago cuando ingresamos por un sendero iluminado por cientos de candelabros que surcan todo lo largo del camino hasta subir por un puente que conduce a una enorme mansión de estilo moderno.

—Demasiado lujo —observo a regañadientes. —Demasiada gente, demasiado… grande.

—Esto es pretensioso —opina Victoria. Acostumbrada a este tipo de eventos, no se sorprende con facilidad. Nota mi postura forzada y ánimos negativos.

Me pongo las sandalias torpemente al tiempo en que dos hombres vestidos de traje se acercan a las ventanillas, uno de ellos, del lado de la pelirroja, revisa una larga lista de varias hojas. Victoria le tiende un sobre plateado que supuse es la invitación.

—Buenas noches —pronuncia el caballero revisando la invitación.

—Buenas noches —dice ella con el rostro iluminado. Su piel de porcelana reluce bajo la luz de los cientos de lámparas. El hombre le cede el paso asintiendo con la cabeza. Victoria le sonríe y acelera con seguridad.

—¿Preparada, Jezz? Es la última —menciona incansable. Mis ánimos descienden aún más, muy en lo profundo.

—¿Podemos irnos?

—Absolutamente, no.

Un hombre delgado nos recibe en la entrada para estacionar el auto. Bajo respirando hondo un par de veces mientras Victoria me escolta por las escaleras de la entrada, las cuales están decoradas con varias cadenas de rosas de colores variados. Me pierdo en el fuerte aroma dulce. Nunca vi tantas rosas juntas.


La entrada principal está adornada con gruesas cintas blancas que forman ondas bajo un ramo armado de flores que corona el dosel de la puerta.

La pelirroja parece encantada, me sacude el brazo para que cambie la cara. Al menos el lugar me resulta cómodo, excepto por la gente.

El salón tiene varios pisos, en los cuales bastantes invitados caminan de un lado a otro, saludándose o charlando confiadamente. Todos están muy bien vestidos. No me siento a gusto.

Los que están más cerca voltean en nuestra dirección intentando no evidenciar la curiosidad.

—Buscaré a mi padre. —Victoria saca su celular para llamarlo.

Camino entre los invitados sin prestarles atención. Seguramente no conozco a nadie, asique evito los saludos innecesarios. No puedo sentirme más incómoda.

Llego hasta un enorme vidriado opaco que surca la entrada a las escaleras. Permanezco inmóvil, casi ausente. —¿Por qué sigo viniendo a estos lugares? —murmuro sin mirar a nadie directamente. Contemplo el papel tapiz que cubre las paredes del recinto. Es un entramado de líneas doradas con algún dibujo que no alcanzo a notar. Un camarero se acerca gentilmente para ofrecerme una copa. Tal vez el único motivo para brindar es que no tengo que pagar por nada. Me sirvo encantada después de agradecer al camarero. Espero pacientemente. El celular vibra en mi mano luego del tercer trago. Victoria me envió un mensaje de texto:

*Sube al segundo piso como toda una dama. No vengas con el ceño fruncido. ¡Para variar!* Le respondo en otro mensaje: *¡Para variar! Intenta dejar de conseguirme citas* Doy la vuelta al vidriado para encontrar las escaleras. No me siento nerviosa. Al contrario, este momento para mí se siente como un fastidioso tramite. Como ir a pagar mis deudas.

Un alfombrado rojo cubre cada escalón, intento no volcar la copa sobre el lujoso tapiz mientras me concentro en mantener la estabilidad de las sandalias. Le dedico malos pensamientos a mi amiga. La veo en lo alto de la escalera, esperando para ayudarme.

—Hola —musita con mirada calculadora. Está más emocionada que yo. Continuamos hacia una sala en medio, donde se acomodan sillones alargados de color púrpura. Un grupo de personas brinda en el fondo, frente una barra de metal. El barman de detrás juega ágilmente con una botella mientras las mujeres lo aplauden notablemente entretenidas. Bufo nuevamente. ¿Por qué yo no puedo divertirme como ellas?

Victoria me propina un disimulado codazo llamando mi atención.

—Es él —interrumpe señalando con la mirada hacía un extremo de la barra. Cuando él gira en cámara lenta siento que se me aflojan las piernas. Una sensación de ahogo me oprime el pecho. Me revuelvo por dentro sosteniendo con mucha concentración la copa. Victoria nota mi expresión, pero no dice nada.

—No puede ser —murmuro reacia. Él se acerca rápidamente mirándome de reojo.

—Buenas noches, Jezabel. —Está tenuemente sorprendido. Como si nada hubiese sucedido entre nosotros.

—Isaac… tanto tiempo —respondo con tono molesto y apretando los labios. Respiro entre dientes mirando mi copa.

—¿Se conocen? —interrumpe la pelirroja asombrada. Su plan se acaba de esfumar.

—Lamentablemente —pronuncio resentida. Él permanece serio.

No se incomoda por mi comportamiento.

—¿Cómo? —reitera ella confundida como si se hubiese perdido algo de vital importancia.

—Somos amigos —repone Isaac. Su tono es suave y apacible. No solía hablar así antes, cuando éramos amigos.

—Fuimos… hasta donde yo sé. —Aclaro mi garganta con el ceño fruncido.

—Imposible —altera la pelirroja. Suena realmente asombrada.

No había olvidado sus preciosos ojos celestes, de un profundo matiz claro. Él sabe lo que provoca en las otras mujeres, por lo que pensó en algún momento que yo podía corresponderle. No fue así. Motivo por el cual dejamos de ser amigos. Me parece tan absurdo e injusto.

—Me da gusto volver a verte Jezz… —observa con tranquilidad. Suspiro con resignación.

Evito el sentimiento que me provoca su presencia. Lo había extrañado bastante. Endurezco el gesto.

—A mí no. —Mis palabras salen con veneno. Él no se inmuta.

Victoria se muerde el labio, gira en mi dirección fulminándome con la mirada.

—Iré por otra copa —menciona antes de alejarse.

—¿Cómo estás? —Evalúa mi expresión. Sabe bien que denota: “Me siento molesta. Te odio. De todos los idiotas que Victoria me presentó, eres definitivamente el peor”, pienso con verborragia. —Estoy perfectamente —respondo robando la palabra preferida de mi mejor amiga. Sigo reacia, aminorando la respiración. Me debo calmar. Estoy molesta, pero no puedo hacer un dramático escándalo. —¿Sigues sola? —indaga sorprendiéndome. No me lo esperaba. Fue directo. Qué atrevimiento. Lo voy a tener que matar. Me indispongo del resentimiento. Sonríe cuando lo miro con odio. —Eso no es de tu incumbencia —respondo con acritud. —Tú por lo visto no has cambiado. Sigues buscando una víctima… —Sabía que eras tú —alega casi demostrando recelo. Está diferente. Su mirada es diferente. Me provoca algo raro. No le doy atención y continúo con mi postura resentida, sin ser evidente. —¿Cómo conociste a Victoria? —Pregunto con desinterés. Sonríe nuevamente, con los labios apretados, ahogando todos mis recuerdos de él, de nuestro tiempo juntos. —¿Por qué lo preguntas? ¿Te interesa? —inquiere intenso y seductor. No lo recordaba de esa forma, sino más reservado. Tiene más seguridad. Me incomoda su seguridad. Ahora yo me siento intimidada y eso no me lo permito nunca. —Para nada —repongo crispada. —Ella me contactó. —¿En una página de citas? —En su hotel. Me lo imaginaba. Victoria está loca. —¿Y cómo sabías que me conocía? —interrogo acusadoramente. —Me mostró tu foto —aclara con honestidad. Oculta una sonrisa tentadora. Tuerzo el gesto incomoda. No tenía idea de que me buscaba pareja de ese modo. —¿Fue una casualidad?… Lo dudo —advierto bebiendo un poco para relajarme. —No lo fue —aclara sin expresión. De repente, casi imperceptiblemente, la claridad de sus ojos se oscurece—. ¿Quieres tomar aire? —pregunta indagando mi semblante enrojecido por la cólera. —Creo que sí —respondo dubitativa mirando alrededor. Debo calmarme. La pelirroja charla con un grupito de mujeres en la barra. Le doy una mirada aprensiva para que vuelva. —¿Me disculpas? —Isaac asiente encantador como nunca y con un brillo extraño en la mirada. —Vamos al sanitario —murmura Victoria. La sigo por un pasillo hacia la derecha de las escaleras, que al fondo se divide en dos direcciones. Una indica el sanitario de damas y la otra, el de los caballeros. Apenas ingresamos, lanzo un gemido. Varias mujeres jóvenes que hablan en voz baja me miran sorprendidas. —Imposible—advierte Vic— ¿Cuándo fueron mejores amigos? Nunca lo mencionaste ¿Qué más me ocultas? —Increpa ofendida. —Fue mi mejor amigo, además, ¿cómo pudiste mostrarle mi foto? —chillo molesta. Ella esconde los labios evitando responder. Ignoro a las demás y me dirijo al lavabo para mojarme las manos. —¿Cómo pudiste ocultármelo? Nos conocemos hace tantos años… —No estábamos juntos todos los días Victoria. A demás, no quería que insistieras. Isaac fue como un hermano para mí. —¿Es una casualidad? —Claro que no —objeto con seguridad. Aunque no lo puedo explicar. Es extraño. —Le interesas —observa perspicaz. —No —disiento algo perturbada. Ya tengo demasiado con nuestro encuentro y la imagen mental de Victoria mostrando mi foto a cualquier hombre. Es repulsivo. —Claro que sí —continúa ella, retocándose los labios. Entonces escuchamos una risa sarcástica proveniente del pasillo. Las dos nos miramos al mismo tiempo. —Maldita arpía —masculla Victoria recomponiendo la postura. —¡No te atrevas!— me advierte, y sé que se refiere a Isaac. Una mujer esbelta, con un vestido blanco perlado hace su entrada triunfal. Ondea su cabellera rubia con delicados movimientos felinos. Me clava la mirada con aire de superioridad. Beatriz es la enemiga principal de Victoria. Las dos están siempre chocando egos y peleando por algún hombre, o por alguna otra cosa sin valor. Por mi parte ignoro su grotesca altanería. Me parece una persona tan hueca… —Victoria, qué gusto verte —interrumpe. —Buenas noches —responde ella con sutileza en la voz. Quien no la conoce podría pensar que le cae bien. Ambas se miran con rivalidad. Pongo los ojos en blanco y entro a uno de los sanitarios sin darle importancia. —¿Y quién es el galán? —la escucho preguntar. Nos había visto. Salgo notando la expresión intensa de Victoria. —Es un amigo de Jezz —dice territorial. Un mensaje claro. —¿Tu amigo? —. Duda con el rostro angelical —¡Qué afortunada! —agrega secándose las manos con delicadeza. Tiene las uñas largas y arregladas tanto como Victoria. —Si… un viejo amigo —aclaro sin interés. Me da igual si lo quiere engatusar. La pelirroja me toma del brazo para salir. —¿Se lo dejarás a ella? Estoy indignada Jezz. Ni siquiera me respondas —bufa sin perder la postura. —Estaba mejor sin verlo. —Por supuesto que no. Si él solía ser tu amigo significa algo para ti. No lo arruines. Isaac nos espera al pie de las escaleras con la mirada fija en mí. Siento un profundo escalofrío a lo largo de la espina. Cuando me acerco, tiende su mano para que no trastabille sobre el último escalón. Temo hacerlo si lo rechazo. Victoria sonríe encantada dirigiéndose hacia atrás de la enorme escalera que conduce a un jardín trasero, en donde se ubica una enorme tienda de telas rojas plagadas de flores y telas brillantes que forman arcos sobre la pista y cintas que flotan en el aire. Se escucha una música tranquila al fondo de la tienda. Recorremos un camino de parqué en forma de abanicos que culmina en un organizado grupo de mesas, decoradas con manteles haciendo juego con la enorme tienda. Nos sentamos en la última mesa, la más cercana a la pista. Apenas lo hacemos, un camarero se acerca para ofrecernos otra copa. Esta vez de vino. —Mañana debo ir al trabajo… limpieza general —espeto rompiendo el silencio. —De ninguna manera —altera la pelirroja, ondeando sus bucles. —Llamaré a tu jefe —alega estratégicamente. Es demasiado. Me muerdo los labios con indiferencia. Isaac me observa casi estudiándome en silencio. Me pongo rígida al notarlo. Respiro profundo intentando no pensar en lo que tengo ganas de decirle. Por otro lado, el alcohol empieza a hacer efecto. Debo calmarme y no increparlo directamente. Espero en silencio sin demostrar aparentemente nada, mientras mi amiga se ocupa de sacarle información a mi nuevo pretendiente. En comparación con anteriores eventos, está más tranquila. Fijo la vista en Isaac sin querer. La claridad de sus ojos se profundiza con un haz de luz que se refleja cuando gira su mirada en mi dirección. Siento un atropellado golpeteo en mi pecho. Él se ríe entre dientes, notando mi incomodidad. En ese instante recibo un taconazo por debajo de la mesa. Victoria me mira amenazante. Puedo interpretar su expresión: “No lo permitiré”, dice claramente. Al siguiente momento, Beatriz camina contoneándose con elegancia a nuestra mesa, cual estrella de cine sobre la alfombra roja. Para envidia de muchas, es radiante y encantadora. Solo por fuera. —Buenas noches —interrumpe con aire angelical, pero de prepotencia. Extremadamente delicada y sutilmente egocéntrica. Debo ser una de las pocas que le resta importancia a tan peculiar presencia. Ni siquiera miro hacia Isaac para ver cómo reacciona. Saco el celular que guardé en la cartera de Victoria para mirar la hora. En el instante en que lo hago, ella me propina otra patada. —¿Nos conocemos? —Pregunta la rubia con delicadeza, mientras blande sus uñas esmaltadas en señal de disponibilidad sexual. Me quejo entre dientes. —Lo dudo —interrumpe mi amiga. Su aire de superioridad resulta más avasallante. Demuestra una clara necesidad de controlar la situación. —Soy Isaac —se presenta poniéndose de pie para saludarla. Miro a mi compañera, quien me da una mirada despiadada, como si pudiera despedazarme al hacerlo. —¿Vienes por negocios? —interroga Beatriz, acercándose a su lado como si nosotras no existiéramos. —No. Victoria me invitó —explica convincente. Es seductor inclusive hablando con ella. —Tal vez la próxima vez puedas ser mi invitado —espeta Beatriz, meneando su largo pelo. Continúo bebiendo sin prestarles demasiada atención. —Gracias Beatriz. Por el momento estamos bien, espero que no te moleste dejarme con mis invitados —interrumpe Victoria con voz estridente, cortando el aire. —Por supuesto. Hasta luego Isaac, espero verte pronto —responde, entregándole su tarjeta. No pierde oportunidad. Escucho por lo bajo el chirrido de las uñas de mi amiga. —¡Salió bien! —espeto sonriendo. Victoria disimula forzadamente su disgusto. Se lo toma demasiado en serio. Me da gracia verla enfurecida. Busca su celular y escribe algo con rapidez, luego toma de su copa sutilmente y se incorpora sonriendo. A los minutos se acerca su padre con paso seguro. —Buenas noches —vocifera éste. Es un hombre de unos cuarenta años, muy bien conservado. Elegante. Lleva un traje negro a la medida, que le marca su corpulenta figura. —Hola —lo saludo. Victoria se aleja con su padre, excusándose convenientemente hacia la pista de baile. Suena una canción melodiosamente romántica. Me retuerzo por dentro. La idea me desagrada demasiado. Intento no mirar a mi acompañante. —¿Quieres bailar? –espeta Isaac. Su mirada furtiva comienza a incomodarme. —Sabes bien que no bailo… no es lo mío —asevero esquivando su mirada aprensiva. —Es verdad. Lo había olvidado —sonríe de una forma tan hermosa. Su rostro iluminado me parece… atractivo. Aprieto los labios. —Por favor —reitera incorporándose. Está dispuesto a obligarme. Respiro hondo y accedo de mala gana a su propuesta. —No voy a esforzarme demasiado —murmuro entre dientes mientras me toma de la mano y pone la otra sobre mi cintura. Me estremezco pensando en una larga e interminable lista de insultos. —¿Te incomoda mucho? —Mucho —respondo por lo bajo mirándolo de cerca—. ¿Por qué demonios volviste? —mi voz suena a alcohol y a resentimiento. Una mezcla explosiva. —Me arrepentí. —¿Por rechazar mi amistad? …No lo creo. —Créelo —replica dulcemente. Me estremece. La última vez que nos vimos fue el día en que… me robó un beso y le dije que se fuera al quinto infierno. Solo quería su amistad. Obviamente eso no le alcanzó, porque dejó de verme. La angustia de ese día vuelve a mí. —Necesitaba volver a verte —murmura muy cerca de mi rostro. Me aprieta la cintura para acercarme más. Dejo de respirar. —Te tomaste tu tiempo. —No fue mi elección… pasaron muchas cosas, Jezz—. No puedo dejar de mirarlo con mala cara. —Lo arruinaste. —Lo sé. —No esperes nada de mi parte Isaac. —Intentaré no hacerlo. Cuando al fin termina la canción, él me devuelve una mirada compasiva. —¿Quieres que te lleve? —espeta comprendiendo mi necesidad. —Victoria no me lo permitirá. Es muy insistente —repongo. La miro de reojo notando su escalofriante vigilancia. —Si vienes conmigo no habrá problema. —¿Todo bien? —observa Victoria notando mi pesadez. —Nos vamos… Isaac me alcanzará. — Vacilo ante su inescrutable indagación. Victoria asiente emocionada, me toma el brazo para acercarse. —No lo arruines —ordena alegremente. —Hacen linda pareja. —Intentaré no arruinártelo —menciono contrariada debido a nuestro acercamiento durante el baile. Me retiro cabizbaja junto a Isaac. Nos dirigimos hacia la playa de estacionamiento para buscar su auto. Lo espero junto al puente, vislumbrando las estrellas pensativamente. A los minutos un Mustang negro con la pintura encerada centellea con el reflejo de las lámparas del camino. Se detiene frente a mí parpadeando las luces delanteras. Me apresuro a subir del lado del copiloto en el momento que asimilo que es Isaac quien me hacía señas con las luces. Eso despierta en mi memoria varios recuerdos, ya que es el mismo auto que tenía cuando lo conocí, y en el que también nos despedimos por última vez. Luce renovado. —¿Es el mismo auto? —examino con la mano sobre el impecable tapiz negro lustroso. —Sí. Nuestro auto —aclara recordando el día en que lo acompañé a comprarlo en un garaje de autos usados. Lo habíamos elegido juntos, y además de eso él siempre se ofrecía como chofer cuando Victoria estaba muy ocupada. Ahora que lo pienso es extraño que yo le ocultara mi relación de amistad con él. Tal vez no quería perderlo… —Solo me recuerda a ti —menciona nostálgico—. Lo siento Jezz. —Sabes que no me gusta el drama —convengo con tono tranquilo. Me pongo el cinturón de seguridad. —Lo hablaremos en otro momento. —Eso espero. Me resulta familiar su compañía, pero no es lo mismo. Él me provoca otro sentimiento ahora, tres años después. Niego con la cabeza mientras nos alejamos a toda velocidad por una inhóspita ruta flanqueada por árboles. La noche estrellada colma el cielo por completo, dando paso entre escasas nubes a la luna en su ciclo más esplendoroso, el de luna llena. —No sabía que tenías una amiga. —Victoria tampoco sabía que tenía un amigo —aclaro sin mirarlo. Es incómodo volver a hablar con él. Después de tanto tiempo. —¿Qué sucede? —Ella no conoce mi pasado… y aunque puede ser muy insistente, intenta no decirle nada sobre eso. —No lo haré. —Te conviene. Cuando al fin llegamos, Isaac se mantiene expectante. —Gracias por traerme… —balbuceo, afectada por su silencio. —Gracias a ti por dejarme hacerlo… —admite dulcemente. Hace una pausa antes de volver a mirarme. —¿Entonces… te puedo llamar? —No te di mi número —digo ocultando una sonrisa. Él no está seguro. Me da gracia su mirada cautelosa. —Yo te llamaré… en el momento indicado —agrego antes de salir del auto. Si quiere de nuevo mi amistad va a tener que pagarlo. Continúo resentida. Visceralmente resentida.

Devorador de almas

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