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Pablo, Israel y los gentiles

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La misión de Pablo consistía en conducir a los gentiles hacia el Dios de Israel proclamándoles lo que el Mesías había obrado para ellos. Pero, a la vez, como buen judío apocalíptico que no reniega de su religión, lo que desea es que se salve finalmente todo Israel (11,26). Por ello se ha cuestionado si a Pablo —como judío creyente— le interesaban los gentiles por sí mismos, o más bien en relación con la bienandanza del Israel mesiánico. La respuesta parece clara: no por sí mismos, sino en el conjunto del final futuro y feliz de Israel, el pueblo elegido. Con ello Pablo participa del pensar judío común del siglo I, de acuerdo con su teología básica de la restauración de Israel (aquí). Ciertamente Pablo omite, dentro de la teología de la restauración, todo aspecto guerrero, político, de dominación y explotación férrea de las naciones, con la ayuda de Yahvé. Pero debía de seguir viva en él la noción de que, para Dios, Israel era la gema preciosa de la creación.

En consecuencia: Pablo se interesaba sinceramente por los gentiles, pero no exactamente por ellos mismos, sino en cuanto eran necesarios para que llegara el final de los tiempos y se salvara Israel. El que fueran pocos los paganos que se iban a salvar no importaba mucho, al parecer, a los apocalípticos judíos del siglo I. Que Abrahán acabara siendo padre de muchos pueblos (Gn 17,5) habría de cumplirse sin duda, pero para un judío del siglo I, como Pablo, esa parte referida a los gentiles ocupaba un lugar secundario en su corazón. Y la prueba fehaciente de ello es que por la salvación de los gentiles era Pablo capaz de los mayores sufrimientos, pero no se inmolaría como anatema por ellos, aunque sí por Israel (9,1-4). En ello radica la diferencia.

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