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La denominada teología política de Pablo

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Pablo era un judío apocalíptico que esperaba el fin inmediato del mundo (idea expresada desde 1 Tes 4,13-17 hasta Rm 16,20). En este esquema mental simple y efectivo hay poco espacio para una teología política activa, así como tampoco para una verdadera preocupación por cambiar situaciones sociales injustas. Pablo, por otro lado, no estaba en conflicto con el Imperio, sino inmerso en él y gozaba de las ventajas de su organización y de un lenguaje común, etc. Igualmente, y a diferencia del autor de la Revelación, el imperialismo de Roma debía de importar bien poco en sí mismo a Pablo en esos momentos finales, en tanto en cuanto no estuviera relacionado con el único problema angustioso para Israel y las naciones: salvarse en el inmediato Juicio. Esta era la cuestión en el siglo I que obsesionaba a las mentes religiosas.

En todo caso, Pablo pensaría que la manera de «vencer» al Imperio romano que subyugaba a su pueblo era haciendo el bien, no la guerra. Por ello es fácilmente explicable que no pretendiera escribir nada que afectara directamente a la política de su tiempo o, en general, a la política en sí misma. Lo político es ciertamente una dimensión del pensamiento paulino, pero no un interés principal en él. Por ello la excepción de Rm 13,1-7 es sorprendente. Tampoco fue el Apóstol un reformador social; jamás tuvo Pablo una palabra directa contra la institución misma de la esclavitud, y en 1 Cor su posición respecto a la situación de la mujer fue más que ambigua, sin duda alguna. Y mucho menos pretendió Pablo reformar el Imperio. Sabía que esta empresa le era inaccesible y además quedaba muy poco tiempo. Mejor pasar desapercibido y prepararse para el ansiado final. Los imperios malvados, como lo fue Asiria en su momento según Isaías, son también instrumentos de Dios.

Mas, por otro lado, Pablo era un judío mesiánico, un ferviente partidario, como Jesús de Nazaret, de la teología de la restauración de Israel. Estas coordenadas conducirían sin duda, indirectamente al menos, a una postura política neta y clara, aunque implícita, y así debía ser percibido por los que leyeran sus cartas: la Biblia judía citada y asumida cordial y abundantemente en sus cartas es en buena parte un manifiesto mesiánico, imperialista, de un Israel que como pueblo elegido por la divinidad, y gracias al poderoso brazo de esta, habría de gobernar a todas las naciones de la tierra al final de los tiempos. Por ello, la asunción sin reservas de un Antiguo Testamento mesiánicoimperialista podía chocar frontalmente con la misma, o análoga, idea que albergaba el Imperio romano. La política imperial de Roma, cuyo intento de dominar el mundo se veía materializado en su división entre «romanos» y los «otros» —lo que significaba una división étnica radical del mundo conocido—, resultaba superada de hecho por el intento de Pablo de colocar en el centro del mundo a Israel y hacer que su mesías-rey conquistara a todas las naciones en un reino universal. Igualmente, la idea de la unificación por el amor, impulsado por una divinidad extranjera, Yahvé, y la unificación de las naciones bajo el Mesías era una alternativa real al concepto imperial de la unificación de todas las naciones bajo el poder, los dioses y la civilización romanos.

Este trasfondo podría reflejarse en Pablo en la pretensión de la proclama acerca de que el Mesías dominará a todas las naciones, subyugándolas a la «obediencia de la fe» (2 Cor 10, 4-6). Este pasaje podría interpretarse bien como una contraposición consciente entre la propaganda imperial romana de dominación del «mundo entero» y la del Mesías, incluida la mención de su reinado absoluto (1 Cor 15, 24-25.57). En unos momentos en los que el culto al emperador se extendía con notable influencia en Asia Menor, la proclamación de un evangelio radicalmente distinto de las buenas nuevas (literalmente euangelia) de paz y salvación que aportaba el Imperio podía sonar ciertamente a algunos como antirromana. El nuevo redentor universal por él proclamado, el Mesías, era el que verdaderamente traía la paz y la redención, no el emperador (2 Cor 4,3-5).

La proclamación paulina de Jesús como el único señor, como mesías-rey de todo el mundo, como señor de la gloria (1 Cor 2,8), salvador/redentor del mundo, tenía que impactar en los oídos de los paganos como contraria al régimen, ya que se trataba de usar títulos utilizados en loor de las funciones del emperador, trasladándolos a otra persona. Pero Pablo no pensaba en estas posibilidades enumeradas hasta ahora como un referente primario de su teología, sino como consecuencia ineludible, aunque importante, de un mensaje como el suyo, orientado hacia un próximo final del universo y hacia un escenario celeste en último término. En conjunto, sin embargo, es muy posible que no hubiera una verdadera teología política en Pablo —que debía ser algo totalmente consciente para merecer este nombre— puesto que él sublimaba las ideas de soberanía y reino y las espiritualizaba, ya que su paraíso y el reino del Mesías y el de Dios no son para él terrenos, sino ultramundanos.

Entre tanta posible teología subyacente opuesta a Roma encontramos en Pablo un caso excepcional de claridad político-social representado por Rm 13,1-7. Sorprende el que Pablo haya escrito este texto, ante todo porque el recuerdo de la muerte en cruz del Mesías por obra de los romanos podría pesar en su subconsciente propiciando un antagonismo claro entre el mesías-rey y el emperador, no la sumisión de quien no desea eludir sus impuestos. Una posible explicación puede hallarse en el momento de la composición de Romanos, que debió de hacerse tras la muerte del emperador Claudio en el 58 e.c. Este suceso recordaría a Pablo los disturbios públicos entre judíos y seguidores de Jesús que llevaron al emperador recién fallecido a expulsar de Roma a los judíos (y con ellos a los judeocristianos) en el 49 e.c. probablemente. Se trataría por parte de Pablo de un aviso general para crear una atmósfera en la que no pudieran producirse de nuevo tales desórdenes y para que las autoridades, si les llegaran las ideas de esta carta, supieran que no debían temer nada de los seguidores de Jesús.

En realidad, da toda la impresión de que Pablo no reflexiona en este pasaje sobre la esencia de la autoridad ni presenta una teología general del Estado, sino que su postura es una curiosa mezcla de pragmatismo (13,2.4b) e idealismo (13,4a.6). Encuadrado entre 12,1 y 13,8, el pasaje de 13,1-7 significa para Pablo que el amor a Dios, a los hermanos en la fe (Gal 6,10) y a los seres humanos en general, judíos o gentiles, supera los marcos del mero civismo, aunque exhorte a un colaboracionismo claro, a una política de no venganza respecto a la situación política de Israel. Pero no importaba, porque Dios habría de tomar posiciones sobre estos temas políticos dentro de poco, en el gran Juicio.

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