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Universales humanos

Se entiende por Universales humanos aquellas formas de conducta observadas, a veces con pequeñas variaciones, en todas las culturas estudiadas por los antropólogos; en otras palabras, los universales constituyen la llamada Naturaleza humana. Su estudio, tal vez el tema más importante para el hombre, ha sido un tabú insuperable para la mayoría de los antropólogos. Hasta se ha propuesto que la antropología debe dedicarse solo a estudiar la cultura, no la naturaleza humana. Error imperdonable, porque la antropología, por su misma definición, trata de estudiar y entender al hombre. Y son justamente los universales los mejores argumentos para probar, de modo incontestable, la tesis que propone la existencia de un componente genético notable en muchas formas de comportamiento humano. Es claro que si un rasgo de conducta se presenta en culturas que por razones históricas y geográficas no han podido tener contacto alguno, entonces dicho rasgo debe de tener un importante componente genético.

Son universales la lucha por ganar prestigio y estatus, el establecimiento de categorías sociales, la tendencia a formar jerarquías, la facilidad para cooperar y reconocer obligaciones recíprocas, la urgencia inaplazable por hacer lo mismo que los vecinos, es decir, copiar conductas; la tendencia a obedecer e imitar a los famosos (más destacada entre los niños y en los adultos de mente infantil), la adicción a la estima social, para lo cual somos excelentes autopromotores y trepadores sociales; el sentir aprecio desmedido por el afecto de gente de alto estatus social, la disposición a pagar más por ello y a esperar menos de ellos y la lucha por el poder y la riqueza.

Nuestra naturaleza humana, diseñada para maximizar la eficacia reproductiva, nos conduce necesariamente al nepotismo, a la territorialidad, al concepto de propiedad privada inviolable y al manejo nepótico de la herencia o heredabilidad de las propiedades. Obsérvese que esta práctica universal de legar los bienes a los hijos se constituye en un serio impedimento para lograr una sociedad económicamente igualitaria, pues tiende a eternizar los desequilibrios de la fortuna. En todas partes se observan, tal vez por ser adaptativos, la avaricia, el acaparamiento y la acumulación desmedida de bienes. También son universales la hostilidad hacia grupos extraños o xenofobia, el altruismo recíproco, la distinción de las cercanías en el parentesco y el favoritismo por los parientes más cercanos. Rita Levi, en La galaxia mente, señala otros universales: “El apego a la tierra natal, el sentimiento nostálgico que nos une a ella, las ceremonias litúrgicas y rituales, comunes a todas las religiones y mitologías, la obediencia ciega a un jefe reconocido”.

En todas las sociedades conocidas, son más maternales las madres que paternales los padres. Son también universales el hablarles a los niños pequeños usando un lenguaje infantil, y el gusto de estos por las historias y por la repetición (tal vez sea una manera de facilitar la transmisión de la cultura), sumado al comportamiento interrogativo, bases del aprendizaje, y una manera sencilla de aprovechar la experiencia de los mayores. También, quizá con el fin de prepararse para la edad adulta, es universal el gusto de los niños por los juguetes, y la propensión a imitar a los mayores y a los compañeros de mayor jerarquía. De la misma naturaleza es la tendencia a enseñar lo que sabemos al que no lo sabe, y el placer que se siente al ver en acción la habilidad para la ejecución de algo, lo que explica la atracción de los espectáculos donde se exhibe el virtuosismo: pianistas, violinistas, artistas de circo, ilusionistas, deportistas...

Todas las culturas consideran repugnantes en alto grado las heces humanas y las de los carnívoros, no así las de los herbívoros, e igualmente repugnantes son los productos orgánicos descompuestos —la carne en especial—, el vómito, el sudor, las escupas, la sangre, el pus y los fluidos sexuales. También existe cierta repugnancia natural por algunos animales: ratas, cucarachas, lombrices, gusanos, piojos y moscas.

Por ser el lenguaje la característica que más nos separa de los otros primates, es normal que abunden los universales relacionados con él: el uso de metáforas, sinécdoques y metonimias, la polisemia, la elaboración de proverbios. Es curioso que en todas las lenguas en que existe una palabra para bueno, su opuesto puede decirse de dos maneras: no bueno o malo. En unas lenguas se usa una de las dos anteriores, en otras ambas, pero en ninguna lengua existen las palabras malo y no malo, sin que exista bueno.

Las respuestas al humor son universales en todas las culturas estudiadas, y los chistes son de naturaleza parecida. En los argumentos, el uso de la lógica y el silogismo y el manejo del método de contradicción son de ocurrencia universal. También lo son la tendencia a simplificar y a extrapolar, el humor verbal y el humor por medio de insultos, las formas poéticas en el uso del lenguaje y la narración de historias.

La clasificación de los colores en categorías fijas es igual en todas las culturas, aunque algunas de ellas no tengan nombres para ciertos colores poco comunes en sus entornos. En lenguaje simple, las áreas cerebrales destinadas a la visión tienen un diseño único, para todos los humanos, del cual nace la clasificación de los colores en once categorías discretas básicas, a pesar de que el espectro luminoso es continuo (durante buena parte del siglo xx, algunos antropólogos sostuvieron la idea absurda de que aun los colores y sus fronteras eran un asunto cultural).

Todos los humanos portamos sentimientos morales ligados a la reciprocidad, y nos sentimos culpables en circunstancias parecidas, porque tenemos un profundo sentido de justicia, de tal modo que el dicho hoy por ti, mañana por mí es algo en que todos los humanos coincidimos. Todas las culturas distinguen el bien del mal, imponen derechos y obligaciones, reconocen que el mal debe ser castigado y el bien debe ser recompensado, amén de poseer un conjunto de normas morales. El gusto por los rituales, en especial los de la muerte, se da en todos los rincones del planeta. E igual ocurre con los sentimientos de compasión con el débil y el caído, el respeto por los viejos, el remordimiento tras las malas acciones, la obediencia ciega a los jefes reconocidos, la envidia, la doble moral, el intercambio de regalos.

En todos los grupos humanos se observan las mismas diferencias relacionadas con el sexo y la reproducción: mayor sexualidad y dominación entre los varones, mayor recato y selectividad entre las hembras. La evitación del incesto es universal, sobre todo el de madre e hijo. Los celos son diferentes entre los sexos: los varones cuidan con mayor celo que sus parejas no se vayan a aparear con otros; las hembras cuidan que sus parejas no se involucren sentimentalmente con otras. Cualesquiera sean las reglas del matrimonio, y sin importar lo severas que sean las sanciones, la infidelidad y los celos sexuales parecen ser elementos universales del comportamiento humano. Es universal que la infidelidad femenina sea castigada con mayor intensidad que la masculina, y hasta hay sociedades en las que la masculina es estimulada.

Es común que el matrimonio se encuentre institucionalizado, en el sentido de ser reconocido públicamente el derecho sexual a la mujer elegida para tener con ella la familia. Lo más común en todas las sociedades es que las parejas estén formadas por hombres de mayor edad que sus respectivas mujeres. Cabe mencionar aquí una curiosa regla de origen chino sobre las edades apropiadas para el matrimonio: la de la mujer debe ser la mitad de la del hombre más siete años, regla que tiende a aumentar la diferencia de edades al envejecer el hombre. Los roles sexuales muestran pocas variaciones de una cultura a otra, y en todas ellas los hombres son mayoría en los cargos más cotizados, a la vez que tienden a tener una prevalencia desproporcionada en el liderazgo político de los grupos. Se observa, también, mayor agresividad y violencia por parte de los varones.

Es universal que el macho sea quien seduzca, proponga, corteje, busque, dé regalos a cambio de sexo y utilice el servicio de prostitutas. Asimismo, que busque un gran número de apareamientos con diferentes parejas sexuales, que sea menos exigente en la elección de sus parejas a corto plazo y sea cliente fiel de la pornografía. En un gran número de sociedades el sexo se considera algo sucio, se hace en privado, se pondera con obsesión, se regula por costumbres y tabúes, es motivo de chismes y chistes y desencadena celos y violencia.

Se ha encontrado en todos los grupos humanos que cuando alguien forma parte de un grupo, tiende a dejarle el esfuerzo a los demás, “tira con menos fuerza de la cuerda, aplaude con menos entusiasmo, y aporta menos ideas en una sesión de tormenta de ideas, a menos que sus contribuciones al grupo sean registradas”, agrega Pinker, el sabio. También se encuentran, donde quiera que haya seres humanos, la xenofobia, el racismo, las venganzas, la hostilidad hacia otros grupos, incluyendo violencia y asesinatos; asimismo, la formación de coaliciones violentas entre varones. Son también universales la prohibición del asesinato y la violación, así como las sanciones severas para los que infrinjan tales mandatos. El localismo y su ampliación, el nacionalismo, tan importantes para el éxito de los juegos olímpicos y los deportes profesionales, son epidemias de cubrimiento planetario. Albert Einstein diagnosticaba: “El nacionalismo es una enfermedad infantil. El sarampión de la humanidad”.

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