¿Quién osó lo que tú, Patria querida, ni qué pueblo igualó tus portentosas fecundidad y abnegación? Ni Grecia en Maratón, venciendo con Milcíades, de Jerjes los ejércitos innúmeros cual las arenas de la mar: Ni Roma, llevando de Bizancio hasta Britania la clara y fría luz de las Pandectas: Ni el profeta audacioso de Medina, del Alcorán tentando con los suras el siempre frágil corazón humano: Ni el Sultán Osmanli, que el sanguinoso rastro homicida de su diestra pone sobre el mármol del templo de Sofía: Ni de Córcega, el monstruo, con la propia mano rapaz que solios desmantela, vistiendo a advenedizos capitanes la púrpura real: Ni aun aquel pueblo que, en torre de marfil, honra o macula las Tablas de la ley. Sólo tú, España, supiste ser, cual Cristo, redentora, y como Pablo, catequista, y como Dios mismo, engendradora de naciones. Tú pediste con firme confianza el aliento inmortal que apagó el brillo siniestro del creciente de la Luna. Tú el alma egregia de Isabel supiste fundir en el crisol del Evangelio, y el corazón heroico de Fernando templar con los ejemplos eficaces de Vicente Ferrer y de Raimundo de Peñafort, consuelo de cautivos y de apóstatas miles providencia. Sólo tú, del intrépido argonauta, rama de cedro de Israel plantado de Suevia en las campiñas nemorosas, lograste comprender el audaz sueño. Y él solo pudo en tus azules playas descubrir animosos corazones, capaces de arrostrar del Oceano los misterios horrísonos, ansiosos de empresas adecuadas a sus bríos. Y escucha Dios la férvida plegaria, que ante el Pilar eleva de María el vástago mayor del Zebedeo. Y el arcano del piélago profundo se rasga, cual del templo Salomónico el velo ritual, ante las proras de las augustas naves de Castilla. Y de la Cruz con el divino emblema, santifican católicos ministros vírgenes bosques y cencidas cumbres. El indio, que las aras de sus dioses falsos regaba sin cesar con sangre de su hermano infeliz, y ciegamente saciaba sus inversos apetitos, o exhausto de prolíficos rebaños, sus festines con vísceras humanas regalaba, cual Lúculo sus ágapes con raras aves y sabrosos peces, llega a adorar el sacrosanto Leño, cuya excelsa virtud en su alma encuentra eco, por gracia del tesón sublime de Gante y del humilde Motolinía. De Jesucristo el Verbo luminoso recogen los hispánicos Licurgos en código eternal. ¡Así los rayos del sol se enfocan en ustorio espejo! Y la princesa azteca con el prócer, que al pecho ostenta la purpúrea espada del hespérico apóstol, parte el tálamo al fulgor de la antorcha de Himeneo. El silencio quebranta de los tórridos valles el silbo de las cañas dulces; esmaltan la extensión de las llanuras olivos verdes y dorados trigos; y del maguey en los silvestres gladios se cardan de la oveja los tusones; y el rico humor, que del moral segrega el industrioso huésped, asegura el lucro de naciente alcaicería. La cabra trisca en el peñasco abrupto, el toro dócil, la testuz armada somete del arado a la coyunda, y el rápido corcel que, ante los ojos del indígena, fué sumiso al freno del jinete español, veloz centauro la curva airosa de su lomo brinda a los muslos broncíneos del cacique feroz, guarnido de carcaj repleto y engalanado por vistosas plumas. Desde el jardín, en floración constante, que sojuzgó la aventurera espada de Ponce de León, hasta el estéril pico que dobla Sebastián Elcano, persiguiendo el periplo del planeta, triunfa el genio español. Doquier culmina su pura fe, sellada en los ecúleos por generosos mártires sin cuento. Y se transforman en honestas greyes las que antes fueron degradadas hordas; y suenan himnos al Señor, cantados en la solemne lengua castellana. Y del órgano vibran los acentos en los arcos de pétreas catedrales, cuyas torres y cúpulas se yerguen, ora en barrancos del azul Ajusco, ora del Ande en los ciclópeos flancos. Hoy estos pueblos jóvenes ostentan, madre España, tu misma ejecutoria y en el palenque universal levantan el invicto pendón que tú les diste; y de Mercurio en el estadio aspiran a conquistar el galardón, y pueden ceñir ya las guirnaldas de Minerva. Mas si Mavorte, de atizar cansado el fuego de vernáculas discordias, sus asuntos fatídicos un día osa lanzar contra las hijas nobles del hispano solar, ellas, que sienten por las venas correr sangre de Sotos y Solís y Valdivias y Alvarados, laureles segarán, con sus proezas fatigando la trompa de la Fama. ¡Y el estruendo marcial, como epinicio, oiráse de Cantabria en los peñones y de Castilla en los austeros fundos y en el gayo vergel de Andalucía! |