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IV Seleccionando la presa

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Eugenia Gómez había salido de su casa en zapatillas, short y remera corta, después del almuerzo. Se dirigía a la casa de su amiga Brenda, llevaba algo de dinero en la cartera, lo suficiente como para comprar un vestido para la fiesta de fin de curso que sería en diciembre.

Durante un rato estuvieron en la casa de Brenda, escuchando música, bailaron, ensayaron pasos de coreografías, conversaban saltando de un tema a otro. Filosofaban acerca de la amistad, pensaban en la finalización del colegio que pronto sucedería. Y el después, en ese pueblo de mala muerte, sin futuro.

Eugenia quería ir a la Universidad del Comahue, Y Brenda no sabía todavía qué haría, pero no quería quedarse ahí, sin estudiar una carrera. Luego salieron a comprar el vestido, empezaron a ver las vidrieras del centro, modernas y caras. Siguieron caminando, se alejaron de la plaza, pasaron por el centro comercial y fueron a una tienda más alejada. Desde la tienda vieron al profesor de historia sentado en el bar del frente conversando con el policía. Comentaron lo lindo que era y se rieron cómplices. Eugenia no se decidía por nada, se probó varios modelos, al final eligió el azul petróleo, era sobrio y no tan caro. Brenda, que no iba a comprar ningún vestido se probó catorce y desfiló en el pequeño rectángulo que quedaba entre el mostrador y el espejo. Se miraban sonrientes y radiantes. Cada tanto explotaba una carcajada abrupta que incomodaba a la vendedora. Así pasaron un buen tiempo juntas, divertidas.

Cuando las chicas salieron de la tienda el profesor estaba en el bar, habían pasado unos cuantos minutos desde que se había despedido del subcomisario. Y salió al encuentro de las jóvenes, en especial, de Eugenia. Las saludó, les preguntó si habían estado de compras, la miró a Eugenia, le pidió que le muestre el vestido nuevo, ella no quería, la miró con insistencia buscándole los ojos, y le tomó por la fuerza la bolsa. Tironearon, ella no quiso, se sonrojó. Él se rio, soltó la bolsa y le acarició el cabello. Había empezado su juego, o su trabajo.

El lunes en el colegio el profesor comenzó a tomar distancia, había recibido un golpe bajo al haber sido rechazado. Mientras le decía, “Gómez, estuve pensando que le voy a dar una última oportunidad para no llevarse la materia, pase mañana por la sala de profesores así le doy los temas”, pensaba que la cuestión no iba a ser nada fácil.

Eugenia quedó confundida, no había pasado nada, pero sí, algo raro estaba sucediendo. La mirada, el pelo, la oportunidad en la materia ¿cuál era el sentido? Todo el curso sabía que Flor estaba enamorada de él. Esto no podía estar pasando.

Brenda sorprendida, no podía creer en la forma en que el profesor se había lanzado a su amiga. Estaba tan incómoda que no tuvo mejor idea que mandar un mensaje al grupo de mejores amigas, sobre lo que acababa de suceder. Después se dio cuenta de que no había sido lo más acertado.

***

Durante el crepúsculo el zorro merodeaba la chacra. Con las patas sigilosas apenas movía el pasto, su pelaje se camuflaba con el color del atardecer. A la distancia seleccionaba su presa, tarde o temprano iba a ser suya. Las ovejas en el corral, un poco bobas y asustadas, sintieron el olor del animal. El balido llamó la atención de los dueños, un chico comenzó a tirarle piedras aunque todavía estaba lejos. La madre le gritaba, que no lo ahuyentara, era mejor dispararle y terminar con el problema desde la raíz. El zorro paciente, corrió y se perdió entre los arbustos. Volvería más tarde.

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