Читать книгу Género y juventudes - Angélica Aremy Evangelista García - Страница 5
Introducción
ОглавлениеCon el título y la palabra “(a)sexuados” queremos mostrar nuestra crítica a la producción académica y social en materia de género y juventud, y denunciar la invisibilidad de las jóvenes en las reflexiones sociales, así como su ocasional nombramiento como personas asexuadas por el miedo a reconocer sus prácticas eróticas y libertarias. En cuanto a los jóvenes con otras preferencias sexuales, de quienes tampoco se habla mucho, la (a) previa a la palabra sexuados insiste en las innombrables formas de sexualizar los cuerpos abyectos. En este texto hacemos una revisión cronológica (1950-2007) de textos académicos apuntalada en ciertos momentos por material cinematográfico en torno a género(s) y juventud(es) con el objetivo de dilucidar las representaciones sociales que norman lo juvenil reconociendo tiempos y quiebres en la historia, suscitados por los movimientos sociales que reivindicaron el ser mujer, el ser joven y el ser otro sexo-género.1
Consideramos importante revisar los acercamientos clásicos y reflexionarlos a la luz de los procesos actuales para entender cómo las situaciones juveniles requieren de perspectivas transdisciplinarias que miren a las juventudes en sus contextos locales y en procesos diacrónicos. Estudiar las continuidades y transformaciones juveniles en relación con el género exige una postura crítica, pues vemos que los estudios de juventud poco lo han usado como unidad de análisis o perspectiva. Encontramos una desarticulada trayectoria en este sentido relacionada con la historicidad de ambos campos de estudio; esto es, a sus preguntas y prácticas indagatorias y a los entornos en los que mujeres y jóvenes articularon demandas de reconocimiento y derechos en distintas épocas.
Vemos que los estudios contemporáneos sobre juventudes manejan un lenguaje binario o hacen referencia a muchachas y muchachos creyendo hacer un análisis de carácter integrativo, obviando el género como enfoque o categoría analítica y careciendo de una metodología acorde. Las condiciones de clase y edad fueron marcajes en los análisis de lo juvenil sin ver los sistemas de opresión basados en las diferencias sexuales, en las formas desiguales de relación por género o en las normatividades corpóreas y las prácticas socioculturales inequitativas por ser mujer, varón, homosexual, intersexo, transexo o transgénero. Creemos que esto obedece a: 1) un asunto cronológico —por lo tanto, generacional— ya que el movimiento feminista antecede al movimiento estudiantil, así como los estudios de la mujer anteceden a los de juventud unos treinta años. Aunque los estudios de género más tarde empatan con los de juventud, el “supuesto” declive del patriarcalismo desde 1950 da por sentada su erosión en lo social, además de en lo académico, y se observa el desuso de las teorías del patriarcado, lo que invita a pensar en la creencia innecesaria del enfoque de género. Aproximaciones más recientes lo confirman al “no demostrar cómo las desigualdades de géneros estructuran el resto de las desigualdades, o en realidad, cómo afecta el género a aquellas áreas de la vida que no aparecen conectadas con él” (Scott, 1990 en Lamas 1996: 275). También obedece a que: 2) los estudios de juventud nacen con una visión androcéntrica, clasista y occidental (Elizalde, 2006) sin mayor reflexión sobre la composición por sexo, género, etnia, comunidad o territorio de los jóvenes. Así, el sujeto-objeto de estudio, “el/la joven”, ha sido representado bien por un varón de clase social media, principalmente urbano, con acceso a la escuela y al consumo, o por un varón de clase social baja habitante de las calles, las esquinas y las noches, ambos seres movilizados, unos incluidos en las estructuras escolares y familiares —espacios privado-público— y otros excluidos de éstos y apoderados del espacio público —la calle, la ciudad, el inmobiliario urbano—; así se establecen las grandes líneas de investigación que petrifican a los integrados o normales, los no integrados o patológicos y los alternativos —a veces productores culturales, artistas o disidentes y vandálicos—. Lo anterior marcó una línea divisoria entre las mujeres y los hombres jóvenes: ellas de inicio ausentes, invisibilizadas, después consumidoras pasivas, reproductoras de la cultura del “cuarto” (Duits, 2008) —uno de los espacios más privados en la estructura familiar—, y ellos como productores activos, hacedores de la historia juvenil documentada por los estudiosos. Esta visión binaria estigmatizó y generalizó a unas y unos, mientras que invisibilizó a otros.