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MIMNERMO Y LOS MOVIMIENTOS DEL HEDONISMO
ОглавлениеSé nadar como los demás, pero tengo mejor memoria
que los demás, no he olvidado mi antiguo no saber
nadar. Y como no lo he olvidado, mi saber nadar es
inútil y en consecuencia no sé nadar.
KAFKA
La recolocación entre las sustancias que nos contienen en tanto seres humanos es su tema. La gente lo llama hedonismo. Es como considerar a Kafka simplemente un mal nadador. Si tenemos en cuenta todo el sistema somatosensorial de la poesía de Mimnermo, es cierto que vemos las ventanas brillar sucesivamente con muchachos y cuerpos y amaneceres y mujeres y los labios azules del mar. Es cierto que le gusta aludir al sol en todos y cada uno de sus poemas. Pero la tarea del poeta, dice Kafka, es empujar al solitario ser humano hacia la vida infinita, lo contingente hacia lo legítimo. Lo que derraman los soles de Mimnermo son las leyes que nos conectan con todas las cosas luminosas. La primera es el tiempo.
Aunque apenas emplea esa palabra, todos sus versos abundan en ello. El tiempo se arremolina por los paisajes y las vidas humanas empeñado en su plan, dando fin incesantemente a las cosas. Podemos ver esta vibración del tiempo en Van Gogh, moviéndose en la energía del color. Se mueve en círculos (no líneas) que se expanden con una suerte de inevitabilidad biológica, como la metáfora recurrente de Mimnermo de la juventud humana como una planta en flor o una fruta. Estas plantas crecen como lo hace la luz, pues su vida es un largo día «que no conoce el bien ni el mal» (fr. 10) hasta que el sol se pone sobre el horizonte y todo queda a oscuras. No emplea las palabras propias de la oscuridad, sino que sustituye acontecimientos: la muerte, la vejez, la pobreza, la ceguera, las habitaciones vacías, la mente anulada. Es como si la oscuridad se inventara estos males, que se presentan sin más razón que el que la luz haya desaparecido. Al pasar del sol a la sombra en sus poemas, sentimos cómo el contraste nos recorre la nuca como si fuera agua helada. «Y entonces morir cuanto antes es mejor que vivir» (fr. 2).
El sol es la única cadencia independiente. Mientras que la transitoriedad se apodera del resto de nosotros de la cabeza a los pies, Helios se deja llevar por ella como si fuera un cáliz por los cielos (fr. 8). Mimnermo finge compadecer sin pestañear a los dioses por este movimiento incesante. Y eso debería decirnos algo de su hedonismo.
Lo cierto es que tan sólo menciona dos placeres y no los denomina así. No hay vino en los versos de Mimnermo, ni baños tibios, ni animales huyendo, ni cerezas ni seda ni huesos de color azul pálido, ni dados, ni noches de canciones bufas. Todo tiene lugar en algún sitio apartado del mundo en un estado de réplica estática, como un niño que se pasara la noche hablando consigo mismo. Se asombra de que el movimiento pueda detenerse. Su hedonismo parece haber dado con una veta que atravesara la época en que vivió... una especie de ansia por los movimientos del yo que nosotros seguimos buscando, pese a que la frescura esté desapareciendo del mundo. Su obsesión toma dos direcciones al mismo tiempo, que nosotros llamamos placeres para justificar nuestros cálculos hedonistas. Sexo y luz. Analicemos de qué forma lo conmueven.
«Llega a florecer» (al florecimiento, como les gustaba decir a los antiguos biógrafos) en la Olimpiada trigésimo séptima (632629 a.C.). Está escrito que nació en la ciudad de Colofón en Asia Menor, o bien en la ciudad de Esmirna hacia el noroeste de Colofón, o bien en una isla llamada Astipalea al sur del mar Egeo (pero astipalea significa «ciudad antigua» y puede que se trate simplemente de una frase de algún poema que no se ha conservado). Colofón había sido colonizada por la península griega antes del siglo octavo y fue, tras la captura de Esmirna, el estado más grande de Jonia. Mimnermo relata parte de estos acontecimientos en el fr. 12, pero su versión no es la de un historiador. No se dice quiénes somos «nosotros» en este poema, ni cómo deberíamos entender estos siglos que pasan a toda velocidad como los titulares del telediario. Sin embargo es precisamente lo que pretende.
También en el fr. 14 asistimos a los acontecimientos de varias épocas a través de una rápida y brillante polvareda de alusiones a guerras y a generaciones anteriores. Puede que se trate de un poema sobre Giges de Lidia, que se abrió paso a lo largo del valle del río Hermos contra Esmirna y Colofón. Puede que se trate de una llamada a las armas en respuesta al ataque de Aliates contra Esmirna en la última década del mismo siglo. Mimnermo afirma que supo de estos acontecimientos de boca de sus mayores, que fueron testigos. ¿Pero quién es este hombre sin igual que luchó en la llanura del Hermos? ¿Su padre? ¿Su abuelo? ¿Algún otro rastro en la saga familiar? Puede que se trate también de una completa ficción. En cualquier caso, a Mimnermo evidentemente no le interesa explicar ninguna referencia histórica. Deja que esta forma brillante se mueva a través del tiempo como una aguja que cose los dos momentos que forman parte de la nostalgia. Entonces y ahora. El hecho de que ya no estemos en la luz (en el momento que la buscamos) es su tema. En lo que respecta al hedonismo de Mimnermo, podemos referirnos a ese tema como conocimiento.
O podríamos decir que esto es lo que caracteriza al hedonismo: al encomendar la alegría y el amor y el placer a la luz «que no conoce ni el mal ni el bien», deja el conocimiento a oscuras. Es una química cerebral de herida desnuda y desesperación crónica la que Mimnermo asume en este instante de conocimiento. Cuando Mimnermo ve la luz, la ve ausente: como Jasón en el fr. 7 tras descender por el camino de su adversario hasta el lugar donde el rey sol, Helios, y todas las luces del mundo aguardan en situación contrafactual respecto a nosotros. «Ni habría...» comienza este fragmento. Ni la mecánica muerte de instantes habría descendido rugiendo sobre nosotros en forma de oscuridad si no nos hubiéramos detenido a buscar la luz.
¿O nos detenemos porque la luz ya se ha desvanecido? Mimnermo sólo aborda preguntas filosóficas técnicamente. Reflexionemos sobre el momento en que la vejez ensombrece a los hombres y mujeres en el fr. 1. El acto sexual de estos seres pacíficos es radicalmente interrumpido por un acontecimiento métrico imprevisto. Exactamente a mitad del poema, que consiste en 10 versos organizados en cinco pareados elegiacos, el tiempo atraviesa la narrativa de la piel: «pero (no) luego». Es una cesura muy poco habitual, una psicología particularmente no lineal. Sólo estamos a medio camino del verso central de nuestra juventud cuando empezamos a ver cómo nos oscurecemos. Nos han enseñado a creer que existen ciertas reglas de movimiento y colisión que construyen el verso elegiaco (por ejemplo, «el hexámetro dactílico evita la palabra final a mitad de verso») pero estas son desafiadas. Se nos sedujo a pensar que éramos inmortales y de repente todo se termina.
Reflexionemos sobre Titono (fr. 4), cuya buena fe en las instituciones de la mortalidad y el intercambio de presentes le vale una respuesta a una pregunta que no sabía que estaba realizando (y que no habría realizado). La historia es tan conocida que Mimnermo apenas alude a su contenido: seducido por la diosa del alba, el hermoso y joven Titono recibe de ella una promesa de inmortalidad, olvidándose de que la vida humana no tiene generalmente los mismos límites que la juventud humana. No hubo recompensa sino una interminable vejez para el amor de Titono por las primeras luces. Como los apacibles hombres y mujeres del fr. 1, que se preguntan demasiado tarde sobre la duración de las sombras, Titono es alguien atrapado en un tecnicismo. En este caso es la sintaxis, no la métrica, la que conforma el dilema humano. El poema empieza exponiendo la primera mitad de una construcción griega inusualmente común: la partícula men («por un lado») se coordina generalmente con la partícula de («por otro lado») para crear una frase equilibrada o una afirmación doble. Es como si alguna otra parte de la historia de Titono estuviera a punto de iniciarse y hacerle superar la petrificación. Tristemente esto no sucede. Por supuesto el fragmento puede estar incompleto. Pero también lo está Titono.
Reflexionemos sobre lo incompleto como verbo. Cada verbo tiene un tiempo, tiene que tener lugar en el tiempo. Sin embargo hay formas de eludir estas leyes. El sistema de verbos griegos incluye un tiempo llamado aoristo (que significa «indefinido» o «eterno») para capturar ese aspecto de la acción en el que, por ejemplo, un hombre a mediodía corre directamente sobre su propia sombra. De este modo en el fr. 13(a) Mimnermo usa un participio aoristo para describir cómo los hombres se mueven en la guerra. Como acróbatas de la fechoría psíquica que llamamos historia, los guerreros en cuanto a guerreros viven flotando sobre el momento en que la acción se detendrá. Son el receptáculo de un cambio que se precipita hacia la cara nocturna, rastro de su propia explicación. Mimnermo es un poeta intrigado por los principios y los finales, pero no de la manera habitual, que venera el mediodía como un estudio en verdadero negro: «encajados».
No existe la tarde en Mimnermo. Consideremos como juego sonoro la diferencia entre juventud y vejez a su manera típica: aplicado repetidamente a las descripciones de la vejez tenemos el adjetivo argaleon, que significa «duro» y suena como un alud de rocas por una cañada seca. En contraste, tenemos (por ejemplo, en el fr. 1) el adjetivo harpaleon, que significa «delicado» y suena como una trucha oculta que se deslizase por las profundidades. Sería una insensibilidad señalar que, salvo por una consonante y la aspirada inicial, son la misma palabra. Cuando la suave p de harpaleon se convierte en la dura g de argaleon, todos los movimientos del día fraguan en el daño continuo que la premisa de la naturaleza causa en el alma. El hedonismo no se encuentra más allá sino antes de esto, previamente perdido.
Como el sexo, la luz no es una pregunta hasta que estamos a oscuras. Mimnermo no tiene una respuesta que ofrecer. En cambio (pues es un erudito después de todo) sí una epistemología: «...el hombre que cojea conoce el acto sexual mejor que nadie» (fr. 23). Se piensa que esta sentencia, normalmente documentada entre los dubia et spuria en las ediciones importantes, es una muestra de sabiduría proverbial aprendida de las amazonas un verano mientras viajaba por las regiones del Mar Negro. Sí, todavía existían las amazonas en aquella época, como también existía una verdadera física del deseo. «Eres su metal», le dijo una de las grandes mujeres el día que se marchó.