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Capítulo 2

A) Pase por el consultorio número uno

“En toda patología es pertinente tratar dos elementos: la enfermedad y el enfermo” (Ernst von Leyden - Médico).

No deja de ser una interesante metamorfosis la que sucede cuando un ser humano “normal” de pronto se transforma en “paciente”. La mayoría de nosotros conocemos ese aprensivo sentimiento que se instala en cuanto abandonamos el bullicio de la calle y entramos en una sala de espera. Nos espera un mundo al cual no estamos acostumbrados, lleno de impresiones inquietantes. Quien se allega hasta ahí, probablemente tiene un problema; por lo menos, hasta que se demuestre lo contrario. Uno toma conciencia de su situación, se vuelve vulnerable y, de alguna manera, se siente entregado y desvalido. Sin embargo, es justamente en esta entrega que radica el excepcional potencial de acceder a la ayuda profesional. Abrirse uno mismo, su cuerpo y sus secretos más íntimos, a otra persona no siempre resulta fácil, pero es precisamente en este desnudarse literal y figurado que radica la gran oportunidad de revertir la situación actual.

El paciente conoce sus síntomas pero, por lo general, no su enfermedad. Y busca una solución rápida y efectiva. Pero más de un vez sus expectativas de que ya en la primera consulta se comience con una terapia no se cumplen. No siempre puede abordarse el problema inmediatamente. Se necesita un relevamiento de la situación, recabar datos importantes. Por lo pronto para el especialista se impone una simple pregunta, y no es la cuestión de cómo solucionar las molestias. Al principio la pregunta básica es: ¿Cuál es el problema? Para responderla, debe hallar el denominador común de las molestias referidas por el paciente.

A veces, la resolución de ese enigma puede resultar complicada. Claro, sin duda que existen cuadros clínicos con síntomas típicos inconfundibles. En algunos casos, esto puede llevar, incluso, a que el paciente acuda al médico sabiendo su diagnóstico. Esto se ha hecho aún más frecuente en los últimos años, debido a la gran oferta de información en Internet y libros concernientes a temas de salud. Y la verdad es que está muy bien que así sea.

Sin embargo, en muchos casos el médico debe comenzar una minuciosa búsqueda, que por poco resulta detectivesca. Al rastrear a los “sospechosos” debe guiarse por indicios, los cuales procura encontrar con diversos métodos. Solo una sólida formación teórica y la práctica de muchos años de ejercicio de la profesión es capaz de afinar esta percepción sutil. Por eso, un colega mayor siempre es de valor incalculable para un médico; alguien de experiencia para discutir los casos clínicos. Con cada paciente tratado en el transcurso de los años se va formando el criterio para detectar los indicios realmente importantes. La experiencia no puede aprenderse, se acopia con el tiempo. De ahí que sea tan importante encontrar al médico indicado; es el primer paso hacia la curación.

Pero, todo esto no sirve de mucho si el paciente no habla abiertamente, sincerándose acerca de su situación. Porque, lamentablemente, muchas veces no se le confiesa al médico toda la verdad en la primera entrevista. Ciertos aspectos son ocultados, mejorados o negados. ¿Por qué? Porque en nuestra sociedad se ha impuesto la costumbre de usar la mentira y la verdad como medios para alcanzar un fin determinado. Se dice lo que conviene, y al resto se lo adapta hasta que encaje con la imagen que desea darse. Otras veces, la persona simplemente se olvida de mencionar algún dato importante, o sencillamente no lo cree importante y, por ende, no lo menciona.

De la futura relación médico-paciente podrán esperarse resultados únicamente si se dan dos condiciones: Que haya capacidad para tratar la enfermedad, por parte del profesional, y disposición a dejarse guiar, por parte del paciente.

B) Dios siempre tiene su agenda abierta

“Invócame en el día de la angustia; te libraré y tú me honrarás” (Salmo 50:15).

Hasta aquí llegamos. Nos encontramos parados frente a la puerta con el cartel: “Dr. Dios –Especialista en restauración espiritual”. Usted aún no se ha aventurado a dar ningún pasito mental alejándose de sus parámetros de pensamiento habituales. Usted tiene un problema; tal vez ya lo haya asumido. Cuando en breves instantes lo hagan pasar, va a comenzar un proceso fascinante. Usted va a otorgar a Dios la tarea de encontrar la manera de convertir la vida mediocre que ha llevado hasta el momento en algo muy especial. Él va a evaluar los síntomas, esclarecer su origen y proponer una terapia adecuada. ¿Tendrá el coraje de tomar asiento en la sala de espera, o se escabullirá nuevamente rumbo a la calle?

Por lo visto, sigue leyendo, así que, tomemos asiento y aprovechemos el tiempo. ¿Qué va a decirle? ¿Cuáles son las principales molestias de las que desea ser liberado? Esperemos que el Dr. Dios realmente pueda ayudar. Qué bueno sería si se tomara el tiempo para explicar las cosas y usted no saliera apabullado por infinidad de términos médicos difícilmente comprensibles. Bueno, pero tengamos un poco de paciencia; al fin y al cabo, ahora no queda más que esperar.

Al avanzar en la lectura, usted seguramente habrá notado que algunas cosas respecto de Dios sencillamente las hemos postulado como dadas, como sabidas. Si usted también es creyente, se supone que no debería tener problemas con ello. Si por el contrario es agnóstico, ateo, cristiano decepcionado o miembro de una religión no cristiana, podría chocarle un poco. Usted podría exigir que cada postulado acerca de Dios fuera demostrado, o que la fe fuera comprobada científicamente. Pero absolutamente nada de aquello en lo que consta la fe es ciencia, ni puede corroborarse mediante sus métodos. La única manera de chequear si la influencia de Dios es esa pieza que le está faltando a su vida, consiste en ponerlo a prueba. Hacer un intento será más efectivo que filosofar al respecto. Coloque la pieza en el rompecabezas, dé un paso atrás y observe el cuadro. Si por fin está completo, ¡no la cambie nunca más! Si el cuadro no le cierra, todavía puede descartarlo; dicho sea de paso, en tal caso, juntamente con este libro.

Dios está presente. Lo estuvo en la Creación, lo estuvo en la cruz y sigue estando presente hoy. Él fue el responsable de la fabulosa labor de investigación en Anatomía y Fisiología que culminó en la creación del ser humano. Aprobó en la cruz del calvario el examen de cirugía reparadora más duro de la historia. Su clínica está abierta al público las 24 horas del día. Este médico maravilloso continúa atendiendo consultas día y noche, y está dispuesto a atenderlo también a usted.

¿Ha pasado por experiencias cuyo efecto aplastante no son capaces de comprender los demás? ¿Usted se ve confrontado con problemas tan complejos que ni siquiera es capaz de explicárselos bien a alguien? ¿Necesita con urgencia soluciones que merezcan ese nombre? Entonces, este médico es el especialista indicado; su especialidad es solucionar problemas insuperables. Él dispone de la receta que su vida necesita para volver a ser digna de ser vivida. Y esto ciertamente vale para cada uno de nosotros. Él desarrolló la fórmula para quitar del camino el mayor problema del ser humano: la separación de su Creador. Vio la miseria del ser humano y no se apartó. Envió a su hijo, Jesucristo, para que nos abriera un camino de escape de la desesperanza total. Jesús es mucho más que simplemente una forma de dividir la historia para contar los años; mucho más que un evento histórico; mucho más que un líder religioso o un reformador. Su mensaje trasciende aquello a lo que la tradición y la historia eclesiástica lo fueron reduciendo. Jesucristo es la oferta de Dios a la humanidad hecha carne. Es la esencia misma de una segunda oportunidad para usted y para mí. Es Dios hecho hombre, en busca de hombres y mujeres que comprendan que su oferta no es solo una oportunidad más sino, más bien, la única oportunidad para quien quiere optar por la vida.

Muchas personas tienen grandes prejuicios respecto de la fe; y tienen sus buenos motivos. ¿Creeríamos en un producto para bajar de peso si muchos de los promotores y gran parte de los usuarios fueran obesos? ¡Seguro que no! No prestaríamos la más mínima atención a un producto tal; ni qué hablar de planear adquirirlo. Del mismo modo los cristianos y las instituciones cristianas se han encargado, a lo largo de los siglos, de negar con sus hechos el mensaje que proclamaban de palabra. Hoy en día también nos encontramos con muchas cosas que, pese a llevar el rótulo de cristianas, revelan, ante un análisis crítico, no tener nada que ver con el pensamiento cristiano o incluso contradecir los principios bíblicos.

Si opina que alguien no es necesariamente una persona mejor por el solo hecho de llamarse cristiano, le doy toda la razón. ¡Ha hecho una observación correcta! Pero, deducir de ello que la verdad bíblica no posee el poder de transformar una vida sería equivocado. La fuerza transformadora del evangelio se manifiesta en muchísimas personas; no solamente hoy en día, también lo hizo a través de los siglos. ¿Qué tenían en común esas personas?

Para ellos, el evangelio no era una mera teoría que mantenían en alto: era una persona en la que creían. La pregunta decisiva no es: “¿Qué crees?” sino: “¿En quién crees?” La gran oportunidad no radica en una doctrina sino en una persona. La chance de acceder a una vida en la cual la calidad de vida no se mide en bienes, cantidades y opiniones sino en intensidad, estabilidad y perspectiva, esta chance tiene un nombre: Jesucristo.

¿Le gustaría saber por qué eso es así? Bueno, entonces deberá leer los próximos capítulos; ahora la enfermera lo está llamando a pasar al consultorio número uno.

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