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Puro e impuro según Pablo

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En Rm 14,14 se encuentra una sentencia paulina —«Nada hay de suyo impuro»— que parece dar la razón a quienes opinan que Pablo abjuró del judaísmo, para el cual es esencial la distinción entre lo «puro e impuro» pues afecta a la pureza ritual, y esta a la relación con Dios. Pablo, además, parece aludir a un dicho de Jesús recogido luego por la tradición sinóptica (Mc 7,18-20: «Nada que entra en el ser humano desde fuera puede mancharlo») a lo que se añade el comentario editorial de Mc mismo en el v. 19 (Jesús declaraba puros todos los alimentos).

Sin embargo, nada más lejos de la realidad, si se examina con atención 14,14 junto con 14,20: «Todo es puro ciertamente, pero es malo para el hombre comer porque ha sufrido escándalo». Los judíos del siglo I e.c. sabían perfectamente que Dios había hecho todo bien en la creación, y por tanto que todas las cosas son en sí buenas y que todo era en sí permitido y puro (Gn 1); nada hay ónticamente perverso. Por otro lado —a pesar de que la Biblia hebrea no es nada clara en su terminología sobre los alimentos prohibidos y permitidos y sobre lo puro e impuro, sino que parece mezclar los conceptos—, los judíos distinguían perfectamente entre los alimentos prohibidos y los no prohibidos. Pero los primeros no lo eran por sí mismos, sino por misteriosa designación divina en la Ley, obligatoria para los miembros de la Alianza, quienes evitaban ingerir tales alimentos. Otra cosa diferente era lo puro/impuro que no tenía relación con lo prohibido/permitido, sino con el acercamiento o el servicio en el templo de Jerusalén.

La sentencia paulina que aparece en «a no ser para el que piensa que algo es impuro, para ese es impuro» (gr. koinón), es una idea judía general y tampoco significa que Pablo esté negando las leyes judías sobre los alimentos. En casos dudosos (esto es lo que significa aquí koinón, impuro pero de calidad dudosa en cuanto a su impureza; si fuera claramente impuro Pablo habría escrito akátharton), según Pablo, el creyente debe dejarse llevar por la conciencia recta (v. 5). Era esta una noción típica del fariseísmo hillelita (véase aquí) de la época de Pablo recogida posteriormente en la Misná, Hagigah 2,5-7, texto reinterpretado por el Talmud babilónico Hagigah 3,2: «Si un hombre se sumerge a fin de hacerse apto para consumir un producto no puro, no está obligado a tocar el segundo diezmo»; «El que se sumerge para surgir del agua pasando de la impureza a la pureza, esa persona es pura en todos los aspectos. El que sumerge, si tiene la intención de hacerse puro, se convierte en puro. Y si no la tiene, no se convierte en puro». Con ello se indica que en los casos dudosos (la comida koinón es en sí pura, pero puede hacerse impura por contacto con otras comidas ya impuras; por ejemplo, en el caso de que un alimento permitido y puro estuviera contenido en una vasija que, con posterioridad, se sabe que es impura), la decisión de la conciencia personal es lo que vale.

Pablo aplica esta regla de la conciencia a los gentiles conversos a la fe en el Mesías, Jesús, que además están libres de esa parte de la Ley específica para los judíos. Pablo está pensando que el Mesías ha cambiado la ley alimentaria para los gentiles acorde con una situación más cercana a la creación, pues «desde el tiempo del diluvio hasta la revelación de la Ley a Moisés todos los animales eran comestibles (Gn 9, 3)...; solo desde la época de Moisés, por mandato de la Ley, fue rechazada la ingestión de algunos animales». Pero en sí tales alimentos eran criaturas buenas. Pablo defendería, pues, una halakhá (véase aquí) diversa y menos escrupulosa que la de algunos judeocristianos de Roma, quienes por influencia probable de los de Jerusalén, temían que los alimentos puros podían trocarse en impuros por contactos casuales entre ellos. Ahora bien, si los judeocristianos «débiles» hacían caso a la opinión de otros —la de los «fuertes», contraria a la de ellos—, aunque no resultaban del todo convencidos, pero la seguían en contra de su conciencia, actuaban «escandalizados», contra su conciencia, lo que era impropio y dañino para ellos mismos y para la unión del grupo (v. 19).

El pasaje de 14,20 «Todo es puro ciertamente» parece insistir simplemente en la misma idea que en el v. 14, a saber, que nada hay para Dios impuro en sí mismo (ónticamente), y por tanto las leyes de los alimentos de Lv 11 solo se aplican a los judíos, no a los gentiles conversos, porque así lo quiso Dios. Ahora bien, es posible también que se trate de una máxima o eslogan de los «fuertes», que Pablo acepta, pero matiza, como indican los pasajes siguientes: 1 Cor 6,12a: «‘Todo me es lícito’, mas no todo conviene»; 1 Cor 6,12b: «Todo me es lícito»; mas no me dejaré dominar por nada; 1 Cor 10,23: «Todo me es lícito», pero no todo conviene; 1 Cor 23b-27: «‘Todo me es lícito’, pero no todo edifica... Comed todo lo que se vende en el mercado sin plantearos ninguna cuestión a causa de la conciencia».

En resumen: Pablo, como judío de la diáspora, no se aparta con estas ideas del judaísmo, sino que se acoge a las ideas del fariseísmo hillelita que, al tener una halakhá menos rígida que la israelita, en concreto la de Jerusalén, supone un alivio para la convivencia de los muchos judíos diaspóricos en contacto continuo con los paganos en la vida diaria.

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