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Prólogo

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Mauricio De Vengoechea

Presidente IAPC

(Asociación Internacional de Consultores Políticos)

Durante años vivimos convencidos de que el mundo había cambiado y el cambio se había producido en las postrimerías del siglo XX y los inicios del XXI, siglo en el que hoy vivimos. Entonces, como consultores que somos, muchos de nosotros nos dimos a la tarea de interpretar lo que estaba ocurriendo para hacer caer en cuenta a nuestros clientes, los políticos, acerca de la necesidad de adoptar una nueva forma de comunicarse con ciudadanos y electores, ya que la era de la comunicación unilateral había terminado y estábamos entrando en un nuevo modelo de comunicación política. Lo explicábamos asegurando que los avances de la tecnología nos obligaban a dejar de utilizar la comunicación de uno a muchos, para entrar en una etapa nueva en la que todos pasábamos a ser receptores y emisores al mismo tiempo, por lo que debíamos comenzar a comunicarnos en una nueva lógica de muchos a muchos.

Sin embargo, ocurrió algo inesperado que al principio no dejaba de sorprendernos. Cuando concluíamos que el cambio se había producido en un período determinado e inamovible de tiempo, nos percatamos de que seguían apareciendo cambios y cambios cada vez más dinámicos y de manera cada vez más activa, lo que nos llevó a pensar, como si se tratara de algo mágico, que la realidad podría llegar a superar a la imaginación. Lo que realmente estaba ahí sucediendo frente a nosotros era que el desarrollo vertiginoso de la tecnología dinamizaba los acontecimientos de modo mucho más rápido de lo que pensábamos. Ya nada podría detenerse porque había comenzado la “era de la actualización permanente” donde los cambios se producen no cada cierto tiempo, sino en forma permanente y en tiempo real.

No hay duda de que, en épocas pasadas, en las que existía la unilateralidad comunicacional y los medios tenían el control absoluto de la información y la comunicación, todo era más fácil. El sujeto emisor, con la ayuda de sus aliados, los medios de comunicación masiva, controlaba el manejo del mensaje. Los demás éramos todos simples espectadores pasivos y nuestro único control era el control remoto, con el cual cambiábamos de canal o de estación cada vez que queríamos desentendernos de aquello de lo que intentaban persuadirnos.

La aparición de internet, en el último cuarto del siglo pasado, revolucionó por completo la comunicación en general y la comunicación política en particular. Desde el momento en que tuvimos acceso a internet, comenzamos a convertirnos en sujetos activos y emisores de la comunicación, y la política dio un vuelco de ciento ochenta grados, ya que nos empoderó a todos los ciudadanos.

En la comunicación política moderna, mientras tengamos acceso a internet, todos somos actores con capacidades similares. Desde el gobernante, el candidato, el periodista hasta el ciudadano del común, todos absolutamente todos podemos llegar a tener influencia. Algo que ahora ocurre porque el poder de persuadir, de influir y hasta de movilizar ya no se opera de manera exclusiva a través de las cadenas masivas de radio y televisión y mucho menos de los editoriales de los periódicos o diarios que, en alguna época, pusieron y quitaron presidentes. Hoy lo que importa ya no son los medios, sino el contenido.

Cómo olvidar la emoción que nos produjo la aparición del email y el ya no tener que salir a comprar estampillas de correo para enviar una carta. Bastaba con abrir una cuenta de correo electrónico para enviar y recibir mensajes de trabajo o comunicarnos con nuestros amigos y conocidos de manera casi inmediata.

Hoy el correo electrónico, que fue una de las primeras novedades, podría estar en vía de extinción y desaparecer, así como desaparecieron AOL, Yupi y Terra, sitios que lo ofrecían. Solo pensemos que algunas universidades están eliminando la comunicación con sus estudiantes vía este mecanismo porque han preferido crear sus propias plataformas o porque lo reemplazaron por sistemas de mensajería donde los estudiantes acceden a diario desde sus computadoras portátiles, tabletas o teléfonos inteligentes. Lo que ocurrió desde entonces es una verdadera avalancha de cambios y transformaciones, muchas de las cuales utilizamos a diario y otras no terminamos de entender por completo.

Apareció Bill Gates y el sistema operativo Windows de su empresa Microsoft, con la visión empresarial agresiva de pretender monopolizar el mercado global, intentando que su producto se instalara en todas las computadoras del planeta. Lo verdaderamente increíble es que estuvo a punto de lograrlo, a no ser por la aparición gratuita de Linux y el open source.

También apareció Google, el buscador por excelencia que nos ahorró tiempo y dinero en el acceso a la información. Hoy Google dejó de ser un simple buscador y se ha convertido en el mayor banco de datos existente. Google trabaja para poner internet gratuito en el planeta (lo que acabaría para siempre con las compañías telefónicas); y por tratarse de una de las empresas más avanzadas en investigación de inteligencia artificial, ya domina el uso de sistemas programáticos de segmentación y colocación publicitaria. De hecho, y los invito a comprobarlo, Google es un gran predictor de resultados electorales a través de las búsquedas que hacen los ciudadanos de los candidatos en las últimas semanas de contienda, allí donde hay elecciones.

Con Google llegó Wikipedia, un sistema colaborativo de conocimiento y almacenamiento de información que envió las enciclopedias a dormir el sueño de los justos o, en el mejor de los casos, a decorar las bibliotecas de nuestros abuelos. Irrumpió igualmente YouTube, otro buscador que responde a nuestras preguntas con ejemplos audiovisuales sobre cualquier duda que tengamos y que, al mismo tiempo, se convirtió en nuestro propio canal de televisión, ya que nos permite compartir allí en forma gratuita nuestros propios contenidos audiovisuales grabados desde nuestros teléfonos móviles, sin tener que acudir para ello a un estudio o canal de televisión.

Luego vinieron las redes sociales, que potenciaron de manera geométrica la capacidad de intercomunicación entre personas del común. Facebook, cuando todavía ensayaba su modelo de negocio, nos distraía adquiriendo granjas virtuales en las que acumulábamos ganado, ovejas, tractores, hortalizas y cercas virtuales. Hoy no solo es un gran negocio que posee y maneja los datos de millones y millones de personas, sino que si Facebook fuese un país, competiría en población con India y China. Facebook, al igual que Google, además de ser un gran banco de datos, es un potente desarrollador de inteligencia artificial y realidad virtual.

Twitter se convirtió rápidamente en la red de la política. Allí los políticos del mundo entero nos comparten sus agendas, sus mensajes y hasta sus rabietas, y nosotros tenemos la capacidad de seguirlos, aplaudirlos o criticarlos. Twitter, que en un momento estuvo mal económicamente, hoy tiene tanto poder e incidencia en la política que el expresidente de Estados Unidos Donald Trump utilizaba esta red para gobernar y para atacar a sus adversarios al mismo tiempo. En esto último, no solo montó una guerra frontal contra medios como CNN, el New York Times y otros, sino que se convirtió en promotor de noticias falsas (fake news) que sus fanáticos se creían, al punto tal que Twitter decidió suspender su cuenta.

El presidente Nayib Bukele de El Salvador es el primer mandatario que hace su campaña completamente a través de las redes; el expresidente Álvaro Uribe de Colombia postea entre quince y veinticinco trinos diarios desde las 4 am, hora en que se despierta, hasta las 7 am, cuando intenta calmarse de nuevo; y el presidente Luis Abinader de República Dominicana realizó en el período de transición todos los nombramientos de miembros de su gabinete de gobierno mediante lo que se conoció como los “decretuits”.

Muchas otras redes han aparecido y desaparecido simplemente porque no lograron instalarse como hubiesen querido, al menos no para ser tenidas en cuenta en el quehacer de la política de hoy; y a reserva de que surjan nuevas redes que aún no conocemos los atractivos e innovaciones que traigan consigo, la comunicación política moderna se mueve hoy a través de Facebook, Instagram, Twitter y, más recientemente, TikTok, que es la red que conecta mejor con el sector joven de la población.

Ahora bien, si alguien llegó en medio de tantos cambios para revolucionar las comunicaciones por completo y democratizarlas, ese fue Steve Jobs, quien a través de una plataforma portable estéticamente bien diseñada, integró y puso a nuestro alcance en un solo lugar una cámara de fotografía y una de video de alta resolución, uno o varios canales de radio y televisión, una computadora, los buscadores de internet y la capacidad de publicar nuestro propio contenido en un blog, acceso a miles y miles de aplicaciones que nos ofrecen todo tipo de herramientas –desde juegos hasta estudios de edición visual y audiovisual, algunos de alta resolución–, todas la redes sociales como plataformas de comunicación que podemos utilizar, potentes sistemas de mensajería, acceso a los canales de noticias del mundo entero en el mismo momento en que estas suceden, los movimientos de las bolsas de valores y la posibilidad de invertir en ellas, el manejo de nuestras propias cuentas bancarias y nuestras tarjetas de débito y crédito, miles de ofertas y oportunidades de negocios que se interconectan con tan solo pulsar un par de veces, la capacidad de comprar y vender lo que se nos ocurra y una potente nube de almacenamiento a la que podemos acceder en cualquier momento y lugar, desde nuestros teléfonos inteligentes, siempre y cuando tengamos acceso a wifi. En fin, todo lo que necesitamos para simplificar nuestras vidas y la de los demás, en una sola plataforma. Quizás sea por ello por lo que algunos hablan de tres manzanas que simbolizan la creación, evolución y transformación del mundo: la de Adán y Eva, la de Newton y la de Steve Jobs.

Ahora bien, para resumir cómo todos estos cambios han influido e influyen en nuestro negocio, basta traer a colación dos ejemplos: la primera campaña de Barack Obama en Estados Unidos, que nos demostró que con un buen contenido, el uso de todas estas nuevas plataformas y herramientas puede generar un valor agregado inconmensurable a nuestro trabajo si las sabemos utilizar para persuadir voluntarios y electores; y la campaña de Donald Trump, la cual nos enseñó también que todas estas plataformas y herramientas sirven para atacar y enfrentar despiadadamente a los contrarios, a la hora de querer quedarnos con el terreno de la contienda y dominar plenamente el espacio de la política. La campaña de Trump, con la acumulación y utilización de datos de los electores, analizados y segmentados por uno o varios algoritmos, logró meterse en sus vidas más allá de lo que jamás imaginamos.

El ejemplo de Cambridge Analytica nos demostró con sangre hasta dónde se puede llegar. Es a partir de ese momento cuando las campañas políticas comenzaron a utilizar todo lo que ya sabían acerca de nosotros, los electores, para manipularnos: quiénes somos, qué hacemos, cuándo lo hacemos, cuáles son nuestros hábitos y nuestros gustos, dónde los adquirimos, cómo los cultivamos y con quiénes los compartimos, cuánto estamos dispuestos a ofrecer por ellos y a través de qué mecanismo de pago los adquirimos. Qué leemos, con qué frecuencia y cuáles son nuestras preferencias ideológicas y políticas, y a partir de allí, comenzaron a segmentarnos y a seguirnos (podríamos quizás decir a perseguirnos) de tal manera que hoy nos sentimos espiados en todo momento. Hoy algoritmos perfectamente moldeados nos microsegmentan, nos georreferencian, estemos donde estemos, y nos llenan de contenidos digitales para convencernos acerca de que tal o cual candidato es quien mejor refleja o simboliza lo que ya pensamos, sabemos y creemos, y es que cuando hablamos de big data, ya no hablamos de algo que vendrá en el futuro porque simplemente ya está ahí presente en nuestras vidas y lo seguirá estando de manera cada vez más presente, potente y precisa en los años venideros.

Lo más reciente, la aparición de los NFT o respuesta digital a piezas únicas de colección, nos ilustra acerca de cómo los cambios son cada día más inexplicables. Para quienes no hayan escuchado hablar aún de ellos, se trata de adquirir piezas únicas de colección en el mundo digital, mediante “tokens no fungibles”, que es el significado de NFT (según sus siglas en inglés). Suena extraño, pero hoy podemos llegar a convertirnos en propietarios de una pieza digital única sin que jamás recibamos el original de la pieza por la que estamos pagando. Christies, la famosa casa de subastas, vendió una obra de Mike Winkelmann, artista mejor conocido como Beeple, por 69 millones de dólares. El artista retuvo los derechos de autor de su trabajo para así poder continuar produciendo y vendiendo copias de este, pero el comprador del NFT por ese valor posee un token que prueba que él es el propietario de una obra “original” que quizás nunca vaya a observar en persona. El fundador de Twitter, Jack Dorsey, vendió su primer tuit por 2,9 millones de dólares, y aunque esté publicado en su cuenta y podamos verlo quienes lo busquemos en su cuenta, la persona que pagó por el tuit es hoy el propietario digital de este.

¿Qué nos espera entonces a los consultores políticos, que durante años nos acostumbramos a realizar nuestro trabajo siguiendo las enseñanzas de Joseph Napolitan, el padre de la consultoría política moderna, cuando en una sola frase simplificó maravillosamente lo que hacemos diciendo: “Defina qué va a decir, defina cómo lo va a decir y dígalo”.

En la humilde opinión de alguien que se ha dedicado durante cuarenta años a hacer más política que marketing a través de la consultoría, ya no se trata de la especialización y lo que podría venir más temprano que tarde, es la desnaturalización de las campañas. De ser así, los estrategas terminaremos siendo desplazados por la inteligencia artificial; la investigación, por la observación, acumulación y análisis algorítmico de millones de datos en big data; la segmentación de audiencias será reemplazada por la nanosegmentación, que habrá de llevarnos a la comunicación y repetición de mensajes ya no a grupos o segmentos de electores, sino directamente a individuos mediante sistemas completamente automatizados, y quizás los robots terminen siendo nuestros próximos clientes. Los electores votarán por ellos sin tener que desplazarse a los centros de votación para ejercer su derecho, sino que lo harán poniendo su huella o el iris de sus ojos en sus teléfonos celulares u pidiéndole a Alexa o Siri que se encarguen de ello.

¿Suena utópico? Basta con que recordemos que ya en Japón las autoridades electorales permitieron la participación de Michihito Matsuda, un robot que se presentó como candidato a la alcaldía de un distrito en Tokio con la promesa de combatir la corrupción y obtuvo 4013 votos, colocándose como el tercer candidato más votado en esa contienda.

Así pues, queridos colegas de ASACOP, a quienes agradezco la amable invitación para escribir el prólogo de este interesante libro en el que distinguidos colegas y amigos profundizan sobre diferentes tópicos de nuestra profesión, sin ánimo alguno de ser alarmista ni futurólogo, les digo que o intentamos entender lo que ocurre y nos adaptamos a este mundo de cambios constantes o quedaremos como muchos rezagados en un camino que ya no tiene vuelta atrás.

Mayo de 2021

El cambio después del cambio

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