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MATT

—VEAMOS ENTONCES: LA ACUSADA SE marcha y comienza la inmersión vespertina. ¿Qué sucedió a continuación, doctor Thompson? —preguntó Abe.

Matt supo que la inmersión estaba en problemas en el minuto en que se cerró la escotilla. El aire estaba pesado y denso, lo que combinado con el olor corporal mezclado con el desinfectante que permeaba la cámara, hacía desagradable la respiración. Kitt pidió a Pak que presurizara la cámara muy despacio, para no perjudicar a TJ, que se estaba recuperando de una otitis. De modo que el proceso llevó diez minutos en lugar de los cinco habituales. Durante la presurización, el aire se tornó más denso y caliente, si es que era posible. El reproductor portátil de DVD estaba desconectado del sistema de parlantes, así que el sonido filtrado de Barney cantando ¿Qué vamos a ver en el zoológico? a través del grueso ojo de buey hacía que la inmersión pareciera surrealista, como si realmente se encontraran debajo del agua.

—Hacía calor sin aire acondicionado, pero por lo demás, todo normal —respondió Matt, aunque no era del todo cierto. Había creído que las mujeres se lo pasarían hablando de la inusitada afabilidad de Elizabeth y su fingida enfermedad, pero las dos habían permanecido en silencio. Tal vez les resultaba incómodo hablar entre ellas con Matt sentado en el medio, o quizás era el calor. De todos modos, él se alegró de poder estar tranquilo y pensar; tenía que decidir qué decirle a Mary.

—¿Cuál fue el primer indicio de que algo andaba mal? —inquirió Abe.

—El DVD dejó de funcionar en medio de una canción. —El silencio de ese instante había sido total. No zumbaba el aire acondicionado, no se oía a Barney, nadie hablaba. Unos segundos después, TJ golpeó el ojo de buey, como si el reproductor fuera un animal dormido al que podía despertar.

—Tranquilo, TJ, seguramente se ha quedado sin baterías —dijo Kitt, con la calma forzada que se usa al toparse con un oso dormido.

De allí en más, Matt solo recordaba recortes; era como una de esas películas antiguas que repiquetean cuando giran y las escenas se suceden abruptamente y las imágenes avanzan a los saltos. TJ golpeando el ojo de buey con los puños. TJ quitándose el casco de oxígeno y golpeando la cabeza contra la pared. Kitt tratando de alejarlo de la pared.

—¿Le avisaron a Pak que interrumpiera la inmersión?

Matt negó con la cabeza. Ahora, a la luz del día, resultaba evidente que deberían haberlo hecho. Pero en aquel momento, todo había sido confuso.

—Teresa sugirió que deberíamos detener la inmersión, pero Kitt dijo que no, que solo había que volver a hacer funcionar el DVD.

—¿Qué dijo Pak?

Matt miró en dirección a él.

—La cámara era un caos, había mucho ruido, por lo que no pude escuchar bien, pero dijo algo como que iría a buscar baterías y que tardaría unos minutos.

—Bien, entonces Pak está intentando hacer funcionar el DVD. ¿Qué sucedió después?

—Kitt logró calmar a TJ y volvió a colocarle el casco. Le cantó canciones para mantenerlo tranquilo. —En realidad, había sido una sola canción, la de Barney que se había interrumpido. La cantó una y otra vez, lentamente, en voz baja, como si fuera una canción de cuna. A veces cuando se quedaba dormido, Matt todavía la escuchaba: Te quiero yo, y tú a mí, somos una familia feliz. Se despertaba de pronto, con el corazón martillándole en el pecho y se veía a sí mismo arrancándole la cabezota violeta a Barney y pisándosela. Las manos violetas se interrumpían a mitad del aplauso y el cuerpo decapitado se desmoronaba.

—¿Qué sucedió luego? —lo alentó Abe.

Todos se habían quedado tranquilos; Kitt canturreaba en un murmullo, con TJ apoyado contra su pecho, con los ojos cerrados. De pronto Henry dijo: “Necesito el recipiente de pis” y buscó el envase de recolección de orina que estaba en la parte posterior por si había urgencias entre los pacientes. El tórax de Henry chocó contra las piernas de TJ y este se sobresaltó. Sacudió brazos y piernas como si le hubieran aplicado una descarga eléctrica con un desfibrilador y comenzó a patear, fuera de control. Matt tironeó a Henry para que volviera a su sitio, pero TJ se arrancó el casco, lo arrojó al regazo de Kitt y comenzó a golpearse la cabeza de nuevo.

Resultaba difícil creer que la cabeza de un niño podía golpear repetidamente contra una pared de acero, con ruido fuerte y sordo, sin partirse en dos. El sonido de los golpes y la impresión de que el cráneo de TJ se desintegraría con el siguiente golpe, hizo que Matt sintiera deseos de quitarse su propio casco, colocarse las manos sobre los oídos y cerrar los ojos con fuerza. Henry parecía sentir lo mismo, pues se volvió hacia Matt con los ojos tan grandes que parecían círculos protuberantes con pupilas diminutas. Ojos de toro.

Matt tomó las pequeñas manos de Henry entre las suyas. Acerco su rostro al de Henry, y mirándolo a los ojos, de casco a casco, le sonrió y le dijo que todo iba a estar bien.

—Respira, tranquilo —dijo e inspiró con fuerza, con los ojos fijos en los del niño.

Henry siguió la respiración de Matt: inspirar, exhalar. Inspirar, exhalar. El pánico en su rostro comenzó a disiparse. Relajó los párpados, las pupilas se le dilataron y los extremos de los labios se le distendieron en una incipiente sonrisa. En el hueco de sus dientes delanteros, Matt vio que asomaba la punta de uno de los dientes permanentes. Cuando abrió la boca para decirle: “Eh, te está creciendo un diente nuevo”, sonó la explosión. Matt pensó que la cabeza de TJ había estallado, pero fue más fuerte que eso, fue como cien cabezas contra el acero, o mil. Como el estallido de una bomba, afuera.

Matt parpadeó… ¿Cuánto tiempo le tomó hacerlo? ¿Una décima de segundo? ¿Una centésima? De pronto, donde había estado el rostro de Henry había fuego. Rostro, luego parpadeo, luego fuego. No, más rápido: rostro, parpadeo, fuego. Rostro-parpadeo-fuego. Rostrofuego.

*

Abe permaneció en silencio por bastante tiempo. Matt, también. Se quedó allí, sentado, escuchando el llanto y los sollozos del público, de la tribuna del jurado, de todas partes menos de la mesa de la defensa.

—Abogado, ¿quiere tomarse un receso? —preguntó el juez a Abe.

El fiscal miró a Matt con las cejas arqueadas; las líneas alrededor de sus ojos y su boca decían que él también estaba cansado, que estaría bien detenerse aquí.

Matt miró a Elizabeth. Se había mostrado notablemente serena, al punto de parecer desinteresada, durante todo el día. Matt creyó que a esta altura ya se habría quebrado y dicho entre lágrimas que amaba a su hijo y que jamás habría podido hacerle daño. Algo, cualquier cosa para mostrar el sufrimiento devastador que padecería cualquier ser humano decente acusado de matar a su propio hijo, y teniendo, además, que escuchar los detalles morbosos de su muerte. Al cuerno con el decoro y las normas. Pero ella no había pronunciado palabra, ni había hecho nada. Se había limitado a escuchar el relato, mirando a Matt con una leve curiosidad, como si estuviera viendo un documental sobre el clima en la Antártida.

Sintió el impulso de correr hacia donde estaba ella, tomarla por los hombros y sacudirla. Quería poner su cara contra la de ella y gritarle que seguía soñando con Henry en ese instante, pesadillas horribles en las que lo veía como un extraterrestre dibujado por un niño: una cabeza de llamas, el resto del cuerpo intacto, la ropa perfecta, pero las piernas sacudiéndose en un grito silencioso. Quería meterle por la fuerza esa imagen en la cabeza, transferírsela o soldársela a fuego en la mente, lo que fuera necesario para quebrar esa maldita compostura que la envolvía y arrojarla bien lejos, donde ella no pudiera volver a encontrarla nunca.

—No —respondió Matt a Abe. Ya no estaba cansado, ya no necesitaba el ansiado receso. Cuanto antes lograra que condenaran a esta sociópata a pena de muerte, mejor—. Me gustaría continuar.

Abe asintió.

—Cuéntenos qué le sucedió a Kitt después de la explosión afuera de la cámara.

—El fuego quedó limitado a la válvula de oxígeno de la parte posterior. El casco de TJ también estaba conectado a esa válvula, pero él se lo había quitado y Kitt lo tenía en la mano. Brotaron llamaradas de la abertura, que estaba sobre el regazo de Kitt, y ella se prendió fuego.

—¿Y después?

—Traté de quitarle el casco a Henry, pero… —Matt se miró las manos. Las cicatrices sobre los muñones amputados brillaban como plástico derretido.

—Doctor Thompson, ¿le quitó el casco? —insistió Abe.

Matt levantó la vista.

—Lo siento. No —se esforzó por levantar la voz y hablar más rápido—. El plástico comenzó a derretirse, y estaba demasiado caliente; no pude mantener las manos sobre el casco. —Había sido como tomar un atizador al rojo vivo y tratar de sostenerlo. Sus manos se negaban a hacer lo que la mente les ordenaba. O tal vez no, tal vez no fuera cierto eso. Quizás solo había querido hacer lo estrictamente necesario para convencerse de que lo había intentado. De que no había dejado morir a un niño, porque no había querido dañarse sus valiosas manos—. Me quité la camisa y me envolví las manos con ellas para intentarlo de nuevo, pero su casco comenzó a desintegrarse y se me prendieron fuego las manos.

—¿Y los demás, qué hacían?

—Kitt gritaba; había humo por todas partes. Teresa trataba de que TJ se arrastrara lejos de las llamas. Todos gritábamos a Pak que abriera.

—¿Y él lo hizo?

—Sí. Pak abrió la escotilla y nos sacó de allí. Primero a Rosa y a Teresa: luego se metió adentro y nos hizo salir a TJ y a mí.

—¿Y después, qué sucedió?

—El granero se incendió. El humo era tan espeso que no podíamos respirar. No recuerdo cómo, pero… de algún modo Pak nos sacó a Teresa, a Rosa, a TJ y a mí del granero y luego entró corriendo otra vez. Estuvo adentro un buen rato. Después apareció trayendo a Henry en brazos y lo apoyó en el suelo. Pak estaba mal… tosía, tenía quemaduras por todo el cuerpo, y yo le dije que esperara a que viniera ayuda, pero no me escuchó. Volvió adentro a buscar a Kitt.

—¿Y Henry? ¿Cómo se encontraba?

Matt había ido inmediatamente hacia Henry, luchando contra cada una de las células de su cuerpo que le gritaban que huyera como si lo persiguiera el diablo y se alejara de allí. Se dejó caer en el suelo y tomó la mano de Henry; estaba impoluta, sin un rasguño, al igual que el resto de su cuerpo, desde el cuello hacia abajo. La ropa estaba intacta, los calcetines bien blancos.

Matt trató de no mirarle la cabeza, pero aun así, notó que ya no tenía el casco. Pak debió haber podido quitárselo, pensó, pero vio el látex azul alrededor del cuello y comprendió: el plástico transparente del casco se había derretido, dejando el anillo sellado. La pieza ignífuga que había protegido todo lo que estaba por debajo del cuello de Henry, manteniéndolo prístino.

Se obligó a mirar la cabeza de Henry. Despedía humo; el pelo estaba quemado y cada centímetro de la piel estaba carbonizado, ampollado y ensangrentado. Los peores daños se habían producido cerca de la mandíbula derecha, en el lugar por donde el oxígeno —el fuego— había entrado en el casco. Allí ya no había piel y se le veían el hueso y los dientes. Vio el diente que le estaba creciendo, ahora sin encías que lo ocultaran. Perfecto, diminuto, elevado por encima de los demás que se notaba bien que eran de leche, porque los dientes permanentes que todavía no habían crecido habían quedado a la vista, por sobre los otros. En la brisa suave que sopló, Matt sintió el olor de la carne carbonizada y el pelo quemado.

—Cuando pude acercarme a él —le respondió a Abe—, vi que Henry estaba muerto.

El juicio de Miracle Creek (versión latinoamericana)

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