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El cuerpo

#HilodelaAsunción

De Jesús, sabemos que murió, resucitó, visitó a los suyos y luego ascendió al cielo; pero ¿y de María? Si murió, ¿por qué no visitamos su tumba? Y, si vive, ¿por qué no hablamos de su resurrección? Te lo explico:

Venerar las reliquias de los santos es una de las tradiciones más arraigadas en el cristianismo. Millones de fieles acuden cada año a Roma, a rezar ante la tumba de san Pedro y san Pablo; o a Santiago, donde reposan los restos del apóstol que da nombre a la ciudad. Las catacumbas romanas nos hablan de la importancia que daban los primeros cristianos a los enterramientos. Aquellas que albergaban los cuerpos de los santos más populares, pronto se convirtieron en lugar de culto y peregrinación.

¿No es curioso entonces que no se conserve el cuerpo de María, la madre de Jesucristo?

Quienes se jugaron la vida por conservar las reliquias de los primeros mártires, ¿olvidaron guardar las de aquella de la que el Evangelio dice que será felicitada por “todas las generaciones” 7? ¿No tiene mucha lógica, verdad?

Lo cierto es que, desde los primeros siglos, la tradición de la Iglesia creyó en el acontecimiento que celebramos cada año el 15 de agosto; aunque no fue hasta hace relativamente muy poco (1950) cuando la Iglesia proclamó solemnemente el dogma de la Asunción corporal de María. Es decir, ese día celebramos que María está en el cielo no solo en alma (como el resto de los que han muerto y han sido merecedores de dicho destino), sino también en cuerpo. Exactamente igual que Jesús.

Te recuerdo que los cristianos creemos en la “resurrección de la carne”. Así lo proclamamos en el credo y así será al final de los tiempos, cuando tu cuerpo y tu alma, temporalmente separados por la muerte, se reúnan. Por eso, lo de María es un singular privilegio. Su cuerpo no ha experimentado la corrupción (lo que no haga un hijo por su madre…).

Pero entonces, si estaba viva y ahora está en el cielo, ¿por qué nunca hemos escuchado hablar de la resurrección de María? La razón es inquietante… Y es que no podemos afirmar categóricamente que María muriese.

–¡Bang! ¡Qué notición! ¿Decís los cristianos que hay una mujer, María de Nazaret, que lleva 2.000 años viviendo? Una razón más para pensar que estáis zumbados.

–¡Quieto, que lo explico!

Resulta que en los orígenes de esta fiesta está la celebración de la “Dormición de María”. Suponía esta efeméride que María no llegó a morir, sino que su asunción o “tránsito” se produjo tras quedarse “dormida”.

La justificación teológica es que, si la muerte se considera consecuencia del pecado (la desobediencia de Adán y Eva), y María fue preservada de todo pecado desde su concepción (Inmaculada), la muerte no debería haberle hecho mella. Sin embargo, esta misma ausencia de pecado la tuvo su hijo Jesús. Y él sí que fue sometido a la muerte y recibió sepultura. Lo lógico, por tanto, es suponer que María también murió, como ser humano que es. Y, de hecho, son muchas las fuentes antiguas y los testimonios de teólogos insignes que se refieren a la Asunción usando términos alusivos a su muerte y posterior resurrección.

Pero ojo a cómo en la definición solemne del dogma (un dogma es una verdad de fe contra la que no se puede ir en contra), el papa Pío XII evita hablar de qué ocurrió físicamente: Dice el texto: “pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma de revelación divina que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste”.

“Cumplido el curso de su vida terrena”, dice. Así evita decir si murió o si se durmió. ¡Listo el Papa!

Tienes que entender que un dogma no se proclama todos los días y que hay que afinar mucho las palabras para decir solo lo que sabemos al 100%. Y, si caben dudas, aunque sean mínimas, mejor no mojarse.

Aquí la cosa estaba muy clara. La fe nos lleva a afirmar la Asunción de María por la tradición milenaria, el testimonio ininterrumpido de santos, teólogos y del pueblo de Dios… ¡Si hasta se hizo una encuesta a todos los obispos del mundo para que opinaran!

Es muy bonito leer el texto completo que acompaña la proclamación de este dogma y que explica que esto no es una verdad de fe porque se le haya ocurrido a un Papa sino porque es lo que ha creído, cree y seguirá creyendo toda la Iglesia 8.

Quienes no conocen la Iglesia, piensan que la doctrina eclesial es vertical, que unos pocos (la jerarquía) dice a la mayoría (los fieles) en qué tienen que creer. Desconocen que el sentido común de los fieles o “sensus fidei” es, en muchas ocasiones, quien mueve a los Papas a pronunciarse.

Así pasó también con el dogma de la Inmaculada Concepción que tanto promovieron los fieles españoles. Por eso, incluso antes de su proclamación solemne, el Papa puso a España bajo su patronazgo. Y no es que las verdades de fe sean como los puntos de un programa electoral que se votan democráticamente, sino que el Espíritu Santo sopla sobre la Iglesia toda, no solo sobre los obispos. Y cuando hay una verdad de fe creída, celebrada y vivida por la amplia mayoría de los creyentes, el magisterio con su debido discernimiento no puede más que considerar ese “instinto de la fe” como verdad revelada.

En este caso, el papel de la jerarquía se parecería al de la Real Academia de la Lengua Española, con su lema: “Limpia, fija y da esplendor”.

Volviendo al texto de definición del dogma, si te paras a leerlo detenidamente, es curioso que use el verbo “asumir” en pasiva. Dice que María “fue asunta en cuerpo y alma…”. Y es importante porque, si bien Cristo “ascendió a los cielos”, María “fue asunta”. El sujeto es Dios. Él es el protagonista.

Y es que existe el peligro de exaltar tanto a la Virgen que perdamos la perspectiva. La fe en el misterio de María siempre es una afirmación de la fe en Cristo. Nunca la ponemos delante de él, pero siempre la estudiamos en relación con él. Madre e Hijo van siempre de la mano y no se puede conocer bien a María sin mirar a Jesús. En general, no se puede comprender a una madre sin conocer a sus hijos.

Si eres madre, seguro que sabes de qué te hablo. Los hijos configuran las vidas de las madres de una forma muy distinta a como lo hacen con los padres. Llevar nueve meses a la criatura en vuestro seno y amamantarlo es una experiencia a la que nosotros jamás podremos acceder y que os da una ventaja insuperable.

Siendo la figura del padre insustituible, la relación de un hijo con su madre biológica no tiene parangón. Decimos que hay una conexión, una “química” especial. Pues bien, recientes estudios demuestran que esta “química” no es solo una metáfora, sino que es real y no se limita solo al momento del embarazo y la lactancia, sino que se mantiene a lo largo de toda la vida de la madre.

El fenómeno se llama “microquimerismo fetal” y fue descubierto en los años 90. Para saber más puedes buscar en Google el término y leer alguno de los cientos de artículos que aparecen. Yo te recomiendo uno publicado por el diario El País 9 que aparece entre los primeros resultados.

Resulta que las mujeres embarazadas adquieren células del feto que sobreviven en su cuerpo durante toda su vida. Se estudia incluso que esas células trabajan el cuerpo de la madre en beneficio de ese hijo estimulando, por ejemplo, la producción de leche o elevando su temperatura corporal para estar más calentito.

¿Y a qué viene esto? Pensarás. ¿Un tema de microbiología en un hilo sobre la Virgen María?

Pues sí que tiene implicaciones muy interesantes porque es un argumento más para afirmar la necesidad de que María esté hoy viva en cuerpo y alma. Si afirmamos, con la Iglesia, que Jesús es Dios, que murió, resucitó y ascendió con su cuerpo glorioso al cielo y que, como dicen los estudios, María portaba células vivas de Jesús actuando en su interior, en su corazón, en su cerebro…

¿No resulta casi necesario que ese cuerpo entero fuera preservado de la corrupción y fuera resucitado junto al de su Hijo? Si lees más sobre el asunto, se pueden pensar mil implicaciones de este fenómeno. Las dejo a tu imaginación.

Pero me quedo con un dato. Estas células del hijo suelen migrar a los tejidos dañados de la madre y repararlos e incluso requisar vías neuronales e influir en las emociones y comportamiento de la madre…

¿Cómo influirían las células de Jesús en el corazón roto de María en la Pasión? ¿Cómo la ayudarían a sobrellevar tal dolor? ¿No fue la Pasión algo “de dos”?

En la película “La Pasión de Cristo”, hay un momento en el que se recoge muy bien esa “química” no solo de dos almas, sino de dos cuerpos que están en sintonía. Es cuando María apoya la cara en el suelo justo en el lugar bajo el que “sabe” que se encuentra Jesús apresado…


“La Pasión de Cristo” (2004), de Mel Gibson

Decía san Juan Damasceno que “era necesario que aquella que había visto a su Hijo en la cruz, recibiendo en el corazón aquella espada de dolor (…), lo contemplase sentado a la diestra del Padre”. Y eso es lo que celebramos el día de la Asunción. Que ella lo contempla ya sentado en su trono.

Dos almas y dos cuerpos tan íntimamente unidos que no pueden sino estar juntos, para toda la eternidad.

Una gran fiesta para toda la familia humana de la que tú también eres partícipe. Así que: ¡Felicidades! Felicidades porque, contemplando a María hoy en la gloria del cielo, junto a su Hijo, comprendemos que tampoco es para nosotros la tierra nuestra casa definitiva, sino que nos espera la resurrección en esa tierra nueva.

Donde nos aguarda con los brazos abiertos nuestro Padre ¡y también nuestra Madre! ¡Nuestra querida y amada Virgen María!

La caja de los hilos

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