Читать книгу Tras la Noticia... - Arturo Guerra Arias - Страница 8
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De monja en monja
Oficina, marzo 1997
De hecho, me encontraba aburrido, arrutinado en mi trabajo. En los últimos cuatro meses no había estado haciendo otra cosa que cubrir información del congreso. La misma historia todos los días: Levantarte temprano, irte para allá, tratar de sacar tres o cuatro palabritas interesantes... No siempre es fácil salir de ahí con algún material enjundioso para los periódicos del día siguiente.
Entré a la oficina del jefe para ponerme a sus órdenes:
– Buenos días, señor Bonilla, me comentó Goyo que usted quería... ¡Ah!, perdón, no sabía que estaba con una llamada.
Esperé pacientemente... Por fin, se dirigió a mí:
– Sí, Chuy, mira, resulta que la monja esta, Teresa de Calcuta, está en la ciudad para visitar una de esas sus casas, donde se dedican a dar de comer a los pordioseros y a atender a los enfermos de sida. De arriba nos piden un pequeño reportaje. Así que será bueno que mañana te des una vuelta y le hagas alguna pregunta. Llévate la grabadora. Tú sabes, ella está de moda, y cualquier noticia sobre esta monja no le vendrá mal a nuestra edición de pasado mañana. Así que, ¡manos a la obra!, ve preparando la pregunta que le vas a formular. En cuanto a mañana, no te preocupes del congreso. Total, por un día que no vayas, no se va a caer la nación.
– Es cierto, incluso si dejo de ir unos seis meses podría ser hasta saludable.
– ¡No, hombre, Chuy! Tampoco es para tanto.
Al día siguiente, temprano, con mi cámara de fotos, mi pluma, mi cuaderno y mi grabadora, me fui a buscar a la viejecita en cuestión. Yo que provengo más bien de una tradición que nada tiene que ver con monaguillos, sacristías ni vinos de misa... Es cierto que mi mamá me bautizó a pesar de que mi padre se oponía... Pero, bueno, el caso es que pronto iba a hablar con esta monjita y debía sacarle algo interesante. Al prepararme no olvidé la vieja recomendación de uno de mis profesores de la carrera: Nos insistía en que las preguntas de una entrevista nunca debían estar formuladas de manera que la respuesta fuera un simple monosílabo como sí o como no. Estacioné el coche y entré en aquella casa. Afuera había una larga cola de mendigos esperando no sé qué. La verdad nunca había visto tantos vagabundos juntos. Entré por la puerta principal y no tardé mucho en encontrar a Teresa de Calcuta; su cara me sonaba... No sé... De alguna foto quizá... Me la encontré en cuclillas con una cosa en la mano, un raro instrumento típico de viejitas usado para repetir muchas veces una oración. “Lo que es no tener nada que hacer” –me dije para mis adentros–.
Aprovechando que estaba sola me acerqué, le comenté que yo era periodista, que pretendía hacerle una breve entrevista y que, si a ella no le importaba, la grabaría. Aceptó. Sólo me pidió que le permitiera tres minutos para acabar su oración. Cuando terminó, lancé la cuestión:
– Señora Teresa, a lo largo de la historia la Iglesia Católica ha ido acumulando grandes cotas de poder. ¿Qué busca la Iglesia Católica? En una época tan pluralista, tolerante y democrática como la nuestra, ¿sigue teniendo sentido una organización como la Iglesia?
La monjita me miró, sin desdibujarse ni un momento de su rostro una extraña sonrisa. Y me respondió:
– Ven y ve... Si pudieras ver al padre Kolbe... Yo creo que él es una respuesta.
Enseguida una de sus monjas se acercó para explicarle algo en un idioma extraño que supuse era el bengalí o alguno de esos dialectos de la India, ya que sus facciones la delataban. Luego Teresa me miró y se disculpó:
– Me vas a perdonar, pero uno de nuestros moribundos está a punto de irse al cielo.
¡Vaya forma de decir que el moribundo se moría! Y la monja se me fue... Después de todo, el único permiso que yo había solicitado era el de una entrevista breve; y ella había cumplido, aunque a su manera...
En ese momento no entendí nada. Era la primera vez que escuchaba la palabra Colbe. Luego, investigando un poco, me daría cuenta de que Colbe se escribía con K.
La verdad sea dicha, esta monjita picó mi curiosidad periodística. Ése sí que es uno de mis grandes defectos: Soy demasiado curioso. Para mis profesores en la universidad era el indicio más seguro de la existencia de una clara vocación periodística.
Así que me propuse llegar hasta el fondo de la lacónica respuesta monjil...
Esa tarde me fui a las oficinas del periódico y solicité al Departamento de Documentación que me averiguara datos sobre un supuesto Colbe. Me dieron una noticia del 13 de julio de 1995 donde se citaban las declaraciones de un diputado estatal que se oponía a una ley sobre las licencias de manejar para menores de 18 años. Concluí que posiblemente no se refería a este Colbe la monjita. Fue entonces cuando se me ocurrió ir a una librería religiosa. Ahí había una monja, otra monja más vieja que la que entrevisté esa mañana. Le expresé:
– Disculpe, vengo buscando algún libro que hable de un tal Colbe.
– ¿Cómo, mijito? ¡Habla un poco más fuerte porque estoy medio sorda!
– ¡Que si tiene algo sobre Colbe!
– ¿Dices Colbe, hijo?
– ¡Sí!
– ¡Ah! ¿Te refieres al padre Kolbe?
– Pues sí, será...
– ¡Pero si es santo de mi devoción, hijo mío!
Ella se sabía todo. Me recomendó tres libros y de paso me regañó:
– Pero, ¿cómo que no sabes quién fue, con lo famoso que es? Tú... ¿qué eres?
– Soy periodista, licenciado en ciencias de la información.
– ¡Santo Dios!, estos periodistas de hoy en día qué mal informados están sobre la Iglesia. Precisamente, hijo, el padre Kolbe fue, entre otras cosas, periodista; tenía su periódico de gran tiraje; fíjate nomás... Tú, sé buen periodista, infórmate bien... Mira que no saber quién es el padre Kolbe, mijito...
Mientras le escuchaba me acordé de la broma de un profesor que nos decía que si los médicos estuvieran formados como lo están los periodistas, el índice de defunciones aumentaría notablemente... Pero, bueno, tampoco hay que generalizar.
Por fin terminó su sermón la monja. Compré los tres libros y mientras pagaba, le pedí de favor que me relatara a grandes rasgos la vida de este hombre. Amablemente accedió...
– Vamos a ver, ¿por dónde empezamos?... Mira, el padre Kolbe, de nombre Raymundo, nació en 1893, un 27 de diciembre, en Zdunska-Wola, una población polaca, hijo. A los 16 años, tras sentir el llamado de Dios, entró en la orden de los franciscanos conventuales, adoptando el nombre de Maximiliano María. Dos años después viajó a Roma para continuar sus estudios. En 1917 fundó la Milicia de la Inmaculada, que era una asociación pía que buscaba la conversión de los pecadores a través de la devoción a la Virgen María (fíjate que llegó a contar con varios millones de miembros). Así como lo oyes, hijo. En 1918 fue ordenado sacerdote y al año siguiente era ya doctor en filosofía y teología por la Universidad Gregoriana. Desde joven, pobrecito, el padre Kolbe contrajo una tuberculosis que arrastró toda la vida. Su primer trabajo como sacerdote fue la enseñanza y luego la predicación, pero su mala salud complicaba las cosas. Al final de 1921 llegó a Cracovia para lanzar un periódico mariano que sirviera de punto de unión para todos los miembros de su Milicia (acuérdate que te dije que fue periodista). A sus colaboradores les decía:“No escriban nada que no pueda firmar la Virgen María”. (¿A que no te vendría mal seguir este consejo, mijito?). ¿Y sabes qué nombre le puso al periódico? Pues, El Caballero de la Inmaculada. El presupuesto era más bien escaso, 16 páginas, papel barato... Contaba con el permiso de sus superiores pero la financiación y el riesgo de quiebra debían correr por cuenta suya... Luego, hijo...
Al ver que lo de a grandes rasgos no se lo tomó muy en serio y que además comenzaba a ponerme medio nervioso con tanto hijo, mijito, tuve que interrumpir a la monjita:
– Perdone, la verdad, suena interesante pero por desgracia tengo un poco de prisa y debo partir...
– Bueno, mijito, tú te lo pierdes. Ni modo. De todas maneras podrás verlo con más calma en uno de los libros que te llevas. Ve con Dios.
– Gracias por todo.
Aquella noche, al volver a casa, después de organizar el material de la entrevista de la mañana, empecé a leer el libro de Kolbe que me vendió la monja...
Resulta que de aquella publicación, imprimió cinco mil ejemplares del primer número y los distribuyó por las casas... La acogida fue aceptable. Recibió algunos donativos... En un momento apurado, después de celebrar la misa, encontró una bolsa sobre el altar con una nota: “Para mi querida mamá la Inmaculada” (obsequio de algún parroquiano generoso y anónimo). Así pudo solventar los gastos más urgentes. En el interior de la caja que usaba para las dádivas pegó la imagen de Cottolengo, uno de sus santos preferidos y que había sido un religioso fundador cuya orden, por norma, carecía de cuentas de banco (como una expresión de querer vivir de la generosidad de los demás, al día).
Los impresores absorbían la mayor parte de su presupuesto. Un buen día, un sacerdote americano le regaló cien dólares. Con ello pudo comprar una rotativa manual a unas monjas que habían dejado de utilizarla. Y un 8 de diciembre le donaron una máquina de composición.
Como el taller crecía, se suscitaron nuevos problemas logísticos. Sus superiores, entonces, decidieron enviar a Kolbe y sus máquinas a Grodno, un pueblo situado a 600 kilómetros de Cracovia. Partió con dos compañeros franciscanos.Ya en Grodno, para las salidas del convento los frailes contaban con un abrigo y un par de zapatos para los tres. En casa, andaban descalzos. Pagaban una pensión y colaboraban en la atención a la parroquia franciscana de esa zona... La tirada de la revista aumentó. En poco tiempo, de cinco mil pasó a 60 mil. Y la multiplicación no se estancó ahí...
Con insistencia me venían a la mente las palabras de Teresa de Calcuta: “Ven y ve, si pudieras ver al padre Kolbe”... Uno de mis profesores, cuando explicaba la técnica del reportaje, nos recalcaba que fabricarlo en oficina era poco menos que imposible, que había que salir...
A la mañana siguiente, tenía ya una determinación: Debía ver al señor Kolbe, a como diera lugar. Para algo me había hecho periodista.