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2. LO QUE HAY DETRÁS DE QUE EL SEXO SEA UN TEMA APARTE

Quiero proponer en este capítulo dos razones básicas de por qué la sexualidad es un tema que no se trata con la misma naturalidad que otros temas en nuestra cultura. Estas razones son: primero, el origen de las familias, en las que el fin básico del sexo ha sido culturalmente el de la reproducción, y segundo, lo que llamaré de manera general la represión sexual. Y sugiero por lo tanto que la consideración social del sexo que tenemos (la distinción entre cosas permitidas y cosas prohibidas) es sólo una de las alternativas posibles. Así pues, todas las posibilidades son reales –y no las juzgo como buenas o malas–; es decir, todas las posibilidades existen, se dan. Cualquier manifestación sexual es en sí posible. Para hablar de lo normal o anormal de unas determinadas prácticas sexuales, hace falta entenderlas en el contexto en el que se producen y referirlas al propósito al que sirven. Veamos:

Estar desnudos en un espacio público es una práctica normal en algunas tribus de África o Nueva Zelanda,11 pero en las calles de las ciudades de España, México o Estados Unidos se considera anormal. En algunas tribus12 el cuñado puede relacionarse sexualmente con la esposa de su hermano cuando éste no está. En nuestra cultura llamaríamos a eso “ponerle los cuernos” y sería anormal y hasta una traición. En países árabes existe como pauta cultural admitida la poligamia (un hombre puede tener varias mujeres), pero no en nuestra cultura.

No entro en este momento a debatir lo justo o injusto de las prácticas sexuales. Eso queda de tu cuenta. Creo que tales prácticas responden a un propósito, aunque parezca mentira. Y, lejos de justificar las prácticas, planteo que hemos de entender que todo lo que hemos creado sirve (justamente o no) para algo, y que la utilidad de ese algo la alimentamos todos con nuestro consentimiento. Creo que existe un principio de la motivación humana básico y primordial: cualquier persona tiene una razón para hacer lo que hace, si no, haría otra cosa.13 Y la consecuencia de este planteamiento a nivel cultural sería la siguiente:

Cualquier práctica (sexual o no) responde a un objetivo. Cuando el objetivo ya no tiene sentido, deja de existir la práctica.

Prácticas que hace tiempo tenían vigencia ya no la tienen (menos mal). Lo increíble es que aún nos extrañemos de que seamos machistas o racistas, cuando todavía existen objetivos ocultos en muchas de nuestras prácticas. Y además las prácticas evolucionan, nunca permanecen. Por ejemplo:


Los propósitos o los objetivos tienen que ver con el desarrollo de creencias. Así pues, los grupos desarrollan creencias compartidas que a veces pueden ser justas o no para todos. Pero ahí están, son creencias. Y las creencias se pueden cambiar. Ésta es la buena noticia. Responden a un período determinado y un contexto cultural determinado, pero no te obligan a nada, salvo que tú quieras responder al mismo propósito al que sirven.

Una creencia muy compartida en la sociedad afgana es el uso del burka. Otro ejemplo significativo lo tenemos en la Euro­pa del siglo XIX con el veto del voto a las mujeres. El cambio de esta creencia vino cuando un grupo de personas de la misma cultura empezó a pensar que el propósito podía ser diferente y que el control económico se podía compartir entre hombres y mujeres, y los movimientos feministas empezaron a hablar de que las creencias eran injustas y beneficiaban sólo a una parte de la realidad: los hombres. Y sobre el tema de la pena de muerte probablemente algunas personas comenzaron a cuestionar su propósito: se empezó a creer que todos los seres humanos tenían derecho a la vida (no entro a juzgarlo) o que el orden social se rompía independientemente de que se matara o no a personas que se consideraban asesinos. Y lo que inicialmente creían sólo unos cuantos se fue extendiendo hasta producir el cambio de la costumbre cultural. Ese tipo de cambio masivo de costumbres se convierte más tarde en cambio social. Es evidente pues que, con la experiencia, una creencia que da lugar a pautas de comportamiento puede cambiarse e ir creando nuevos comportamientos.

Todo lo que hacemos con nuestra sexualidad –y en general con la vida– responde a creencias, ya sean propias, de los demás o de la cultura en la que vivimos. De tal modo que, cuando a alguna persona de un determinado grupo se le ocurre practicar algo en lo que no cree el resto de personas de ese grupo, a esta persona o grupo se les mira inicialmente como diferentes e incluso como anormales y se convierten en un punto de mira.

¿Qué es aquello a lo que llamamos lo normal? Un invento transitorio (en tanto que evoluciona históricamente) y que sirve para provocar la unión de un grupo de personas frente a otro grupo de personas que no creen lo mismo.14

Puedes creer sin lugar a dudas lo que tu sociedad piensa (amigos, familia, grupos de influencia), pero ésa no es la única alternativa. Si no compartes esas creencias, estarás ejerciendo un acto de libre elección. Por ejemplo, ante la debatida creencia de si se pueden o no casar personas homosexuales entre sí, ¿cuál es tu creencia? Observa si socialmente la creencia sirve a un propósito y verás cómo, en el fondo, toda polémica humana tiene siempre una explicación que afecta a lo económico, lo cultural o lo moral. Y estos factores son cambiantes y relativos. No fue igual en todas las épocas.

Propongo que nuestra sexualidad es la que es porque se basa en un sistema de familias (que sería diferente, por ejemplo, a grupos de personas todas ellas juntas sin tener por qué compartir lazos de sangre) que mantiene como normales la monogamia15 y la heterosexualidad.16 O sea, la condición para que esta creencia se siga manteniendo es que exista la unión –legitimada socialmente– de una pareja fiel y compuesta exclusivamente por un hombre y una mujer. Lo que explica que todo lo que es diferente de este modelo se perciba como “menos normal”. Y que se perciba “menos normal” no significa que sea anormal, sino que es diferente. Pero es un fenómeno psicosocial que lo diferente suele verse con recelo y desconfianza inicialmente.

Este convencionalismo (invento) de lo normal (que se gestó en años de historia) ha estado en permanente cambio, pero puede considerarse aún que quienes viven una sexualidad no monogámica ni heterosexual no siguen el sistema, es decir, son diferentes por contraste con lo que se considera “normal” y ello debido al enorme peso que sigue teniendo ser monogámico y heterosexual en nuestra cultura. Veamos de dónde procede este fenómeno.

Las mentiras del sexo

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