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Jóvenes indígenas trabajadoras en la ZMMV y jóvenes mixtecos en el AMM
ОглавлениеLos datos etnográficos que exponemos en este apartado corresponden a la investigación de dos experiencias: 1) la de jóvenes que residen de manera dispersa9 y en condiciones de aislamiento10 en una ciudad, como es el caso de las jóvenes migrantes trabajadoras en la ZMVM, y 2) la de jóvenes indígenas en una comunidad transregional,11 como es el caso de los jóvenes mixtecos en el AMM.12
La presencia y visibilidad de los jóvenes indígenas en los espacios públicos de las ciudades ha ocasionado que en los últimos años se hayan constituido en el centro de atención de la opinión pública y la investigación social (López, 2012). Ello tiene que ver con el incremento de la participación juvenil en los flujos migratorios internos como consecuencia de la pobreza, la falta de empleo y de recursos para la producción, la carencia de centros educativos en los ámbitos rurales e indígenas, la violencia, o los conflictos políticos y religiosos en ámbitos rurales indígenas (Pérez, 2004). Tales situaciones se deben en gran parte a que: “en los últimos veinte años ocurrió un debilitamiento en las estructuras económicas y sociales rurales, lo cual propició un nuevo éxodo del campo” (Pacheco, 2009: 53), por lo cual, como señala Patricia Arias: “La migración parece haber sido la principal respuesta a la crisis de las producciones agrícola y forestal tradicionales, a la degradación de los niveles de vida y al deterioro del consumo de la población rural [en México]” (Arias, 2009: 22).
En particular, la migración indígena y juvenil se origina en las regiones y comunidades rurales donde la movilidad territorial —temporal o definitiva— y la venta de fuerza de trabajo constituyen casi las únicas posibilidades para su sobrevivencia.
Si bien la migración indígena rural-urbana interna no es un fenómeno reciente, sí podemos considerar que estamos ante una nueva generación de migrantes indígenas, constituida por familias, mujeres solas y mujeres y varones jóvenes solos, incluso menores de edad, que ha emergido a partir de la crisis económica de la década de 1980, de la consolidación del Estado neoliberal en los medios rurales y urbanos de nuestro país en la década de 1990, y del endurecimiento de la frontera norte durante la primera década del siglo XXI.13
Esta tercera generación de migrantes se caracteriza por la heterogeneidad de actores que la conforman, de origen geográfico y cultural diverso. Esto se debe a que la migración indígena actual se ha generalizado a casi todos los grupos étnicos establecidos en los medios rurales, cuyos integrantes coexisten en la ciudad desplegando diversas estrategias de asentamiento y distintas maneras de insertarse en el tejido económico y social (Arias, 2009). Por lo tanto, la migración contemporánea en las ciudades se caracteriza por ser un “fenómeno a largo plazo, que puede ser definitivo”, pues cada vez más las familias indígenas están “disociadas de las actividades agrícolas y de la tenencia de la tierra” (Arias, 2009: 83). Esto último ha llevado a gran parte de sus integrantes a buscar en las ciudades los medios, recursos o satisfactores sociales para su sobrevivencia, a conformar un asentamiento urbano y a residir permanentemente en él, como es el caso del grupo mixteco en el AMM referido en este capítulo.
La migración de indígenas mixtecos desde San Andrés Montaña, Oaxaca, hacia el AMM ocurrió en la década de 1980. Su proceso de inserción social y urbana hizo posible que los hijos de los primeros migrantes mixtecos, denominados también como segundas y terceras generaciones, desplegaran una experiencia comunitaria en la conformación del asentamiento donde residen al parecer de forma definitiva, pues en ocasiones las narraciones intergeneracionales coinciden en que “es difícil regresar al pueblo y allá no hay trabajo”.
Dicho asentamiento comunitario ahora está conformado por familias extensas compuestas por tres generaciones que ya cuentan con integrantes nacidos en el AMM. Éste es el caso de algunos jóvenes mixtecos, quienes tienen una presencia social relevante y desarrollan su vida cotidiana enfrentando conflictos y tensiones al interior de la familia y la comunidad, principalmente a causa de la emergencia de la juventud, en la cual han influido una serie de procesos socioculturales que configuran un periodo juvenil en permanente construcción dentro de la comunidad mixteca en cuestión, y en el contexto del AMM en general, con características asociadas con las formas de organización comunitaria que existen en la ciudad y con los procesos juveniles urbanos.
Desde la perspectiva de los jóvenes mixtecos que colaboraron en esta investigación,14 el contexto migratorio presenta nuevos atributos que determinan la construcción de una condición juvenil y que contrastan con los elementos de producción de la misma en el lugar de origen. Por ello, existen diferencias en cuanto a las situaciones de vida de los jóvenes mixtecos, que adquieren una multiplicidad de referentes identitarios vinculados con la organización de género y de generación, como el ser estudiante, universitario, artesano, músico, empleado o comerciante ambulante, o por “estar” en un lapso de tiempo considerado como “libre”, es decir, sin estudiar ni trabajar, mientras se busca un empleo o se continúa con los estudios.
Es en las situaciones antes mencionadas en las que los jóvenes entrevistados expresan una configuración juvenil e indígena cuya construcción despliega una serie de prácticas y significaciones en diferentes zonas fronterizas (Urteaga, 2010), como el posicionamiento para formular ciertas demandas, entre ellas el derecho a “ser jóvenes”, tanto al interior de sus familias como en la comunidad mixteca, y sus formas de organización en el AMM. De acuerdo con el trabajo de campo realizado en dicho contexto, puede agregarse que las familias mixtecas “están definidas y organizadas por su inserción en la economía urbana de la ciudad” —en este caso, Monterrey y su área metropolita—, de acuerdo con “divisiones de género que se crean o recrean en el ambiente urbano” (Arias, 2009: 154-155), además de las relaciones intergeneracionales, interétnicas y de clase.
En este marco, podemos enumerar los siguientes hallazgos etnográficos que se derivan del trabajo de campo realizado: a) un corpus de ideas y prácticas sobre el “ser joven” entre los primeros migrantes mixtecos que arribaron en la década de 1980 al AMM; b) las confrontaciones, tensiones y negociaciones entre las generaciones adultas y jóvenes al interior de la familia y la comunidad; c) las posibilidades y acceso a mayores niveles de educación para mujeres y hombres jóvenes, en el nivel medio, técnico y superior, lo que posibilita una condición juvenil asociada con ser estudiante, antes de adquirir otros compromisos y obligaciones comunitarias y familiares, como el matrimonio; d) la adscripción de los jóvenes en asociaciones civiles interétnicas donde confluye el intercambio de diversas experiencias, conocimientos, expectativas y proyectos que inciden en la multidimensionalidad de su vida cotidiana, lo que les permite visualizar nuevas posibilidades, alternativas y visiones a futuro desde una posición crítica y reflexiva; e) los espacios, usos y apropiaciones juveniles que adoptan y resignifican en función de sus intereses, percepciones y expectativas como jóvenes, tanto en el ámbito local como en su relación con el contexto metropolitano; f) la conformación juvenil de las bandas de música de viento al interior de la comunidad mixteca, que se articulan al contexto local y regional en diferentes niveles de interacción y contacto intercultural, lo cual da sentido a un elemento cultural que seleccionan como emblema intergeneracional de la cultura mixteca de San Andrés Montaña, Oaxaca, y g) la relación con el uso y apropiación de medios de comunicación, redes sociales y tecnologías como parte de su condición juvenil, lo que a su vez les permite estar en contacto con otros jóvenes, familiares y amigos en una amplia geografía que incluye los vínculos sociales con su comunidad de origen.
La investigación en la ZMVM corresponde a la tesis doctoral de Jahel López (2012) y se desarrolló entre 2008 y 2012. En ella, la autora analizó la experiencia juvenil de las mujeres indígenas que migran de zonas rurales a la ciudad para trabajar, específicamente para insertarse en el empleo doméstico remunerado y, en menor medida, en otros ramos del sector de servicios, casi siempre de manera informal. Para entrar en contacto con ellas, se realizó observación etnográfica en los lugares donde se reunían los fines de semana, principalmente en dos salones de baile ubicados en el centro de la ciudad. Se hizo también contacto a través de amistades y de una bolsa de trabajo localizada en una iglesia católica. Asimismo, se realizaron diez entrevistas semiestructuradas a mujeres jóvenes migrantes para conocer de su propia voz su historia migratoria, su inserción laboral y habitacional en la ciudad y sus experiencias construidas en la ciudad como mujeres, indígenas, jóvenes y migrantes.
En el caso de la migración indígena estudiada por López en la ZMVM, dos grupos son protagonistas: las mujeres y los jóvenes de ambos sexos que eligieron esta zona metropolitana como lugar de destino, aprovechando los mercados laborales de servicios y la industria de la construcción que sobrevive con relativo éxito en la ciudad. Otros integrantes de sus familias se reparten entre las localidades rurales, las ciudades fronterizas, las zonas agroindustriales del norte y las zonas turísticas, donde se ha desarrollado un mercado para las artesanías y el comercio indígenas, así como en algunos lugares de Estados Unidos (Sánchez, 2002; Arias, 2009; López, 2012).
Estas mujeres inmigrantes de procedencia rural se establecieron en la ciudad principalmente como trabajadoras domésticas remuneradas, aunque algunas desarrollaron actividades laborales en otras ramas del sector servicios como cocineras, meseras, vendedoras y ayudantes en restaurantes y comercios, la mayoría bajo condiciones de informalidad; es decir, se trataba de trabajos eventuales y flexibles, sin contratos ni prestación laboral alguna.
Los lugares de origen de las jóvenes entrevistadas se ubicaban en el Estado de México, Puebla, Veracruz, Oaxaca, Chiapas, Hidalgo y Michoacán. En el caso de los migrantes indígenas, sobresalen los mazahua, originarios de la región indígena15 Mazahua-Otomí, y nahuas procedentes de las regiones Huasteca y Sierra Norte de Puebla-Totonacapan, por su cercanía relativa a la ZMVM. Con la finalidad de contrastar las experiencias y su especificidad como indígenas, se incluyó a mujeres y varones mestizos provenientes de Puebla y Veracruz.
Una característica muy importante de este grupo de mujeres y varones migrantes, indígenas y mestizos, es que su llegada a la ciudad se debió principalmente a la búsqueda de trabajo, y sucedió en un rango de edad entre los 12 y 19 años de edad —según los datos de la investigación de campo—, la mayoría estando solteros y sin hijos. Estas características, aunadas a los tipos de trabajo que desempeñaban en la ciudad, les permitían llevar cabo una serie de prácticas y vivencias, que en el caso de las mujeres eran más relevantes pues les permitían conformar un tipo de experiencia no asociada con las mujeres indígenas:
1 La experiencia de vivir fuera de la casa de los padres sin que implique el paso a la vida conyugal.
1 La posibilidad de trabajar de forma remunerada y, con ello, percibir y manejar recursos económicos que regularmente compartían con su familia de origen, pero que también utilizaban en beneficio propio para comprar ropa, accesorios y artículos varios, como teléfonos celulares o aparatos para escuchar música, así como para la recreación y diversión.
1 La posibilidad de experimentar el noviazgo como una etapa previa a la vida conyugal. En este mismo tenor, la vivencia de la sexualidad separada de la reproducción también aparece como una posibilidad para las mujeres indígenas jóvenes migrantes, al flexibilizarse, pero no borrarse, las formas de control familiares y comunitarias.
1 La posibilidad de relacionarse con mujeres y hombres no pertenecientes a la comunidad o grupo étnico del que ellas provienen.
1 Por último, la experiencia de compartir y construir espacios con otras personas iguales en condición o situación para hacer uso del tiempo libre y de ocio.
La metodología elaborada para el estudio de las jóvenes indígenas en la ZMVM y de las mujeres y hombres jóvenes mixtecos en el AMM, desde una perspectiva antropológica de la juventud, nos obligó a considerar en el estudio las categorías de género, clase y etnia para complejizar el análisis y dar cuenta de una manera más profunda del fenómeno de interés: la construcción de lo juvenil en contextos indígenas migratorios. En los dos siguientes incisos trataremos de ilustrar etnográficamente el resultado de dicho análisis.
A) Transformaciones en la organización de género y en las relaciones intergeneracionales
Podemos sostener que sin una perspectiva de género16 no es posible apreciar los espacios en los que se desenvuelve la juventud, especialmente en el caso de las mujeres. Para indagar sobre ello deben tomarse en cuenta los contextos históricos y socioeconómicos, tanto los que han frenado como los que han propiciado cambios en la condición, situación y posición de género de las mujeres.
La participación femenina en las culturas juveniles debe explicarse, entonces, en el contexto del reconocimiento de la ciudadanía de las mujeres, es decir, desde el derecho a tener derechos, lo que hace posible, por ejemplo, su incorporación al mercado laboral y a la educación formal o el acceso a los métodos anticonceptivos, entre otras transformaciones que han afectado la vida de las mujeres, en especial la de las jóvenes, al abrir sus posibilidades de vida y desarrollo social tanto como sus formas de expresión y sus identidades (López, 2012). Estos aspectos valen también para el estudio de la juventud de las mujeres indígenas.
En este último caso, los medios de comunicación son un factor de cambio17 tanto en la organización de género, como en las relaciones intergeneracionales, al transmitir imágenes y mensajes de modelos de conducta cada vez menos ajenos para las comunidades indígenas, como son las relaciones amorosas, el cortejo, el noviazgo, el matrimonio, la sexualidad o nuevos papeles femeninos (Urteaga, 2008).
La aceptación o no de estos modelos de conducta está asociada íntimamente con la organización de género, clase y edad, en la que adultos y jóvenes pueden estar en tensión y conflicto, según sea la fuerza de la jerarquía patriarcal y generacional, así como la que tengan los lazos familiares y comunitarios que la construyen (Pérez, 2008a).
Los resultados son varios y complejos, pero referiremos dos de ellos: la demanda de libertad individual y la ruptura de la jerarquía de género. Estos se explican en el marco de los cambios ocurridos en los sistemas tradicionales de reproducción social, trabajados por Patricia Arias (2009), en los que la lucha de las mujeres por la igualdad y participación en las instancias comunitarias forma parte del proceso de modernización de usos y costumbres que está ocurriendo al interior de las sociedades indígenas rurales y urbanas. Los cambios a los que nos referimos se han producido en la economía, en la creciente urbanización de la población indígena, en el aumento del intercambio económico y cultural entre las sociedades indígenas y la mestiza, y en la mayor participación en la educación formal en los distintos niveles escolares. Estos fenómenos ponen en cuestión las prácticas tradicionales, las cuales en algunos momentos y casos se abandonan, pero en otros se modifican y resignifican para poder reproducir las identidades y grupos culturales (Sarmiento y Lozano, 2001).
De esta manera, nos explica Arias, cuando se observa el modelo de reproducción social en las comunidades indígenas puede identificarse que varios de sus elementos se han transformado porque la actividad agrícola ha sido desplazada del lugar central que ocupaba en la economía campesina y, con ello, se ha visto trastocado el manejo centralizado y jerárquico de la producción y la distribución, lo que ha desencadenado una pérdida del valor de la tierra como recurso económico y como herencia (Arias, 2009).
Sin bienes que heredar y sin una actividad que permita la reproducción de un sistema jerárquico de género y generacional, la posibilidad de mayor libertad individual ha producido cambios favorables para los subgrupos anteriormente subordinados en el modelo mesoamericano18 en especial para los jóvenes y las mujeres en diferentes situaciones; ante esto, insistimos, varios usos y costumbres están siendo transformados. Patricia Arias destaca los siguientes cambios: la residencia posmatrimonial neolocal —en una casa independiente— está cada vez más extendida ante la alta “fragmentación de la propiedad, la incertidumbre y tensión respecto al destino de los herederos y el futuro de los recursos heredables” (Arias, 2009: 38); la visibilización de las mujeres “solas” —término que define a las madres solteras, mujeres abandonadas y viudas— y, añadiríamos, las mujeres solteras, quienes al participar cada vez más en el trabajo asalariado y en los flujos migratorios comienzan a adquirir ciertos derechos que se corresponden, más o menos, con las obligaciones económicas que adquieren con su familia y la comunidad.
En este sentido, Martha Patricia Castañeda explica que, al participar más las mujeres con sus ingresos en la economía familiar, se “ha comenzado a modificar el entramado familiar y social basado en la jerarquización tradicional de derechos y deberes rurales” (Castañeda, 2007: 201).
El incremento de los jóvenes y las mujeres en los flujos migratorios “ha minado la capacidad de los grupos domésticos de imponer normas a sus miembros ausentes” (Arias, 2009: 61) y, con ello, se han transformado las relaciones conyugales y generacionales. Todos estos cambios en los usos y costumbres indígenas tienen que ver con la transformación de la condición social de las mujeres.
En el caso de las mujeres jóvenes mixtecas, por ejemplo, es necesario plantear que existen diferentes experiencias relacionadas con la construcción de lo juvenil, ya que las visiones intergeneracionales contrastan y dejan ver las tensiones, conflictos y trasformaciones que se articulan en su condición actual en el asentamiento congregado, por lo que ellas enfrentan un contexto disímil en cuanto a opciones o posibilidades de elección, así como en cuanto a las limitaciones y coyunturas que conlleva el contexto metropolitano en el que se despliega su experiencia de vida.
Con base en los hallazgos etnográficos arriba mencionados, proponemos que las formas de vivir la juventud son variadas y están determinadas por la condición de género en la que cada joven experimenta dicha construcción social en el contexto de un asentamiento mixteco en la ciudad. En este marco, se pueden distinguir algunas formas de ser joven como mujer o varón desde las prácticas cotidianas, en relación con el lugar de nacimiento, la experiencia migratoria, el ser músico —todavía una actividad masculina—, el ser estudiante, empleado o comerciante ambulante.
Es importante señalar que la socialización para el trabajo en la comunidad mixteca resulta trascendente y es un recurso indispensable en la formación de las mujeres y hombres jóvenes; por lo tanto, se convierte en uno de los principales ordenadores en la organización de la familia y en las relaciones de género, incluso para construir sus planes a futuro. Sin embargo, se advierte un cambio social significativo dado que la mayoría de los esfuerzos de las familias mixtecas se fincan en la educación de los hijos —mujeres y hombres— con la expectativa de concluir una instrucción a nivel medio o superior y conseguir un trabajo profesional posteriormente.
En este sentido, la educación de los jóvenes mixtecos es otro elemento que implica una permanencia prolongada o definitiva del grupo doméstico en la metrópoli, y es común la constante integración a éste de parientes y paisanos que buscan seguir sus estudios en dicho contexto. Por ello, abordar las posibilidades de acceso a la instrucción educativa es un indicador en la configuración de lo juvenil en las segundas y terceras generaciones de migrantes mixtecos porque implica la emergencia de una condición juvenil para las mujeres y hombres jóvenes en la comunidad mixteca en el AMM.
En el caso de las jóvenes indígenas estudiadas en la ZMVM, la información recopilada sobre los integrantes de la familia nuclear de origen se analizó a partir de la división entre una generación adulta —conformada por los padres de las jóvenes entrevistadas, nacidos entre las décadas de los cincuenta y los setenta—, y una generación joven —conformada por las propias jóvenes y sus hermanas y hermanos, nacidos entre los años 1980 y 1995—. Aunque presentan características similares en términos de ocupación, existen varias diferencias que devienen de transformaciones socioeconómicas que están impactando en la vida de las familias rurales, y en especial en sus integrantes jóvenes. Se observa, por ejemplo, cierta similitud en los empleos que ocupan ambas generaciones; no obstante, las mujeres y varones de la generación joven tienen que salir de sus comunidades para desarrollar sus actividades económicas de una manera más intensa que la generación de sus padres. Asimismo, la generación joven está totalmente desvinculada de las actividades agrícolas, pero se está incorporando a trabajos en fábricas y maquilas.
En el caso de las mujeres, el trabajo doméstico remunerado constituye una actividad económica tanto para la generación adulta, como para la joven, ya que su socialización las ha capacitado precisamente para realizar tareas domésticas. Esto se vincula con la existencia histórica de un mercado laboral basado en una estructura servil-colonial, clasista y patriarcal19 que, con altas y bajas, ofrece posibilidades a las mujeres indígenas y rurales para la obtención de ingresos, incluso cuando la generación joven está alcanzando niveles escolares más altos que sus antecesoras, lo que no significa mayores oportunidades laborales ya que pesa sobre ellas un sistema económico desigual basado en las diferencias raciales, étnicas y de género.
Los datos proporcionados por las jóvenes respecto al tema de la migración parecen indicar que las mujeres entrevistadas por López (2012) forman parte de una generación que se inserta en una nueva estrategia migratoria, ya no por relevos, como analizó Lourdes Arizpe (1985) en las décadas de los setenta y ochenta, sino que se van sumando sucesivamente a un proceso de dispersión de los hogares, ahora multisituados (Arias, 2009). Las jóvenes reportaron tener hermanas y hermanos en distintos lugares del país y en Estados Unidos. En este contexto migratorio, los adultos parecen estar conformando una generación de transición entre una generación envejecida aún arraigada al campo y otra joven “en diáspora” (Arias, 2009), en la que las jóvenes tienen cada vez mayor participación.
La migración trae consigo tensión y conflictos entre las dos generaciones antes mencionadas. Por un lado, por la pérdida de contacto con los integrantes de las localidades y de las familias, que puede ser definitivo; o porque la migración, cada vez más permanente, está dañando los lazos afectivos y las prácticas sociales, además de que surgen problemáticas asociadas con la juventud urbana que están comenzando a aparecer en los medios rurales, como la adicción a las drogas, el embarazo temprano como problema, un mayor número de jóvenes que enfrentan la maternidad solas, el vandalismo y la delincuencia (López, 2012).
B) Las y los jóvenes indígenas migrantes en la ciudad ante la discriminación, explotación y precariedad
En el imaginario social de los habitantes de la ciudad se sostiene la idea de que la población indígena migrante no forma parte de la ciudad porque se piensa que su forma de vida está ligada a la ruralidad, en especial a una representación del “campesino” incompatible con las condiciones de vida en la urbe. De los que logran establecer su residencia en la metrópoli, se espera que se asimilen a la cultura urbana, donde las instituciones y la sociedad “propician y promueven la homogeneización cultural”, no sin la resistencia de “identidades locales subordinadas” (Pérez, 2008b: 47).
Hasta ahora no existe un consenso respecto a cómo referirnos a los pobladores indígenas de la ciudad. En el caso de quienes migran, conforman un grupo heterogéneo por la temporalidad de la migración, por los procesos que los impulsaron a desplazarse y por las formas de asentarse y utilizar el espacio citadino, así como por el tipo de relación que establecen con las instituciones y la sociedad urbanas. Estamos de acuerdo en que denominarlos migrantes indígenas refuerza la exclusión y segregación social porque la categoría encasilla y homogeneiza los diversos grupos y experiencias, además de que muchos de ellos no son migrantes como tales porque ya nacieron en la ciudad, como en el caso de los jóvenes mixtecos en el AMM.
De ahí que se proponga denominar a los grupos o comunidades indígenas ya establecidos en la ciudad como comunidades residentes o radicadas; sin embargo, este término hace pensar que estamos hablando de grupos compactos, capaces de reproducirse culturalmente en la ciudad, y esto ha sido así en el caso de algunas comunidades y grupos étnicos, pero en general encontramos situaciones muy diversas porque también se observan tendencias de concentración por grupos de edad, sexo o estrato socioeconómico; grupos que difícilmente pueden reproducir las prácticas culturales y los lazos comunitarios en el espacio urbano aunque provengan de una misma comunidad.
Yanes (2007) propone referirse a los migrantes indígenas en la ciudad como indígenas urbanos, término que puede servirnos para considerar a individuos o grupos étnicos indígenas que han formado parte de la ciudad o que han hecho de ese espacio su lugar definitivo para vivir. Estos términos pueden ayudar cuando nos referimos a migrantes definitivos, como la comunidad mixteca en cuestión, pero no nos sirven del todo para hacer referencia a la población indígena que viene a la ciudad en determinadas temporadas del año para comercializar sus productos, o a grupos que vienen a la ciudad en determinadas circunstancias y en momentos precisos de su ciclo de vida, como pueden ser los estudiantes y los jóvenes trabajadores.
A pesar de esta discusión, que ha desempeñado un papel importante para que las organizaciones indígenas en la ciudad demanden derechos a las instituciones urbanas, consideramos que el término a utilizar para denominar a un grupo indígena que está presente en la ciudad debe ser competente con su situación específica; particularmente debemos ser capaces de identificar las diferentes concepciones que tienen los sujetos denominados como indígenas sobre esta etiqueta. En el caso de los jóvenes mixtecos, se puede advertir un proceso de resignificación tanto de la heteroadscripción de la categoría “indígena” impuesta por los medios de comunicación, las instituciones y la sociedad local en general, como de la condición étnica, que se reconfigura a partir de nuevos vínculos e interacciones, lo cual ha contribuido a un reconocimiento social y a un autorreconocimiento. De esta manera, se revalora la presencia y visibilidad de la comunidad mixteca desde sus diferentes manifestaciones socioculturales en distintos ámbitos de la vida metropolitana en Monterrey.
En cuanto a los jóvenes mixtecos en las instituciones educativas y los procesos de integración, comienza una nueva situación en las relaciones interculturales que permite la reafirmación de su identidad étnica y dejar de lado el ocultamiento o la negación de la misma. En la actualidad, ellos apelan a su condición juvenil, resignifican su origen étnico, y reconocen y hacen uso de ciertas heteroadscripciones para obtener beneficios. Esto ocurre como resultado de las intensas relaciones interétnicas e interculturales que han establecido durante su proceso de asentamiento en el AMM. En este marco, construyen su experiencia en dicho contexto seleccionando, incorporando, adoptando y resignificando sus referentes identitarios desde su condición juvenil e indígena.
Lo anterior contrasta con la experiencia de las jóvenes indígenas migrantes estudiadas en la ZMVM. Por ejemplo, obtener de ellas los datos relacionados con el uso de alguna lengua indígena implicaba para la investigadora una forma de control identitario para categorizar a estas jóvenes como indígenas; sin embargo, para las jóvenes se trataba de un signo que las colocaba en la mira de la discriminación. Por ello, en un primer momento intentaban ocultar su procedencia étnica negando ser hablantes de una lengua indígena, e incluso trataban de urbanizar su procedencia mencionando el nombre de otra ciudad, y no de una comunidad, como lugar de nacimiento. Eso ocurrió en el caso de las jóvenes mazahua, quienes eran muy conscientes de la discriminación de la que eran objeto si en la ciudad se las identificaba bajo la categoría de “campesinas” o “indias”. Esto se debe a que la historia migratoria a la ZMVM por parte de las comunidades mazahua ha estado marcada por fuertes conflictos interétnicos con la sociedad urbana, vinculados fuertemente con el clasismo y las desigualdades de género que permean a la sociedad en general (López, 2012).