En región de bermejos encinares, que amargo fruto dan y útil corteza, tuvo sus nobles, aunque humildes lares, el capitán de insólita entereza que, despreciando riesgos de los mares y en pugna con atroz naturaleza, plantó de ignoto piélago en la orilla los regios estandartes de Castilla. Color moreno, penetrantes ojos, sonrisa al par afable y desdeñosa, talante delator de los antojos de mando que su espíritu rebosa, la mirada perdida en los rastrojos, de la tarde a la luz caliginosa, soñando gloria y libertad traspasa Vasco las puertas de su vieja casa. Deslucido el velludo del tabardo y oxidados los pinchos de la espuela, su incierto porvenir confía al tardo velamen de arriscada carabela. Y cual si fuese mísero bastardo que perdió la esperanza de la hijuela, va del azar a resistir el choque sin más amparo que el paterno estoque. Mente fecunda, voluntad forjada de inopia juvenil por el martillo, con el alegre humor del camarada, limando la aspereza, el caudillo, por riscos trepa, por pantanos nada, descarga el arcabuz, mella el cuchillo, templa la sed en ponzoñosas fuentes, desenrosca del cuerpo las serpientes. Pernocta del peñasco en las laderas socavadas por lóbregos cubiles, duerme arrullado por rugir de fieras, despiértase mordido por reptiles. Páramos, ríos, bosques, cordilleras encuentra al paso de su hueste hostiles, y cava a sus secuaces sepultura en el fango de fétida espesura. A la vera de ciénagas ingratas, en círculos agrupa los corceles que llevan, por horrendas caminatas, carcomidos los cascos y las pieles. Elude atronadoras cataratas, se arrebuja en infectos arambeles, sacia el hambre con ásperas raíces, lava en turbio paúl las cicatrices. Veloz corrige, porque el cielo quiso predestinarle a tan heroica empresa, los avarientos cálculos de Enciso y el horóscopo aciago de Nicuesa. Y al sufrir duro y al mandar conciso, raudo en la lid y cauto en la sorpresa, dilata sin cesar sus horizontes hendiendo rocas y talando montes. El pie seguro, el ánimo sereno, la noche alerta y avanzando el día, en el alma la fe del Nazareno y en los labios el nombre de María, pone a desmayos de su gente el freno, como bronce tenaz, de su energía, porque halague sus tímpanos sonoro raudal que mana la salud y el oro. Ilusorio raudal, de boca en boca sugerido por cien generaciones, que a temerarios éxodos provoca a tropeles de hispánicos leones. Mentida fuente cuya linfa toca de oro y zafir miríficos filones, acicate de Alcides y Perseos en Europa abrumados de trofeos. Mas Dios no quiso el gigantesco alarde castigar con la pena del fracaso: quiso que el mundo para siempre guarde la memoria de España en el ocaso. Y fué de Otoño en apacible tarde cuando, ya lento y vacilante el paso, vió Vasco al sol, desde difícil cumbre, en incógnito mar hundir su lumbre. Inmenso y virgen mar que los volcanes de las niponas ínsulas rodea, y el edén reservado a Magallanes con brisas salutíferas orea, y alaba eternamente a los titanes que escribieron la hispánica odisea sojuzgando borrascas y bajíos con la quilla inmortal de sus navíos. Al mirar el soberbio panorama, del camino olvidando los abrojos, del héroe el fuerte corazón se inflama, y con sublime fe, puesto de hinojos, a la Patria y al Rey férvido aclama, al cielo alzando los suspensos ojos. ¡Que a la gracia de Dios, y no a su aliento, atribuye el magnífico portento! Apenas viste la naciente aurora la lontananza con sus velos blancos, se apercibe la hueste redentora a descender del monte por los flancos. Rugiente fauna y enervante flora sorprende en matorrales y barrancos, y pone el pie sobre la móvil raya que dibujan las olas en la playa. Y cuando, nuncio de la noche oscura, surge el lucero de la tarde, Vasco, ciñendo al torso hercúleo la armadura y a la frente capaz el férreo casco, audaz tremola con su mano dura, que en la infancia abatió más de un carrasco, de Castilla el pendón, y entra hasta el pecho, del nuevo mar en el profundo lecho. Y ofrece, el nombre de las tres Personas de la Divina Trinidad lanzando al monstruo azul que las diversas zonas del orbe surca con murmurio blando, su espléndida invención a las coronas fundidas en la sien de San Fernando, y adorno entonces de infeliz Princesa, de mal de amores y de celos presa. Dad la gloria, Señor, al denodado capitán que en sus épocas precarias, perfidias y vejámenes del hado conjuró a cintarazos y plegarias: y de Acla en el patíbulo inmolado por la cobarde envidia de Pedrarias, legó a los siglos venideros nombre que vivirá mientras que viva un hombre. Dadle también que pueda, sobre ingente peñón del Istmo por Mercurio roto, ver su efigie copiada en la corriente que une los mares de Valdivia y Soto: y a los jóvenes pueblos de Occidente hacer delante de su imagen voto de sembrar de la América en las proles el amor a los fastos españoles. |