Читать книгу Las cartas sobre la mesa - Suyo por un fin de semana - Un auténtico texano - Andrea Laurence - Страница 8

Capítulo Cuatro

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Annie se despertó a la mañana siguiente con el sonido de la ducha. Cuando se incorporó en la cama, comprobó que las sábanas en el lado de Nate estaban intactas. Debía de haber dormido en el sofá.

La había besado con tanta pasión que había creído que seguía sintiéndose atraído por ella. Sin embargo, cuando al llegar a su suite, la había mirado con rostro impasible y la había dejado sola, había comprendido que no era así. Nate la odiaba. Iba a hacer todo lo que estuviera en su mano para hacerla sentir desgraciada, incluso excitarla para luego dejarla tirada. Su único objetivo era torturarla. Era un plan macabro y, aunque ella sabía que se lo merecía en parte por haberlo abandonado sin decir palabra, no pensaba quedarse de brazos cruzados.

Si Nate creía que podía usar la química que había entre ellos para manipularla, estaba muy equivocado. Si él la había deseado en el pasado, podía hacer que volviera a desearla. Seducir y manipular a los hombres era parte de su estrategia en el póquer. Por eso solía llevar blusas con escote y faldas ceñidas a los campeonatos. El póquer requería concentración y ella había aprendido que ser atractiva era una de sus mayores ventajas en un juego dominado por el género masculino.

Annie oyó cómo se cerraba el grifo y se abrían las puertas de la ducha. Deprisa, se atusó el pelo, deseando llevar un pijama más sexy. Se tapó con las sábanas, para que no se le vieran los pantalones cortos de algodón y dejando solo al descubierto una diminuta camisola de tirantes.

Al momento, Nate salió del baño envuelto en una toalla azul por la cintura. Tenía los rizos rubios del pelo mojados y la cara recién afeitada. Ella intentó concentrarse en resultar atractiva, pero era difícil cuando se estaba delante de un cuerpo así. Ese hombre era todo músculos.

Nate se detuvo, posó los ojos un momento en el escote de la camisola de Annie y levantó la vista.

–Me alegro de que te hayas despertado. Tienes que prepararte. Gabe vendrá dentro de una hora para ponerte al día de nuestra estrategia.

–¿Estrategia? –preguntó ella con el ceño fruncido, abandonando sus intentos de atraerlo.

–Para que hagas de topo.

El campeonato comenzaba al día siguiente de forma oficial, pero todo el mundo empezaría a llegar ese día para asistir al coctel de bienvenida.

–De acuerdo –aceptó ella con un suspiro–. Siempre que me prometas mantener a Gabe a raya. Soportar su desprecio no es parte del trato.

Asintiendo, Nate desapareció en el armario.

–Haré lo que pueda –repuso él y salió de nuevo con una camisa de rayas azules y un traje azul en la mano. Los dejó sobre la cama y volvió al baño. En el camino, la toalla se le cayó de la cintura, dejando al descubierto su apretado trasero.

Annie apartó la vista de inmediato y respiró hondo, intentando calmar su deseo. La atracción que sentía por él no era nada conveniente. Necesitaba despejarse cuanto antes, pensó, mientras salía despacio del dormitorio. Si él iba a pasearse desnudo, era mejor que ella fuera a por café a la cocina.

Cuando estaba sentada delante del mostrador de granito, tomando sus primeros tragos de café, Nate entró en la cocina, vestido y guapo como siempre.

–¿Qué tienes previsto para hoy? –preguntó él, tras servirse una taza.

Annie frunció el ceño. No le gustaba tener que informarle de todos sus movimientos.

–No lo sé todavía. ¿Tenemos que hacer algo?

–No creo. Después de la reunión con Gabe, tendrás toda la tarde libre, hasta el cóctel de bienvenida. ¿Tienes vestido para la fiesta?

Ella arqueó una ceja. Sí, tenía un vestido. De hecho, tenía dos. Al principio, había pensado ponerse el más elegante y recatado de los dos, pero como castigo por su comportamiento de la noche anterior, iba a llevar el más sexy y escandaloso. Si su plan tenía éxito, sería él quien dormiría perseguido por cientos de fantasías frustradas.

–Sí –fue lo único que Annie respondió.

–Bien. La mayoría de los jugadores llegan hoy. Quizá, esta tarde puedas empezar a mezclarte con ellos y hacer algunas averiguaciones.

Annie odiaba convertir sus relaciones sociales en una caza de brujas.

–Mi hermana viene hoy. Creo que cenaré con ella y te veré en la fiesta.

–Olvidé que tenías una hermana. ¿Cómo se llamaba?

–Tessa. También juega en el campeonato.

–Bien. Me gustará conocerla al fin.

Annie dio un largo trago de café, esforzándose para no atragantarse.

–Sí, bueno. Tendré que hablar con ella antes de que hagamos las presentaciones formales.

–No vas a contarle nuestro plan, ¿verdad?

–No, pero mi hermana no va a tragarse tan fácilmente que estemos juntos. La fobia al compromiso es parte de nuestros genes familiares.

–¿No aprueba que estemos juntos?

–No lo hizo en un principio. Sobre todo, cuando me fui, me lo restregó por la cara. No dudo que va a echarme una buena reprimenda por haber vuelto contigo.

–¿Y qué pensaba tu madre de nosotros?

–Provengo de una larga línea de mujeres desconfiadas e independientes –explicó ella.

–Ah –dijo él–. No les gusta hablar de nuestro matrimonio.

–No creo –admitió ella–. Por otra parte, no estamos tan unidas. Hace años que no veo a mi madre. Ahora vive en Brasil –añadió.

Annie, al menos, intentaba viajar con un propósito y había elegido una profesión que encajaba con su alma inquieta. Tenía un piso en Miami que usaba como base de operaciones entre los campeonatos. Su madre, sin embargo, vagaba de un lado a otro según soplara el viento. Ella la había visto solo cuatro veces en diez años.

–¿Tú te llevas bien con tu familia? –quiso saber Annie.

–Depende de lo que consideres llevarse bien –replicó él, riendo–. Siempre había estado muy unido a mi padre y a mi abuelo hasta que mi abuelo murió. Entonces, mi padre se compró un rancho en Texas. Hasta entonces, casi toda mi familia vivía en Las Vegas. Los Reed llevan aquí desde 1964, cuando mi abuelo decidió mudarse desde Los Ángeles y abrir un hotel.

La madre de Annie, sin embargo, probablemente había olvidado dónde estaba en 1964.

–Todo un legado familiar.

–Sí –afirmó él, sonriendo con orgullo–. Me alegro de haber podido sacar adelante al Sapphire. Crecí corriendo por sus pasillos y haciendo los deberes en el despacho de mi padre. Cuando heredé el hotel, sabía que era importante mantener vivo el sueño de mi abuelo.

–¿Y tu madre?

La sonrisa de Nate se desvaneció.

–No la he visto desde que tengo doce años –contestó él con tono frío–. Se cansó de la vida en el casino y desapareció una noche.

Annie sintió el aguijón de la culpa. A pesar del desapego que Nate fingía, intuyó que era un tema doloroso para él. No era de extrañar que estuviera empeñado en castigarla por haberlo dejado.

–No lo sabía –comentó ella. Aunque tampoco estaba segura de que, si hubiera sabido lo de su madre, hubiera actuado de forma diferente.

–¿Cómo ibas a saberlo? Nunca te hablé de ello.

–Lo sé, pero… –balbució ella–. Siento haberte dejado igual que ella. Fui una cobarde por no hablarte de la ansiedad que sentía. Si hubiera sabido lo de tu madre, yo…

–No –le interrumpió él con la mandíbula tensa–. No me trates como si fuera un pobre niño traumatizado, porque no lo soy. No me hiciste ningún daño, Annie. No te lo habría permitido.

Entonces, Nate le volvió la espalda y se miró el reloj.

–Ve a vestirte. Gabe está a punto de llegar.

Gabe y Annie se miraban el uno al otro como si fueran enemigos mortales.

–Estamos en el mismo equipo –les recordó él.

Sus palabras no sirvieron para calmar la tensión que latía en los hombros de Gabe. Sospechaba de Annie y nada que su jefe pudiera decirle cambiaría eso. A Gabe se le daba bien adivinar cómo eran las personas. Por eso, esperaba que sus sospechas sobre Annie fueran solo a causa de cómo ella había actuado con él hacia años, y nada más. Aunque no había manera de tener seguridad sobre Annie. Era una extraña. Su esposa, su antigua amante, pero una extraña después de todo.

Gabe abrió su carpeta y sacó sus papeles.

–He estado haciendo algunas investigaciones. Aquí tengo una lista de posibles sospechosos –indicó el jefe de seguridad, y le tendió a Annie una lista con diez o doce nombres–. Yo empezaría por estos.

Nate observó cómo Annie revisaba la lista, sin que su rostro delatara lo que pensaba. Esa mujer tenía una de las mejores caras de póquer del mundo.

–Si tuviera que apostar por uno, sería Eddie Walker –opinó Gabe–. Aunque es un tipo muy escurridizo.

Annie asintió, sin ofrecer ninguna información adicional. Nate estaba seguro de que ella tenía que haber oído algo acerca de Walker. Era un jugador conocido por haber sido sorprendido haciendo trampas en varias ocasiones. No parecía muy inteligente pero, al parecer, era un tipo dotado para el timo. O, tal vez, tenía un cómplice que era el cerebro de sus operaciones fraudulentas.

–Puedes tachar a Mike Stewart directamente –señaló ella con rostro inmutable–. Y a Bob Cooke.

–¿Cómo puedes estar tan segura? –quiso saber Gabe.

Annie le lanzó una mirada letal.

–Me habéis metido en esto porque conozco a los jugadores. Si contradices todo lo que digo, no tiene sentido. Te estoy diciendo que no son tramposos.

–Yo no te he metido en esto, ha sido Nate. Personalmente, no creo que podamos confiar en ti. Aseguras que son legales, pero no tenemos forma de saber si solo lo dices para proteger a tus amigos o cómplices –la acusó Gabe.

Annie suspiró, meneando la cabeza.

–No son mis amigos, ni mis cómplices. Para que lo sepas, Mike es un pervertido que engaña a su mujer. Intenta ligar conmigo en todos los campeonatos, incluso cuando ella lo acompaña. Pero no hace trampas en el póquer. Bob es bipolar y sus jugadas dependen de si ha tomado la medicación o no. Revisa tus fuentes de información –le espetó ella, devolviéndole la lista.

–¿Y qué dices de Jason Devris?

–Jason ganó el campeonato hace dos años y suele llegar siempre a la final.

–¿Y? –preguntó Gabe.

–Y no necesita ayuda –explicó ella–. Estamos buscando a alguien que suele sacar buenos resultados de forma repentina, o que no juega bien de manera habitual. Si son listos, los tramposos no se llevarán el gran premio. Sería demasiado obvio. Necesitamos encontrar a un jugador discreto, alguien que se conformaría con el octavo lugar en la final. Estos tipos no son tontos, si no, los habrían capturado ya.

Nate arqueó las cejas al escucharla. Sin duda, había sido buena idea ficharla en su equipo.

–Quiero que lleves un micrófono –dijo Gabe, que no parecía tan impresionado.

Hasta a Nate le sorprendió su petición. Gabe nunca le había hablado de eso antes. Y él sabía que aquella no era buena manera de manejar a una mujer como Annie.

–De eso nada –repuso ella, cruzándose de brazos con gesto desafiante.

–No confío en ella –le dijo Gabe a Nate, sin importarle que Annie estuviera delante–. Crees que es la única manera, pero no estoy de acuerdo. Si insistes en contar con ella, la única forma de estar seguros de que no nos engaña es que lleve un micrófono oculto.

–Ni lo sueñes. Eso no era parte del trato.

Nate levantó las manos para calmar los ánimos.

–Vamos a hablarlo, Annie. Sé que no te gusta, pero puede que llevar un micrófono sea buena idea, por otras razones distintas de las que sugiere Gabe. No tendrías que esforzarte en recordar todo lo que te dice la gente. Quien esté escuchando las conversaciones podría tomar notas e investigar a los jugadores mientras tú estás en la mesa de juegos.

–Algunos pueden ser peligrosos. Una cosa es que sospechen de mí y otra es que descubran que llevo micrófono. No sabes de lo que son capaces.

–Estarás rodeada de miembros del equipo de seguridad todo el tiempo. No vas a correr peligro. Las grabaciones de audio nos pueden servir como pruebas para encerrar a alguien. Por cómo están colocadas las cámaras de seguridad, es muy difícil capturar a un tramposo profesional. Tener cintas de audio podría ser la clave –continuó Nate, tratando de convencerla. No quería presionarla demasiado, pues sabía que, si lo hacía, Annie acabaría negándose a colaborar y eso no los llevaría a ninguna parte–. Puedo garantizar tu seguridad. No dejaré que nadie te haga daño, Annie. Te lo prometo.

Cuando ella lo miró a los ojos, supo que Nate hablaba en serio. Él quería castigarla por lo que le había hecho, pero no iba a dejar que nadie más le tocara un pelo de la cabeza.

Eso la calmó un poco y, tras un momento, asintió, apartando la vista.

–De acuerdo –dijo ella, sintiéndose derrotada–. Pero… él no va a ponerme ningún cable debajo de la blusa –añadió, señalando a Gabe.

–Me parece justo –repuso Nate–. Gabe, vete a por el equipo para que podamos hacer una prueba esta tarde. Quiero comprobar que todo funciona antes de que empiece el torneo, para que Annie no se distraiga durante su juego.

Gabe asintió y salió de la habitación.

–Me sorprende que te preocupes por no interferir en mi juego. Nunca mostraste ninguna consideración por mi profesión en el pasado.

Nate sabía que no había apoyado a Annie lo suficiente. Por alguna razón, él no había considerado que jugar a las cartas fuera una profesión. El tiempo le había demostrado que se había equivocado, aunque había sido demasiado tarde. Lo cierto era que la culpa de su ruptura no era toda de Annie, reconoció para sus adentros. Solo la culpaba de haberse ido, en vez de haber hablado las cosas como una adulta civilizada.

–Sé que es importante para ti –comentó él–. Pero también es importante para nosotros. Necesitamos que llegues a la final. Si te eliminan el primer día, habremos perdido a nuestro topo.

Annie bajó la vista con un suspiro.

–Debería haber adivinado que no era por mí.

–Lo dices en broma, ¿no? –le espetó Tessa Baracas a Annie.

Las dos hermanas estaban sentadas en la cantina mexicana del Desert Sapphire. Con la mirada gacha, Annie se retorció la alianza que llevaba en el dedo. No era una conversación agradable para ella, menos, sabiendo que alguien la estaba grabando.

–No, lo digo en serio.

–¿No has aprendido la lección? –preguntó Tessa, horrorizada. Se había puesto pálida y la miraba con completa perplejidad.

Las dos tenían los mismos ojos color esmeralda, pero no se parecían en mucho más. Sus complexiones eran parecidas, con amplias curvas, pero se notaba que tenían padres diferentes. El de Tessa había sido un irlandés pálido con el pelo como el fuego. El de Annie había sido un italiano de piel aceitunada, cabello negro y boca sensual. Aunque ella nunca lo había conocido. Su madre nunca se había quedado demasiado tiempo en el mismo sitio, ni había estado con un hombre más tiempo del que lo había necesitado para sus propósitos. Por eso, después de saber que Annie se había reconciliado con su marido, Tessa la miraba como si la hubiera abofeteado.

–Tienes que concentrarte en el juego –señaló Tessa, meneando la cabeza–, no en los hombres. Tú deberías saberlo. Fue lo primero que me enseñaste cuando empecé a jugar.

–Si crees que yo había planeado esto, te equivocas.

Tessa removió la comida en su plato con ansiedad.

–No deberías haber vuelto aquí. Yo sabía que no eras lo bastante fuerte como para resistirte al pene mágico de Nate.

Annie soltó una carcajada nerviosa pero, al ver el gesto irritado de su hermana, se calló de golpe.

–¿Cómo has podido decir eso?

–Porque es verdad.

–Bueno, para empezar, gracias por tener tan baja opinión de mí y creer que me dejo manipular a cambio de sexo –se defendió Annie, rezando porque Gabe no estuviera escuchando su conversación–. En segundo lugar, ¿cómo puedes decir algo tan ridículo como pene mágico? Ni siquiera Nate tiene eso, por muy bien dotado que esté.

–No confío en él. No me gusta.

–Nunca lo has conocido –replicó Annie, sintiendo una extraña urgencia por defender a su marido–. Estás dejando que la paranoia de mamá te influya.

–Y tú estás dejando que el pene mágico te influya a ti.

Annie suspiró.

–Por favor, deja de llamarlo así.

–¿Entonces es por el dinero?

Annie se quedó boquiabierta un momento antes de poder responder. El dinero nunca había sido importante para ella en su relación con Nate. Ella ganaba mucho jugando al póquer, no necesitaba la fortuna de Nate.

–Esto no tiene nada que ver con el dinero, Tessa. ¿Cómo puedes preguntarme algo así?

–De acuerdo, si tú lo dices…

Furiosa, Annie bajó la mirada. A Tessa se le daba fatal adivinar lo que pasaba por la cabeza de los demás. Hasta que no aprendiera a hacerlo mejor, no tenía mucho futuro en el póquer.

–¿Has terminado de comer?

–Sí –repuso Annie.

–Es temprano todavía. No tengo ningún plan hasta la fiesta de esta noche –señaló Tessa, después de mirarse el reloj–. ¿Qué te parece si jugamos un poco? Puede ser divertido. Hace una eternidad que no juego contigo.

* * *

–Su hermana no tiene ni idea.

Nate asintió ante el comentario de Gabe mientras observaban cómo ambas jugaban al póquer desde la sala de monitores. Él también se había dado cuenta de que Tessa no estaba jugando bien. Todavía no había ganado ni una sola mano.

–Annie es muy buena. Incluso puede hacer que el Capitán parezca un novato –señaló Nate con cierto orgullo. Seguía admirando a Annie por haber llegado tan lejos en un terreno dominado por hombres como el Capitán.

El Capitán era famoso en el mundo del póquer por su gorra blanca de oficial de la marina y sus camisas hawaianas. Pretendía hacerse pasar por oficial retirado, aunque una vez había admitido en secreto delante del abuelo de Nate que se había comprado la gorra en una tienda de segunda mano en 1979.

Como jugador, el Capitán era irritante y excéntrico, pero muy bueno. En los últimos treinta años, había ganado cuatro campeonatos y llegaba casi siempre a la final. Era conocido por agobiar a sus oponentes hablando. No paraba de contar viejos cuentos de sus días como marino, aburriendo a todo el mundo con anécdotas del mundo de la navegación.

Su estrategia, sin embargo, funcionaba bien. Sus oponentes perdían la concentración cuando se topaban con él. Les pasaba lo mismo a los jugadores que se enfrentaban a Annie, aunque por razones muy diferentes. Ella era capaz de acelerar el pulso de cualquier hombre y hacerle olvidar cómo jugar.

Nate podía comprenderlo. Era una mujer irresistible. La verdad era que no sabía cómo había podido estar tanto tiempo con ella con nada más que un beso. Esa semana iba a ser una tortura para los dos.

Tragando saliva, se removió en su asiento, incómodo por la excitación que Annie siempre le causaba. Solo de verla le daban ganas de tocarla. Y cada vez le costaba más fingir indiferencia ante ella.

La deseaba. No quería seguir casado con ella, ni vivir con ella. No quería sentir nada, solo necesitaba tocarla y saciar su hambre. Quizá, no pasaría nada si lo hacía. Solo era sexo. La última vez que se habían acostado juntos, había sido increíble. ¿Por qué no recuperar aquella conexión física antes de volver a separarse? Seguro que podía acostarse con ella sin perder la cabeza.

Esa noche se celebraba la fiesta de bienvenida del campeonato. Habría mucha bebida, iluminación suave y música sensual para calentar motores para la semana.

Por supuesto, llevar a Annie a su lado hacía que la fiesta le resultaba mucho más atractiva. Al imaginársela con un vestido ajustado a su voluptuoso cuerpo, riendo mientras sorbía su copa… Quizá, podría rodearle la cintura con el brazo y llevarla a la pista de baile. Luego, la apretaría contra su pecho y le daría un suave beso en el cuello…

Haciendo un esfuerzo, Nate trató de concentrarse en los monitores.

Afilando la mirada, meneó la cabeza. Tessa era malísima. No tenía ninguna intuición. Al parecer, Annie no estaba aprovechándose de su hermana, ni la estaba machacando en el juego como podría hacerlo.

–Annie parece muy incómoda –señaló Nate. Por lo general, estaba a sus anchas en la mesa de juego, pero esa noche, no. Estaba pálida, se movía mucho en su asiento, tenía los hombros caídos y los músculos tensos. No dejaba de mirar a su alrededor a los otros jugadores.

–Quizá está nerviosa por estar espiando –opinó Gabe–. Puede ser mucha presión para ella. Y si… –comenzó a añadir, pero se interrumpió, mirando al panel de control con el ceño fruncido.

–¿Qué pasa?

–El micrófono está fallando. Hemos perdido conexión. Debe de haberse desconectado.

Nate se alegró de que estuvieran haciendo la prueba antes del campeonato.

–Iré a por Annie para ajustarlo.

Cuando se acercó a la mesa de póquer, Tessa había terminado de jugar. Estaba sentada junto a su hermana, observándola con atención. Al verlo llegar, Tessa se giró hacia él y lo miró de arriba abajo con hostilidad. ¿Qué le habría contado Annie a su hermana para que lo odiara tanto sin ni siquiera conocerlo?

Para llamar la atención de Annie, Nate pegó el pecho en el respaldo de su banqueta. Ella se puso rígida antes de darse cuenta de quién era.

–Me preguntaba dónde te habías metido –dijo ella, echándose hacia atrás.

Su olor a perfume especiado y a champú envolvió a Nate, haciendo que le subiera la temperatura.

–Cuando termines esta mano, necesito verte en privado –indicó él, y se acercó a su oído para que Tessa no pudiera escucharlo–. Para hacer unos ajustes.

Annie asintió y, cuando le llegó el turno, echó su carta con rostro impasible, haciendo que el jugador que tenía enfrente se removiera nervioso en su asiento.

Entonces, Nate se inclinó y posó un suave beso en la oreja de su mujer.

–¿No vas a presentarme a tu hermana? –le susurró él.

Al instante, Annie se puso tensa. Esperó unos segundos más a que el otro jugador mostrara sus cartas, se llevó lo que había ganado y se giró hacia él.

–Nate, esta es mi hermana pequeña, Tessa. Tessa, este es… –comenzó a decir Annie e hizo una pausa, esforzándose en pronunciar la palabra–. Mi marido, Nate.

Nate le tendió una mano que Tessa aceptó sin mucho entusiasmo.

–Un placer conocer por fin a alguien de la familia de Annie.

–Pues no esperes conocer a mi madre pronto. Puede que solo me conozcas a mí antes de que lo vuestro termine.

–Bueno, nos vemos en la fiesta, Tessa –señaló Annie, levantándose–. Nate y yo tenemos que ocuparnos de unos asuntos.

–De acuerdo. Yo me voy arriba para prepararme para esta noche.

–Lo siento –se disculpó Annie, cuando su hermana se hubo ido–. Ella creyó que me había vuelto loca cuando nos casamos. La idea de que haya vuelto contigo le parece inconcebible.

–No me preocupa lo que piense. Vayamos a algún sitio privado.

–¿A la habitación?

–No, tengo que hacer un par de cosas aquí antes de ir arriba a ducharme –contestó él, la tomó de la mano y la llevó al pasillo que conectaba la zona de juegos con la parte más antigua del casino. Era una zona donde apenas iban los clientes, más interesados en las mesas de cartas.

Apoyando a Annie contra pared, deslizó la mano tras su espalda para comprobar la batería. La luz roja estaba encendida y el cable conectado.

–Debe de ser el micrófono.

–Eso está… entre mis pechos –dijo ella, abriendo mucho los ojos.

–Quizá lo está pisando tu sujetador –señaló él y le metió la mano debajo del jersey, deslizando un dedo por su estómago, hasta el borde del sujetador–. No estoy seguro dónde…

Por el rabillo del ojo, Nate percibió que alguien se acercaba. Sin titubear, se inclinó hacia delante, la besó y posó la mano en su pecho.

Annie se sobresaltó ante el repentino movimiento, pero le siguió la corriente. Le rodeó el cuello con los brazos y se apoyó contra él.

Enseguida, la persona que había pasado a su lado desapareció, pero el beso no hizo más que crecer en intensidad. Ella le mordisqueó el labio, mientras él la penetraba con su lengua, saboreándola.

Sin poder contener un gemido, Nate se dijo que debía tener cuidado, si no quería terminar tomándola sobre la mesa más cercana. Se obligó a apartarse, rompiendo la poderosa conexión que había entre ellos.

–Cielos –murmuró él.

–Sí. ¿Crees que ahora ya funciona el micrófono?

Gabe respondió por el receptor que Nate llevaba en la cintura.

–Todo bien. No tan bien como vosotros dos.

Annie se apartó, se colocó la blusa y se limpió el carmín de los labios.

–Me voy –dijo ella y comenzó a caminar con paso incierto hacia la caja para cobrar las fichas que había ganado.

Tomando aliento, Nate se giró para no verla marchar. No quería perderse ante la visión de su precioso trasero y sus caderas meciéndose al caminar. Si lo hacía, tal vez, tendría que llevarla a la cama de su habitación para devorarla.

Las cartas sobre la mesa - Suyo por un fin de semana - Un auténtico texano

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