Читать книгу Operación Ave - Antonella Gattini - Страница 6

Capítulo I ¡No puedo creerlo, está a unos metros de nosotros! De su pequeño rostro, diferencio dos diminutas esferas negras a cada lado, mientras que en el centro una discreta boca se extiende en forma de punta. Las plumas marrón oscuro cubren todo su cuerpo, salvo una pequeña mancha blanca en forma de corazón ubicada en el pecho. No entiendo cómo se sostiene, menudas garras negras se asoman bajo su torso, pero me resulta imposible creer que esas extremidades soportan su peso.

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Miro a Neit de reojo, está paralizado. Si no siguiera de pie, creería que su corazón se ha detenido.

—Hermano…

Mi corazón palpita como un tambor, tan fuerte que no escucho mis pensamientos.

En tanto, la criatura sigue inmóvil, sin dejar de mirarnos.

—¿Qué… qué es eso, Zabina? —Estira con lentitud su brazo y se aferra al mío.

—Es… es un ave…

La oración es tan irreal que cuestiono si estoy despierta. El recuerdo de mi madre hablando de tan sublimes animales se hace presente, pero soy incapaz de escuchar sus palabras, el maldito tambor no se detiene.

La mirada del ave es penetrante. Permanezco inmóvil, observando sus pupilas, hasta que una punzada en el corazón me hace reaccionar. Me llevo las manos al pecho e intento respirar con rapidez para calmar el malestar, su intensidad aumenta con cada segundo. Mis rodillas tocan el suelo.

Neit se vuelve hacia mí.

—¡Zabina! ¿Qué te pasa?

Preocupado, se agacha a mi lado y recoge sus pequeños brazos a mi alrededor. Su calor inmediatamente me genera una sensación de alivio. Levanto la vista para encontrarme con el ave expandiendo sus alas, preparándose para emprender el vuelo. Se dirige hacia nosotros mientras observamos boquiabiertos sus extremidades, suben y bajan para generar impulso a gran velocidad. De pronto, noto que algo blanco cuelga en una de sus pequeñas garras.

—¡Va a chocar con la ventana! —Neit se cubre el rostro.

Segundos antes de estrellarse, el ave cambia el rumbo de forma abrupta y se dirige hacia el cielo. Nos levantamos con rapidez y corremos hacia la ventana; se ha perdido en la inmensidad.

***

—¡Vamos a llegar tarde de nuevo, Neit!

Corremos por el centro de Lonolab, la ciudad donde vivimos en períodos de verano. La poca agilidad de mi hermano para correr y su mirada perdida me hacen suponer que permanece en estado de shock por nuestra peculiar visita de la mañana. En verdad yo también lo estoy, solo me impulsa a seguir la simple razón de que si llego tarde una vez más, existe el riesgo de perder treinta por ciento de los OGO Créditos que he sumado hasta la fecha; son mi única posibilidad de reencontrarme con mi madre.

La OGO (Organización Global Oficial) es la razón de que los sayosianos trabajen en períodos de invierno en Veronia y se preparen estudiando en períodos de verano en Lonolab. La OGO mantiene tanto a nuestra comunidad, Sayosia, como a las otras ocho que están distribuidas en distintas partes del planeta. Una vez al año, la OGO selecciona a las personas con más créditos para trabajar en Tedqua, donde se encuentra la casa matriz. Mi madre fue elegida hace siete años, desde ese momento no tenemos noticias sobre ella. Para proteger los avances tecnológicos y los recursos de los inadaptados, se impide a los elegidos cualquier contacto con el mundo exterior.

Los inadaptados son personas consideradas de alta peligrosidad; posterior a la tercera guerra mundial biológica, se marginaron y levantaron contra la OGO. Es común escuchar rumores de que han atacado Tedqua para robar recursos, a veces se introducen en las comunidades camuflados para el mismo fin. Nunca los he visto, mi familia tampoco, pero sabemos que la OGO policía sostiene constantes enfrentamientos contra ellos.

Dejo a Neit a toda prisa en su estación y luego me dirijo a la mía. Al llegar, corro por el pasillo y a través de la ventanilla de la puerta veo que la profesora Oresia está sentada en su escritorio; de pronto, recuerdo que sabe sobre animales.

—¡Profesora, vi un ave hoy! ¡Aún existen! —Entro sin calcular mi exceso de energía, aunque alcanzo a poner un pie para no caer.

Una ola de carcajadas se derrama sobre mí. Durante un segundo, olvidé que llegaba tarde, es obvio que mis compañeros están sentados en sus puestos.

—¡Es verdad…! Mi hermano también la vio… —Me giro hacia todos, siento la temperatura de mi rostro alcanzar los cien grados Celsius en dos segundos.

—Es primera vez que te escuchamos hablar, ¿y para decir semejante estupidez? —grita Tanya; por supuesto, aprovecha esta instancia para humillarme. Ella, en conjunto con Melea y Yiza, son el terror de nuestra estación. Aunque me importa bien poco lo que ellas u otros piensen de mí, me da rabia no tener la personalidad para ponerla en su lugar.

—¡Ya basta! Saquen sus pantallas y vayan al capítulo cuatro de física cuántica avanzada, ¡ahora! —La profesora Oresia me toma del hombro y me mira con extrañeza—. ¿A tus quince años? ¿No estás un poco grande para estos juegos, Zabina?

No esperaba esa reacción de su parte y me duele. Siento frustración y estoy confundida, ¿cómo explicar lo inexplicable? Me siento en mi silla y miro de reojo al resto de la clase; al parecer, regresaron a lo suyo, salvo Kay, quien me observa con su seriedad de siempre, acompañada de una expresión que no logro descifrar. Es probable que piense que estoy loca.

Tasz, mi mejor y único amigo, además de eterno compañero de asiento, me mira con una expresión burlona. Preveo lo que se viene.

—¿De verdad viste un ave hoy?

—¿No crees que fue suficiente humillación?

—Mmm… pero supongamos que te creo… ¿Qué tal si conectamos una cámara sensorial de ángulo completo en el lugar donde la viste, por si vuelve a aparecer? Si la combinamos con un GPS Shot JVR-5 que arroje un nanocódigo al animal sin dañarlo, el cual se activaría con una luz infrarroja sensible al movimiento, podríamos rastrearlo sin problemas. —Se lleva la mano a la barbilla.

Si hay un experto en tecnología, es Tasz. Aunque lleve el cabello sin cepillar durante días y esos enormes lentes redondos, siempre convence a los demás de los beneficios de los últimos avances tecnológicos y pretende usarlos bajo cualquier pretexto. Es obvio que terminará en la OGO antes que el resto de nosotros; a pesar de ser tan joven, podría perfectamente construir y pilotear una nave espacial.

—¿Por qué no mejor rastreamos tu peineta? —Agito mi mano con energía sobre su melena.

La tarde se hace eterna. Por mucho que Tasz me repite lo increíble que son los nuevos prototipos del tren bala que está por inaugurar la OGO, no puedo pensar en otra cosa que no sea el ave. Si bien mi imaginación a veces no tiene límites, estoy muy segura de lo que vi; además, hay un testigo. Aunque tiene nueve años, diría con certeza que es más racional que yo… ¿Cómo habrá llegado el ave hasta aquí? ¿De dónde vendrá? ¿Habrá otras cerca? ¿Alguien más la habrá visto? Muchas preguntas por responder y pocas personas a quienes preguntar. Sé que mamá habría sido la indicada para ayudarme a resolver este misterio, sabe mucho de animales, en especial de aves, pues son nuestra clase animal favorita y siempre conversábamos sobre ellas.

Suena el timbre que da término a la jornada, lo único que quiero es llegar a casa. Tal vez mis abuelos o mi papá tendrán algo que decir al respecto; al menos, eso espero.

Antes de salir de la sala, noto que Tanya y Yiza están en el pasillo y lanzan entre ellas algo que parece una caja metálica, mientras Melea las observa riéndose. Intento agilizar la marcha y pasar desapercibida, así que miro fijamente al suelo. Lucen concentradas en su juego; si apuro el paso, creo que tengo una gran posibilidad de llegar invicta a la salida.

—¿Así que viste un ave, sabelotodo? —El tono de Tanya es burlesco.

“¡Mierda! Estaba tan cerca”.

—¿Cómo crees que te aceptarán en la OGO si estás demente? —agrega Yiza.

Repito en mi cabeza: “Eres sabia, eres sabia, eres sabia”. Intento hacer honor a las palabras de la abuela Iade, siempre dice que las personas con sabiduría no se ofenden por dichos de los ignorantes. Sigo caminando con la vista fija en la manilla de la puerta que me sacará de este incómodo momento.

—¡Vaya forma de llamar la atención! ¿Te ha funcionado esa estrategia alguna vez? ¿Tienes más amigos, aparte del rarito de Tasz? —Melea utiliza un tono muy desagradable.

Soy capaz de ignorar que se metan conmigo, pero si lo hacen con Tasz es otra historia.

—¿Cómo raro? ¡No por ser más inteligente que ustedes tres juntas, significa que sea raro!

Me arrepiento al momento de terminar la frase, estoy a pocos centímetros de alcanzar la manilla, pude ahorrarme la pelea.

—¡¿Qué dijiste?! —grita Tanya—. ¡Aquí va tu ave, mentirosa!

Por el rabillo del ojo, veo la caja metálica acercarse a mí a gran velocidad. Alcanzo a cubrirme la cabeza con el brazo derecho, mientras me preparo para el impacto. Percibo una ligera brisa cerca de mi frente, pero extrañamente no siento el golpe.

—Cuidado, Tanya, podrías pegarle a alguien con esto. —Hay ironía en la oración de mi salvador.

Me giro y veo a Kay. Mis mejillas se encienden de nuevo.

—Kay, estábamos jugando con Zabina… —La risa de Tanya retumba en el pasillo—. Vamos, chicas, terminó la diversión aquí.

Las miro hasta que desaparecen por la puerta de salida, me siento aliviada y sorprendida.

—¿Estás bien? —Kay me toma del hombro. Creo que es la primera vez en la vida que se dirige a mí para algo que no sea pedirme un lápiz o preguntarme la hora.

—Sí, muchas gracias; de verdad estábamos jugando. —Siento vergüenza de admitir que era el blanco, no me gusta verme como víctima, menos que sientan lástima por mí.

—Necesito hablar contigo.

Me mira fijamente. Nunca había notado que sus ojos son grisáceos ni que tiene una pequeña cicatriz en la parte superior del labio. Algunas mechas de cabello castaño claro caen desordenadas sobre su frente, intentando ablandar de alguna forma la dureza de sus facciones y su seriedad característica. Siempre me pregunto cuál será la historia que se esconde detrás de esa actitud tan compuesta y esa soledad que parece disfrutar.

—Quería preguntarte por lo de hoy —interrumpe mi proceso de contemplación—, ya sabes… eso de que viste un ave.

Me toma un tiempo entender a qué se refiere, pero ¿cómo olvidarlo? Intento pensar en una respuesta lógica o al menos coherente; sin embargo, en el segundo en que abro mi boca para responder, el sonido del holófono detiene mis palabras. Saco el móvil del bolsillo y presiono contestar, el holograma del rostro de Neit se proyecta.

—¿Dónde estás? —Su tono denota preocupación—. Están cerrando mi estación y aún no vienes por mí.

—¡Voy! —respondo en automático, mientras miro a Kay con expresión de disculpa.

—¿Podemos conversar sobre esto mañana? Es importante.

—¡De todas maneras!

Corro sin dejar de sentir intriga por lo que Kay desea saber respecto al extraño suceso.

***

—Vimos un ave hoy, ¿verdad?

Tras el grito de Neit, una sensación de alivio me envuelve al reafirmar que no se trató de una alucinación: lo que sucedió esta mañana fue real.

—¡Nadie me cree, Zabina!

—Tal vez sea mejor que, por ahora, lo mantengamos en secreto y solo conversemos con nuestra familia, ¿te parece? —Me parte el alma pensar que Neit puede ser blanco de burlas sin que yo esté para defenderlo.

Llegamos a casa. Papá está cocinando la porción correspondiente a los martes para la comunidad sayosiana, sopa de lentejas como plato principal y sopa de plátano para el postre.

La OGO también se encarga de decidir qué come cada comunidad. La patrulla destinada a nuestro sector pasa una vez al mes para dejar las porciones en canastas familiares. Los alimentos vienen en polvo para facilitar el proceso de transporte, así como la durabilidad y preparación. Si bien aseguran que los menús son variados, para mí cada plato tiene el mismo sabor amargo, la única diferencia es que algunos son más salados que otros. Estos menús, al igual que lo demás que consumimos y usamos, son producidos en laboratorios controlados por la OGO. Desde hace décadas, luego de que la agricultura disminuyó de manera drástica hasta desaparecer, la OGO tomó el control de la producción de alimentos para abastecer a las nueve comunidades que quedan en el planeta. Las canastas familiares incluyen productos de higiene y limpieza, solo cada tres meses podemos hacer “pedidos especiales”, como medicamentos, ropa y otra cosa que necesitemos como familia.

El agua y la energía también son controlados por la organización, a través de un sistema inteligente instalado en las viviendas de cada comunidad. El recurso natural más preciado que tenemos es el agua, su uso es monitoreado de forma estricta, desde la duración de las duchas hasta cuánta bebemos por persona al día. Lo mismo ocurre con la energía eléctrica, a las diez de la noche se apaga la luz en Sayosia; a partir de ese momento, nadie puede salir a la calle y esto aplica para las otras comunidades del mundo. Después del toque de queda, solo siguen funcionando con electricidad los recintos hospitalarios y, por supuesto, las sedes de la OGO.

Nosotros, por ser parientes de una elegida, recibimos más “variedades de comida” que las demás familias. Tenemos acceso más rápido a salud en caso de ser necesario, y mayores posibilidades de recibir cosas que solicitemos cada tres meses. A veces, mi padre usa como consuelo que mi madre no quiere que perdamos estos beneficios y por eso no ha regresado, pero en el fondo de su corazón sabe que ese no es el motivo.

Papá coloca la olla sobre la mesa, nos sentamos y espero que mis abuelos dejen de discutir para hablar. Viven con nosotros desde que mamá se fue, supongo que con la intención de suplir el vacío que dejó en la casa la partida de su hija. En este momento, discuten sobre la relevancia de la Fiesta del Sol que se celebrará dentro de tres días, siempre se realiza a finales de marzo para agradecer por un año más de planeta; por lejos, es mi festividad favorita.

Espero paciente a que se genere un espacio de silencio para comenzar el interrogatorio, seguro que alguien de mi familia ayudará a resolver el misterio. Después de aguardar atenta la oportunidad durante varios minutos, mi abuela toma su vaso para beber un poco de agua y decido que es ahora o nunca.

—Familia, ¿qué dirían si les cuento que vi un ave? —pregunto de forma apresurada, antes de que mi abuela termine de tragar y sea demasiado tarde.

Se giran hacia mí con una expresión similar en sus rostros, como si hubiera revelado que alguien falleció. Tal vez esperaba una carcajada, pero no esta reacción.

—¡Vimos un ave hoy!

Nadie parece escuchar a Neit, los adultos siguen inmóviles con una expresión de terror en sus rostros. Luego de un eterno minuto de silencio, empiezan a mirarse entre ellos, quizá buscando al valiente que se atreva a contestar.

—Bueno —el abuelo Laus se arrellana en la silla—, te refieres a que vieron la imagen de un ave, ¿verdad?

—No, abuelo, ¡una de verdad! ¡La vimos hoy en la mañana, afuera de la ventana de Neit! —Mi entusiasmo es evidente. Aún parece irreal; si alguien me dijera lo mismo, dudo que le creería.

Papá y la abuela Iade siguen sin decir una palabra. Están serios, sobre todo él, aunque necesito saber qué pasa por su cabeza.

—Papá, ¿qué opinas? —No sé por qué, pero temo un poco su respuesta.

—Opino que se te va a enfriar la comida, Zabina. Por favor, termina tu plato.

La línea vertical marcada entre sus cejas se hace notoria. Me pregunto si se habrá molestado o si solo está preocupado, no sé qué significa esa expresión. Su rostro se ha vuelto duro y difícil de leer desde que mamá se fue.

Después de la orden de papá, nadie habla durante la comida, aunque tenía la esperanza de que me creyeran o lo intentaran. Es primera vez que me siento incómoda frente a mi familia.

Luego de veinte minutos bastante largos, por fin nos levantamos de la mesa. Retiro los platos para ayudar a papá a llevar la loza a la cocina. Mientras la dejo en el fregadero, escucho que la puerta se cierra detrás de mí. Estamos solo papá y yo.

—Zabina, escúchame bien. No existen las aves ni otra especie animal en el planeta, se extinguieron muchos años atrás y tú lo sabes. —Se acerca con lentitud hasta apoyar ambos brazos sobre mis hombros; su tono es directo, deja en evidencia una suerte de súplica—. Es imposible que hayas visto una, es muy importante que entiendas esto… Por favor, dime que lo entiendes.

—Sí, papá. —Mi tono no es convincente, hablo en automático.

—Eres una niña inteligente y curiosa, igual que tu mamá —dice con nostalgia, mientras se dirige hacia la salida de la cocina—. Sé que debes extrañarla mucho y estoy seguro de que ella también los extraña. —Abre la puerta y desaparece hacia el pasillo.

Un rato después, me tumbo en la cama más confundida que nunca, ¿qué tiene que ver mamá con que hayamos visto un ave? Recreo en mi cabeza la imagen del animal. Sus ojos, sus plumas… ¿medirá unos quince centímetros? De repente, tengo la sensación de haberlo visto antes, pero ¿dónde...?

¡El libro! ¡Cómo no me acordé antes! Me pongo de pie de un salto. Justo el día que mi madre se fue, me regaló su libro Las aves; sabía que era mi favorito. Recuerdo que sentía tanta tristeza que juré no abrirlo hasta que ella regresara y lo pudiéramos ver juntas de nuevo. La pregunta es: ¿dónde está guardado después de tanto tiempo?

Espero impaciente hasta las diez para que se apague la luz. Tengo la impresión de que puede estar en la bodega, pero no quiero que papá me pille buscándolo, no creo que le de mucha gracia que insista con el tema.

Me recuesto en la cama mirando el techo por un momento, luego me siento en el borde, veo el reloj sobre mi velador; recién son las nueve. Me levanto y camino de un lado a otro mientras juego en mi holófono hasta aburrirme, así que lo guardo. Vuelvo a recostarme sobre la cama. Miro de nuevo el reloj, cada minuto se arrastra con lentitud, esta espera comienza a desesperarme.

Luego de una eternidad, ha llegado el momento. Saco mi holófono y enciendo la linterna. ¡Maldición!, solo tiene cinco por ciento de batería. Si me quedo sin carga, tendré que esperar hasta las seis de la madrugada para que se active de nuevo la energía; para ese entonces, mi familia estará en pie.

Decido ir a la bodega de todas formas, no puedo esperar un día más sin encontrar el libro. Abandono mi habitación y avanzo de puntillas por el pasillo hasta llegar, entro con lentitud y cierro con cuidado la puerta, que cruje con fuerza. Guardo silencio para verificar si alguien se ha despertado… Nada.

La bodega tiene un olor espeso y agradable, me recuerda al que percibo cuando releo los libros antiguos del abuelo Laus, los cuales conserva como reliquias. Miro a mi alrededor, siento que esto me tomará años. Mi bisabuelo amaba viajar, murió durante la tercera guerra biológica, al igual que más de la mitad de la población, y coleccionaba objetos de todos los lugares que visitó cuando aún existían los países. Por lo que cuenta mi abuelo, decía que esos objetos representaban “la cultura” de cada país. Aunque nunca he entendido el concepto, pienso que esa “cultura” me ocasiona un gran problema en este momento.

Apunto en todas direcciones con la linterna, hasta ver unas cajas en el fondo que tienen escrito “Abany” en su superficie. ¡Perfecto!, ahora solo debo llegar hasta allá. Hago acrobacias para no pisar los objetos y parece que lo estoy logrando, hasta que siento un inesperado dolor agudo en la planta del pie; me cubro la boca para no gritar. Miro hacia el suelo y recojo una pequeña figura con casitas de colores, en una esquina lleva escrito “Valparaíso”, mientras que al reverso presenta una especie de imán. Es muy extraña, la dejo sobre una de las cajas para no pisarla otra vez.

En el fondo de la bodega, abro con cuidado la primera caja. Encuentro ropa y la corro con cuidado hacia un lado para seguir con las de abajo. Al abrir las tapas de la siguiente, lo primero que veo es una imagen llena de colores y que en el centro lleva escrito Las aves en letras doradas. La portada del libro me trae recuerdos de mi madre de manera instantánea, de esos días en que yo miraba y comentaba cada una de las páginas. Imaginábamos que éramos aves y volábamos lejos, jugábamos a describir lo que veíamos en los lugares lejanos donde nunca habíamos estado.

Se me aprieta el pecho, pero el sonido de alerta de la batería que se agota me devuelve a la realidad. Paso las primeras páginas y encuentro una fotografía de nosotras abrazadas, mirando a la cámara y sosteniendo el libro. Descubro que fue durante mi cumpleaños número siete. Aunque no recuerdo la foto, en ella se aprecia lo que siempre me dicen las personas cercanas al verme: “Tú y tu madre son como dos gotas de agua”. Es cierto, no solo tenemos la misma pigmentación clara de piel, sino que además, ambas poseemos cabello negro y ojos verdes. No obstante, creo que en personalidad soy más parecida a mi padre, más reservada, aunque admito que puedo llegar a ser tan impulsiva como Abany.

La alerta del holófono, utilizando la última reserva de energía, se escucha una vez más.

Paso las hojas con rapidez hasta llegar a la imagen que busco, sabía que lo había visto en alguna parte. ¡El animal que encontré con Neit era un vencejo! Leo de forma apresurada la descripción:

Durante el siglo XXI se podía encontrar esta ave en los continentes de Eurasia y África (…) también conocida como Apus apus (...) era una de las aves que podía pasar más tiempo volando (…) ¡hasta diez meses!

No puedo creerlo, necesito mostrárselo a Neit. Me dispongo a regresar, pero en cuanto levanto el libro para cerrarlo, una hoja se desliza sobre mi pie. Me inclino para recogerla, mi mirada se centra de inmediato en el remitente. Me quedo sin aire de pronto, es una carta escrita por mi madre.

Sentada en el suelo, mis ojos se deslizan por sus palabras:

Mi querida Zabina:

Cuando leas esta carta ya no estaré con ustedes, pero quiero que sepas que los amo más que nada en el mundo, esa fue la principal razón de mi partida.

La Tierra antes era un lugar maravilloso para vivir, lleno de naturaleza, animales y recursos, pero hemos acabado con la mayor parte de eso y corremos el grave riesgo de aniquilar también al planeta. Creo que puedo aportar mucho para revertir esta situación y lucharé para que tengamos un mejor futuro, por ustedes y las futuras generaciones.

¿Recuerdas la canción que te cantaba cuando eras pequeña? Ten presente en los momentos de oscuridad que si el sol se va, tarde o temprano vuelve a salir. Confía en tu instinto y en lo que el universo tiene destinado para ti.

Mi bella Zabina, siempre estarás en mis pensamientos, dondequiera que me encuentre.

Te ama eternamente,

Mamá

La linterna se apaga junto a mi móvil.

“¿Si el sol se va, tarde o temprano vuelve a salir?”. Intento reponerme de la emoción. Si bien he escuchado muchas veces la canción, nunca había puesto atención a su significado.

—“Y cuando el ave veas volar, su vuelo debes seguir…”.

Ahora recuerdo con mayor claridad, era una canción que mi madre entonaba cuando yo era pequeña y las pesadillas me impedían dormir. Luego de partir, comencé a cantársela a Neit para ayudarlo a superar las malas noches. ¿Era una especie de señal? ¿Cómo podía saber mi madre que un ave llegaría? ¿Tendrá relación o será solo una coincidencia? ¿Por qué corremos el riesgo de acabar con el planeta? Decenas de preguntas bombardean mi cabeza. Creí que el libro sería la fuente de las respuestas que necesitaba, pero ha resultado lo contrario.

A pesar de mi confusión, experimento una especie de orgullo hacia mi madre. Su partida cobra un poco más de sentido ahora, eso me entrega mayor esperanza de reencontrarme con ella. Concluyo que, al menos, debo resolver un par de dudas antes de hablar con Neit para evitar confundirlo.

Gracias a mi memoria visual, llego a la puerta de la estancia con los pies intactos. Cierro con mucho cuidado y me dirijo de manera cautelosa hacia mi habitación, aferrando el libro como si fuera mi tesoro más preciado; de alguna forma, lo es.

Este ha sido un día inundado de emociones, mi cabeza es incapaz de procesar más información. Con un último esfuerzo, repaso las escenas de la jornada y el recuerdo de Kay se hace presente. ¿Sabrá algo sobre el ave?

El agotamiento me vence, caigo en un profundo sueño que involucra a un vencejo y a mi madre.

Operación Ave

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