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Violencia sexual

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La violencia sexual en la escuela incluye cualquier forma de “atención sexualmente orientada, ya sea expresada de modo verbal, físico o de otra forma no verbal, ya sea deliberada o de otra manera que no se siente como bienvenida por la persona sometida a ella” (Aguilera, Muñoz y Orozco, 2007: 6). Cuando este tipo de violencia ocurre en un centro educativo, el personal y las autoridades que se encuentran al cuidado o como responsables de los y las estudiantes, sean niñas, niños, adolescentes o jóvenes, fungen como garantes de sus derechos, por lo que tienen el deber de prevenir, cuidar, atender y, dentro de sus facultades, sancionar los actos de violencia y dar parte a las autoridades correspondientes, así como resguardar en todo momento la integridad de las víctimas.

La violencia sexual abarca comportamientos que pueden incluir o no contacto sexual. Los actos que no involucran contacto son: comentarios sexuales, piropos ofensivos, proposiciones sexuales, exhibicionismo, voyerismo y exposición a material pornográfico. Los actos que sí incluyen contacto son: contacto sexual, penetración vaginal, oral, anal o digital, penetración con objetos y caricias, entre otros.

En los resultados se encontró que más de la mitad de las mujeres dijeron que habían sido agredidas sexualmente al menos una vez en su vida durante su etapa de estudiantes. La preparatoria fue el nivel escolar en el que se reportó mayor violencia, seguida de la secundaria, la universidad y, finalmente, la primaria.

Llama la atención que la frecuencia de todos los demás tipos de violencia tiende a disminuir en el nivel universitario, no así en el caso de la violencia sexual; los niveles de acoso sexual hacia las mujeres siguen siendo altos, principalmente en preparatoria, donde las mujeres reportaron 6.8 puntos porcentuales más que los hombres, y en universidad 6.5 puntos más (ver Gráfica 7).

Gráfica 7. Violencia sexual por nivel educativo, sexo de la víctima y frecuencia


Fuente: Elaborada con base en la Encuesta Universidades Públicas y Privadas, 2015.

Las agresiones sexuales más reportadas entre las mujeres fueron: piropos ofensivos, tocamientos del cuerpo sin consentimiento y acoso sexual, mientras que entre los hombres destaca la opción de inducirlos a la pornografía (ver Cuadro 5).

Cuadro 5. Violencia sexual por tipo de agresión, según nivel educativo y sexo


Fuente: Elaborado con base en la Encuesta Universidades Públicas y Privadas, 2015.

Ante las normas patriarcales, el cuerpo de las mujeres es cosificado y considerado como una propiedad, como campo de juego para los hombres, de ahí que ellos podrían pensar que tienen el derecho de usarlo, tomarlo y decidir sobre él. Asimismo, los sistemas de mercado neoliberal que promueven la acumulación de capital y la desposesión asignan un escaso valor a los cuerpos de las mujeres y promueven diversas formas de violencia sexual, como la desnudez forzada y el entrenamiento sexual (Evangelista y Bermúdez, 2017). Con base en este pensamiento patriarcal capitalista, los hombres se sienten con el derecho de tocar, acosar e incluso forzar a las mujeres a realizar actos sexuales que no desean. En otros estudios como el de Buquet et al. (2013) también se reporta violencia de este tipo a través de comentarios sexistas, rumores sexuales, chistes, bromas sexuales, gestos o miradas morbosas, propuestas sexuales, tocamientos en manos, hombros, cabeza o espalda con intenciones eróticas, mostrar carteles y calendarios con imágenes sexuales que incomodan, uso de la fuerza física para obligar a tener relaciones sexuales o piropos; y señalan que una de las agresiones más graves, después del acoso sexual, es la violación sexual.

Este tipo de violencia casi siempre va acompañado de otros, como la física y emocional, por lo que suele tener múltiples y graves consecuencias tanto en las víctimas, como en las familias y la sociedad en general. No debe minimizarse ninguna manifestación, ni siquiera los piropos ofensivos. Los hombres siguen viendo como un derecho el decir, opinar y criticar el cuerpo de las mujeres, y cuando se les señala que eso es violencia, suelen creer que son violentados sus derechos y privilegios masculinos; y al percibir que no pueden decir nada a las mujeres, incluso responden con más violencia para mantener su estatus y su sentido de propiedad hacia ellas. Para prevenir la violencia de género, como sugiere Díaz (2009), es necesario ayudar también a los hombres a reconocer que es una ganancia la liberación de la presión machista, que mutila su desarrollo y el de las personas con quienes se relacionan. Bourdieu reconoce que:

La dominación masculina convierte a las mujeres en objetos simbólicos, cuyo ser (esse) es un ser percibido (percipi), tiene el efecto de colocarlas en un estado permanente de inseguridad corporal o, mejor dicho, de dependencia simbólica. Existen fundamentalmente por y para la mirada de los demás, es decir, en cuanto que objetos acogedores, atractivos, disponibles. Se espera de ellas que sean “femeninas”, es decir, sonrientes, simpáticas, atentas, sumisas, discretas, contenidas, por no decir difuminadas. Y la supuesta “feminidad” sólo es a menudo una forma de complacencia respecto a las expectativas masculinas, reales o supuestas, especialmente en materia de incremento del ego (Bourdieu, 2000: 50).

Es preocupante que se presente violencia de este tipo en las instituciones educativas, y es necesario resaltar que son muy pocos los casos que se denuncian ya que muchas mujeres no quieren hablar de ello. Además, la naturalización y minimización de la violencia sexual dentro de las instituciones educativas también se ve reflejada en las pocas o nulas instancias destinadas a atender y dar solución a estos casos. Coincidiendo con Buquet et al. (2013), las autoridades académicas y legales califican muchas de las actitudes de violencia sexual como “no tan graves”, incluso en los casos de violación, con el argumento de que el porcentaje de mujeres violadas no es significativo. Cuantificar y no cualificar la violación con la justificación de que “un caso no es ninguno” es un grave error, porque un caso es suficiente para investigar y castigar, y estas acciones no deberían ocurrir en ningún espacio, mucho menos en los planteles educativos.

Violencias en la educación superior en México

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