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II La resaca

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La luz indicaba que ya era el mediodía del sábado. Ezequiel tapaba sus oídos con la almohada pero igualmente escuchaba una voz chillona que le resultaba conocida. Esa voz salía por una rejilla que estaba detrás del armario. El viento cada tanto la hacía subir por la tubería, inundando la habitación.

Ezequiel daba vueltas en la cama, hacía tan solo una semana que se había mudado allí. Una suerte de habitación con baño privado, en la que entraban la cama, el armario y unas cajas donde todavía tenía sus pertenencias. Cuando le volvieran las ganas -se había prometido a sí mismo- acomodaría.

Hacía unos días, había cerrado la puerta de su casa, sin mirar atrás, después de una discusión con el padre. Había encontrado un lugar de alquiler con lo necesario para tomar distancia y ordenar sus ideas. Además era barato, no lo pensó demasiado y allí se acomodó.

Cada tanto, según desde donde provenía el viento, irrumpía la voz. “…Pachu, el profe de historia, me tira onda…. Está tan fuerte, me invitó a tomar algo”… Ezequiel se levantó malhumorado, no sabía que la psicóloga del piso de abajo tenía pacientes también los sábados a la mañana. Caminó hasta el baño a orinar toda la cerveza de la noche anterior. En su cabeza se le mezclaba un zumbido con la sesión “…me tiraba toda la onda en el viaje de egresados,…Eugenia dice que es un viejo… Brenda, está celosa… y si pasa algo mi papá me mata…” La noche anterior había estado en un bar con unos compañeros de trabajo. Se lavó bien la cara para terminar de despertarse y luego lavarse los dientes. En eso estaba cuando se quedó sin respiración, se acordó que tenía un partido de futbol. Soltó una bocanada de aire en forma de soplido, se miró al espejo, su cabeza parecía pronta a estallar. Decididamente, no estaba para jugar un partido.

Escuchó que la puerta del consultorio de abajo se cerró de un golpe. Corrió hasta la ventana, por curiosidad, para ver quién era la paciente. Escondido detrás de un pliego de la cortina, la vio cruzar la calle, con pasos cortos y apurados, ella hizo un giro justamente hacia su ventana para acomodarse el cabello que peleaba contra el viento. Y ahí entendió porque la voz le resultaba familiar, era Florencia, la hermana de Federico, un amigo que se había ido a estudiar a Buenos Aires. Además, amiga de su hermana.

Todos vivían en el mismo pueblo, casi todos habían ido al mismo colegio, y además conocían a las hermanas de los amigos. Incluso algunos de ellos, con el tiempo, se ponían de novios. Mientras buscaba el celular al lado de la cama para ver la hora, pensaba si ese tal Pachu, sería el mismo profesor de Historia que había tenido él hacía unos años atrás. Se le escapó en voz alta su propio pensamiento…Qué problema podría tener Florencia, para levantarse temprano un día sábado y con un padre juez.

Leyó los mensajes, el partido quedaba suspendido. Una terrible desgracia le había ocurrido a sus amigos, un accidente en la ruta, habían chocado contra un caballo. Estaban en el Hospital zonal en estado de coma. Soltó el celular, quedó absorto durante unos minutos hasta que pudo procesar la información del mensaje. Luego llegó el grito desaforado mezclado con un llanto amargo. Gritó y golpeó en forma incansable sus puños cerrados contra la pared del cuarto, pero eso no dolía tanto como su interior. Se vistió de manera veloz y salió corriendo.

Viento de ángeles

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