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I EL PAÍS DE NUNCA JAMÁS

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El pueblo de Weedon Bec, situado en Northamptonshire, era un escenario muy poco plausible para el paraíso, pero los años que Patrick Leigh Fermor pasó allí de niño fueron algunos de los más felices de su vida. Las personas con las que vivía no pertenecían a su familia. Le trataban con calidez y afecto, pero no le imponían restricciones ni exigencias. Nunca le regañaron cuando llegaba tarde a las comidas, o si regresaba a casa cubierto de lodo y ramas espinosas. Hasta el final abrupto de ese idilio en verano de 1919, todo lo que Paddy tenía que hacer era dedicarse a ese apasionante asunto que consiste en hacerse mayor.

Los niños del pueblo le enseñaron cómo frotar los tallos secos de la acedera silvestre. Usaba la mano y podía sentir que su palma se iba llenando de semillas desmenuzadas, que luego lanzaba al viento. Él y los niños trepaban por los almiares que estaban medio en desuso y, una vez arriba, saltaban. Los almiares pinchaban pero también eran suaves, y los niños se zambullían en el olor dulce del heno. Al principio, los otros niños le ayudaban a subirse a las ramas de los viejos manzanos, pero pronto fue capaz de trepar solo a los mismos árboles, más altos, a los que se subían los chicos mayores que él. Una vez allí escalaba hasta las ramas más altas y se hacía invisible, escondido entre el follaje, de tal modo que nadie pudiera encontrarle. Pero eso fue más tarde, por el momento él se escondía en cobertizos y graneros, y algunas veces tras las grandes dobles puertas que conducían al patio en el que se guardaban las gavillas de trigo. Y la gente gritaba: «Paddy-Mike, ¿dónde estás?». Mientras tanto él se enorgullecía de sí mismo porque nadie podía verle y nadie sabía dónde se hallaba.

Los adultos hablaban en voz baja sobre los alemanes y la guerra, que ya hacía tiempo que duraba. A nadie le gustaban los alemanes, pero en Weedon no había alemanes, o al menos él creía que no los había. Pero lo cierto es que un día encontró una gran pila de tierra y se puso a cavar y a hacer construcciones en ella, y entonces uno de sus mayores le dijo: «¡No deberías hacer eso!». «¿Por qué no?». «Pues porque hay alemanes». «Pero ¡si no se ve ninguno!». «¡No los ves porque son muy pequeños!». Paddy no tenía ni idea de lo que quería decir eso pero, en cambio, sí sabía qué aspecto tenían los alemanes. Los había visto en retratos y sabía que llevaban puestos unos yelmos muy graciosos. Así que examinó muy detenidamente la pila de tierra, quizá de un momento a otro aparecerían en ella unos alemanes en miniatura vestidos con sus cascos.

No le daban miedo los alemanes, pero una vez vio una apisonadora del tamaño de una casa entera que bajaba por la carretera. Su conductor tenía un aspecto tan ceñudo y fiero que sintió terror. (Aquella apisonadora formó parte de sus pesadillas infantiles durante años.) Echó a correr, tan rápido como pudo, hasta que encontró a Margaret. Se aferró a su espalda, agarrándose bien fuerte a sus trenzas. Ella le llevó de vuelta a casa, y allí mamá Martin le sentó en su regazo y le hizo unos cuantos mimos. Cuando mamá Martin le ofrecía pan con un sirope que sacaba de una lata verde, siempre le daba la vuelta a la lata para que él pudiera contemplar un dibujo en el que había un león y unas abejas. En la lata, el león parecía estar durmiendo, pero en la historia que contaba la Biblia estaba, en realidad, muerto, por eso las abejas surgían de su interior.

George Edwin Martin y su mujer Margaret vivían en una pequeña casa adosada que tenía un jardín estrecho en su parte trasera. La casa estaba en el número 42 de High Street, Road Weedon. La pareja tenía tres hijos. Cuando, en 1915, Paddy-Mike llegó para vivir con ellos, su hijo Norman tenía diez años; la niña, que también se llamaba Margaret, tenía ocho y ayudaba a su madre en el cuidado de Paddy y Lewis, que con seis años era el hermano más pequeño. El pueblo era grande y estaba dividido en tres zonas. Los cottages y las pequeñas granjas de la parte alta de Weedon se perdían entre el verdor de los campos, mientras que la iglesia y la escuela del pueblo se hallaban en la parte baja del núcleo urbano, aunque una zona con más movimiento era Road Weedon, sita en la antigua carretera que iba de Northampton a Daventry. Y allí vivían los Martin, en la carretera principal (ahora la A-45), que estaba flanqueada por tiendas y pubs en ambos lados. Los camiones descubiertos transportaban carbones y cerveza que descargaban en un pub llamado The Wheatsheaf and the Horseshoe. También había otros proveedores que llegaban pedaleando en triciclos y cargando con cestas crujientes, repletas de mercancías y comestibles procedentes de las tiendas de Wilson y también de la de Adams, el dueño de los ultramarinos. Algunas veces pasaban por allí tropas de soldados que marchaban al paso, o bien oficiales montados en relucientes caballos, o bien el autobús, con la imperial descubierta y la campana que tintineaba. Paddy siempre se subía a la parte alta del autobús cuando iba a Daventry con los Martin.

Road Weedon estaba presidida por los barracones del cuartel de Weedon y el gran complejo urbano de los Depósitos Reales de Artillería. Estos habían sido construidos lo más lejos posible de las zonas costeras de desembarco para almacenar armas y municiones durante las guerras napoleónicas, y disponían de su propio ramal en el canal de la Gran Unión, que estaba muy bien protegido para garantizar la llegada segura de la mercancía a sus almacenes. De vez en cuando, Margaret llevaba a Paddy a los barracones. Allí contemplaban el entreno de los soldados de caballería. Los veían cuando ponían a sus caballos al trote y les hacían correr en círculo por el gran terreno que estaba destinado a ese fin. El amplio canal que separaba Road Weedon de la parte baja del pueblo se había borrado por completo de la memoria de Paddy, lo que parece algo extraño. Pero sin duda Margaret había recibido órdenes estrictas de mantener al niño alejado del agua. El señor Martin, al que más tarde Paddy recordaría como a un granjero, trabajaba, de hecho, como ingeniero en los Depósitos Reales y también servía en la brigada local de bomberos. Era un hombre corpulento que lucía un erizado bigote.

En noviembre del año 1918, cuando acabó la Primera Guerra Mundial, Paddy-Mike tenía casi cuatro años y Margaret casi había cumplido los doce. De pie en el borde de la carretera, los dos niños vieron pasar las carretas que llevaban a los prisioneros alemanes de regreso a Alemania. Los presos vestían toscos uniformes grises y en la tela de la espalda les habían cosido unos grandes diamantes rojos, para que pudieran ser identificados con facilidad si intentaban escapar. Dado que la guerra había finalizado en invierno, todo el mundo estuvo de acuerdo en esperar a que llegara el verano para celebrar el acontecimiento. Para entonces la celebración sería incluso mejor que la de las Navidades. Habría baile y una orquesta, se serviría el té en una tienda de lona y se encendería una gran hoguera con fuegos artificiales.

Las fiestas para celebrar la consecución de la paz iban a tener lugar el 18 de junio de 1919. Pocos días antes Paddy-Mike fue lavado y cepillado a fondo, y luego le llevaron al salón de la casa. Allí se encontró con una mujer desconocida, ataviada con la ropa más espléndida y lujosa imaginable; desde luego, él nunca había visto nada parecido. La señora estaba acompañada por una niña que llevaba un genuino traje de marinero completo, del que colgaba un silbato atado a una cinta ancha y blanca. Mamá Martin le dijo que aquellas personas habían venido de la India. Eran su verdadera madre y su hermana Vanessa, que tenía ocho años. También traían consigo a un perro de pelaje negro y esponjado, que tenía la cara aplastada y unas patitas blancas muy similares a unas polainas. Paddy sintió curiosidad: era la primera vez que veía a una señora vestida de modo tan magnífico, pero reaccionó de modo cauteloso cuando percibió que el tono anhelante de su voz parecía, de alguna manera, reclamarlo a él. Huyó al exterior de la casa, y allí echó a correr y se escondió. Todos salieron tras él gritando: «Paddy-Mike, ¿dónde estás? ¡Vuelve, Paddy!», mientras que el perro de patitas blancas profería unos ladridos agudos e histéricos. Por fin, aunque con mucha renuencia, consiguieron persuadirlo para que volviera a la casa. Una vez dentro, le dieron pastel.

Miró los zapatos de la señora y observó que tenían un diseño lleno de relieves. Ella le contó que estaban confeccionados con piel de cocodrilo, algo que era interesante. También miró el silbato que colgaba del vestido de marinero de la niña, y esta le dijo que si lo deseaba podía soplar por él. Así que Paddy sopló por el silbato. El perro con la cara aplastada se llamaba sir Percy Polainas C. D. A. Las siglas significaban la Cosita más Dulce de Asia. La dama elegante se fue, pero la niña con el vestido de marinero se quedó.

La hoguera de las celebraciones de la paz de Weedon Bec tuvo que posponerse hasta el 21 de junio debido al mal tiempo. La gran pira de leña y paja se organizó en medio de un terreno que estaba emplazado entre el canal y la vía del tren. Y en la cima de la pira se colocaron las efigies del káiser Guille, tocado con un auténtico casco alemán, y del Pequeño Guille, el príncipe heredero alemán, que iba calzado con las botas de un alemán que había sido hecho prisionero. Pero antes que nada todos fueron a tomar el té en la tienda de lona. Según los recuerdos de Paddy, el pueblo entero se estiró en la hierba y cantó canciones hasta que se hizo de noche, pero lo cierto es que después de tres días de lluvia constante el suelo debía de estar completamente encharcado.

Antes de que se encendiera la hoguera, un hombre llamado Thatcher Brown fue en busca de una escalera. Y, pese a las protestas de los espectadores, se subió a la pira y descalzó las figuras. Aquellas botas eran «demasiado buenas para desperdiciarlas», dijo.1 Y por fin se encendió el fuego. A Paddy le izaron en hombros para que pudiera ver mejor. Las crecientes llamas estuvieron acompañadas de fuegos artificiales. Después, todos los presentes formaron un círculo y bailaron alrededor del fuego.

Cincuenta años más tarde, y basándose tan solo en su memoria personal, Paddy describió la hoguera y su dramática secuela en El tiempo de los regalos. Todo iba muy bien hasta que, de repente, la gente empezó a gritar y a pedir ayuda. Margaret acudió para ver qué sucedía. Enseguida cogió a Paddy y se lo llevó de aquel lugar a toda prisa.

Margaret estaba muy alterada. «Cuando llegamos a casa —escribió Paddy—, subió corriendo las escaleras, me desvistió, me metió en su cama y se tendió a mi lado, abrazándome contra su camisón de franela. Sollozaba y temblaba, pero no quería responder a ninguna pregunta».2 Siempre según Paddy, pasaron varios días antes de que la niña aceptara satisfacer su curiosidad. Y entonces le contó que uno de los chicos había estado bailando alrededor de la hoguera con un petardo metido en la boca. En un momento dado se lo había tragado sin querer, y había muerto «escupiendo estrellas». En el Northamptonshire Chronicle no existe ninguna referencia a esta tragedia, ni tampoco se menciona en la revista de la parroquia, The Weedon Deanery Parish Magazine, que sin embargo describe la celebración con considerable detalle. ¿Acaso Paddy estaba recordando otra noche y otra hoguera? ¿O quizá Margaret inventó la historia para encubrir que se sentía muy desdichada?

Margaret era consciente de lo que iba a suceder, y seguramente esta era la razón por la que se sentía tan desgraciada. Paddy, al que había cuidado con tanta devoción, y por el que sentía tanto apego, iba a abandonarlos. Ahora su hermana era Vanessa, y cuando la señora Fermor regresara a Weedon se llevaría con ella a sus hijos de vuelta a Londres. Y entonces lo más seguro es que Margaret no vería a Paddy nunca más.

Cuando llegó el día de la partida, el niño estaba enfermo de aprensión y tristeza. La idea de abandonar a Margaret y a mamá Martin le desesperaba. El olor del aceite y del hollín del tren que le alejaba más y más de Northamptonshire le provocó náuseas. Y aquel mugriento laberinto que era la ciudad de Londres le resultaba asfixiante. Paddy aún no había cumplido los cinco años, y esta ya era la segunda vez que le arrancaban de un mundo para trasladarlo a otro sin proceso de adaptación de por medio. Como era un niño robusto y alegre, se acomodó a estos trastornos, pero lo cierto es que nunca se sintió vinculado a su familia como se sienten la mayoría de los niños. Al igual que le sucedió a Peter Pan, hubo una parte de Paddy que se negó a crecer y que siempre anheló volver a ese País de Nunca Jamás del que había sido exiliado.

Dado que sus padres vivían en la India, a Paddy le agradaba pensar que había sido concebido en Calcuta, Shimla o Darjeeling. Y fue algo descorazonador enterarse, por su hermana Vanessa, de que aquel importante evento que fue su llegada al mundo seguramente había tenido lugar en la ciudad costera de Bournemouth, al sur del país, lugar en el que los Fermor pasaron unas cuantas semanas durante la primavera y el verano de 1914.

Lewis, el padre de Paddy, era miembro del cuerpo de funcionarios de la India. Por lo tanto, cada tres años le concedían seis semanas de permiso para que las pasara en Inglaterra. Lewis aprovechaba estos permisos para dar rienda suelta a su pasión por la botánica y la historia natural. Dejaba a su mujer y a su hija de cuatro años en Bournemouth, para que disfrutaran sin trabas de sus placeres, mientras él se dedicaba a dar largos paseos lejos de la playa. Recolectaba flores silvestres, o bien rebuscaba en los estratos eocénicos de los acantilados de Bournemouth en busca de plantas fósiles. Cuando la familia estaba junta, la pareja formada por el doctor y la señora Fermor llamaba la atención por su rareza. Él era alto y erudito, ella era bajita y vivaracha. La disparidad de sus caracteres era notable. «Resultaba inimaginable pensar en dos personas más diferentes que ellos en materia de gustos, en la manera de pensar, y en temperamento —decía Paddy de sus padres—. No tenía lógica. ¿Por qué estaban juntos?».

Para responder a esta pregunta no queda más remedio que desandar el camino de sus respectivas historias personales. Lewis Leigh Fermor había nacido en Peckham, en el sur de Londres, en septiembre del año 1880. (Se le llamó «Leigh» no porque este fuera su apellido de familia, sino en recuerdo de uno de los amigos íntimos de su padre.) Era el hijo mayor de Lewis Fermor, un empleado del London Joint Stock Bank, y de Maria James, una mujer inteligente y voluntariosa. Ella misma se ocupó de la educación de Lewis hasta que este cumplió los siete años. Para entonces el niño no solo sabía ya escribir, sino que también mostraba un considerable talento para las matemáticas.

Obtuvo una beca para asistir a la Wilson’s Grammar School de Camberwell, y una vez allí decidió intentar conseguir otra que le permitiera estudiar en el Royal College of Science. Su tutor en la Wilson’s Grammar School le advirtió que esta aspiración solo sería realista si, además de su trabajo normal de la escuela, dedicaba al estudio otras cuatro horas extras, y ello a lo largo de dos años. El castigo de esta carga extra de trabajo resultaba aún más arduo en verano, cuando las tardes se prolongaban y desde el jardín que había bajo su ventana le llegaban los sonidos y las voces de sus hermanos jugando. Eran cinco: Ethel, Bertram, Aline, Frank y Gerald.

Una de las razones que decidieron a Lewis a trabajar de modo tan duro era que no estaba dispuesto a que la vida le derrotara. Los infortunios de su padre habían empezado el día en que se vio obligado a retirarse del banco como resultado de calambres musculares crónicos causados por sus años de trabajo como escribano. Dado que no había trabajado el tiempo suficiente requerido para tener derecho a una pensión, el banco le ofreció una pequeña remuneración. Con ese dinero montó un negocio de rótulos, pero no consiguió hacerlo prosperar y al final tuvo que cerrarlo.

En 1898, el joven Lewis consiguió una beca nacional del Royal College of Science. Y una vez completó sus estudios en la Royal School of Mines, fue designado como superintendente asistente de la Geological Survey of India. En octubre de 1902 inició el largo viaje hacia Calcuta, ciudad que se convertiría en su campamento base durante toda su vida profesional. Comparados con los enormes esfuerzos que había hecho durante los años anteriores, sus deberes en la India debieron de parecerle algo relajante. Pasaba muchos meses en el campo, cartografiando la estratificación de depósitos minerales y rocosos, e inspeccionando las minas. Aun así encontró tiempo suficiente para preparar su título de grado en Ciencias (1907) y su posterior doctorado (1909). En las primeras épocas de su estancia en la India también llevaba un diario, en el cual describe, de forma realista, las cacerías organizadas por los maharajás locales, algunos encontronazos que tuvo con porteadores y aldeanos poco colaboradores, y a los músicos y bailarines que aparecían de la nada para entretener a quienes estaban en el campamento. El diario está también salpicado de descripciones de flores, pájaros, animales e insectos. El aspecto enjuto y austero de Lewis quedaba acentuado por su talla alta, los rasgos elegantes y unos ojos castaños emplazados en órbitas profundas. Pese a su dedicación al trabajo, Lewis también sabía disfrutar de la vida social. Asistía entusiasmado a las carreras de caballos, y la gracia con la que bailaba fue algo que no dejó de llamar la atención en los bailes organizados por las damas de Calcuta.

La madre de Paddy era Muriel Æileen Ambler, hija de Charles Taaffe Ambler, fundador y propietario de la cantera de pizarra y piedra de Ambler Co. Ltd., de Dharhara, cerca de la ciudad de Munger, a unos cuatrocientos kilómetros al noroeste de Calcuta. Puede que el primer encuentro de Lewis con los Ambler se diera a través de contactos profesionales. De hecho, en 1904 los funcionarios de la Geological Survey sometieron a pruebas y análisis la pizarra de las canteras de Charles Ambler. Y decidieron que era una pizarra más fuerte de lo normal, pues solo se rompía cuando se ejercía sobre ella una presión de tres toneladas por pulgada cuadrada.

La primera esposa de Charles murió en 1884, y un año más tarde se casó con Amy Webber, una mujer talentosa y artística a la que él doblaba en edad. Tuvieron dos hijos: Huart, comúnmente conocido como Artie, nacido en 1886, y Muriel Æileen, la madre de Paddy, que nació en 1890. Como la mayoría de los hijos del imperio, Artie y Æileen fueron criados casi siempre en Inglaterra. Pero no se les dejó en manos de tías sádicas o en internados como los que describe Dickens. Amy, su madre, pasaba largas temporadas con ellos en Dulwich, un próspero barrio de las afueras de Londres, en el sudeste, en el que los muchachos crecieron y se educaron. Artie asistió al Dulwich College, mientras que Æileen recibió instrucción en casa, primero de su madre, luego de una serie de institutrices.

Finalizados los años destinados a la educación, la familia regresó a la India. Los Ambler habían construido una villa a unos cuantos kilómetros de Dharhara, en un lugar llamado Bassowni. Se trataba de una casa con techos altos, un tejado abovedado y una gran veranda. Artie entró a trabajar en el negocio familiar mientras que Æileen y su madre emprendían una labor consistente en buscar un marido para la primera. En términos prácticos, eso implicaba abandonar a Charles y a Artie en Dharhara en tanto que ellas dos se establecían en Calcuta. La ciudad era un hervidero de vida social que proporcionaría los muchachos adecuados. Y además, Amy esperaba recibir encargos para pintar retratos.

La familia apreciaba las artes. Æileen era una lectora entusiasta y una buena pianista con un amplio repertorio de canciones. Cuando la muchacha se encontraba en compañía resultaba excesivamente vistosa. En general, era una chica demasiado brillante que hablaba más de lo debido y lanzaba carcajadas más sonoras de lo que se consideraba apropiado. Su afición a las largas cabalgadas solitarias, sin la compañía adecuada y en cuanto rompía el alba, también hizo enarcar más de una ceja. La única posibilidad que tenía de desahogarse, de canalizar sus energías y sus extravagancias emocionales, era en el escenario. Y nunca era tan feliz como cuando se hallaba rodeada de toda la parafernalia y emoción que lleva consigo la vida de los aficionados al teatro. Era impensable que una mujer joven procedente de su entorno se convirtiera en una actriz profesional, pero sin duda Æileen sabía cómo moverse de modo dramático. Y también poseía otros rasgos teatrales. Uno de ellos era su cabellera, de la que se sentía muy orgullosa; era de color rojizo, abundante y espesa. El otro era la caligrafía desordenada de sus cartas, que ella escribía con tinta violeta.

Æileen era una de esas personas que de vez en cuando sienten la necesidad de reinventarse a sí mismas. A lo largo de su vida utilizó una desconcertante variedad de nombres. Siendo una muchacha, firmaba como «Avrille» o «Mixed Pickles» [«Encurtidos Mixtos», un alimento típico en la India], cuando escribía a sus padres. Mientras que estos y su marido la mayoría de las veces se referían a ella como Muriel. A veces, también ella misma rubricaba sus cartas como «Muriel», aunque años más tarde este nombre fue condenado al olvido porque Paddy lo odiaba. Asimismo usaba el nombre de Æileen, aunque le agradaba que sus íntimos la llamaran Pat o Fudge. En lo que se refiere a los apodos, desde luego tener dos era definitivamente más interesante que tener solo uno. Aunque, en las cartas, sus padres siempre se referían el uno al otro como el señor y la señora Charles Ambler, Æileen hablaba de su familia como de los Taaffe Ambler.

Los Ambler creían ser descendientes de sir John Taaffe de Ballymote (fallecido en 1641), originario del condado de Sligo, cuyos descendientes fueron cancilleres, diplomáticos y soldados de caballería en Austria, además de convertirse en condes del Sacro Imperio Romano. Las lagunas que existen en los archivos genealógicos impiden saber con certeza si estos gallardos personajes tienen una relación real con James Ambler, el padre de Charles, que había sido un constructor nacido en el condado de Cork en la primera mitad del siglo XIX. Pero cuando Æileen (y más tarde Paddy) se referían a sus antepasados irlandeses, se mostraban convencidos de que esa relación existía. La línea genealógica de Lewis era bastante más prosaica. Los Fermor de Kent y de Sussex (el nombre es una variante de farmer, «granjero») habían sido oficiales subalternos, cerveceros y constructores desde el siglo XVIII. De forma gradual, y a medida que avanzaba el siglo, sus descendientes fueron sumándose a las filas de las clases profesionales.

Con toda probabilidad, Æileen Ambler y Lewis Fermor se conocieron en 1907 y se comprometieron poco después. Ella siempre le llamaba Peter, aun cuando su segundo nombre fuera Leigh. Y ella fue quien añadió el nombre de Leigh al de Fermor.

Durante la primera fase de arrebato amoroso, Æileen se mostró muy predispuesta a pasar por alto la falta de contactos sociales de Lewis Fermor. Y la atracción que sentían el uno por el otro debió de ser vista como algo muy natural. Ella, tan artística y vivaracha, y él, tan concentrado y ambicioso. En lo que se refiere a los padres de ella, aquel partido debió de haberles parecido suficientemente prometedor, siempre y cuando la joven pareja no se apresurara a contraer matrimonio. Ni el novio ni la novia eran ricos y ninguno de los dos tenía expectativas de serlo, pero con toda seguridad, en unos cuantos años, Fermor sería capaz de proporcionar una vida confortable a su hija.

A principios de 1909 Lewis estaba a punto de entrar en la treintena y su carrera había llegado a un punto crucial. Desde 1904, había ido publicando artículos en periódicos de geología. Gran parte de aquellas investigaciones, ya realizadas, estaban destinadas a servir de base para una memoria que estaba escribiendo. Se trataba de un trabajo monumental sobre los depósitos de magnesio en la India; sumado a los mapas, los diagramas y las fotografías, formarían un volumen de mil doscientas páginas. No debe sorprender que Æileen —por aquel entonces tenía dieciocho años— se sintiera bastante excluida y abandonada, mientras él se dedicaba a preparar la publicación más importante de su vida profesional.

Las demandas que Æileen hacía a su futuro marido jamás tendrían prioridad sobre las que su trabajo le exigía. Y cuando la futura novia tomó plena conciencia de este hecho, decidió que, después de todo, no deseaba casarse. Así se lo comunicó a Lewis. «Quizá sea para bien —escribió Ruth, la nuera de Charles Ambler—, pues de otro modo esto se hubiera convertido en un compromiso de larga duración».3 Sin embargo, la pareja se volvió a unir. Se casaron en la catedral de San Pablo, de Calcuta, el 12 de octubre de 1909.

Antes de conocer a Lewis Fermor, el hombre más importante en la vida de Æileen había sido su hermano Artie. Sentía reverencia por él, le consideraba un dechado de virtudes. Después de pasar por la escuela, en la que ganó gran cantidad de premios, Artie se puso a trabajar en el negocio familiar con un celo encomiable. También ejercía como voluntario en dos de los regimientos locales y, según decía Æileen, de vez en cuando desaparecía en la jungla durante días y días, armado tan solo con un kukri, un cuchillo curvo. Era un deportista entusiasta, y la única fotografía familiar que ha sobrevivido lo muestra de pie, muy relajado y a sus anchas, con un leopardo muerto a sus pies.

Æileen y Lewis llevaban solo casados siete meses cuando les llegó la noticia de que Artie había padecido un ataque agudo de fiebre cuando se encontraba trabajando en la cantera de pizarra. Lo trasladaron al hospital de Jamalpur; allí tuvieron que sumergirlo en hielo para que la alta temperatura bajara. Pero en cuanto le quitaron el hielo la fiebre volvió a dispararse, hasta alcanzar los 42°C. Murió el 19 de mayo de 1910; tenía veinticuatro años.

La pérdida de Artie supuso un golpe paralizante para sus padres. Æileen también había idolatrado a su hermano, pero la vida de ella seguía. Tal y como le contaba Lewis a su suegra en una carta escrita en julio:

[Æileen] ya se ha resignado a los hechos y está recuperando su alegría habitual. Hay dos razones para ello. La primera es que sabe que a Artie no le agradaría verla demasiado apesadumbrada. De tal modo que siempre está diciendo que a Artie le gustaba hacer esto, o no le gustaba lo otro. Y lo dice en un tono casi alegre, como si él se encontrara aún entre nosotros. En segundo lugar, mi amada esposa se regocija porque va a reemplazar a Artie por otra persona. Esta persona, madre, será el fruto de nuestro amor y tenemos la esperanza de que esto suponga un consuelo...4

Este consuelo era su primer hijo, nacido en Calcuta el 17 de febrero de 1911. Se trataba de una niña que fue bautizada como Vanessa Opal, pues a Lewis le gustaba la idea de que sus hijos llevaran nombres de piedras semipreciosas.

No pasó mucho tiempo antes de que la niña acompañara a sus padres en los largos viajes que hacían por el país. Viajaban con un equipo de cocineros, conductores, sirvientes y porteadores, además de mulas, bueyes o camellos, dependiendo del terreno. Y vivían en campamentos de tiendas que tenían el tamaño de una pequeña aldea. Las tiendas destinadas a la familia eran grandes y estaban bien equipadas, con alfombras y muebles. Æileen incluso disponía de su propio piano de viaje, y siempre tuvo en gran estima una imagen romántica que la representaba interpretando la Canción Hindú de Rimski-Kórsakov durante la puesta de sol. En un segundo plano de la fotografía se veían las hogueras del campamento, mientras que, más cerca, su marido escribía sus notas del día. Sin embargo, la lluvia y el viento podían convertir la vida de campo en una experiencia miserable, y los pequeños achaques de salud que constantemente padecían todos podían degenerar rápidamente hasta convertirse en enfermedades letales.

Fue un alivio regresar a Europa durante la primavera de 1914, aunque flotara un malestar muy definido en el aire. Las personas que tenían la suficiente perspicacia como para percibir la fragilidad del statu quo de Europa, se sentían seriamente alarmadas. Aun así, la mayoría de los periódicos se mostraban más interesados en tranquilizar al público que no en analizar los errores de unas líneas de actuación política que estaban fracasando estrepitosamente. El 28 de junio, el archiduque de Austria Francisco Fernando fue asesinado en Sarajevo, y los acontecimientos empezaron a sucederse a una velocidad desconcertante. Alemania declaró la guerra a Francia el mes siguiente, e Inglaterra declaró la guerra a Alemania el 4 de agosto, el mismo día en que las tropas alemanas marchaban sobre Bélgica.

Como miembro del cuerpo de funcionarios de la India, Lewis tenía un cargo con ocupación reservada y pronto le llamaron para que regresara a la India. Æileen estaba de nuevo embarazada, así que decidió quedarse en Inglaterra con Vanessa, y esperar allí el nacimiento de su segundo hijo.

Patrick Michael Leigh Fermor (gracias a la ausencia de su padre no tuvo un nombre de piedra semipreciosa, como Jasper o Garnet) nació el 11 de febrero de 1915, en el número 20 de Endsleigh Gardens, en el distrito de St. Pancras, Londres. La casa en que vio la luz pertenecía a la señorita Mary Hadlan, que alquilaba habitaciones. Puede que Æileen eligiera Endsleigh Gardens porque no estaba lejos del Three Arts Club, en Marylebone Road, club al que ella pertenecía. También pudiera ser que la señorita Hadlan fuera una amiga suya. Pero resulta muy extraño que no se alojara con miembros de su propia familia, o incluso con los parientes de Lewis que vivían en Camberwell. (Paddy tenía la firme sospecha de que su madre no se llevaba bien con la parentela de su padre, y que además el sentimiento era mutuo.) Cuando llegó la primavera, Paddy fue bautizado en el pueblo de Coldharbour, cerca de Dorking, en Surrey.

Æileen se daba cuenta de que cuanto más se quedara Inglaterra, más duro le resultaría luego volver a la India. Los primeros ataques de los zepelines sobre Yarmouth y King’s Lynn habían tenido lugar en enero de 1915, un mes antes de que naciera Paddy. En el mes de mayo, la misma ciudad de Londres sufrió ataques. Considerando el esfuerzo y la inversión que los alemanes habían hecho para desarrollar aquellas nuevas armas aéreas, hay que decir que los ataques no resultaban demasiado efectivos. Aun así, los zepelines causaban temor y ansiedad entre los habitantes, y el país no disponía de medios para combatir esta forma de ataque, que era nueva y terrible. En un principio, Æileen había planeado llevarse a los dos niños de vuelta a la India, pero cuando el Lusitania naufragó después de recibir un torpedo alemán, llegó a la conclusión de que los barcos de pasajeros ya no eran seguros. No podía arriesgarse a perder a sus dos hijos. En vez de embarcar con los dos, decidió regresar a Calcuta con Vanessa, dejando a su hijo varón en Inglaterra. Y así fue comoPaddy-Mike,queteníaapenasunaño,sequedóavivirenNorthamptonshire con George y Margaret Martin.

Incluso Paddy, que poseía una curiosidad prodigiosa, nunca preguntó a su madre cómo había llegado a conocer a los Martin. Según decía, jamás se le había ocurrido hacer la pregunta. De haberla hecho, puede que se hubiera desvanecido gran parte de ese halo dorado que cubría su infancia de niño desarraigado. El asunto sigue siendo un misterio, aunque quizás una de las claves fuera el nombre de soltera de la señora Martin. Antes de casarse, Margaret se llamaba Hadland y ese era también el apellido de Mary, la propietaria de la casa de Endsleigh Gardens en la que Paddy había nacido.

A medida que transcurrían los años y esta etapa de su vida se iba alejando y quedando en el pasado, los recuerdos que Paddy tenía de Weedon devinieron más idílicos, más verdes y campestres. Los Depósitos Reales de Artillería se esfumaron, al igual que los campos de entrenamiento y las tiendas, los pubs y el tráfico de la calle principal. Y lo que quedó fue «un entorno con graneros, almiares y cardenchas, lleno de matorrales, lomas onduladas y tierras aradas [...] y pasé esos años importantes, de los que se dice que son tan formativos, más o menos como el hijo pequeño asilvestrado de un agricultor. El poso que han dejado en mi memoria es de una felicidad pura y completa».5

La tristeza de Paddy al abandonar Weedon no fue de larga duración, pues Æileen se encargó de proporcionarle toda una sucesión de entretenimientos y excursiones para que su nuevo mundo le resultara lo más encantador posible. La diversión comprendía una visita a Rowe’s, la tienda de ropa infantil más de moda, que además estaba en Bond Street. En el establecimiento había un poni disecado y a los niños que se probaban pantalones de equitación se les pedía que montaran en él. Paddy salió del lugar cargado con varias cajas llenas de trajes nuevos. Se sentía muy satisfecho, pues entre ellos se incluía su propio vestido de marinero. El traje iba acompañado por la gorra facultativa y esta tenía una cinta con un bordado de letras doradas en el que se podía leer: HMS Indomitable.

Después de haber vivido en Weedon, el número 3 de Primrose Hill Studios, donde Æileen instaló a su familia, le pareció un lugar palaciego. Estaban tan cerca del zoológico que por las noches podía oír el rugido de los leones. La casa tenía dos pisos, se llegaba a ellos pasando antes por una puerta de entrada que semejaba la entrada de un claustro. Y la habitación de los niños estaba llena de juguetes procedentes de la India. Había elefantes y camellos de bronce con ruedas, figuras de arcilla pintada que representaban a maharajás y maharanís, mercaderes y tenderos, bailarines y músicos. El ilustrador Arthur Rackham era uno sus vecinos y Æileen consiguió que les pintara una de las puertas del piso principal. Dibujó un árbol enorme con Peter Pan durmiendo dentro de un nido de pájaros. Entre las raíces del árbol había grupos de ratones que estaban de fiesta, y que brindaban los unos con los otros utilizando bellotas como copas.

Paddy tenía unos seis años cuando vio por primera vez a su padre, que por aquel entonces había regresado a casa con un permiso. El niño suspiraba por pavonearse frente a aquel personaje de una altura inconcebible y aires remotos. Pero lo cierto es que Vanessa tenía mucho más para mostrar. Había aprendido a leer a la edad de cuatro años, en tanto que su hermano aún estaba batallando con las letras. Paddy se avergonzaba de ello y, para camuflar su poca destreza, memorizaba largos fragmentos de texto que más tarde pudieran ser recitados de memoria: un entrenamiento precoz que seguramente contribuyó a reforzar su extraordinaria memoria.

Desde el mismo instante en que consiguió dominar la lectura (una edición de las aventuras de Robin Hood fue la que desbloqueó el código) ya no hubo vuelta atrás. Muy pronto estuvo leyendo los libros de Kipling Puck en la colina de Pook y Prodigios y recompensas, y Los héroes, de Charles Kingsley, libro que sembró las semillas de su pasión por Grecia. «Mientras hubiera luz suficiente para leer, yo leía. Leía durante frenéticas vigilias seguidas por días en los que seguía leyendo, tendido en alfombras o en la hierba, en cobertizos o subido a los árboles. Días que terminaban con horas de sofocante lectura a la luz de la linterna y bajo las sábanas de la cama». Y de esta manera engulló La isla del tesoro, Secuestrado, Belleza Negra, Wet Magic, Cuentos basados en el teatro de Shakespeare, de Charles Lamb, Tres hombres en una barca y The Forest Lovers, de Maurice Hewlett, una romántica historia de amor llena de caballeros, damas y hechizos. Este apetito por los libros fue, en gran manera, alentado por Æileen, a la que también le agradaba leer en voz alta. Æileen era capaz de hablar con los muchos acentos distintos que poblaban los libros, muy en especial los de Dickens y Shakespeare. Dado que leía también para Vanessa, era inevitable que algunas de las lecturas tuvieran un nivel un poco más alto del que le hubiera correspondido a Paddy, pero el niño estaba más que deseoso de escucharlas. Y además era un cantante entusiasta. Æileen tocaba el piano y entretanto él buscaba, y luego elegía, algunas de las canciones tradicionales y de music-hall existentes en la enorme colección de partituras que había en la casa.

«El siguiente paso era convertirme en un propietario de libros —escribió Paddy—. Para minimizar la obsesión que entonces yo tenía por Scott, cada vez que llegaba mi cumpleaños, y también la Navidad, me regalaban cuatro novelas de Waverley, en la edición de bolsillo de la colección Collins. Y, desde la India, mi padre me mandaba suntuosos libros sobre animales y botánica. Llegaban envueltos en hojas de palma que la compañía Thacker & Spink, de Calcuta o de Shimla, había cosido con miles de puntadas».6

Æileen estaba firmemente convencida de que era importante tener un aspecto elegante y presentable. Ella vestía con chaquetas de vestir y faldas bien cortadas, y llevaba un monóculo colgando del extremo de una cinta negra que a Paddy le parecía muy chic. Æileen era, sin lugar a dudas, una esnob, y le encantaba darse tono mencionando apellidos de lustre. Creía que su familia era más noble y más romántica que la de los Fermor. Y algunas de estas pretensiones se contagiaron a Paddy. A Æileen siempre le pareció que la imaginación atrevida y libre de su hijo estaba de alguna manera asociada con sus propios genes angloirlandeses. Y siempre que Paddy se mostraba serio o taciturno, le decía: «Ahora eres igual que tu padre».

Pese a las horas que Paddy dedicaba a la lectura, vivir con él debió de haber sido como vivir con un cachorro muy bullicioso. Y no tiene nada de sorprendente que a menudo Æileen se enfadara y exasperara con él. Su hermana Vanessa opinaba que algunas veces los castigos que le imponía su madre eran innecesariamente severos. Pero lo que a Paddy le dolía de veras no era tanto la zurra propinada con el dorso de un cepillo, sino el hecho de que Æileen fuera capaz de mostrarse amorosa y encantadora en un momento dado, y a continuación ser gélida, fría e inaccesible. Podía darle la espalda e ignorar su existencia por completo, y no por poco rato, sino durante horas. Vanessa recordaba que algunas veces le había obligado a permanecer horas y horas sentado en la puerta de entrada con un babero colgado del cuello. Y eso con diez años ya cumplidos.

Pero, cualesquiera que fueran sus defectos, Æileen era, de lejos, el personaje más inspirador y divertido en la vida de Paddy. Escribía obras de teatro y solía fantasear con que algún día una de ellas llegaría a representarse en los escenarios, algo que jamás sucedió. Después de su muerte, Paddy echó un vistazo a algunas de estas obras y tuvo que admitir que «no eran gran cosa». Pero Æileen tenía una habilidad especial para convertir todas las cosas en algo divertido y memorable. Paddy la describía como «un pozo de desinformación, pero la clase de persona que conseguía hacerte sentir un interés especial por cualquier personaje».7 Por ejemplo, le explicó que María, reina de Escocia, tenía una piel tan blanca y un cuello tan delgado, que cuando bebía vino tinto, la gente aseguraba poder ver cómo el líquido descendía por su garganta.

Después de la guerra, los padres de Æileen abandonaron la India y se retiraron a Brighton, adonde en algunas ocasiones Æileen iba a verles acompañada por los niños. En cuanto a sus abuelos paternos, Paddy solo los vio una vez, cuando su padre les llevó a él y a Vanessa a comer con ellos al club del East India United Service. Æileen no asistió a esa comida. Ella y Lewis ya habían acordado llevar vidas más o menos separadas, aunque la pareja conservara las apariencias durante las escasas semanas que él tenía de permiso. Æileen nunca regresó a la India una vez acabada la Primera Guerra Mundial.

A principios de la década de 1920, Æileen había alquilado una rectoría en Dodford, una aldea pequeña situada en el fondo de un valle boscoso, a unos tres kilómetros al oeste de Weedon, el lugar donde Paddy había vivido con los Martin. El pueblo tenía una sola calle y un riachuelo ancho que discurría por uno de sus costados. La pequeña corriente moría en uno de los extremos del pueblo, y allí se ensanchaba formando un vado. En el otro extremo había un pub llamado The Swan, popularmente conocido como The Dirty Duck. Allí se alojaban los amigos que les visitaban, dado que la rectoría era muy pequeña. Hasta el año 1930, allí fue donde Æileen y sus hijos pasaron la mayoría de sus Navidades y vacaciones escolares. Æileen seguía manteniendo contacto con los Martin, así que Paddy debió de haberlos visto de vez en cuando. De hecho, recordaba haber ido al cine con Margaret; vieron Los cuatro jinetes del Apocalipsis, una película que se estrenó en 1921. Pero el embrujo se había roto y en el futuro ya no hubo más recuerdos de mamá y papá Martin.

Después de pasar unos cuantos trimestres en una escuela llamada Gordon Hall, situada justo al otro lado de Regent’s Park, frente a Primrose Hill, Paddy y Vanessa fueron enviados a un establecimiento llamado The Gables, en West Byfleet, en el condado de Surrey. Pese a su temprana afición por la lengua inglesa y la historia, Paddy no era un niño fácil de manejar. Una parte de él estaba deseosa de hacer bien las cosas y causar buena impresión en las personas, pero existía otra parte de él, siempre a punto de aflorar a la superficie, que le impulsaba a cometer diabluras. Unas diabluras que en pocos instantes daban al traste con todos los esfuerzos que había hecho por mostrarse obediente y dócil. En El tiempo de los regalos, se describió a él mismo de la siguiente manera: «Parecía un muchacho inofensivo [...] y mis modales tenían una desenvoltura placentera, todo lo cual me valía al principio unas opiniones sobre mí excelentes. Pero en cuanto empezaban a revelarse las influencias anteriores, aquellas efímeras virtudes debían de parecer un cruel barniz de Fauntleroy, adoptado con cinismo para enmascarar al desalmado personaje de Charles Addams que acechaba debajo».8

Su primera escuela de verdad fue St. Piran, un centro de educación primaria cercano a Maidenhead. Lewis Fermor lo eligió porque, a diferencia de la mayoría de los centros primarios de aquella época, otorgaba prioridad a las materias científicas. Sus alumnos solían después asistir a escuelas como las de Oundle y Haileybury, ambas famosas por ser canteras de las que salían científicos e ingenieros. Sin embargo, existía un problema. Contrariamente a lo que le sucedía a Lewis, a Paddy las ciencias no solo no le inspiraban el menor interés, sino que además estaba espectacularmente mal dotado para ellas. En St. Piran se sintió desgraciado. El Latín, la Historia y el Inglés, materias en las que él sobresalía, allí eran consideradas de escaso valor y, para colmo, Paddy detestaba participar en los juegos de equipo, que también se consideraban indispensables para la formación de los jóvenes ingleses. Más tarde, describió St. Piran como un lugar «lleno de campos de críquet y de cinturones de piel de serpiente que servían para zurrarnos». Muy en particular, llegó a odiar al mayor Bryant, el director de la escuela, «que nos pegaba bastante a menudo».9

Vale la pena mencionar un pequeño incidente sucedido durante sus días en St. Piran, porque ilustra hasta qué punto Paddy anhelaba cubrir con un halo de romanticismo a las personas. Algo que conseguía adjudicándoles una historia que de inmediato les confería un sutil glamour. En la escuela corrían rumores sobre Anthony West. El chico era uno de los escasos amigos que Paddy tenía y se decía que era un bastardo. Paddy no tenía la menor idea de que Anthony West fuera hijo ilegítimo de H. G. Wells y Rebecca West, pero la noticia le impresionó mucho. Su imaginación estaba coloreada por los dramas de Shakespeare y el mero hecho de que West fuera un bastardo lo colocaba, de modo automático, en la categoría de aquellos que casi con toda seguridad eran de sangre real.

El joven Fermor se metía en problemas constantemente. Era despistado y ruidoso, se pavoneaba y era respondón. Perdía sus enseres y cometía toda clase de transgresiones propias de escolares, unas transgresiones que el mayor Bryant elevaba a la categoría de pecados capitales. El director fracasó en sus intentos de imbuir un poco de disciplina en su alumno, pero le instiló una nueva y oscura vena de frustración y agresividad, y la convicción de que nunca podría hacer nada a derechas. Pasado un año, la paciencia del director de la escuela se agotó. Patrick cayó en desgracia y fue enviado a casa a comienzos de 1924.

Los informes de St. Piran referentes a la conducta de Paddy eran tan preocupantes que Lewis y Æileen decidieron consultar a un especialista. Acudieron primero al genial sir Henry Head, un médico que en un momento dado había atendido a Virginia Woolf. Sir Henry no debió de encontrar nada extraño en el chico, así que después de esta visita los Fermor buscaron una segunda opinión, la del doctor Crichton-Miller. El médico llevaba gruesos lentes y sus maneras eran mucho más secas que las de sir Henry, pero propuso una solución al problema: existía una escuela experimental para niños difíciles en Walsham Hall, Walsham-le-Willows, en el condado de Suffolk. Quizá Paddy se portaría mejor allí.

En la primavera de 1924 Lewis Fermor regresó a Europa con un permiso. La familia viajó a Suiza, a la estación de esquí de Zweisimmen, cerca de Gstaad, un lugar que Æileen y Lewis habían descubierto durante la primera etapa de su matrimonio. Allí se alojaban siempre en el hotel Terminus, donde había un buen número de visitantes ingleses, huéspedes regulares que disfrutaban no solo del esquí, sino también de los paseos en trineo y del patinaje sobre hielo. Al ser ya un poco mayor, Paddy descubrió que le gustaba más bajar por las pistas nevadas con los chicos del pueblo, cuyo deporte favorito —y temerario— era el salto con esquís. Nunca se trataba de saltos de una altura superior a un metro, pero durante su ejecución Paddy se mantenía en el aire durante unos cuantos gloriosos segundos, y el día en que ganó el segundo premio en una competición le embargó la alegría. El premio consistía en dos naranjas envueltas en un par de calcetines de esquí. Desde luego, Æileen no aprobaba a los chicos del pueblo, ni tampoco había ningún huésped del hotel Terminus que estuviera a la altura de sus estándares. La conducta y actitud de Æileen en el comedor y en las salas del hotel dependían de quién fuera su interlocutor. Podía responder con altivos monosílabos, o bien mostrarse charlatana y sociable, particularmente durante las veladas nocturnas, cuando ella y su camarilla se reunían para divertirse en fiestas y bailes de disfraces. Durante aquellos bailes, Paddy disfrutaba muy en particular del charlestón, que por aquel entonces —a mediados de la década de 1920— estaba en lo más alto de su efímera fama.

Después de pasar unos diez días allí, Æileen y Vanessa regresaron a Inglaterra porque Vanessa debía reincorporarse a su escuela de Malvern Abbey. Dado que el primer trimestre de Paddy en Walsham Hall no iba a comenzar hasta una semana más tarde, se quedó con su padre. Lewis iba a asistir a una conferencia de geólogos en Milán y su hijo le acompañaría.

Esta era la primera vez que Lewis y su hijo de nueve años estaban juntos y solos. Visitaron un montón de iglesias y galerías de arte. Y en Baveno, en la orilla occidental del lago Mayor, se alojaron en un hotel donde había una sala de música abandonada en la que Paddy se dedicó a armar un considerable estrépito con un órgano eléctrico.

Cuando se encontraban en el tren que les conducía de Baveno al lago Como, Lewis le mostró a Paddy el cuchillo que se acababa de comprar y le preguntó si sería capaz de pelar una manzana sin que se le rompiera la larga espiral de la monda. Paddy lo consiguió, pero al lanzar la monda a través de la ventana tiró también el cuchillo por accidente, algo que le provocó un ataque de hilaridad. Se puso a reír a carcajadas y estas fueron en aumento cuando se dio cuenta de lo molesto que estaba su padre. Lewis perdió la paciencia y el incidente finalizó con la expulsión de Paddy al vagón contiguo. El día era muy caluroso, Paddy intentó abrir la ventana y durante sus esfuerzos tiró de la manija de emergencia. Los resultados fueron dramáticos.

Padre e hijo hicieron una expedición a los montes Dolomitas, donde recogieron plantas y muestras geológicas. Ataviado con sus pantalones de golf y su chaqueta Norfolk, Lewis tenía una apariencia imponente. Pero su atuendo se complementaba con un accesorio que provocaba que su hijo se muriera de vergüenza. «Se trataba de una gorra semicircular, creo que su función original debía haber sido la de viajar por el Tíbet. Parecía una calabaza cortada por la mitad, confeccionada con pelaje animal, que tenía un pico y unas orejeras forradas de pelo que se unían en la parte superior de la cabeza formando un arco verdaderamente embarazoso (eso cuando no estaban atadas debajo de la barbilla, lo cual era mucho peor)».10 Lewis llevaba un vasculum colgado del hombro. Se trataba de un recipiente ovalado y plano de metal, recubierto de verdín, que pendía de una correa hecha con tejido trenzado. Allí guardaban, con gran cuidado, las flores que iban cogiendo (Lewis jamás viajaba sin sus prensadoras para flores). Y luego estaba el martillo de geólogo, que llevaba entremetido en su cinturón, y que usaba para romper fragmentos de rocas y observar su estratificación; o para extraer fósiles que observaba con su lente de bolsillo. La gran flecha que estaba grabada en el martillo significaba que era propiedad del gobierno. Lewis le contó a Paddy que solo los convictos o los miembros del cuerpo de funcionarios del Estado podían utilizar herramientas con este logo. A Paddy le incomodaba en grado sumo esa flecha, y siempre que podía le daba la vuelta al martillo dentro del cinturón, para que no estuviera visible. No quería que la gente pensara que su padre era un convicto. Lewis debió de disfrutar con la inteligencia y la curiosidad de su hijo pequeño, siempre y cuando no estuviera portándose mal. Fue una pena para ambos que nunca más volvieran a estar tan cerca el uno del otro.

La nueva escuela de Paddy, Walsham Hall, estaba dirigida por el mayor Faithfull (discretamente rebautizado como mayor Truthful [«Veraz»] en El tiempo de los regalos). Faithfull era un pionero en los territorios inexplorados de la educación. Su mirada mesiánica y las sacudidas que daba a su melena gris cumplían con todos los requisitos necesarios para el papel. Los miembros del profesorado, por su parte, eran bohemios: los hombres vestían peludas americanas de tweed y las mujeres llevaban cuentas de abalorios y faldas hechas a mano.

La extravagante treintena de niños que vivían en la escuela formaba un espectro variado. Su rango iba desde los que estaban emocionalmente perturbados hasta los que eran intratables por su conducta caprichosa. También había un puñado de niños que hoy habrían sido diagnosticados como disléxicos o dispráxicos. Tanto los niños como las niñas vestían con chalecos de color marrón y calzaban sandalias; ellos llevaban pantalones bombachos y ellas, faldas. Las lecciones se impartían de modo poco sistemático. Y en la escuela también se daba eso que Paddy describía como «muchas horas de permanecer tumbados haciendo libres asociaciones mientras el mayor Faithfull tomaba notas. Yo acostumbraba a inventarme toda clase de cosas en su honor».11 Lo más desconcertante de todo eran las danzas campestres y eurítmicas en las que tanto los miembros del profesorado como los alumnos participaban desnudos. «Ágil y seriamente, con el ritmo marcado por un piano y un fonógrafo, ejecutábamos velozmente las figuras de “recolectar guisantes”, la “ronda de Sellinger”, la “recogida de palos” y el “viejo topo”».12

Pese a lo estrafalario del lugar, Paddy disfrutó de Walsham Hall porque a los alumnos se les permitía más o menos hacer lo que se les antojaba. Armados con arcos y flechas hechos con troncos de frambuesos, y vestidos con capuchas de color verde, Paddy y su cuadrilla hacían de los bosques cercanos su particular Sherwood. Pero no todos los alumnos tenían tanto afecto a la escuela. Años más tarde, Deryck Winbolt-Lewis escribió a Paddy. En la carta le hablaba de la escuela de Walsham Hall, a la que calificó como «un establecimiento de locos». El recuerdo que tenía de Paddy era el de «un rebelde pero jamás un bravucón». La misiva continuaba diciendo: «En sustitución de los boy scouts, Faithfull había creado otra organización de chiflados llamada Woodcraft, y un verano hicimos una acampada en Ringwood, donde casi nos mataron de hambre. Recuerdo que con los otros niños nos dedicábamos a hacer agujeros en las bolsas de patatas fritas de las tiendas, y cuando íbamos a la playa nos comíamos los mejillones crudos que encontrábamos en las rocas. Las consecuencias eran notablemente desagradables».13

Walsham Hall, la única escuela que no expulsó a Paddy, era demasiado poco ortodoxa para perdurar. La misma Æileen nunca estuvo muy de acuerdo con sus métodos y puede que estuviera entre aquellos que querían que la escuela cerrara definitivamente sus puertas. Æileen había oído rumores. Se decía que el mayor Faithfull tenía por costumbre bañar a las chicas mayores y que luego él mismo se ocupaba de secarlas con la toalla.

Los Fermor se las arreglaron para persuadir al mayor Bryant de que el carácter de Paddy se había reformado, y de este modo consiguieron que fuera readmitido en St. Piran. Una vez allí, Paddy trató de conservar su ligero barniz de pequeño lord Fauntleroy, pero el esfuerzo era superior a sus fuerzas. No pasó mucho tiempo antes de que fuera expulsado por segunda vez, y en esta ocasión tuvo que hacer el humillante camino de regreso escoltado por un maestro. La decepción y el descorazonamiento de sus padres, sumados a su propia incapacidad para cumplir con lo que se esperaba de él, lo redujeron casi a la desesperación. Si se comparaba con los progresos académicos que había hecho su padre, su carrera escolar se podía considerar un fracaso sin paliativos.

Para entonces, Æileen y Lewis estaban contemplando el divorcio. A Lewis le hacía falta una mujer que fuera más pacífica y menos exigente de lo que Æileen sería jamás. Y a ella le era imposible vivir con un hombre que le prestaba tan poca atención. Ya era bastante malo que todas las energías de Lewis se concentraran en su trabajo, pero es que además Æileen tenía la sospecha de que él tenía una serie de informales historias amorosas en Calcuta. Así se lo decía a su madre en una carta que le mandó a Brighton.

[Lewis] me ha hecho los juramentos más solemnes que te puedas imaginar pero los ha roto todos alegremente. No tienes ni idea de lo calavera y golfo que ha resultado ser este hombre. Incluso a mí me sorprende, que creía conocerlo muy bien [...] hay una sola cosa que lamento, y es no haberlo abandonado de inmediato la primera vez que deseé hacerlo, algo que sucedió tres días después del día de mi boda. Es un hombre imposible.

Geoffrey Clarke ha vuelto a casa y me ha llevado a cenar y a bailar una o dos veces, lo que me ha salvado la vida. Estando en el Savoy la otra noche, nos encontramos con la que fue señora Strettell —ya sabes que se divorció y ahora se llama señora Dane— , y parecía estar muy bien, se la veía rejuvenecida y feliz.14

La mención a lo bien que estaba la señora Dane era, obviamente, una manera de preparar a su madre para lo peor. Lewis y Æileen se divorciaron en mayo de 1925.

El problema de la escolarización de Paddy se resolvió, finalmente, enviándole a un centro de instrucción en Downs Lodge, cerca de Sutton, en Surrey. El centro estaba dirigido por una pareja: Gilbert y Phyllis Scott-Malden. Ambos eran descendientes de una larga dinastía de maestros de la escuela preparatoria, y tomaban a su cargo a unos seis o siete chicos para ayudarles a preparar los exámenes de entrada a la secundaria. Paddy pasó un tiempo muy feliz allí, y la única carta que sobrevive de su infancia fue escrita desde Sutton. No está fechada, pero lo más probable es que tuviera entre once y doce años cuando la escribió, de ahí su ortografía.

Querida mamá. Espero que estés muy bien. Fuimos a la iglesia de Cheam, donde hubo un sermón estupendo predicado por el señor Berkeley, que siempre predica muy buenos sermones. Antes de ayer llegaron montones de muebles nuevos desde Windlesham. Son estupendos. Tenemos un viejo escritorio de roble estupendo, que está labrado, y es igual de viejo que aquel que usó Samuel Pepys para esconderse. También hay un increíble escritorio de los de persiana enrollada para el señor Malden. Y cuando enrollas la parte de arriba parece [¿suena?] como las montañas rusas de una feria. Por último, y lo mejor, hay un bonito armario antiguo, probablemente tan viejo como Jaime I. Tiene una estantería circular muy bonita que está sostenida por un pilar. En toda la parte frontal tiene una soga labrada. Hay dos cabezas de león de bronce en las puertas, y sirven para abrirlas. Los dos leones tienen unos anillos de bronce en las bocas. Los hemos bautizado pensando en sus dueños, uno es san Jerónimo y el otro se llama Androcles. Hay dos dragones labrados en lo alto del armario. Todo el conjunto se ve estupendo porque lo hemos pulido y ha quedado muy bien. Con cariño, Paddy. 15

En Downs Lodge, Paddy fue tan feliz como desdichado había sido en St. Piran. Los Scott-Malden lo acogieron e integraron en su vida familiar con candor y sencillez. Y se llevó bien con sus tres hijos, particularmente con David (en tiempos de guerra fue piloto y, finalmente, alcanzó el grado de vicemariscal de las Fuerzas Aéreas). Durante las veladas nocturnas de la casa, se celebraban muchas sesiones de lectura en voz alta y también representaciones. Y cuando llegó el verano los chicos construyeron una casa en un inmenso y viejo nogal. La casa tenía un techo de metal y, como ya estaban en el último trimestre del verano, a Paddy se le permitió dormir en ella.

También le permitieron que fuera en persecución de lo que él definía como su naciente manía religiosa. Los Scott-Malden no eran particularmente creyentes, pero Paddy —como se evidencia en la carta que se acaba de citar— tuvo una época en la que se sintió profundamente interesado por la religión. El catolicismo y la misa en latín ejercían un gran poder de atracción sobre él, al igual que lo hacían las velas y las campanas, el incienso y las estatuas religiosas de la tradición romana. Paddy nunca llegó a convertirse, pero en los documentos oficiales de antes de la guerra se identificaba como «C. R.» en la casilla de la religión. Después de esta época sus sentimientos religiosos parecieron declinar.

Paddy recordaba muy bien a los Scott-Malden, a los que calificaba como los dos mejores maestros de su vida. No le trataban como a un ignorante ni le ponían a prueba constantemente. En vez de eso, alimentaron y alentaron su entusiasmo por la religión, la historia, las lenguas, el dibujo y la poesía, al igual que su afición a la lectura. Con ellos trabajó asiduamente para mejorar su latín y su francés. Sin embargo, y eso resultó muy decepcionante, no se le permitió empezar con el griego, porque sus matemáticas aún eran muy malas. De hecho, su nivel de comprensión en esta materia era tan pobre que se vio obligado a presentarse al examen de secundaria un año más tarde de lo previsto, cuando ya había cumplido los catorce años. Pero lo aprobó.

Lewis Fermor aún conservaba la esperanza de que su hijo pudiera asistir a la escuela de Oundle, una perspectiva que a Paddy le parecía muy lúgubre. Por su parte Æileen aún seguía fantaseando con que ingresara en Eton o Winchester, algo que era absolutamente imposible. Con los resultados —más bien flojos— que había obtenido en su examen de acceso, ninguna escuela pública de primera fila tendría en cuenta su candidatura, a menos que existiera algún vínculo familiar muy fuerte. Y Lewis Fermor, a pesar de haber sido un chico académico, carecía de dichos contactos. En última instancia, sus padres decidieron mandarlo a la King’s School de Canterbury. En aquellos tiempos, la King’s no se consideraba una escuela particularmente distinguida, pero era la más antigua de Inglaterra y presumía de tener a Christopher Marlowe y Walter Pater entre sus antiguos alumnos. Además, estaba situada a la sombra de una antigua catedral en la que un santo había padecido martirio. En lo que concernía a Paddy, ninguna otra escuela podía mejorar semejantes credenciales.

Patrick Leigh Fermor

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