Читать книгу El odio que das - Angie Thomas - Страница 9

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CAPÍTULO 5

El lunes, el día en que se supone debo hablar con los detectives, comienzo a llorar de repente, encorvada sobre mi cama, mientras la plancha que sostengo en mi mano escupe vapor. Mamá la coge antes de que queme el escudo de Williamson de mi polo.

Me acaricia el hombro.

—Desahógate, Munch.

Desayunamos en silencio a la mesa de la cocina, sin Seven. Pasó la noche en casa de su mamá. Como sin ganas mis waffles. Sólo de pensar en ir a la comisaría con todos esos policías siento náuseas. La comida podría empeorarlo.

Después de desayunar, unimos las manos en la sala como lo hacemos siempre, bajo el póster enmarcado del Programa de los Diez Puntos, y papá nos guía en oración.

—Jesús Negro, cuida a mis niños hoy —dice—. Mantenlos a salvo, aléjalos del mal y ayúdalos a diferenciar entre las serpientes y los amigos. Dales la sabiduría que necesitan para ser fieles a sí mismos.

”Ayuda a Seven con la difícil situación que tiene en casa de su madre, y hazle saber que siempre puede venir a casa. Gracias por la curación milagrosa y repentina de Sekani que, por casualidad, ocurrió después de que supo que iban a comer pizza hoy en la escuela —abro los ojos para mirar a Sekani, cuyos ojos y boca están muy abiertos. Suelto una sonrisita burlona y cierro los ojos—. Acompaña a Lisa en la clínica mientras ayuda a tu gente. Ayuda a mi niña a prevalecer en su situación, Señor. Dale tranquilidad, y ayúdale a hablar con la verdad esta tarde. Y finalmente, da fuerza a la señorita Rosalie, a Cameron, a Tammy y a Brenda mientras pasan por estos momentos difíciles. Rezo en tu nombre glorioso, amén.

—Amén —decimos los demás.

—Papá, ¿por qué me pones en evidencia así frente a Jesús Negro? —se queja Sekani.

—Él sabe la verdad —le dice papá. Le limpia las legañas de los ojos y le endereza el cuello del polo—. Intento echarte una mano para conseguir que recibas un poco de misericordia o algo, chico.

Papá me envuelve en un abrazo.

—¿Estarás bien?

Asiento contra su pecho.

—Sí.

Podría quedarme así todo el día; es uno de los pocos lugares donde no existe Ciento Quince y puedo olvidarme de hablar con los detectives, pero mamá dice que tenemos que salir antes de la hora punta.

No os equivoquéis, sé conducir. Me saqué el carnet una semana después de cumplir dieciséis años. Pero no puedo disponer de mi propio coche a menos que lo pague yo misma. Les dije a mis padres que no tengo tiempo para trabajar además del instituto y el baloncesto. Me dijeron que, siendo así, entonces tampoco tengo tiempo para salir en coche. Qué lío.

En un día bueno tardamos cuarenta y cinco minutos en llegar a la escuela, y cuando hay mucho tráfico, una hora. Sekani no tiene que ponerse los auriculares hoy porque mamá no le grita insultos a nadie en la autopista. Tararea las canciones gospel de la radio y dice: Dame fuerza, Señor. Dame fuerza.

Salimos de la autopista para entrar en Riverton Hills y pasar por todas esas urbanizaciones privadas. El tío Carlos vive en una así. A mí me parece extraño tener una verja alrededor de una urbanización. En serio, ¿quieren que la gente esté fuera o dentro? Si alguien pusiera una verja alrededor de Garden Heights, sería un poco ambas cosas.

También nuestra escuela está rodeada por una verja, y el campus tiene edificios nuevos y modernos con muchas ventanas y caléndulas que florecen junto a los senderos.

Mamá se une a la fila de coches para entrar en la escuela primaria.

—Sekani, ¿llevas tu iPad?

—Sí, señora.

—¿La credencial para el almuerzo?

—Sí, señora.

—¿Los pantalones de deporte? Más vale que hayas cogido los que están limpios.

—Sí, mamá. Ya tengo casi nueve años. ¿No puedes confiar un poco en mí?

Ella sonríe.

—Está bien, gran hombre. ¿Crees que puedas darme algo dulce?

Sekani se inclina sobre el asiento de delante y le besa la mejilla.

—Te quiero.

—Yo también te quiero. Y no olvides que Seven te llevará a casa hoy.

Él se va corriendo con algunos de sus amigos y se mezcla entre los otros chicos vestidos con pantalones de pinza y polos. Entramos en la fila de mi instituto.

—Está bien, Munch —dice mamá—. Seven te llevará a la clínica después de clase, y luego tú y yo iremos a la comisaría de policía. ¿Estás totalmente segura de que estás lista para esto?

No. Pero el tío Carlos me prometió que todo saldría bien.

—Lo haré.

—Está bien. Llámame si crees que no podrás aguantar todo el día en el instituto.

Espera un momento. ¿Podría haberme quedado en casa?

—¿Y entonces por qué me has obligado a venir?

—Porque tienes que salir de casa. Del barrio. Quiero que por lo menos lo intentes, Starr. Esto podrá sonar cruel, pero que Khalil ya no esté vivo no quiere decir que tú tengas que dejar de vivir. ¿Lo entiendes, nena?

—Sí —sé que tiene razón, pero siento como si algo no fuera bien.

Llegamos al frente de la fila.

—Y veamos, no tengo que preguntarte si has traído unos pantalones de deporte geniales, ¿verdad? —dice ella.

Me río.

—No. Bye, mamá.

Bye, nena.

Me bajo del coche. No tendré que hablar de Ciento Quince durante al menos siete horas. No tendré que pensar en Khalil. Sólo tengo que ser la Starr de siempre, en el Instituto Williamson de siempre, y pasar un día como siempre. Eso significa cambiar el interruptor de mi cerebro para convertirme en la Starr de Williamson. La Starr de Williamson no habla con lenguaje callejero: si un rapero utiliza alguna expresión determinada, ella no lo hace, aunque sus amigos blancos sí lo hagan. A ellos, usar ese lenguaje los hace guay. A ella, la convierte en una chica del barrio. Cuando la gente la hace enfadar, la Starr de Williamson se muerde la lengua para que nadie piense que cumple con el estereotipo de chica negra irascible. La Starr de Williamson es alguien a quien puedes acercarte. Nada de miradas asesinas ni de insinuaciones con la mirada, nada de eso. La Starr de Williamson no es conflictiva. Básicamente, la Starr de Williamson no le da razones a nadie para que digan que es del gueto.

No me soporto por hacerlo, pero lo hago.

Me echo la mochila al hombro. Como siempre, es del color de mis Jordan, unas 11 de color azul y negro como las que usaba Michael Jordan en Space Jam. Tuve que trabajar un mes en la tienda para comprármelas. Odio vestirme como todos los demás, pero El príncipe de Bel-Air me enseñó algo. Veréis, Will siempre usaba la chaqueta del uniforme escolar al revés para ser diferente. Yo no puedo ponerme el uniforme al revés, pero puedo asegurarme de que mi calzado sea genial y que mi mochila siempre combine con él.

Entro y me asomo cuidadosamente al patio para ver si están Maya, Hailey o Chris. No los veo, pero noto que la mitad de los chicos están bronceados después de las vacaciones de primavera. Por suerte, yo nací bronceada. Alguien me cubre los ojos.

—Maya, eres tú.

Ella suelta una risita y mueve las manos. No soy nada alta, pero Maya tiene que ponerse de puntillas para taparme los ojos. Y la niña quiere jugar como pívot en el equipo de baloncesto de la escuela. Se peina con un moño alto porque seguramente cree que eso la hace parecer más alta, pero no da resultado.

—¿Qué pasa, señorita No Puedo Contestar los Mensajes de Nadie? —pregunta, y nos damos la mano con nuestro saludo especial. No es complicado como el de papá y King, pero nos basta—. Empezaba a preguntarme si te habían raptado unos extraterrestres.

—¿Qué?

Levanta su teléfono. La pantalla tiene una grieta nueva que se extiende de esquina a esquina. Se le cae constantemente.

—Hace dos días que no me envías un mensaje, Starr —dice ella—. Eso no está nada bien.

—Ah —apenas he mirado el teléfono desde que a Khalil… desde el incidente—. Lo siento. Estuve trabajando en la tienda. Sabes la locura que puede llegar a ser. ¿Cómo pasaste las vacaciones?

—Bien, supongo —mordisquea unas gominolas agridulces—. Visitamos a mis bisabuelos en Taipéi. Terminé llevándome un montón de gorras y pantalones cortos de baloncesto, así que lo único que escuché durante toda la semana fue: ¿Por qué te vistes como un chico?, ¿Por qué practicas un deporte de chicos?, bla, bla, bla. Y fue horrible cuando vieron una foto de Ryan. ¡Me preguntaron si era un rapero!

Me río y le robo unas cuantas gominolas. Resulta que el novio de Maya, Ryan, es el único otro chico negro en undécimo curso, y todos se imaginan que él y yo estamos juntos. Porque parece ser que cuando sólo hay dos de nosotros, tenemos que hacer algún tipo de tontería tipo Arca de Noé y formar pareja para conservar la negrura en nuestra aula. Últimamente estoy muy atenta a mierdas como ésa.

Nos dirigimos a la cafetería. Ya he desayunado, pero la cafetería se usa sobre todo para pasar el rato. Nuestra mesa, que está cerca de las máquinas expendedoras, se encuentra casi llena. Hailey está sentada encima y mantiene una acalorada discusión con Luke, de pelo rizado y con hoyuelos en las mejillas. Creo que para ellos es como besarse. Se gustan desde sexto, y si los sentimientos logran sobrevivir a la dificultad del bachillerato, deberían dejarse de juegos y seguir adelante.

Algunas chicas del equipo también están ahí: Jess, la segunda capitana, y Britt, la pívot, la cual logra que Maya parezca una hormiga. Es casi un estereotipo el hecho de que nos sentemos todas juntas, pero así han resultado las cosas. Quiero decir, ¿a quién más podría interesarle oír nuestras quejas sobre las rodillas hinchadas o entender las bromas que hacemos en el autobús después del partido?

Los compañeros de Chris del equipo de baloncesto están en la mesa de al lado, molestando a Hailey y a Luke. Chris todavía no ha llegado. Desafortunada y afortunadamente.

Luke nos mira a mí y a Maya, y extiende sus brazos hacia nosotras.

—¡Gracias! Dos seres sensatos que pueden ponerle fin a esta discusión.

Me deslizo sobre el banco, al lado de Jess. Ella descansa la cabeza en mi hombro.

—Llevan quince minutos con esto.

Pobre chica. Le acaricio el cabello. Estoy secretamente enamorada de su corte de pelo tipo pixie. No tengo el cuello lo suficientemente largo como para hacerme uno igual, pero su pelo es perfecto. Cada mechón está donde debe estar. Si me gustaran las chicas, saldría con ella en dos patadas por su cabello, y ella saldría conmigo por mis hombros, claro.

—¿De qué se trata esta vez? —pregunto.

—De las Pop Tarts —dice Britt.

Hailey se vuelve hacia nosotras y señala a Luke con el dedo.

—¿Creerás que este idiota ha dicho que están más ricas si las calientas en el microondas?

—Qué ascooo —digo, en lugar de mi normal puaj, y Maya pregunta:

—¿Hablas en serio?

—De locos, ¿no? —dice Hailey.

—¡Santo Dios! —exclama Luke—. ¡Sólo te he pedido un dólar para comprar una en la máquina!

—No gastarás mi dinero en destrozar una Pop Tart metiéndola en el microondas.

—¡Se supone que hay que calentarlas! —discute él.

—En realidad estoy de acuerdo con Luke —dice Jess—. Las Pop Tarts están mil veces más ricas si las calientas.

Muevo el hombro para que no pueda descansar la cabeza en él.

—Ya no podemos ser amigas.

Abre la boca y luego hace un puchero.

—Está bien, está bien —le digo, y vuelve a reposar la cabeza sobre mi hombro con una gran sonrisa. Es sumamente extraña. No sé cómo piensa sobrevivir sin mi hombro cuando se gradúe, dentro de unos meses.

—A cualquiera que caliente una Pop Tart habría que arrestarlo —dice Hailey.

—Y ponerlo tras las rejas —digo.

—Y obligarlo a comer Pop Tarts sin calentar hasta que acepten lo ricas que están —agrega Maya.

—Es la ley —termina Hailey, golpeando la mesa como si con eso lo resolviera todo.

—Estáis mal de la cabeza —dice Luke, bajando de la mesa de un salto. Toca el cabello de Hailey—. Creo que todo ese tinte que llevas te ha alterado el cerebro.

Ella le da un manotazo mientras él se aleja. Le puso mechas azules a su cabello rubio miel y se lo cortó hasta los hombros. Cuando estaba en quinto curso, se lo cortó con unas tijeras durante un examen de matemáticas únicamente porque se le ocurrió. En ese momento me di cuenta de que estaba loca.

—Me gusta el azul, Hails —le digo yo—. Y el corte.

—Sí —sonríe Maya—. Muy Joe Jonas por tu parte.

Hailey vuelve la cabeza rápidamente con los ojos centelleantes. Maya y yo nos reímos.

Hay un vídeo en las profundidades de YouTube donde salimos las tres haciendo playback de los Jonas Brothers y fingiendo que estamos tocando la guitarra y la batería en la habitación de Hailey. Ella decidió que era Joe, que yo era Nick y Maya, Kevin. En realidad yo quería ser Joe, a quien más amaba en secreto, pero Hailey dijo que era para ella, así que no discutí.

Siempre le permitía hacer lo que quería. Todavía lo hago. Supongo que forma parte de ser la Starr de Williamson.

—¡Tengo que encontrar ese vídeo! —dice Jess.

—Nooo —dice Hailey, deslizándose de la mesa—. No debe ser encontrado jamás —se sienta frente a nosotras—. Nunca. Nun-ca. Si pudiera recordar la contraseña de esa cuenta, la borraría.

—Ooh, ¿cómo se llamaba esa cuenta? —pregunta Jess—. ¿JoBro Lover o algo así? Espera, no, JoBro Lova. A todos nos encantaba escribir mal las cosas en secundaria.

Suelto una sonrisa de superioridad y mascullo:

—Algo así.

Hailey me mira.

—¡Starr!

Maya y Britt ríen.

En momentos como éste, me siento normal en Williamson. A pesar de las reglas que me impongo, encontré mi grupo, mi mesa.

—Está bien —dice Hailey—. Ya veo cómo están las cosas, Maya Jonas y la Chica Starry 2000 de Nick…

—Entonces, Hails —digo, antes de que pueda terminar de decir mi antiguo nombre de usuario. Me dirige una gran sonrisa—. ¿Cómo has pasado las vacaciones?

Hailey deja de sonreír y pone los ojos en blanco.

—Uf, una maravilla. Papá y mi adorada madrastra nos arrastraron a Remy y a mí a la casa de Las Bahamas para disfrutar de un tiempo en familia.

Y bum. ¿Esa sensación de normalidad? Desaparece. De repente recuerdo lo distinta que soy de la mayoría de los chicos que están aquí. Nadie tendría que arrastrarnos a mí o a mis hermanos a Las Bahamas; llegaríamos nadando si pudiéramos. Para nosotros, unas vacaciones en familia es quedarse en un hotel con piscina de la zona a pasar el fin de semana.

—Me suena a mis padres —dice Britt—. Nos llevaron al Harry Potter World de mierda por tercer año consecutivo. Estoy harta de la Cerveza de Mantequilla y de las fotos cursis de familia con la varita mágica.

Vaya, ¿quién cojones se queja de tener que ir al Harry Potter World? ¿O de la Cerveza de Mantequilla? ¿O de las varitas mágicas?

Espero que ninguna de ellas me pregunte sobre mis vacaciones. Han ido a Taipéi, a Las Bahamas, al Mundo Mágico de Harry Potter. Yo me he quedado en el barrio y vi a un policía matar a mi amigo.

—Supongo que lo de Las Bahamas no estuvo tan mal —dice Hailey—. Querían que hiciéramos cosas de familia, pero al final terminamos por hacer cada uno lo suyo.

—Querrás decir que me escribías todo el tiempo —dice Maya.

—Era lo mío.

—Cada día, todo el día —agrega Maya—. Ignorando la diferencia de horario.

—Da igual, pequeña. Ya sabes que te gusta hablar conmigo.

—Oh —digo—. Qué guay.

Pero no lo es. Hailey no me envió un solo mensaje de texto durante las vacaciones de primavera. Últimamente, apenas me llama. Quizás una vez a la semana, cuando antes solía hacerlo todos los días. Algo ha cambiado entre nosotras, y ninguna de las dos lo reconocemos. Nos comportamos de forma normal cuando estamos en Williamson, como ahora. Pero más allá de eso, ya no somos las mejores amigas que éramos, sucede que… No lo sé.

Además, dejó de seguir mi cuenta de Tumblr.

No tiene la menor idea de que yo lo sé. Una vez publiqué una foto de Emmett Till, un chico de catorce años al que asesinaron por silbarle a una mujer blanca en 1955. Su cuerpo mutilado no parecía algo humano. Hailey me envió un mensaje de texto inmediatamente después, y se puso como loca. Yo pensaba que era porque no podía creer que alguien le hiciera eso a un niño. No. Lo que no podía creer era que yo hubiera compartido una foto tan fea.

No mucho tiempo después, dejó de compartir y darle Me gusta a mis otras publicaciones. Miré mi lista de seguidores. ¡Ay!, Hails ya no me estaba siguiendo. Con el tema de que vivo a cuarenta y cinco minutos, se supone que Tumblr es un territorio sagrado donde se cimienta nuestra amistad. Dejar de seguirme es lo mismo que decir: Ya no me caes bien.

Quizá soy demasiado susceptible. O quizá las cosas hayan cambiado, quizá yo he cambiado. Por ahora supongo que seguiremos fingiendo que todo va bien.

Suena la campana. Los lunes, Hailey, Maya y yo tenemos inglés primero. Por el camino comienzan una gran discusión que se vuelve pelea, sobre las categorías de la ncaa (la liga de baloncesto universitario) y la final entre los cuatro mejores equipos. Hailey nació siendo fan de Notre Dame. Maya los detesta de una manera casi insalubre. Me quedo fuera de la discusión. De cualquier forma, la nba es lo que a mí me interesa.

Bajamos por el pasillo. Chris está de pie en la puerta de nuestra aula con las manos metidas en los bolsillos y unos auriculares enrollados alrededor del cuello. Me mira directamente y estira su brazo sobre el marco de la puerta.

Hailey lo mira a él y luego a mí. De un lado al otro, dos veces.

—¿Ha pasado algo malo entre vosotros?

Mis labios fruncidos probablemente me delatan.

—Sí. Más o menos.

—Este imbécil —dice Hailey, recordándome por qué somos amigas: no necesita detalles. Si alguien me hace daño de cualquier manera, automáticamente entra en su lista negra. Todo comenzó en quinto curso, dos años antes de que llegara Maya. Éramos esas chicas lloronas que se lamentaban por cualquier estupidez. Yo, por Natasha, y Hailey, porque había perdido a su madre, enferma de cáncer. Cabalgamos juntas sobre las olas del dolor.

Por eso no tiene sentido este asunto raro que sucede ahora entre nosotras.

—¿Qué quieres hacer, Starr? —me pregunta.

No lo sé. Antes de lo de Khalil, planeaba imponerle la ley de hielo a Chris para que le ardiera más que una de esas canciones R&B de los noventa, hechas para ser escuchadas después de una ruptura. Pero después de lo de Khalil, me siento más como una canción de Taylor Swift (sin ofender, estoy bromeando con lo de Tay-Tay, pero en la escala de novia enfadada, no se acerca siquiera a una canción R&B de los noventa). No me siento contenta con Chris, pero lo echo de menos. Nos echo de menos. Lo necesito tanto que estoy dispuesta a olvidar lo que hizo. Además, me da un miedo del demonio. ¿Alguien con quien sólo llevo un año significa tanto para mí? Pero Chris… es distinto.

¿Sabéis? Le voy a aplicar un Beyoncé. No es tan poderoso como una canción R&B de los noventa, pero es más fuerte que Taylor Swift. Sí. Eso funcionará. Les digo a Hailey y Maya:

—Yo me encargo.

Se apartan para que yo quede entre ellas como si fueran mis guardaespaldas, y vamos juntas a la puerta.

Chris nos hace una reverencia.

—Señoritas.

—¡Muévete! —le ordena Maya. Es gracioso, teniendo en cuenta cuánto la supera Chris en altura.

Él me mira con esos ojos azules. Se ha puesto moreno durante las vacaciones. Solía decirle que estaba tan pálido que parecía un malvavisco. Él odiaba que lo comparara con comida. Yo le decía que eso le pasaba por llamarme a mí caramelo. Eso lo calló.

Pero maldita sea. Además, lleva puestas las Space Jam 11. Se me había olvidado que decidimos ponérnoslas el primer día de clase. Le quedan bien. Las Jordan son mi debilidad. No puedo evitarlo.

—Sólo quiero hablar con mi chica —alega.

—No sé quién es éste —digo, aplicándole un Beyoncé como una profesional.

Él suspira por la nariz.

—¿Por favor, Starr? ¿Al menos podemos hablar?

Vuelvo a Taylor Swift porque me dice por favor. Asiento hacia Hailey y Maya.

—Tú le haces daño, y yo te mato —le advierte Hailey, y ella y Maya entran al aula sin mí.

Chris y yo nos alejamos de la puerta. Me dejo caer contra un casillero y me cruzo de brazos.

—Te escucho —le digo.

Suena una canción instrumental con muchos graves en sus auriculares. Lo más probable es que sea una de las suyas.

—Siento mucho lo que pasó. Debí haber hablado contigo primero.

Inclino la cabeza.

—Hablamos. Una semana antes. ¿Lo recuerdas?

—Lo sé, lo sé. Y te escuché. Sólo quería estar preparado en caso de…

—¿En caso de que pudieras activar los botones correctos y me convencieras de cambiar de opinión?

—¡No! —levanta las manos para mostrar que se da por vencido—. Starr, sabes que no lo haría… eso no es… lo siento, ¿está bien? Lo llevé demasiado lejos.

Vaya eufemismo. El día antes de la fiesta de Big D, Chris y yo estábamos en su habitación ridículamente grande. El tercer piso de la mansión de sus papis es una suite para él, con la ventaja adicional de ser el último hijo de unos padres cuyos otros hijos ya dejaron el nido. Trato de olvidar que tiene a su disposición todo un piso del tamaño de mi casa, y empleados que se parecen a mí.

No es la primera vez que estábamos tonteando, y cuando Chris metió su mano en mis pantalones cortos, pensé que no pasaría nada. Luego empecé a calentarme y dejé de pensar. En serio, mi proceso de pensamiento se fue por la ventana. Y justo cuando estaba en ese momento, se detuvo, metió la mano en el bolsillo y sacó un condón. Enarcó las cejas, pidiéndome en silencio una invitación para hacerlo.

Lo único en lo que pude pensar fue en esas chicas que veo caminando por Garden Heights con un bebé apoyado contra la cadera. Condón o no condón, esa mierda sucede.

Me puse como loca. Él sabía que yo no estaba lista para eso, ya lo habíamos hablado, ¿y aun así tenía un condón? Dijo que quería ser responsable, pero que si yo no estaba lista, no estaba lista.

Me fui de su casa cabreada y excitada, que es lo peor que puede suceder.

Pero es posible que mamá tenga razón. Una vez me dijo que si llegas hasta ahí con un chico, se activan un montón de sentimientos y lo quieres hacer continuamente. Chris y yo llegamos lo suficientemente lejos, y ahora noto cada detalle de su cuerpo. Sus fosas nasales que se ensanchan cuando suspira. Su suave cabello castaño que adoro explorar con los dedos. Sus labios suaves, y la lengua que los humedece cada tanto. Las cinco pecas en el cuello, en los puntos perfectos para ser besadas.

Más que eso, recuerdo al chico que pasa casi todas las noches al teléfono conmigo hablando de nada y de todo. Al que le encanta hacerme sonreír. Sí, me enfada a veces, y estoy segura de que yo lo molesto a él, pero significamos algo el uno para el otro. En realidad, mucho.

Mierda, mierda, mierda, me estoy desmoronando.

—Chris…

Recurre a un golpe bajo, y emite un sonido de caja de ritmos, soltando un Bum, bum, bum, bum que me es demasiado familiar.

Lo señalo con el dedo.

—¡No te atrevas!

Ahora escucha la historia de mi vida y de cómo el destino cambió mi movida. Sin comerlo ni beberlo llegué a ser el chuleta de un barrio llamado Bel-Air.

Hace la parte instrumental con la técnica de beatbox5 y mueve el pecho y el trasero al ritmo. La gente pasa junto a nosotros, riendo. Un chico silba sugestivamente y alguien grita: ¡Muévelo, Bryant!

Mi sonrisa crece sin que pueda evitarlo.

El príncipe de Bel-Air no es sólo mi programa favorito, es nuestro programa favorito. Cuando teníamos quince años, empezó a seguirme en Tumblr y yo a él. Nos conocíamos de la escuela, pero no nos conocíamos en realidad. Un sábado, compartí un montón de imágenes y vídeos de El Príncipe. Le gustaron y las compartió todas. El siguiente lunes por la mañana, en la cafetería, me invitó a Pop Tarts y zumo de uva, y dijo: La primera tía Viv fue la mejor tía Viv.

Fue el principio entre nosotros.

Chris entiende El príncipe de Bel-Air, y eso le ayuda a entenderme. Una vez hablamos de lo genial que era que Will siguiera siendo él mismo en su nuevo mundo. Se me escapó y dije que desearía ser así en el instituto. Chris dijo entonces: ¿Y por qué no puedes, princesa del rap?

Desde entonces, no necesito decidir qué Starr tengo que ser para estar con él. Le gustan las dos. Bueno, las partes que le he mostrado. No revelo algunas cosas, como lo de Natasha. Una vez que descubres lo destrozada que está una persona, es como verla desnuda: ya nunca puedes verla igual.

Me gusta la manera en que me considera ahora, como si fuera una de las mejores cosas que hay en su vida. También él es una de las mejores cosas que hay en la mía.

No puedo mentir: nos dirigen las miradas tipo ¿por qué sale él con ella?, que normalmente provienen de alguna chica blanca rica. Yo a veces me pregunto lo mismo. Chris se comporta como si esas miradas no existieran. Cuando me sorprende con cosas como ésta, rapeando y haciendo beatbox en medio de un pasillo bullicioso sólo para hacerme sonreír, también yo me olvido de esas miradas.

Comienza el segundo verso, meneando los hombros y mirándome. ¿Y lo peor? El muy retardado sabe que funciona:

Al oeste en Filadelfia, crecía y vivía, vamos nena. Canta conmigo.

Coge mis manos.

Ciento Quince sigue las manos de Khalil con una linterna.

Le ordena a Khalil que salga con las manos en alto.

Me grita que ponga las manos en el salpicadero.

Me arrodillo junto a mi amigo muerto en medio de la calle con las manos arriba. Un policía tan blanco como Chris me apunta con la pistola.

Tan blanco como Chris.

Hago un gesto de dolor y se las aparto.

Chris frunce el ceño.

—Starr, ¿estás bien?

Khalil abre la puerta.

—¿Estás bien, Starr?

¡Pum!

Hay sangre. Demasiada sangre.

Suena de nuevo la campana, y me trae de vuelta al Williamson normal, donde no soy la Starr normal.

Chris se inclina hacia abajo y pone su rostro frente al mío. Mis lágrimas lo nublan.

—¿Starr?

Son sólo unas lágrimas, sí, pero me siento expuesta. Me doy la vuelta para ir a clase, y Chris me agarra del brazo. Me desprendo y le doy la espalda.

Él levanta las manos, se da por vencido.

—Lo siento. Quería…

Me limpio los ojos y entro a clase. Chris está justo detrás de mí. Hailey y Maya le lanzan las miradas más asesinas posibles. Me siento frente a Hailey.

Ella me aprieta el hombro.

—Ese pedazo de imbécil.

Nadie en la escuela ha mencionado hoy a Khalil. Odio admitirlo, porque es como mostrarle el dedo corazón, pero siento alivio.

Como ya ha terminado la temporada de baloncesto, me voy con los demás. Tal vez por primera vez en mi vida desearía que no fuera el final de las clases. Estoy cada vez más cerca de hablar con la policía.

Hailey y yo caminamos hasta el otro lado del aparcamiento con los brazos enlazados. Maya tiene un chófer que la recoge. Hailey tiene su propio coche, y yo tengo un hermano con coche; siempre salimos caminando juntas.

—¿Estás absolutamente segura de que no quieres que le patee el trasero a Chris? —pregunta Hailey.

Les conté a ella y a Maya acerca del Señor Condón y, por lo que a ellas respecta, Chris está desterrado para toda la eternidad a la Tierra de los Cretinos.

—Sí —digo por enésima vez—. Qué violenta eres, Hails.

—Cuando de mis amigos se trata, posiblemente. Pero en serio, ¿por qué lo intentó siquiera? Dios, los chicos y su maldita calentura.

Suelto un bufido.

—¿Es por eso que tú y Luke no estáis juntos todavía?

Me da un codazo suave.

—Cállate.

Me río.

—¿Por qué no admites que te gusta?

—¿Qué te hace pensar que me gusta?

—¿En serio, Hailey?

—En cualquier caso, Starr, esto no tiene nada que ver conmigo. Tiene que ver contigo y tu novio, el maniático sexual.

—No es un maniático sexual —le digo.

—¿Cómo lo llamarías entonces?

—Estaba caliente en ese momento.

—¡Es lo mismo!

Trato de no reír y ella hace lo mismo, pero pronto nos gana la risa. Dios, me sienta tan bien que seamos la Starr y la Hailey de siempre. Todo esto hace que me pregunte si algo ha cambiado o es sólo mi imaginación.

Nos despedimos a medio camino entre el coche de Hailey y el de Seven.

—Sigue sobre la mesa la oferta de patearle el trasero —me grita.

—¡Bye, Hailey!

Me alejo caminando, frotándome los brazos. La primavera parece haber tenido una crisis de identidad y siento frío. A unos cuantos pasos, Seven tiene la mano apoyada sobre su coche mientras habla con su novia, Layla. Él y su maldito Mustang. Lo toca más que a Layla. A ella obviamente no le importa. Juega con una rasta que a él le cae junto al rostro y que no se ha recogido a propósito en la coleta. Algo digno de levantar la mirada al cielo. Algunas chicas hacen demasiado. ¿No puede jugar con los rizos de su propia cabeza?

En serio, no tengo problemas con Layla. Es una friki como Seven, lo suficientemente inteligente como para ir a Harvard aunque irá a Howard, y tan dulce. Es una de las cuatro chicas negras de la clase de último curso, y si Seven sólo quiere salir con chicas negras, ha escogido a una estupenda.

Me acerco a ellos y digo:

—Ejem, ejem.

Seven no le quita los ojos de encima a Layla.

—Ve a firmar para que dejen salir a Sekani.

—No puedo —le miento—. Mamá no me ha puesto en la lista.

—Sí que lo ha hecho. Ve.

Me cruzo de brazos.

—No pienso caminar al otro lado del campus para ir por él y luego regresar. Podemos pasar por él cuando vayamos de camino.

Me mira de reojo, pero estoy demasiado cansada para todo esto y hace frío. Seven besa a Layla y da la vuelta al coche hasta llegar a la puerta del conductor.

—Como si fuera una caminata larga —masculla él.

—Como si no pudiéramos pasar por él a la salida —digo, y me meto en el coche.

Enciende el coche. Desde el altavoz del iPod de Seven suena esa bonita remezcla que Chris hizo de Kanye y de mi otro futuro marido, J. Cole. Maniobra entre el tráfico del aparcamiento para llegar a la escuela de Sekani. Seven firma para sacarlo de sus clases extracurriculares, y nos vamos.

—Tengo hambre —gimotea Sekani antes de que hayan pasado siquiera cinco minutos desde que salimos del aparcamiento.

—¿No te han dado nada de comer en la escuela? —pregunta Seven.

—¿Y? Todavía tengo hambre.

—Pedazo de glotón —dice Seven, y Sekani patea el respaldo de su asiento. Seven ríe—. ¡Está bien, está bien! Mamá me pidió que llevara algo de comida a la clínica de todos modos. Te compraré algo también —mira a Sekani por el espejo retrovisor—. ¿Te parece bien…?

Seven se paraliza. Apaga la música de Chris y baja la velocidad.

—¿Por qué has apagado la música? —pregunta Sekani.

—Silencio —sisea Seven.

Nos detenemos en el semáforo rojo. Una patrulla de Riverton Hills se sitúa junto a nosotros.

Seven se endereza y mira directamente hacia el frente, casi sin parpadear y aferrado al volante. Sus ojos se mueven un poco, como si quisiera mirar al coche de la policía. Traga saliva con fuerza.

—Vamos, luz —reza—. Vamos.

Me quedo mirando al frente y rezo también para que cambie la luz.

Finalmente se pone verde y Seven deja que la patrulla salga primero. No relaja los hombros hasta que salimos a la autopista. Yo tampoco.

Nos detenemos en ese restaurante chino que le encanta a mamá y vamos por comida para todos. Ella quiere que yo coma antes de hablar con los detectives. En Garden Heights, los chicos juegan en las calles. Sekani aprieta su rostro contra mi ventana y los mira. Él no juega con ellos. La última vez que jugó con chicos del barrio lo llamaron niño blanco, porque estudia en Williamson.

Jesús Negro nos saluda desde un mural al lado de la clínica. Tiene rastas como las de Seven. Sus brazos se extienden a lo ancho de la pared, y detrás de él hay nubes de algodón. Las grandes letras que se ciernen sobre él nos recuerdan que Jesús te ama.

Seven pasa junto a Jesús Negro y entra al aparcamiento que hay detrás de la clínica. Teclea un código para abrir la reja y aparca junto al Camry de mamá. Yo llevo la bandeja de bebidas, Seven la comida y Sekani nada, porque él nunca lleva nada.

Aprieto el timbre para entrar por la puerta trasera y saludo a la cámara. La puerta se abre hacia un pasillo de olor aséptico con paredes de color blanco brillante y suelos de azulejo blanco que reflejan nuestras siluetas. El pasillo conduce a la sala de espera. Unas cuantas personas ven las noticias en la vieja televisión que está colgada del techo o leen las mismas revistas que han estado ahí desde que yo era pequeña. Cuando un hombre desgreñado comprueba que traemos comida, se endereza y olfatea como si fuera para él.

—¿Qué es lo que lleváis ahí? —pregunta la señorita Felicia desde la recepción, estirándose para mirar.

Mamá viene del otro pasillo con su bata de enfermera de color amarillo, siguiendo a un niño con los ojos llenos de lágrimas y a su madre. El niño lame una piruleta, el premio por haber sobrevivido a una inyección.

—Ahí están mis nenes —dice mamá cuando nos ve—. Y también mi comida. Venid. Vamos atrás.

—¡Guardadme un poco! —nos grita Felicia. Mamá le dice que guarde silencio.

Ponemos la comida en la mesa del área de descanso. Mamá va por platos de papel y utensilios de plástico que guarda en el armario para días como éste. Damos las gracias y atacamos.

Mamá se sienta en la barra y come.

—¡Hum! Esto me sienta de maravilla. Gracias, Seven, mi niño. Sólo había comido una bolsa de Cheetos hoy.

—¿No habías almorzado? —pregunta Sekani con la boca llena de arroz frito.

Mamá lo señala con el tenedor.

—¿Qué te he dicho sobre hablar con la boca llena? Para que lo sepas, no había comido. Tuve una reunión durante mi descanso para el almuerzo. Ahora, contadme vosotros. ¿Cómo fue la escuela?

Sekani siempre es el que más tarda porque describe cada detalle. Seven dice que su día fue bien. Yo soy igual de breve con mi Estuvo bien.

Mamá sorbe su bebida.

—¿Pasó algo?

Me puse como loca cuando me tocó mi novio, pero aparte de eso, No, nada.

La señorita Felicia se acerca a la puerta.

—Lisa, siento molestarte, pero tenemos un problema en la entrada.

—Es mi descanso, Felicia.

—¿Crees que no lo sé? Pero está preguntando por ti. Se trata de Brenda.

La madre de Khalil.

Mamá baja su plato. Me mira directamente a los ojos cuando dice: Quedaos aquí.

Pero tengo la cabeza dura. La sigo a la sala de espera. La señorita Brenda está sentada con el rostro entre las manos. Tiene el cabello sin peinar, la camisa blanca está sucia, casi parda. Tiene llagas y costras en brazos y piernas, y como es de piel muy clara se le ven aún más.

Mamá se arrodilla frente a ella.

—Bren, hola.

La señorita Brenda mueve las manos. Sus ojos rojos me recuerdan algo que dijo Khalil cuando éramos pequeños, que su madre se había convertido en un dragón. Él decía que algún día él sería el caballero que rompería el hechizo y la rescataría.

No tiene sentido que él vendiera drogas. Yo habría pensado que su corazón roto no se lo permitiría.

—Mi niño —llora su mamá—. Lisa, mi niño.

Mamá aprieta las manos de la señorita Brenda entre las suyas y las frota, sin importarle lo asquerosas que están.

—Lo sé, Bren.

—Han matado a mi niño.

—Lo sé.

—Lo han matado.

—Lo sé.

—Ay, Jesús —dice la señorita Felicia desde la puerta. Junto a ella, Seven rodea a Sekani con el brazo. Algunos de los pacientes en la sala de espera sacuden la cabeza.

—Pero Bren, tienes que desintoxicarte —dice mamá—. Es lo que él quería.

—No puedo. Mi niño no está aquí.

—Claro que puedes. Tienes a Cameron, y él te necesita. Tu madre te necesita.

Khalil te necesitaba, quiero decir. Te esperaba y lloraba por ti. ¿Y dónde estabas? Ya no te toca llorar. No, no, no. Ya es demasiado tarde.

Pero ella sigue llorando, balanceándose y llorando.

—Tammy y yo podemos conseguir ayuda para ti, Bren —dice mamá—. Pero tienes que quererlo realmente.

—Ya no quiero vivir así.

—Lo sé —mamá gesticula hacia la señorita Felicia para que coja su teléfono—. Busca entre mis contactos el número de Tammy Harris. Llámale y dile que su hermana está aquí. Bren, ¿cuándo fue la última vez que comiste algo sólido?

—No lo sé. No lo… mi niño.

Mamá se endereza y acaricia el hombro de la señorita Brenda.

—Te voy a traer un poco de comida.

Sigo a mamá. Camina rápido, pero pasa junto a la comida y sigue hasta el mostrador. Se deja caer contra éste, con la espalda hacia mí, e inclina la cabeza, sin decir una sola palabra.

Todo lo que quería decir en la sala de espera me desborda.

—¿Y ahora por qué está tan alterada? Nunca estuvo ahí cuando Khalil la necesitó. ¿Sabes cuántas veces lloró él por ella? Cumpleaños, Navidad, todo eso. ¿Por qué tiene que llorar ahora?

—Starr, por favor.

—¡No fue una madre para él! Y ahora, de la nada, ¿resulta que es su niño? ¡Qué basura!

Mamá golpea el mostrador y pego un salto.

—¡Cállate! —me grita. Se da la vuelta con el rostro empapado en lágrimas—. Ese chico no era un amiguito suyo. Era su hijo, ¿me escuchas? ¡Su hijo! —se le quiebra la voz—. Llevó a ese niño en su vientre, parió a ese niño. No tienes derecho a juzgarla.

La boca se me seca como si fuera algodón.

—Yo…

Mamá cierra los ojos. Se masajea la frente.

—Lo siento. Prepárale un plato, ¿está bien? Prepárale un plato.

Eso hago y le pongo un poco de más de todo. Se lo llevo a la señorita Brenda. Masculla algo que suena a gracias mientras lo coge.

Cuando me mira entre esa bruma roja, los ojos de Khalil me miran a mí directamente, y me doy cuenta de que mamá tiene razón. La señorita Brenda es la madre de Khalil. No importa nada más.

5. El beatbox es una forma de percusión vocal que se basa en la habilidad de producir ritmos y sonidos musicales utilizando la propia boca, labios, lengua y voz.

El odio que das

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