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La corrupción

Miguel Nule ha recibido multitud de ataques porque dijo una verdad incómoda: “La corrupción es inherente al ser humano”. Una verdad, porque la corrupción en su forma de malversaciones y robos al Estado, apenas una de sus múltiples facetas, todas oscuras y engañosas, tiene carácter universal, la llevamos metida en el alma, lista a sacar sus afiladas uñas. La prueba: se ha dado en todos los pueblos que la historia registra, en todas las épocas; en los bajos fondos, en las calles, en las oficinas, pero también en las cortes y en las familias ilustres, tramposos de club social. Y para muestra, un botón bien sobresaliente: en Colombia se acusa al director de la Unidad Anticorrupción de la Fiscalía de cometer el mismo pecado que controla.

A pesar de su ubicuidad, conocemos apenas la punta del iceberg, porque la corrupción se mueve a escondidas, en silencio y refugiada en la penumbra. Y es variada en sus presentaciones. La corrupción la entendemos generalmente como un acto ilegal que cometemos abusando del poder o de nuestra situación, con el fin de obtener un beneficio propio, o para un amigo, o para un pariente (nepotismo). Requiere, por lo regular, un actor que usa el poder y otro que está dispuesto a pagar la “mordida” o el soborno para obtener el favor. Se da en todos los ámbitos de nuestra sociedad, casi sin excepción. Algunos, con cierta razón, la defienden alegando que puede justificarse allí donde hay excesos de trabas inútiles; sin embargo, a largo plazo perjudica al colectivo.

En un sentido clásico, relacionado con la política, la corrupción es el abuso autoritario del poder. El político inglés Lord Acton lo dijo de una manera contundente: “El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”. Hay corrupción por el enriquecimiento ilegal de los políticos o de las autoridades (corrupción personal), gracias a los cargos que se desempeñan o sus conexiones con quienes poseen el poder.

Pero también se observa en multitud de ámbitos. Sucede en las universidades cuando se recurre a trabajos de grado plagiados, con el fin de obtener un título o cuando un profesor lo hace para acumular puntos y subir el salario; se da entre empresas farmacéuticas que “trabajan en llave” con algunos médicos; en las fuerzas policiales al fabricar o esconder pruebas; entre empleados oficiales, como sobornos para agilizar trámites ante una instancia gubernamental; entre todos nosotros, los que nos consideramos limpios, en la compra de piratería: discos musicales, películas, libros; se da en la forma de robos de energía eléctrica por medio de conexiones piratas; en irrespeto a las señales de tránsito, al conducir alicorado o violar las reglas de tránsito; por llevar unos pocos kilos de cocaína camuflados en la maleta, como sobornos para evitar una multa o un trámite engorroso, en la apropiación ilegal por parte del servidor público de los bienes del Estado que él administra (peculado); en la asociación delictiva del servidor público con los contratistas, proveedores o arrendatarios para obtener beneficios ilícitos, por medio de concursos amañados o de la adjudicación directa; en el tráfico de influencias para obtener beneficio personal o familiar, en la obstrucción a la justicia, y la más increíble: en el Vaticano, al esconder a sus curas pedófilos.

Todo lo anterior no significa que necesariamente nos mantengamos realizando actos corruptos: solo significa que somos proclives a tal pecado, esperando la ocasión: la ocasión hace al ladrón, dicen. Existen desencadenantes: la dulce tentación del dinero fácil, tentación que crece aceleradamente con el monto; pero también la necesidad (pobreza), la oportunidad, la ambición desmedida, y el corruptor universal, el poder, todo ello cobijado por el manto oscuro de la impunidad. Además, el beneficio para el corrupto puede llegar a ser muy grande, desmedidamente grande, atractivo, en tanto que el daño infligido al Tesoro Público, por grande que sea, suele ser pequeño en relación con las cifras que allí se manejan. Por lo menos esa es la perspectiva que tiene el culpable cuando le roba al Estado. Y así, diluido su efecto, la culpa se diluye en igual medida, y el pecado cometido le resulta imperceptible, venial.

Un factor que facilita el acto corrupto es que el Estado, el doliente, no es persona natural, no es de carne y hueso, y nuestro sistema para despertar la compasión, el reato de conciencia, está diseñado precisamente para activarse frente al sujeto de carne y hueso. La conciencia no siente lástima del Estado; muy distinto sería robarle al prójimo, y más cuando el afectado fuese conocido nuestro o persona de bajos recursos. Hay corruptos de todas las tallas, aunque la mayoría son de poca monta, talla xs, inofensivos, incapaces de robarle al Fisco sumas que se salgan de “las justas proporciones”. Como contraste, también hay hombres honestos a toda prueba, justos, pero son la escasísima excepción (rara avis in terris).

Contra el feo pecado de la corrupción existe un antídoto que anestesia la conciencia: la doble moral, uno de los disfraces favoritos de la hipocresía. Y es una cómoda manera de mirar el mundo, de tal suerte que los pecados nuestros se justifican, se vuelven veniales, invisibles; es decir, que solo vemos la paja minúscula en el ojo ajeno. Sin embargo, existen factores de disuasión: una educación ética sólida y los temores al desprestigio social y a la cárcel, o el temor al pecado, para algunos creyentes. Agreguemos que la cárcel es un invento humano para, entre otras sanas funciones, “reducir la corrupción a sus justas proporciones” (observación juiciosa de un expresidente colombiano). Pero a veces somos atrevidos y superamos las justas proporciones. Se trata de los megacorruptos, animales de sangre fría y uñas largas, talla xl, audaces, capaces de cometer defraudaciones millonarias y de correr grandes riesgos. Por suerte para las finanzas de la madre patria, pocos son aquellos que tienen la “fortuna” de pertenecer al mundo de las grandes contrataciones, el de las licitaciones millonarias.

Nepotismo viene de nepos o nepotis (sobrino o nieto), o del emperador de origen romano Julio Nepote. El término se usaba durante la Eda Media y el Renacimiento cuando ciertos papas fueron criticados por nombrar para cargos eclesiásticos importantes a sobrinos suyos, dejando de lado el mérito personal y la capacidad. Se cree que la corrupción en el Vaticano sirvió de acicate a la ruptura protestante de Lutero, sumada a la venta de indulgencias en el mercado negro. Para ser cardenal había que pagar. Lutero protestó y de allí surgieron los protestantes. De Napoleón dicen que una de las causas de su caída final fue su nepotismo, su familia, a cuyos miembros nombró para cargos muy importantes sin que tuviesen méritos. Entre ellos está su hermano José Bonaparte, más conocido como Pepe Botella, a quien nombró rey de España. Digamos que el nepotismo deriva fácilmente en favoritismo, esto cuando no hay relación familiar con el beneficiado, solo amistad o interés. Popular en Colombia y otros lares.

Una parte no despreciable de la corrupción se lleva a cabo para beneficiar al pariente, o a los amigos, sujetos, estos últimos, que para nuestro cerebro darwiniano pueden llegar a confundirse con los parientes. La psicología evolutiva propone una explicación —no una justificación— clara y bien sencilla: nuestra naturaleza humana, que fue diseñada en el pasado evolutivo para maximizar la eficacia reproductiva, aún mira nuestras acciones desde la perspectiva egoísta. Una manera fácil es recurrir al nepotismo, pues esta conducta durante el trajinar evolutivo aumentaba el número de nuestros herederos. En general, toda acción que beneficiaba a un individuo cercano al benefactor, de carambola beneficiaba también a los genes de este, luego... Por eso no nos debe extrañar que cuando hablamos de caridad, muy nepóticamente decimos: ¡la caridad bien entendida empieza por casa!

La Medalla Carnegie al valor es una distinción y un premio en efectivo para héroes, pero no se le otorga a alguien que haya realizado un acto valeroso si se llega a demostrar que el beneficio recayó en un pariente cercano. Esta regla no es más que la aceptación tácita de que los actos heroicos nepóticos no son tan meritorios, ya que los humanos estamos naturalmente dispuestos a realizarlos de manera voluntaria y gratuita. Y gracias a esa misma ley natural, entre faraones, zares, reyes, jeques, presidentes, dictadores, déspotas, gerentes, jefes y jefecitos han predominado las decisiones que benefician a sus parientes. Y mientras más cercanos los parentescos, mayores han sido los beneficios concedidos. Se trata de un círculo vicioso: la roscofilia. Por eso es más fácil erradicar la pobreza en el mundo que la “rosca familiar” en la política, esa antiquísima forma de corrupción no castigada con la cárcel. Es como galopar contra el viento.

La historia universal de los gobernantes es la historia del nepotismo, y tiene como función importante conservar en el poder los genes de los poderosos. Y han llegado a tales extremos el nepotismo y el afán de perpetuar el poder, que ha conducido a la endogamia real, la cual ha hecho que también se hereden las taras, como ocurrió con la hemofilia: la reina Victoria de Inglaterra era portadora del gen y lo transmitió a la casa real rusa por medio de la familia de Hesse, y también a la casa real de España. Gracias a la endogamia real, esa tara victoriana, para fortuna de los plebeyos, se volvió patrimonio casi exclusivo de príncipes y reyes. ¡Muy merecido!, decimos en coro.

Algún historiador llegó a afirmar que el responsable real de la caída del Imperio napoleónico no fue el duque de Wellington, sino los ambiciosos parientes del emperador y sus exageradas prebendas nepóticas. En Estados Unidos, los Kennedy formaron un clan, dueño de un inmenso poder político y económico, y más tarde, el mundo tuvo que padecer a Bush padre, y luego al hijo, en llave con su espíritu santo. En Colombia son abundantes los hijos de presidentes que luego también lo fueron u ocuparon altas posiciones políticas: López, Ospina, Gómez, Lleras y Pastrana son familias bien conocidas.

Y al heredar el poder, con él también se hereda el patrimonio, y así sucesiva…mente. Sirva de ejemplo la nobleza británica, una de las jerarquías animales de mayor éxito en la historia de la Tierra. En 1982, la familia real poseía —declarados— aproximadamente un millón seiscientas mil hectáreas del Reino Unido. Y todo ese extravagante patrimonio, solo por la gracia del apellido, y de Dios, creen ellos, y por la mansedumbre y humildad de los plebeyos, creemos nosotros. Un círculo vicioso, ese de legar los bienes a los hijos, que tiende a prolongar los desequilibrios de la fortuna. Pero recordemos, la caridad comienza por la familia.

También existen, como en todo, honrosas excepciones: instituciones que prohíben explícitamente la vinculación de personas que ya tengan parientes trabajando en ellas, que, por supuesto, no son las del Estado. La verdad es que, si no se controla por reglamento, la experiencia ha demostrado que la institución termina convertida en una sociedad familiar de mutuo auxilio y apoyo, en la que los parientes más mediocres e inútiles del mandamás son los grandes favorecidos.

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