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CRISTAL, ESCORIA: UNAS POCAS PALABRAS SOBRE LAS CORRIENTES TALLADAS DE ANNE CARSON
ОглавлениеMARGARET CHRISTAKOS
Ontario, Canadá, no es el Norte, pero con haber vivido en cualquier parte de su mitad superior aunque sólo haya sido medio año, es posible reconocer la dificultad, capaz de tallar el alma, de estar sentada en la cocina y mirar por la ventana los campos «paralizados por el hielo» (Anne Carson, «El ensayo de cristal», Cristal, ironía y Dios, 1995). El invierno es el tiempo de la mente. No te vanaglories demasiado de tu propia autoridad sobre las cosas, y decide qué hacer con el aburrimiento en cuanto a su habilidad para cambiar de forma: el silencio que rodea el pensamiento forma parte de su escultura.
Es abril, y todo sigue congelado. Estoy en la cocina de mi madre, en Sudbury. He venido a verla para cuidarla y reflexionar sobre Unas pocas palabras de Anne Carson, que nos ofrece 45 pequeños y tersos rectángulos de discurso poético que enmarcan cada uno una fragmentación sísmica de la condición humana. Resulta inmediatamente evidente, al observar los efectos de una tormenta de nieve de un invierno al norte de Ontario, que el marco de la ventana establece una relación entre un Tú Interiorizado y el épico panorama exterior. El pensamiento poético —el bullir de la imaginación como una respuesta a la soledad— es una fundición. Una advertencia típicamente provinciana aparece fugazmente: Nada bueno pasará si piensas demasiado.
Que exista un orador es fundamental. Unas pocas palabras no expone frontalmente el pescuezo palpitante de ningún yo; es un libro de discursos indirectos por parte de un coro de voces individuales que interpreta una serie de personajes. Muchos de los soliloquios muestran interés por las representaciones: el cuerpo en el arte visual y la ilusión de espacios iluminados en los que el cuerpo es un objeto de estudio o es penetrado quirúrgicamente; la perspectivas históricas de cómo un narrador se construye una autoridad profética; el cuerpo en relación a sus domicilios, que abarcan desde hogares destruidos a chabolas; y los cuerpos itinerantes que van y vienen, o transitan de un espacio real al sueño. Los cuerpos también aparecen frecuentemente en vehículos, moviéndose por el espacio y el tiempo en coches y trenes y televisores. Cada poema nos hace reaccionar ante una nueva voz, nos obliga a preguntarnos «¿quién está hablando?». Tener que resituarse entre extraños acaba resultando extrañamente familiar.
Me hice con mi primer ejemplar de Unas pocas palabras el mismo año de su publicación, 1992. Es interesante revisitar esta serie de ingeniosos y breves poemas en prosa a la luz del corpus posterior de obras experimentales y multigénero de Carson, quizá mejor caracterizado desde el punto de vista actual como la gradual incorporación de la escena ficcional a su poesis preocupada por la voz. Unas pocas palabras es inmediatamente anterior al momento en que Carson pasa de retratar líricos escenarios mentales a poner en escena encuentros entre personajes. A la luz de esta trayectoria el Gerión de Autobiografía de Rojo supuso una revelación. Esta representación de personaje y voz no tuvo lugar sólo en las propias ficciones poéticas de Carson; sus traducciones contemporáneas de tragedias griegas pervierten las delimitaciones que tan a menudo separan la poesía lírica de la ficción y el drama.
En las últimas décadas Carson nos ha mostrado cómo empujar la antigua poesía a través de la corteza de la nueva poesía. Sus publicaciones son célebres por su original teatralización, concisa y rebelde, de la anticipación, el deseo, la perspicacia, el terror, la vergüenza y la resistencia. Los marcos de la ventana han explotado; el abundante vertido, una avalancha de fuego y lava, aparece formalmente en la actual obra de Carson junto a algo brutalmente reconstructivo, todo ello impulsado por la evolución de personajes tangibles que se ven involucrados en algún tipo de enfrentamiento cotidiano, oculto, sumamente personal y profusamente coral con la percepción y la mortalidad.
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El pensamiento está relacionado con la mirada. Aunque estamos a finales de abril, las ramas desnudas crean un juego de sombras extrañamente azul y granulado. Lo mismo sucede con la pena y la rabia, creo. Al norte de Ontario la visión te juega malas pasadas, agudizando la percepción de la distorsionada figura representada sobre un terreno de blancuras, luminosidades y la siempre cambiante coloración de las sombras: azul, añil, malva, púrpura, gris, negro carbón.
Quizás porque mi ventana me acompaña en esta relectura de Unas pocas palabras, me emociona la omnipresente fascinación de Carson por las percepciones de la luz, la oscuridad y la sombra, por el desmontaje visual y las abstracciones, como en el impresionismo de Seurat —«ese lugar ... [que] queda del otro lado de la atención » («...sobre el cromoluminarismo»)—, «las formas de los sueños» («...sobre la impermeabilidad») y las «olas» vistas como «triángulos azules» («...sobre la colección total»). Alguien estrechamente vinculado a los panoramas invernales, nos hace fijarnos en los efectos ópticos del brillo y la luminosidad, como en los «planos resplandecientes del paisaje» («...sobre las reglas de la perspectiva»), y en los efectos del resplandor natural y químico, como en el fosforescente corazón del pescado de «...sobre el refugio». El índice de reflexión remite a las condiciones del espíritu —«una lava tremenda brillaba sobre el alma del joven» («...sobre el joven por las noches»)— y los contornos morales del poder resbaladizo en, por ejemplo, «...sobre Brigitte Bardot», que, «empleará aceite para dejar brillante al esclavo», y en «...sobre la impermeabilidad», donde la hermana de Kafka recibe un conmovedoramente insuficiente «repaso a sus zapatos» con grasa de manos de su marido no judío («Ahora son impermeables, dijo») cuando ella lo abandona a él y a sus hijas en un esfuerzo por protegerlos tras la entrada en vigor de las leyes de Núremberg.
Carson sostiene que el dibujo supone un desafío artístico mucho mayor, una inmersión mental mucho mayor para ella que la escritura. Numerosos poemas en Unas pocas palabras hacen referencia a la imagen visual artística: procesos de dibujo, dibujos de figuras, representación de perspectivas, pintura, escultura, grabado y fotografía. Escritores y artistas europeos —Rembrandt, da Vinci, Van Gogh, Claudel, Braque— se nombran entre temas y escenarios de la observación y registro del mundo físico, donde se siguen líneas visuales, se entorpece o se debilita la vista, el pensamiento se ensimisma, se produce una ceguera o se obtiene una visión extraña, tiene lugar una ocultación o una desaparición, una expulsión: familiares tropos postmodernos de reconocimiento o desconocimiento, pero en donde hay algo material también: un clima, un influencia de la mirada presente sobre un lugar.
Al mirar por la ventana, sí, me doy cuenta de lo difícil que resulta, en invierno, en abril, en Sudbury, distinguir el horizonte. La lejana línea blanca es un agujero negro, y viceversa. Si tiendes a pensar en el lejano horizonte como una especie de medida del futuro hacia el que puedes avanzar a rastras, bueno, estás bastante jodido. En el alborotado límite imposible de fijar, los sentidos se mezclan y se contradicen, produciendo un campo perceptivo más agudo, y me doy cuenta de cómo los poemas de Carson, por otro lado, presentan ocurrencias sinestésicas como «come luz», «gritos de pájaros [...] como joyas», «la luz truena», «un grito devuelve la mirada» y «la diferencia del sol a la sombra te recorre el cráneo como si fuera agua».
Surgen otras sensaciones propias del norte mientras pienso en Unas pocas palabras: su envolvente brevedad habla de límites corporales, recordando a mi oído las breves caminatas que es posible dar en los sitios donde hace mucho frío. Cada paso rompe una nieve quebradiza, que replica al caminante, sonora; también la piel humana se vuelve pronto quebradiza. Al cuerpo se le exige una oratoria lacónica, y en un día soleado la excitante nieve deslumbra la visión hasta casi cegarla. Estas ideas se mueven por la mente: sé rápido, asimílalo, ten cuidado con el agujero negro que produce la luz helada. Incandescencia, tal y como se fabrica el cristal, primero una llama, y el posterior enfriamiento.
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En cierto modo resulta difícil conectar Unas pocas palabras con su más reciente y radical obra, Red Doc>, pero «El ensayo de cristal», escrito durante el mismo periodo, es un precursor de la «escenografía» de las futuras novelas, traducciones y representaciones intergénero de Carson. En una magnífica entrevista en la Paris Review con Will Aitken en 2002, Carson describe este texto como en cierta forma fallido, pero me pregunto si no se trata solamente de que es una obra primeriza, y de una modalidad lírico-confesional. El yo en «El ensayo de cristal» es una escritora que ha regresado a casa a visitar a su madre. Está en casa de su madre. Su amante, «Ley», la ha abandonado. Muestra un gran interés en Emily Brontë, una escritora cuya vida parecía no incluir en su registro narrativo el sexo con hombres (vivos) (Dios sigue siendo una posibilidad). El concepto de que las energías sexuales desbordan el presente impregna el texto; estos son relámpagos desde el subsuelo, terrestres, una llamarada virtual que borra la forma de la soledad. Las hermanas Brontë aparecen en Unas pocas palabras también, pero como conjunto, con la muerte temprana de Emily como una huella en las otras dos.
Es fácil trasladar a la Emily Brontë de Carson, que afirma que «hay muchas formas de ser prisionera», a un lago helado de Ontario porque esta la sitúa en peligrosa conversación con las particularidades de un paisaje que reconozco: «desnudos árboles azules y un blanqueado y rígido cielo de abril / me tallan con cuchillos de luz». «Cristal» describe a Emily como «insociable / incluso en casa», una «pequeña alma sin pulir» «atrapada por nadie», que escribió sobre «cárceles, / sótanos, jaulas, barrotes, limitaciones, frenos, grilletes, / ventanas cerradas, marcos estrechos, muros dolientes».
Este retrato me obliga a hacer una lectura cruzada de los textos, pues Unas pocas palabras es también una colección dedicada a las estructuras limitadoras, a los concentrados actos de habla analizados desde los espacios históricos y temporales, y a la organización del pensamiento fragmentario. El amplio conjunto de referencias culturales a lo largo del libro es tan obsesivo que es fácil pasar por alto los intercambios de palabras de las familias normales que tienen problemas para hablar abiertamente. Empiezo a percibir una indirecta atmósfera pueblerina en lo que respecta a la conversación: No estés tan satisfecha de ti misma. La personificación se pone interesantemente en entredicho. Las órdenes de «dímelo» y «confía en mí» cerca del final de Unas pocas palabras no son ni por asomo sencillas.
Un pueblo. En la entrevista de Aitken, Carson explica que durante su infancia se trasladó por todo Ontario, de una ciudad a otra, porque su padre trabajaba en las sucursales de un banco. Nacida en el solsticio de verano (¡en el umbral Géminis a Cáncer, realmente!), sus años adolescentes y su muy pregonado contacto con el latín y el griego tuvieron lugar en Port Hope, en las cercanías de Toronto. Pero antes, aparentemente, vivió más lejos de la metrópolis, en Stoney Point (cerca de Windsor, bastante invernal, un pueblo con una historia de aserraderos y un más reciente activismo de reclamaciones indígenas) y en Timmins (un verdadero invierno de primera clase; en el invierno de 1958-59, por ejemplo, la nieve cayó desde el 1 de octubre al 17 de mayo). Fui a Timmins una vez, en un viaje escolar durante el invierno. Dios mío. Hay una ciudad al norte de Ontario, sin duda.
Además de especializarse en inviernos épicos, el Timmins de mediados de siglo XX era uno de los centros globales de la minería de oro; elemental, horadada por túneles, la tierra se levantaba y se explotaba constantemente en busca de capital, un páramo industrial acolchado donde el vertido de escoria fundida sustituía al cine. ¿Cómo entonces no releer este verso en «... sobre las orquídeas»?: «Vivimos haciendo túneles porque somos personas enterradas vivas». Desde la ventana delantera distingo el horizonte de montículos de escoria de la cuenca de mi ciudad natal donde, cuando era niña, los sedimentos naranjas como chispas procedentes del refinado de las entrañas de níquel de la tierra se vertían todas las noches. Una buena excursión consistía en comprarse un helado e ir en pijama en la camioneta y ver algo bastante parecido a un vertido volcánico. Olvídate de eso de cenizas a las cenizas. Una y otra vez imaginabas como tu frío cuerpo era devorado por un fuego pegajoso. ¿Podría existir una muerte peor, o mejor?
Aunque Carson emplea un código disciplinado, la poeta no se muestra ni despreocupada ni ilesa; Unas pocas palabras contiene una fuente casi interminable de emoción tectónica. Esta furia enterrada está más cerca de la superficie en «El ensayo de cristal», los volcanes con los que sueña el narrador son ira, «azul y negra y roja que hace estallar el cráter». La narradora de «Cristal» tiene unas pocas palabras consigo misma: «Quiero volver a ser hermosa, susurra». «Quiero maldecir al falso amigo que dijo te querré siempre. Un portazo.» Alude a una ira vengativa que impregna la poesía de Emily, y se pregunta cómo con su vida incólume Emily acabó «perdiendo la fe en los humanos». Afirma saber la razón de por qué su propia ira la atenaza, que la traición de perder el amor que Ley le profesaba supone el «aplastante», infeccioso momento.
En Unas pocas palabras muchos de los poemas insinúan la soledad de quien piensa, a veces apuntando a una presencia física distraída o indirecta («... sobre las decepciones musicales»). «Cristal» sugiere más abiertamente que la poesía de Emily Brontë ofrece unas pocas palabras sobre la soledad: «El corazón está muerto desde la infancia. / Sin lágrimas al dejar marchar el cuerpo». La narradora extrapola: «una forma de postergar la soledad es interponer a Dios». Insinúa que la soledad de Brontë consiste en una especie de conversación perenne con Tú, su Dios, y de está manera está acompañada. La narradora desliza una anécdota sobre tener once años en el asiento trasero del coche —una escena clásica de una típica familia de los años 60— mientras trata de descifrar unas pocas palabras que se dicen sus padres, y luego escucha por casualidad a su madre al teléfono. «Bueno una mujer estaría igual de feliz con un beso en la mejilla / la mayor parte del tiempo pero YA SABES CÓMO SON LOS HOMBRES».
La narradora de «Cristal» expresa tanto la sensación de sentirse atrapada por la tarea de cuidar a unos padres envejecidos como una particular distancia crítica hacia ellos. Un padre enfermo es visitado en el ala de pacientes crónicos. Regresar a casa, estar en casa, implica unas pocas palabras, advertencias por parte de la madre sobre cerrar las cortinas de noche, un padre con demencia que ya no reconoce a su hija y divagaciones al teléfono. «Dirige extenuantes observaciones a alguien en el aire entre nosotros. / Usa un lenguaje conocido sólo por sí mismo, / [...] desde hace ya más de tres años.»
El tiempo ejerce un doble flujo de cambios sobre el padre: «Desde que llegó al hospital su cuerpo se ha encogido hasta no ser más que una casa de huesos, / salvo las manos. Las manos siguen creciendo». Unas manos muy similares están presentes en «Unas pocas palabras sobre las piedras para dormir» de Carson. Gran parte del resto de problemáticas del libro están relacionadas con un habla trastornada: cómo «el deshonor [...] provoca que las cuerdas vocales se hinchen» («... sobre la desfloración»); la supresión de la voz, como un Kafka al que se le ordena no hablar en la clínica y deja «frases de cristal por todo el suelo» («...sobre la rectificación»); además de un habla reticente en código, y el autoengaño, el pecado o la trampa, y formas de castigo que incluyen la destitución. También está presente la lucha contra el destino, la amargura hacia las turbulencias de la suerte, la confrontación con los escombros de la vida donde pasado y presente se disuelven y se intercambian («...sobre a dónde viajar») y la supervivencia cercana a la muerte, como en las pocas «truchas remanentes» que «pasan el invierno en un remanso muy profundo» («...sobre las truchas»). Al visitar a mi madre, cuya parafasia producto de su derrame cerebral le ha alterado considerablemente el habla, siento la ira que es capaz de impulsar la poesía que moldea con erudición lo personal.
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A pesar de que el ampliamente conocido ensayo de Carson «El género del sonido», incluido en Cristal, ironía y Dios, analiza la represión social del placer sexual, la pena volcánica y la ira aglomerada de las mujeres, Unas pocas palabras se sube a ese mismo escenario, prácticamente sin cuerpo y ni muchísimo menos con un género personificado. A diferencia de la pantomima romántica del «Ensayo de cristal», que acaba por retratar la pena, la ira y la humillación como una serie de «desnudos» visuales sometidos a horrores físicos, Carson ejecuta en Unas pocas palabras un salto más allá de los límites del cuerpo, desviándose en cambio hacia el flujo asombrosamente móvil de la voz. Sin los contornos de la piel y la carne, el yo permanece fluido, imbuido de perpetuidad.
El volumen que tiene en las manos —Unas pocas palabras— es, propongo, una forma única de discurso poético como una escoria proveniente de toda la fuerza formadora de la juvenil materialización de Carson del invierno mental de una ciudad minera al norte de Ontario. Resulta fascinante hacer una lectura cruzada de los textos que Carson escribió en torno a las primeras etapas de su carrera, con el propósito de sondear la reputación de una escritora que ha sido calificada cada vez más de «inescrutable», y de explorar los procesos de extracción literaria que incluyen su intensa formación en el mundo geofísico y metavisual. Resumido en Unas pocas palabras, el conjunto de la obra de Carson continúa explotando yacimientos y sustratos del imaginario quirúrgico e incandescente que refleja sus orígenes en un Ontario industrial. Y por azar o deliberadamente —con sequedad clásica— el agua más antigua del mundo fue hallada, en 2013, manando de las profundas perforaciones mineras a 2,4 millas bajo Timmins.
2014, Sudbury