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Capítulo II —¡Arriba, arriba, arriba, mis muchachones!

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El abuelo Laus atraviesa el pasillo tocando una pequeña trompeta, otra de sus tantas reliquias. Siempre dice que así se formaban los batallones en tiempos antiguos, durante las guerras, y que Neit y yo somos parte de su batallón. A veces pienso que es un hermano más; si bien es bastante mayor, permanece fiel a su alma de niño.

—El ave… —murmuro.

Durante un segundo, pienso que mis experiencias del día anterior fueron un sueño, hasta que veo en el velador el libro. Lo abro sin demora para contemplar la imagen del vencejo, quiero memorizar su anatomía y toda la información que aparezca sobre él. En cuanto considero que lo he conseguido, escondo el libro bajo mi cama y me levanto para desayunar con mi familia.

La comida transcurre sin mayores sobresaltos. Una vez fuera de casa, mientras camino hacia mi estación luego de dejar a Neit en la suya, recuerdo que tengo pendiente esa conversación con Kay, me intriga saber si tiene información sobre la misteriosa ave.

Para mi decepción, al entrar en la sala me doy cuenta de que no está; es bastante extraño, siempre es uno de los primeros en llegar.

Sin perder tiempo, me siento al lado de Tasz.

—¿Has visto a Kay?

—Eh… ¿Hola? Sí, estoy bien, gracias por preguntar, ¿y tú?

—Disculpa, es que de verdad necesito hablar con él.

—Espera… ¡¿y desde cuándo ustedes hablan?! —Su rostro se tuerce en una mueca cómica—. ¡A menos que estén saliendo y no me lo hayas contado! —Dibuja una sonrisa extraña.

—¿De qué hablas, ridículo? —Saco la pantalla de mi bolso, exasperada.

—Me contarías si tienen algo, ¿verdad? —Hay un tono particular en su voz que no logro descifrar.

—¿Entre tus herramientas no tendrás un destornillador para apretar ese tornillo que se te está cayendo? —Llevo mi dedo índice a la sien y comienzo a girarlo.

Más relajados, nos reímos.

***

Por desgracia, la ausencia de Kay se extiende durante dos días. Es muy extraño que no aparezca en la estación; al igual que yo, nunca falta a clases. A pesar de eso, decido atribuir su inasistencia a un resfriado y no a algo relacionado con la conversación pendiente.

Al terminar la jornada de este segundo día me dirijo a la estación de Neit para recogerlo. Espera sentado donde siempre, aunque esta vez su expresión no es de alegría al verme, sino de curiosidad.

—¿Tienes novio?

Suelto una carcajada, ni siquiera me saludó.

—Pero ¿por qué dices eso, Neit? ¡Ja, ja!

—Entonces, ¿por qué un compañero tuyo me dejó una carta para ti?

—¿Estás seguro? ¿Para mí? ¿Quién?

Sorprendida, me pregunto si tal vez fue Tasz. Sin embargo, recuerdo que salimos casi al mismo tiempo, así que no habría alcanzado a llegar antes que yo.

—Mmm… no sé… Era alto y moreno. Su voz era ronca y tenía el pelo castaño. ¡Ah!, y una cicatriz peculiar en el labio… Es bastante aburrido te voy a decir, ¡le conté uno de mis mejores chistes mientras te esperábamos y ni una mueca! —Saca un papel de su bolsillo—. Dijo que no podía esperar más, así que escribió este mensaje para ti y se fue. Fue Kay.

—Gracias. —Tomo la carta y la guardo en mi mochila.

—¿Y…? ¿No leerás la nota de amor? —Luce intrigado.

—La leeré al llegar a casa. ¡Y no es una nota de amor, cupido! —Comienzo a correr—. ¡Te apuesto a que te gano a casa, lenteja!

Nada más entrar, la frase de Neit llama la atención de todos:

—Zabina tiene novio, ¡hay que celebrar!

—¡Uy, qué emoción! —La abuela Iade se acerca a nosotros—. ¿Cuándo conoceremos al afortunado?

—¿No eres muy joven para tener novio? —La extrañeza de mi padre es evidente—. Bueno, vayan a lavarse las manos, la comida está lista.

—Lamento desilusionarlos, ¡pero no tengo novio! —Aplico el volumen suficiente a mi voz para dejarlo bien claro.

Corro hacia mi habitación, no puedo aguantar la curiosidad. Despliego el papel con rapidez, aunque cuidando no rasgarlo:

Mañana a las seis de la tarde en la Fiesta del Sol, reunámonos detrás de la boletería para ingresar al carrusel de fuego.

Kay

Durante la comida, mi familia conversa de forma animada sobre lo que más les gusta de la Fiesta del Sol y las sorpresas que podría traer la OGO este año. Sin embargo, soy incapaz de dejar de pensar en Kay, el vencejo y mi madre.

—¡La montaña rusa flotante es de lejos lo mejor! —Neit se remueve con entusiasmo.

—Para mí seguirá siendo el acuario digital en cuatro dimensiones, nunca dejan de impresionarme cómo eran esas criaturas… —agrega la abuela Iade.

—¿Por qué tan callada, Zabina? ¿Estás pensando en tu nuevo novio? ¡Ja, ja! —El abuelo Laus me mira, divertido.

—No, solo estaba pensando en lo que más me gusta de la fiesta de mañana.

—Bueno, ¿y cuál es tu atracción favorita? —pregunta mi padre.

—Fácil, la casa de los pájaros.

Recuerdo que mi madre y yo esperábamos todo el año para entrar a la plataforma gigante en cuatro dimensiones, donde miles de aves ficticias surcaban el aire; si tienes suerte, hasta se posan sobre tu hombro. Es un espectáculo increíble, aunque desde que mi madre se fue, no lo he visitado.

Luego de cenar regreso a mi pieza. Estoy impaciente, aún tengo muchas dudas que resolver y me siento abrumada. Leo sin cesar la carta de mi madre en busca de alguna pista, una sutil evidencia de que hay algo que conecta los sucesos recientes. A pesar de esto, no tengo éxito; al menos por ahora, seguirá siendo un misterio. Mi cabeza recorre una vez más los acontecimientos. Tomo nota en mi cuaderno y estudio cada detalle del vencejo, solo para que surjan más interrogantes que respuestas.

Son las diez de la noche, mi habitación es invadida por la oscuridad. Tal vez sea hora de dejar que mi cerebro descanse. Quizá mañana Kay me entregue alguna información que permita entender qué sucede, o que demuestre que es solo un malentendido.

***

Me despierto con un rayo de sol cayendo sobre mi rostro, resulta reconfortante. Recuerdo que anoche, de nuevo me visitaron en sueños mi madre y el vencejo.

Sin perder tiempo, me dirijo a la cocina para comer mi porción correspondiente al desayuno, pulpa de avena. Como es de esperar, Neit está sentado y devora su plato.

—¡Buenos días, enamorada! —Una bola de pulpa baila en su boca.

—No es mi novio, Neit, solo necesitaba ayuda con una tarea de astrofísica.

—¿Por qué es tan serio tu amigo?

—No sé por qué piensas que somos amigos, él y yo …

El sonido del himno de la OGO interrumpe mi frase. En el pequeño proyector ubicado en la mesa del living, aparece el holograma de Volk, el director de la organización. Luce muy real, como si estuviera de pie encima de la mesa de centro en carne y hueso. Detrás de él hay varios niños sin expresión facial, visten túnicas largas de color rojo y cantan, mientras en la mano sujetan la bandera con el logo de la OGO.

—¡Guau! ¡Mejoraron bastante la calidad del holograma este año!

Concuerdo con el asombro de Neit, han mejorado tanto la calidad que se puede apreciar el brillo de las rojas mejillas de Volk y su gran nariz parece a punto de tocarnos. Su aumento de peso resulta evidente, la chaqueta le queda tan apretada que el botón amenaza con salir proyectado en cualquier momento, con tal velocidad, que podría dañar a alguien cerca de él. Me río de solo pensarlo.

El abuelo Laus entra a la cocina con su móvil en la mano, donde se proyecta el mismo holograma en menor tamaño.

—Va a comenzar el entretenido discurso inicial —su tono es sarcástico—, espero no quedarme dormido como el año pasado.

—¿Me lo perdí? —La abuela Iade entra apurada al living, al parecer es la única en casa que disfruta el discurso inicial.

Mi padre aparece detrás de la abuela. Desde que mamá se fue, aguarda expectante este momento, deseando que las palabras de Volk incluyan alguna noticia sobre los elegidos.

Los niños del holograma culminan el himno. Volk se aclara la garganta antes de comenzar a hablar con su voz aguda:

—Mis queridas comunidades, les damos la bienvenida a la Fiesta del Sol de este año, en que celebramos los esfuerzos de todos ustedes por mantener este bello planeta en marcha. Sin el compromiso de cada uno, no habríamos logrado los avances tecnológicos que hemos creado hasta la fecha, podrán apreciar algunos de ellos hoy en sus respectivas celebraciones. —Suspira profundo y se mantiene en silencio durante unos segundos antes de continuar—. Este año tendremos una nueva misión, debemos ajustarnos un poco más en varios sentidos; como bien saben, los recursos son cada vez más escasos. No teman, como Organización Global Oficial nuestro deber es velar para que nunca les falte lo que necesitan, pero debemos asumir algunas regulaciones urgentes. Con base en lo anterior y como medida de emergencia, es imprescindible adelantar una hora el corte de energía en todas las localidades y reducir los litros de agua por hogar. Espero comprendan que esto es por el bien del planeta. —No vislumbro un signo de preocupación en su rostro, esto me provoca una extraña sensación—. De nuevo, agradecemos su comprensión y el gran interés en ayudar a sacar nuestro mundo adelante. Esperamos que hoy lo pasen increíble y disfruten de este día como se merecen. ¡Que empiece la fiesta!

Con el eco de su voz retumbando aún en la casa, luces y destellos iluminan nuestro pequeño living, acompañadas de una música festiva. La celebración ha comenzado.

—¿Nos tendremos que ajustar más? —Es clara la preocupación y el arrebato en el tono del abuelo Laus—. ¿Qué hacen con todas las máquinas que construimos para optimizar los recursos?

—Calma, querido —la abuela Iade toma su brazo—, desde hace siglos que se están acabando los recursos. Parece que nos enteramos recién el siglo pasado, está claro que no era mucho lo que podíamos hacer en ese punto. Bueno, si nos apretamos un poco más, tampoco es tan terrible. Me voy a arreglar para la tarde ¡y que comience la fiesta! —Mueve sus caderas de un lado al otro, siguiendo el ritmo de la música mientras camina por el pasillo.

Reconozco que la abuela Iade siempre ha sido muy positiva y me encantaría parecerme un poco a ella, pero también entiendo a mi abuelo. ¿Cuánto más tendremos que ajustar nuestros hábitos?

—¡No más duchas! —grita Neit, feliz; sin embargo, su esperanza se desvanece al ver la cara de desaprobación de mi padre.

Por primera vez en mi vida estoy preocupada por cómo me vestiré. Las opciones que da la OGO no son precisamente sofisticadas y la verdad siempre he priorizado la comodidad, aunque hoy siento ganas de verme distinta. Me pruebo cinco alternativas y, como era de esperar, me decido por la primera, mi prenda favorita: un vestido lavanda de lino y sin mangas, combina perfecto con mis sandalias blancas; a pesar de estar bastante desgastadas, son muy cómodas. Para darle un toque distinto, agrego una cinta delgada de tela satinada gris claro a mi cintura y la cierro con un pequeño broche. Me amarro el cabello en un moño alto y utilizo los únicos aros que tengo, dos pequeñas argollas plateadas heredadas de la abuela Iade.

Me miro en el espejo del baño durante un momento, mientras pienso: “Nada mal”.

—Zabina, ¿estás lista? —Mi padre toca la puerta—. Apura, vamos saliendo.

Caminamos con rapidez hacia la fiesta, mientras seguimos debatiendo cuál es la mejor atracción. Son solo unas cuadras, el terreno donde se lleva a cabo la celebración está cerca de casa.

Al llegar a la entrada, miramos con perplejidad. La OGO se esmeró en grande este año, hay mayor número de entretenciones y la decoración luce más exagerada. Al ingresar, un funcionario de la OGO seguridad pregunta nuestros nombres y entrega a cada uno quince monedas con forma de planeta (corresponden a entradas para disfrutar distintas atracciones), cinco monedas de sol (podemos canjearlas por comida) y tres monedas con diseño de luna (para canjear por bebestibles).

Los gritos de emoción de niños y adultos surgen de todas partes. Este año la convocatoria fue mayor, no recuerdo haber visto este nivel de caos en versiones anteriores, pero me gusta que las personas disfruten y pasen un buen momento, considerando que no tenemos tantas instancias para hacerlo durante el resto del año.

Neit está impaciente y comienza a alejarse.

—¡Espérame, hijo! —Mi padre corre tras él y se mezcla con la multitud—. ¡Nos reuniremos a las ocho en punto en la entrada!

—¿Estarás bien por tu cuenta, Zabina? —La abuela Iade me mira—. ¿Dónde te juntarás con tus amigos de estación? ¡Tu abuelo y yo queremos ir a comer esos algodones cósmicos antes que se acaben! —Toma la mano al abuelo, quien parece todo menos entusiasmado; odia la Fiesta del Sol tanto como a la OGO.

—Quedamos en juntarnos en… eh… ¡allá! —Apunto hacia cualquier parte, pues mi único “amigo de estación” es Tasz y no hemos quedado en vernos—. ¡Mejor me voy para alcanzarlos!

Camino durante veinte minutos sin saber qué hacer, aún queda poco más de media hora para reunirme con Kay. De pronto, una oleada de gritos llama mi atención, proviene de la montaña rusa flotante. Nunca he entendido muy bien cómo puede mantenerse en el aire sin una estructura ni rieles. En cierta ocasión, mientras caíamos, Tasz me explicó que era gracias a los campos magnéticos, aunque los gritos, incluyendo el mío, me impidieron escuchar el resto. A diferencia de otros años, esta vez va en picada hacia el suelo y segundos antes de aterrizar contra el pavimento, se eleva en dirección al cielo.

Veo a lo lejos el acuario en cuatro dimensiones, quizá sería una buena idea esperar en esa atracción. Hay algo en ese lugar que me produce una sensación de tranquilidad, una dosis de calma me vendría perfecto en este momento. Al ingresar me doy cuenta de que el acuario es más grande que otras veces, se ve más nítido que nunca. Tenía razón Volk, el avance de la tecnología es impresionante, me pregunto qué harán el próximo año.

Permito que la cinta transportadora me lleve a través del túnel que simula cruzar por debajo del mar. Miro hacia arriba y me sorprendo por la cantidad de peces de distintos colores que se aprecian. De repente, en mi costado derecho aparece una gran sombra que opaca la luz. Al girarme descubro una gran ballena azul junto a su ballenato; pocos segundos después, los veo nadar a mi lado. Jamás había entendido lo gigantes que eran esos animales, durante un instante me siento ahí, como si aún existieran y yo surcara el mar a la par con ellos.

Escucho un agudo sonido que genera eco, retumba en el interior de mi cuerpo. Las ballenas se comunican, de alguna forma me siento parte de algo increíble, aunque mi alegría se transforma en tristeza con rapidez. Me apena pensar que la humanidad destruyó el hábitat de los animales hasta hacerlos desaparecer, el sufrimiento al que los sometimos durante siglos y la forma en que acabamos con casi todo lo bello de este planeta. ¿Por qué nos creímos con la facultad para hacerlo? ¿Por qué fuimos tan egoístas? ¿Por qué, si somos el animal más inteligente, no protegimos a los demás?

Mis ojos se humedecen al recordar las palabras en la carta de mi madre: “la Tierra antes era un lugar maravilloso para vivir”. Mientras vivo esta asombrosa, aunque ficticia experiencia, encuentro mayor sentido a sus palabras.

Me pierdo siguiendo una manada de delfines. Más allá, dos tortugas cruzan por encima de mí, ¡son tan increíbles! Me inundan las ganas de haber vivido en esos tiempos en que las personas tenían la posibilidad de ver a estos animales, ¡hasta bañarse en el mar! Si bien estamos muy cerca del océano, nadie de mi familia lo conoce, solo mi abuelo lo vio de lejos cuando era niño, antes de que levantaran murallas gigantes con barreras eléctricas para que la gente no acceda a la costa ni la contemple. Dicen que el mar está tan contaminado que el contacto con el agua resultaría tóxico, aseguran que nos alejan para cuidarnos. Sin saberlo, eran afortunadas las personas que contaban con hectáreas de áreas verdes, aquellas que solían tener selvas y bosques nativos, hoy muy poco queda de eso. Nunca he visto algo similar, aunque conozco escasos lugares, solo Lonolab, Veronia y todo lo que hay en medio de ambas: ruinas y tierra. Sé que quedan algunos bosques en ciertos sectores del planeta, pero lo más cercano que tenemos es un pequeño arbusto plantado en la plaza principal; ahora que lo pienso, da lástima. La falta de árboles provoca que el aire sea cada vez más tóxico, las personas que nacen con problemas respiratorios se ven obligadas a usar máscaras con oxígeno gran parte de su vida, y algunas no sobreviven.

Mis pies chocan con el final de la cinta transportadora, el recorrido ha culminado. Recién me doy cuenta de que solo faltan dos minutos para las seis, no puedo perder la oportunidad de hablar con Kay; además, no parece la clase de persona que quisiera hacer esperar.

Corro a toda velocidad hacia el carrusel de fuego y freno de golpe al llegar a la esquina de la caseta. Camino con lentitud hacia la parte de atrás para darme tiempo de recuperar el aliento. Ahí está Kay, sentado con la espalda apoyada en la caseta, mientras juega con una moneda de luna. Viste unos pantalones sueltos de cáñamo azul marino y una polera blanca de manga larga; el atuendo contrasta con su estilo habitual y le da un aspecto más relajado.

—¡Kay…! —digo con lo que me queda de aire.

—Hola, Zabina.

No me mira, sus ojos siguen fijos en la moneda, así que se genera un incómodo silencio.

—¿Has ido alguna vez al acuario en cuatro dimensiones? ¡Es sorprendente!

—Sí, no está mal. —Se encoge de hombros y me pregunto si a este chico le impresionará algo en su vida.

—Bueno, ¿y qué querías preguntarme?

Me acerco un poco más y dirige su mirada hacia mí, aunque su expresión es imposible de leer.

—Yo también la vi.

—¿A quién viste?

—Lo mismo que tú —baja la voz—, ya sabes… al ave.

—¿Me estás hablando en serio? —Sin demora, me acerco hasta sentarme a su lado—. ¿Cómo fue? ¿Dónde la viste? ¿Será la misma o habrá más? ¿Fue el mismo día que yo?

Kay levanta un poco las cejas al oírme preguntar hasta quedar sin aliento. Tras un instante, respiro profundo.

—Partamos por cuándo fue, ¿te parece?

—Fue el mismo día que tú. Al salir de mi casa, camino a la estación, comencé a escuchar un silbido muy agudo y repetitivo… era imposible que un ser humano emitiera ese sonido. Pensé que podía ser un fallo en la antena de mi pasaje, pero al girarme para confirmar, la vi. Estaba parada sobre la antena y me observaba sin dejar de emitir el sonido. Miré hacia todos lados, pero estaba solo, nadie más la veía. No sabía qué era hasta que extendió sus alas y voló hacia el cielo. Me quedé ahí de pie durante mucho tiempo, intentando buscar alguna explicación lógica… pero no la encontré. —Su expresión confusa me recuerda lo que experimenté junto a Neit.

—Te entiendo a la perfección. ¿Cómo era?

—Mmm… Su cuerpo era oscuro y tenía una mancha clara en el pecho, es todo lo que recuerdo… No sé cómo describir lo demás. —Su mirada regresa a la moneda.

Me pregunto si vimos la misma especie de ave, hasta que se me ocurre una forma de averiguarlo.

—Vamos a la casa de los pájaros, ¡ahí tal vez haya un vencejo!

—¿Un qué?

—Un vencejo, es el ave que vi. Quizá encontremos su holograma y sabremos si era la misma.

Entusiasmada ante la idea de averiguarlo, me pongo de pie sin dilación y estiro la mano para ayudarlo. Me mira con cierta ironía antes de entrecruzar sus dedos con los míos, noto que apoya con disimulo la otra mano para levantarse. Debo admitir que lastima de forma leve mi ego; me veré menuda, pero tengo fuerza.

Camino a paso rápido entre la multitud, mientras gritos, risas y luces son parte del alegre escenario. Me giro de vez en cuando para asegurarme de que Kay viene detrás de mí, hasta que llegamos a la casa de los pájaros. Es extraño estar de pie aquí, sin mi madre, aunque esta es la única forma que se me ocurre de resolver el misterio.

—Solo necesitas una moneda de sol.

Estoy ansiosa por ingresar. Kay me entrega la moneda sin responder. Solo hay una pareja esperando delante de nosotros, así que avanzamos pronto. El OGO inspector nos mira con una gran sonrisa en cuanto le entrego ambas monedas.

—Hemos recibido solo parejas hoy, ¡tan romántico! —dice con ingenuidad, mientras aparta las cortinas para que ingresemos.

Agradezco la oscuridad que reina en el interior, así nadie ve mis mejillas encenderse. Atravesamos un largo pasillo hasta llegar al espacio que simula, a través del holograma gigante, un bosque lleno de aves que vuelan en diferentes direcciones. Entré por última vez siete años atrás, son increíbles los avances que han logrado en esta atracción. Hay aves de todos los colores posibles y son tan reales que podemos sentir la brisa si vuelan a nuestro lado a gran velocidad. Kay mira sorprendido y estira las manos en el aire intentando tocar sus plumas. Me produce cierta ternura verlo así, en una actitud que contrasta en gran medida con lo poco que conozco sobre él. A solo metros de nosotros, una niña grita de emoción mientras un ave se posa sobre su mano.

—Increíble, ¿verdad?

—Nunca había entrado aquí. —Lo miro con sorpresa—. Bueno, nunca me aburro de la montaña rusa, me gusta tanto la sensación que genera la caída libre, que siempre gasto todas mis monedas en eso. —Esboza una leve sonrisa. Creo que es primera vez que lo veo sonreír.

—Hay tantas aves… tal vez esto nos tome tiempo. Comencemos por este lado del bosque, puedes mirar hacia la derecha y yo a la izquierda. Si ves algún pájaro parecido al que viste ese día, me avisas.

Nos adentramos en el bosque. Tras caminar durante diez minutos, y aunque este escenario es una de las cosas más maravillosas que he visto, empiezo a perder las esperanzas de que encontremos al vencejo o al ave que Kay vio. Es posible que haya mil especies volando alrededor.

—Tengo un libro sobre aves que me regaló mi madre, ahí puedo mostrarte al vencejo, tal vez encontremos el pájaro que viste. De lo contrario, esto nos tomará horas, incluso días.

—Sí, tienes razón. ¿Te molestaría si caminamos unos minutos más? Me ha gustado mucho este lugar, es increíble. —Su expresión de sorpresa aún no desaparece.

—Por supuesto, a mí me encanta esta atracción. Solía venir siempre con mi madre antes de que se fuera a la OGO.

Por primera vez, no siento nostalgia de acudir a la Fiesta del Sol sin ella, aunque al mismo tiempo me invade la culpa por no extrañarla.

—¿Hace cuánto se fue?

—Han pasado siete años… yo tenía ocho años cuando partió.

—Mi padre se fue a la OGO cuando tenía cinco años. —De forma abrupta, su rostro recupera la seriedad característica.

Cada año eligen a quince personas por comunidad para viajar a Tedqua según los OGO Créditos reunidos. Sayosia cuenta con cerca de doscientos cincuenta mil habitantes, así que es posible pasar la vida entera acumulando los OGO Créditos para ser seleccionado; a menos que seas un genio, como mi madre y es probable que como el padre de Kay.

—¡Ese es! ¡Ese es el sonido!

Intento poner atención a lo que menciona Kay, pero es difícil distinguir entre tantos ruidos de aves y personas.

—¡Es por allá! —Toma mi mano y comienza a correr, tirándome con él.

Lo escucho, un chillido agudo y repetitivo, tal como lo describió. Se percibe más cerca, así que nos detenemos en seco en un espacio más abierto. A lo lejos, lo veo, viene directo hacia nosotros.

—¡Ese es un vencejo!

El pájaro es idéntico al que vi. En verdad la tecnología de la OGO es impresionante, pues luce tan real que comienzo a cuestionarme si vimos uno de estos hologramas. Eso resolvería el misterio de inmediato, pero dentro de mí tengo la esperanza de que no lo sea; contra todas las posibilidades, deseo que aún existan aves en el planeta.

—¡Sí! ¡Es el mismo que vi! —Kay también está entusiasmado.

El vencejo vuela sobre nosotros y gira en círculos, rodeándonos sin dejar de emitir el agudo chillido. Noto que algo blanco cuelga de su garra derecha, me pregunto si es una característica de esta especie. Sin pensarlo demasiado, estiro la mano y el vencejo disminuye la velocidad. Al cerrar la última vuelta, se posa sobre mi palma. Es increíble, una de las cosas más bellas que he visto en mi vida… aunque algo no encaja… ¡si fuera un holograma, no sentiría su peso ni sus garras sobre la piel!

Un escalofrío recorre mi cuerpo.

—¡Kay… es real!

Lo miro de reojo. Permanece con la boca abierta, igual de atónito que yo.

Operación Ave

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