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Capítulo 3

A) Necesitamos hacer algunos estudios

“Salud es la sumatoria de todas las enfermedades que uno no tiene” (Gerhard Uhlenbruck - Biólogo).

La puerta se abre; un fuerte y cálido apretón de manos.

Así que este es el doctor...

Las molestias, es decir, los síntomas de la enfermedad, son rápidamente enumerados por el paciente. Un minucioso interrogatorio casi siempre saca a relucir otros detalles que el enfermo hasta el momento no había creído relacionados con la enfermedad. Un cuidadoso examen físico aporta nuevos elementos de juicio para el diagnóstico. Sin embargo, más de una vez todo esto no esclarece definitivamente cuál es el desencadenante real del problema. Además, frecuentemente no queda en claro cuánto ha avanzado la enfermedad. De allí que en la mayoría de los casos haya que indicar algunos estudios complementarios. Hoy en día, la medicina dispone de una gran cantidad de diferentes métodos de diagnóstico. Sin duda, el diagnóstico por imágenes es uno de los más importantes. El caso debe llegar a ser, en el mejor sentido de la palabra, totalmente transparente para el facultativo. Todo debe salir a la luz, en esa búsqueda de las causas de la enfermedad.

Por lo general, es un poco decepcionante para el paciente salir del consultorio sin una terapia concreta, o aunque más no sea, con una receta en la mano. Al fin y al cabo, vino en busca de una solución rápida para un problema apremiante. Los diversos estudios conllevan por lo general un cierto esfuerzo, molestias, costos y pérdida de tiempo. Tal vez, personas sin formación médica se admiren por qué un médico les impone un camino tan engorroso a la hora de tratar una molestia aparentemente poco significativa. Una importante razón radica en la necesidad de diferenciar cuadros clínicos que, teniendo síntomas similares, responden a causas completamente diferentes. Únicamente si se conoce el desencadenante real de las molestias puede aplicarse una terapia efectiva. Sería irresponsable tratar a un paciente sin tener una respuesta certera a la pregunta concerniente al origen de su problema.

Dado que mucha de la información importante respecto de la enfermedad no puede percibirse con los sentidos, el médico se vale de diversos métodos para obtener los datos que precisa. Estos estudios apuntan a brindarle un cuadro lo más preciso posible del estado real del organismo.

Gran parte de la formación durante la carrera de Medicina gira en torno al funcionamiento normal del organismo. En el curso de sus estudios, el estudiante aprende cómo está estructurado el cuerpo y cómo funciona. También se familiariza con la gran cantidad de variables anatómicas normales que existen, y con la variabilidad que presenta la fina regulación de las funciones corporales en cada individuo. Estos contenidos ocupan gran parte de su formación universitaria. La segunda etapa de sus estudios gira en torno a los múltiples trastornos que pueden presentar las estructuras y los complejos sistemas del cuerpo. Aprende a reconocerlos y a tratarlos. Un buen médico sabe que debe tener en cuenta la singularidad de cada nuevo paciente e interiorizarse cada vez en una situación individual. Incluso la misma enfermedad puede presentarse en dos personas de manera muy diferente. Este hecho tiene que ver con factores como edad, sexo, estado general de salud, carga genética y presencia de otras enfermedades. En un paciente pueden faltar ciertos síntomas por completo, mientras que en otro se manifiestan con marcada intensidad. Además, los síntomas típicos pueden estar enmascarados por la ingesta previa de medicamentos. Esta variabilidad en la forma de presentarse las enfermedades puede, en gran medida, dificultar al médico la determinación de su causa exacta.

Resumiendo, puede afirmarse que no se trata de medicar lo obvio sino de desentrañar la situación real del organismo; por ende, no nos quedará otra opción que someternos a algunos estudios.

B) Cómo constatar nuestro estado espiritual

“Examíname, Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos. Ve si hay en mí camino de perversidad y guíame en el camino eterno” (Salmo 139:23, 24).

También en el ámbito espiritual se hace necesaria una evaluación lo más exacta posible de la situación personal. Únicamente de este modo es posible reconocer aspectos críticos y encontrar soluciones adecuadas. En este paso, es decisivo no engañarse a sí mismo. El análisis no debería ser tendencioso, considerando solamente las áreas de la vida que funcionan bien y las etapas de éxito vividas. Las facetas deslucidas de nuestra vida son, sin duda, las que mejor nos muestran los puntos álgidos de nuestra realidad. La solución de un problema debe comenzar por definirlo. Para ubicar la causa determinante de cualquier conflicto, debe buscarse en el lugar correcto. Si un pescador quiere pescar un pez, ¿dónde debe colocar la carnada? Exactamente allí donde hay peces; de otra manera, no tendrá éxito. Insistir en que no hay peces solamente porque se estuvo pescando en el lugar equivocado podría redituarle en hacer el ridículo ante los demás aficionados a la pesca.

Muchas personas perciben un vacío espiritual, un profundo anhelo de cosas que aseguren una felicidad perdurable; no una “buena onda” pasajera, sino paz y armonía interior en forma duradera. Pero, como no encuentran la fórmula para lograrlo, optan por una estrategia diferente. Si no es posible alcanzar la felicidad duradera, no quedará otra opción que hilvanar, en forma cada vez más apretada, una sucesión interminable de cortos momentos de algarabía, para simular a los demás y fingirse a uno mismo felicidad y satisfacción. Pero, muy pronto esto se vuelve sumamente agobiante, más allá de que nunca se logra mantener esta dinámica por mucho tiempo. Termina siendo un tremendo autoengaño. Por algún tiempo, al menos da la sensación de estar flotando de un éxtasis al otro. Incluso puede pasar bastante tiempo hasta caer en la cuenta de cuán vacío uno se ha quedado en su interior. En la superficie aún continúan brillando los destellantes fuegos artificiales del placer, mientras el alma se va sumergiendo en una profunda oscuridad.

Puede compararse esta situación con un automóvil cuyo radiador defectuoso va perdiendo poco a poco toda el agua. Al principio no se nota nada; aparentemente, todo está en perfecto orden. Pero cuanto más tiempo continúa andando el coche, tanto más aumenta la temperatura del motor. Finalmente, el coche se detiene humeando. Se acabó el viaje.

Hay dos cualidades decisivas a la hora de cuestionarse su estado personal y de exponerse a analizarlo a fondo: valor y honestidad. Si posee ambas, tiene buenas chances de encontrar lo que está buscando. La pregunta es: ¿cómo, y haciendo uso de qué instrumentos, puede constatarse el propio estado espiritual?

Lo que son los estudios radiológicos modernos para el diagnóstico médico, lo es la Biblia para el análisis espiritual. Escanea capa por capa nuestro interior y brinda imágenes nítidas de nuestra realidad. Este libro incomparable presenta los intrincados recovecos del corazón humano sobre la base de una gran cantidad de ejemplos de personajes reales. Y como si fuera un electrocardiograma, dibuja en cada uno de sus trazos un segmento de los muchos altibajos de nuestra propia historia.

Si uno lee los Evangelios, los cuatro primeros libros del Nuevo Testamento, pronto se obtiene una clara comprensión acerca de la situación en la que nos encontramos estando lejos de Dios. Y esto puede ser como una ducha de agua fría; ¡muy fría! Sin embargo, todo lector sincero puede encontrar, tal vez por primera vez en su vida, la causa del vacío interior que ha sentido hasta el momento. Llegar a este punto no solo es útil, sino también muy necesario. Usted encontrará en la Biblia respuestas a sus preguntas; es la fuente. Este libro que escribo es meramente una referencia a ella. Lo decisivo es que usted lea la Biblia. Cada capítulo es como una revisación médica. Cada página esclarece otro aspecto más, cuestiona, inspira, desafía y sienta las bases de los importantes pasos que llevarán a una recuperación.

Es hora de dejar de vivir con información de segunda mano; es hora de dejar de aceptar explicaciones sin corroborar si coinciden con la Biblia. Es hora de exponerse, de “desnudarse”, para permitir una revisación de su vida y confrontarse con interrogantes álgidos. Este es el desafío. Es el momento de cotejar, a la luz de un parámetro insobornable, lo que pretendemos ser con lo que realmente somos. Va a desplegarse ante su mirada el cuadro más fidedigno de usted mismo que jamás haya visto. Leer en la Biblia es una expedición en busca de la verdad, y es la forma de explorarse a uno mismo y de llegar a descubrir nuestro propio corazón.

Quien busca ayuda debería sacar el primer turno con los Evangelios, en el Nuevo Testamento. Le recomendaría comenzar con tres cortos trozos del Evangelio según Mateo, los capítulos 5 al 7. Vienen a ser como un chequeo cardiológico. Allí, usted podrá tomar el pulso al mensaje bíblico y este, a su vez, estará en condiciones de reconocer “arritmias” que alteran su ritmo cardíaco espiritual.

El próximo estudio es ideal para quienes aprecian tener una lista de criterios claros para orientarse. Se la encuentra en el libro de Éxodo (el segundo de la Biblia) en el capítulo 20, y allí, en los versículos 1 al 17. Este análisis permite obtener en forma sintetizada un panorama del propio estado ético y moral. Dado que se trata de diez criterios solamente, puede hacerse un simple chequeo de la situación en que uno se encuentra. Punto por punto, puede cotejarse cuán cerca estamos de cumplir cada parámetro postulado. Al concluir la lista, cada cual ya puede intuir su estado. El resultado puede ponernos un tanto incómodos, o bien documentar que ya nos hemos estado dejando guiar por normas elevadas. Pero, cuidado: Los criterios para evaluar el resultado final no son así nomás: “Porque cualquiera que guarde toda la Ley, pero ofenda en un punto, se hace culpable de todos” (Santiago 2:10).

Esto alcanza, por el momento. Usted se ha sometido a los estudios necesarios, y ahora ya puede sacar un turno para ser informado de los resultados. El análisis de los valores obtenidos será de gran importancia. Los mejores datos clínicos no sirven de nada, si no se los interpreta correctamente. A continuación hará falta la capacidad profesional del médico. Esta conversación determinará el rumbo a seguir.

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