Читать книгу Operación ser humano - Ariel E. Noltze - Страница 9
ОглавлениеCapítulo 1
A) De pronto aparece el dolor
“El hombre inquieto de nuestros días durante el día no tiene tiempo para preocuparse, y a la noche está demasiado cansado para hacerlo. Finalmente acaba considerando felicidad a este estado de cosas” (George Bernard Shaw - Poeta).
Ni siquiera podía decirse con seguridad cuándo había aparecido por primera vez. Súbitamente se había hecho presente aquel pequeño dolor, para volver a desaparecer enseguida. Recién más tarde, al volver a presentarse, había sido posible detectar exactamente de dónde surgía. ¿O quizás había sido aquel extraño relieve percibido en el pulpejo de los dedos, al deslizarlos casualmente por la piel? En ese sitio parecía haber algo que no debía estar allí; por lo menos, no había estado allí antes. Qué rara esa dureza; además, sin poder recordar haberse golpeado... De esta o de una forma similar ha comenzado en más de un paciente el dramático historial de una enfermedad.
Pero posiblemente, también haya sido todo totalmente diferente. En una de esas, no se haya presentado dolor alguno. Absorto en los quehaceres de la rutina diaria, no se había dado el momento para reparar en aquella sensación extraña. Pero esta se había inmiscuido, molesta, insidiosa y sin miramientos. De un leve malestar había pasado a ser un angustioso presentimiento. Algo no estaba en orden. Era obvio que algo estaba sucediendo en el cuerpo, y de seguro que no era algo bueno. Nada de lo que quedaba pendiente en la apretada agenda del día parecía ya de importancia. Ahora solo importaba una cosa: ver lo antes posible a un médico.
El cuerpo había decidido captar la atención de una forma desacostumbrada. Había algo haciéndose presente; por lo pronto, tenuemente. Allí se percibía un mensaje de nuestro organismo por parte del gran desconocido. ¡Qué caradurez! Hasta el momento, la distribución de los roles había sido clara. Uno era el jefe: daba la pauta de cómo debían hacerse las cosas, y al cuerpo le tocaba arreglárselas como pudiera. Pocas horas de sueño, demasiado alcohol, cigarrillos, casi siempre la comida equivocada; que se las arregle. ¿Demasiado trabajo, estrés constante, pensamientos negativos? A aguantárselas y mantener el rendimiento. Y, en realidad, siempre había funcionado. Por lo menos, hasta ahora...
Bueno, seamos sinceros: hacía mucho que teníamos un mal presentimiento. De alguna manera, sabíamos que no podía seguir siempre así. Pero ese tipo de pensamientos molestos se lograban reprimir fácilmente. En principio, sabíamos que estábamos abusando de las reservas del organismo. Pero que las reservas se fueran a agotar tan rápidamente, ¡eso sí que era un giro inesperado!
Ir a una consulta médica es todo un tema. En realidad, solo van a ver al médico los enfermos, los ancianos o los miedosos, quienes, al menor problemita, están temiendo lo peor. Sea como fuere, para gente con empuje existen reuniones, citas, proyectos; pero... ¿turnos con médicos?
Lo principal era colocar las prioridades correctas: primero avanzar profesionalmente, después ganar dinero y, más tarde, tal vez retirarse antes de la vida laboral, para tener mucho tiempo de relax y así recuperarse del estrés vivido. En otras palabras: primero estrujarse hasta el máximo por algunos años, y posteriormente disfrutar a las anchas todo lo logrado.
Pero, no siempre las cosas se dan como las hemos soñado. El itinerario estaba fijado, todo parecía estar bajo control... casi todo. De pronto, en plena carrera, nos muestran la tarjeta amarilla; a veces, incluso la tarjeta roja. Recién entonces comenzamos a caer en la cuenta: tengo un problema. Y por más que esta conclusión sea muy desagradable para quien concierne, ya que desencadena gran preocupación, no deja de ser sumamente importante. Nos lleva a estar dispuestos a buscar ayuda competente. Cuanto antes un paciente se dé cuenta y acepte que tiene un problema, tanto mejores serán las chances para un éxito terapéutico. Por tanto, al comienzo de toda solución se encuentra el paso de asumir con sinceridad: “¡Tengo un problema!”
B) Realmente tengo un problema
“No hay justo, ni aun uno” (Romanos 3:10).
El asunto de la salud espiritual es muy similar al de la salud física. Es muy raro que alguien se tome en serio el ocuparse de ella, a menos que de verdad asuma que tiene un problema en esta área. Tal vez usted se pregunte: “¿Cómo sé si tengo un problema con eso?” ¡Sepa que de seguro tiene problemas de salud espiritual! No quiero atropellarlo con esta afirmación, de modo que le pido que me permita concluir el pensamiento antes de que se sienta agredido. ¡Para mí también es un problema! Sí, en realidad todo ser humano tiene un problema con esto. Puede que algunos lo reconozcan, quizás otros no. También los hay quienes no saben que una parte importante de su vida se está atrofiando. Tarde o temprano uno se percata de las consecuencias; sin embargo, muchas veces sin sospechar en absoluto de la posible causa. Y aun quienes en el transcurso del tiempo llegan a captar los motivos, muchas veces carecen del coraje para hacer algo al respecto. Sin duda, los casos más tristes son los de esas personas que son demasiado orgullosas como para siquiera reconocer que tienen un problema.
De todos modos se impone la pregunta: ¿Por qué puede afirmarse que toda persona tiene problemas con la faceta espiritual de su vida? Es una pregunta justificada y quisiera responderla en el próximo capítulo. Pero, permítame abocarme antes a otra pregunta: ¿Cómo se percibe que la salud espiritual está afectada? O, dicho de otra manera: ¿qué indicadores existen para constatar que esta área tiene un problema? Dos aspectos nos dan respuestas. Uno es subjetivo y es percibido de manera diferente por cada persona; el otro es objetivo y totalmente independiente de nuestra manera de sentir y ver las cosas. Intentemos abordar el primer aspecto.
¿Cuánto hace que por última vez pudo sentirse absolutamente liberado interiormente, por un período prolongado? ¿Conoce la sensación insatisfactoria que produce el hecho de pasar, después de cada etapa eufórica, por un período aún más prolongado de vacío interior? ¿También añora, a veces, un cambio realmente profundo y renovador? Si esto es así, es un indicador de un desfasaje más profundo. Pero, no se preocupe, está en buena compañía. Incontables personas son incapaces de deshacerse de la sensación de estar existiendo, más bien que viviendo. Sienten que están permanentemente tapando agujeros o remando frenéticamente sin poder avanzar. Su vida se parece a una pared rajada y llena de manchas de humedad a la que se la vuelve a revocar y pintar vez tras vez, a la que se arregla y decora interminables veces, solo para volver a resquebrajarse al poco tiempo por todas partes. Un olor desagradable, manchas de humedad y hongos avanzarán implacablemente mientras no se encare el problema subyacente y se restaure a fondo la pared. ¿Podrá ser que su vida también precise de una restauración general, con el fin de permitir que todos sus esfuerzos por desarrollar su personalidad sean coronados de éxito?
El desasosiego del corazón es un indicador fidedigno de un alma descuidada. Cuando todo lo vivido, todo lo alcanzado y todo lo adquirido nunca alcanzan para proveer paz interior y contentamiento, se tiene un indicio certero de una carencia más profunda. Quien lo tiene todo y de todos modos se siente vacío, sin dudas que tiene un problema. Su vida es como un recipiente con un agujero. Tal vez, al barril de sus necesidades le falte toda una tabla, resultando en un literal barril sin fondo. Únicamente el colocar la pieza faltante podría solucionar el problema y allanar el camino a una vida de plenitud.
Existe un segundo aspecto que nos permite detectar si en nuestro actual estilo de vida se esconde un problema. Debería ser un ente externo el que realice una evaluación del estado actual de nuestra vida. Un análisis de este tipo debería basarse en los conocimientos y la capacidad de un perito en la temática. Sin duda alguna es Dios, nuestro creador, aquel experto en cuestiones de fe; él podrá dar, con toda seguridad, las respuestas correctas a nuestras preguntas.
Dios nunca dio el menor lugar a las dudas de que todos –cada uno en forma individual y la humanidad en su totalidad– tengan un tremendo problema. No se trata de algo que afecte al hombre meramente de pasada. Va mucho más allá. Afecta su manera de pensar, de sentir, de hablar, de actuar; en definitiva, todo su ser. Es el factor decisivo capaz de poner en riesgo su completa existencia. ¿En qué consiste este problema? Acompáñeme en la búsqueda de una respuesta en los próximos capítulos.