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El centro político en el imaginario social
ОглавлениеRicardo Rouvier*
No es sencillo definir “centro” en el horizonte político. Con una visión topográfica, resulta accesible señalar que el centro es lo que está “entre” los extremos. Si los términos se mantienen como una abstracción propia del lenguaje académico, resulta posible mencionarlo y señalarlo a través del lenguaje. El problema se presenta en la pragmática política, cuando cualquier profesional u organización política apela o debe apelar a tal localización para explicitar su posicionamiento. En este sentido, lo que se observa primero es la negatividad hacia los polos. El centro político es lo que no es. Esta paradoja tiene consecuencias en el desempeño del escenario del espacio público y constituye, generalmente, un verdadero desafío para los especialistas en comunicación política, por esa situación vacilante entre dos posturas definidas.
En el caso de las campañas electorales, la identificación de la categoría no tiene más remedio que referenciarse en los otros, ratificando un posicionamiento que lo ubique entre los polos extremos: uno más preocupado por la libertad, tradicionalmente defendido por la derecha; y el otro que pone el acento en la equidad, tradicionalmente planteado por la izquierda.
Dentro de la caracterización de centro, quedan comprendidos partidos políticos, dirigentes e ideologías que aparecen, en teoría, como un intermedio en una polaridad que fuera inaugurada por la Revolución francesa. Obviamente depende del contexto de una realidad que tiene su historicidad y que influye fuertemente en la constitución, identidad y dinámica de las fuerzas políticas. Hay momentos en que las sociedades atraviesan procesos de polarización que borronean las posiciones centristas. Un predominio de lo agonal en la dinámica política nacional genera la bipolaridad y la desaparición de posiciones más matizadas. En cambio, en un escenario más diverso, se intercalan posiciones más afinadas para el observador y como oferta política a la sociedad. Surgen denominaciones como “centroderecha” o “centroizquierda”, considerando que existen segmentos dentro del universo electoral que responden a esas tonalidades o semitonos. En nuestro caso, hay que agregar un condimento coyuntural preocupante: la presencia del “odio” como una característica del debate político; sobre todo ese sentimiento se muestra obscenamente en la comunicación que se vehiculiza por las redes.
Cuando se habla de contexto la referencia, son factores externos los que intervienen, de manera directa o indirecta, en la sociedad política. Hay países con mayor experiencia política, pero esto es independiente del grado de politización. “Este es un país politizado pero sin cultura política”, decía Juan Domingo Perón en 1973. Además, el escenario argentino o latinoamericano ofrece diferencias locales y regionales que contrastan con la distancia de una topografía de derechas, centro e izquierdas que se da en Europa. Desde ultramar provenían no solo la importación de productos terminados, sino también el ingreso de modos de pensar y de enseñar, cuyo resultado fue un mix entre lo extranjero dominante y la propia particularidad nacional que, muchas veces, se abría paso a través del conflicto. El radicalismo y después el peronismo fueron ejemplos del conflicto de la presión del contexto respecto a la construcción local de lo político. Fue su reacción nacional a lo establecido.
Cuando concluyó la Segunda Guerra Mundial, se abrió la expectativa de una tercera guerra y también se abrió una nueva perspectiva para buena parte del mundo occidental, un cambio del estilo de vida, que expandió las democracias y el entusiasmo por la recuperación económica, que incluyeron cambios en las costumbres y hábitos sociales. Se dejaron atrás los autoritarismos que se habían construido en el centro de Europa y habían dejado un saldo dramático en cuanto a la pérdida de vidas humanas y destrucción material. A pesar de haber terminado los autoritarismos de Alemania, Italia y Japón, se mantuvo por unos años el dominio de Stalin en la Unión Soviética y el triunfo de Franco en la guerra civil española, con un millón de muertos. Se iniciaría una larga dictadura, como fue la franquista, y hasta finales de la década de 1980 la Unión Soviética iba a continuar con su hegemonía en muchos países del centro de Europa. La Revolución china ya había ocurrido en 1949. Esto muestra un escenario dentro del contexto donde concurren factores estructurales y superestructurales, de acuerdo a la metáfora marxiana, que combinaban su influencia en la construcción de políticas públicas. En los procesos tardíos de modernización del siglo XIX de América Latina y el Caribe, que incluían también la consolidación de un Estado nacional con su realidad territorial, social y cultural, se generó una realidad de política interna con características especiales que la alejaban de la institucionalidad europea y luego estadounidense. Por el contrario, las luchas, guerras civiles se llamaron en nuestra historia, privilegiaron lo agonal sobre lo arquitectónico. En general, lo ideológico se agotaba en una posición binaria, como fue la lucha contra lo extranjero amenazante y las grietas que internamente se generaron.
Es decir que en la historia argentina no se encuentra con facilidad el despliegue de una topografía completa del horizonte ideológico. Sí se puede advertir que avanzado el siglo XX aparecen los procesos vinculados al comienzo de la industrialización y el incipiente nacimiento de la sociedad de consumo, la nueva sociedad de clases y la conformación de una estructura política que incluía la experiencia nacional como el radicalismo y luego el peronismo. En este punto no se puede dejar de mencionar a la incidencia política de la estructura agroexportadora de principios del siglo XX, articulada con Reino Unido, que era la potencia del momento y con la cual Argentina mantenía estrechas relaciones comerciales. En aquel momento el país era el “granero del mundo” y luego, con la transformación de la economía mundial en su tercera revolución industrial, siguió siendo imaginariamente “el granero del mundo”. La evolución del mundo capitalista generó el nacimiento de una meritocracia que estimuló lo aspiracional. Y lo aspiracional en la Argentina, en la posguerra, fue expresado para las mayorías por el peronismo. Hay varios trabajos académicos que muestran la gran incidencia que tuvo la clase media como soporte del peronismo, y desmitifican aquello que se creía que reposaba solamente en la clase obrera.
Tradicionalmente, el radicalismo expresó el ascenso social de la clase media a principios del siglo XX y que se convirtió en una expresión centrista. Pero a lo largo de su historia política, albergó tanto a una centroizquierda como a una centroderecha; por ejemplo, se puede mencionar al yrigoyenismo de raíz federal y, por lo tanto, nacionalista y más relacionado con la modernización urbana, y, por el otro lado, al alvearismo como expresión de la centroderecha urbana en alianza con el sector agroexportador.
Las sociedades son sistemas de representación y, sobre el escenario público, aparecen diversos imaginarios en juego que compiten entre sí para imponer sus deseos. En su desarrollo, prueban la adecuación e inadecuación entre lo imaginario de la dirigencia política y los imaginarios de la sociedad civil. Cuando se habla de imaginario, se está aludiendo a algo creado o inventado, ya se trate de un relato, de una versión sociohistórica o de una ficción que incide en el tablero político. El sentido, tanto en lo imaginado como en su construcción simbólica, tiene como motor el deseo, individual o colectivo. El deseo de tener o mantener la democracia, la distribución de recursos, la sanción a la conducta desviada, o el deseo de interrumpir la democracia, de la caída de un gobierno, de la guerra o la ética social, etc.
Desde la cuestión del poder, lo imaginario presenta una doble faceta ambivalente: por una parte puede ser instrumento de lo instituido, buscando su legitimación, y por otra, contrariamente, puede movilizar la energía social para impulsar la transformación de la realidad, provocar el cambio.
La democracia fundada en la pluralidad concita la imaginación que surge de la lucha política, en donde la política profesional trata de incitar la construcción de consensos que posibiliten acceder o mantener el poder. Históricamente, la Argentina ha sido atravesada por los imaginarios radicales como civilización versus barbarie; el imaginario federal, con la plena autonomía de las provincias, y por el imaginario peronismo versus antiperonismo. Es oportuno recordar que explícitamente interviene en el concepto el propio Juan José Sebreli, quien publicó su conocido ensayo Los deseos imaginarios del peronismo en 1983, en los albores de la recuperación de la democracia, y que consideraba que la base del imaginario peronista estaba en el nacionalismo europeo, incluyendo el nazismo y el fascismo.
El peronismo, desde entonces, gestionó la mayoría del tiempo como gobierno o como el principal opositor. Por lo tanto, entre los hechos, los mitos y los deseos del justicialismo, se inscribió gran parte de la vigencia del movimiento. Si bien la evolución medida estadísticamente con los principales indicadores de desarrollo económico y social señalan inequívocamente una significativa declinación económica y social del país, esta involución no ha impedido que el peronismo siguiera representando los deseos de una porción importante de la población.
La Argentina es una sociedad abierta, a diferencia de otras sociedades de la región que poseen una matriz cultural de mayor densidad institucional, de mayor historicidad y con una fuerte impronta cultural. Esta comparación fue expresada por la talentosa pluma de Octavio Paz en la siguiente frase: “Los mexicanos descienden de los aztecas; los peruanos, de los incas, y los argentinos, de los barcos”. Las nacionalidades que conviven en la región no ofrecen la misma apertura ante el mundo como la argentina. El mundo estaba en los barcos, predominantemente de raíz europea, y arribó una diversidad étnica que pobló estas pampas, pero sobre todo las ciudades. Todo el aporte inmigratorio a la formación de la Argentina moderna constituye una raíz poderosa que fue base para la configuración política. El socialismo, el marxismo, el anarquismo fueron ideologías de importación; como también lo fue el nacionalismo de raíz católica con notorios reflejos del nacionalismo alemán o italiano entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial. En ese punto, el radicalismo hasta el golpe de 1930 fue representante mayoritario de las clases medias y también por el voto moderado entre una derecha oligárquica de base rural y las izquierdas internacionalistas.
Aún hoy, o mejor dicho en mayor proporción hoy, los cambios que ocurren en los países centrales rápidamente llegan, sobre todo a través de la facilidad de una sociológica ancha avenida como es la clase media. La diferencia es que habiéndose asentado el peronismo, este opera como un filtro respecto a las influencias del exterior. Este filtro ha sido o es más eficiente o no según circunstancias locales e internacionales. Pero el peronismo históricamente siempre ha estado muy atento a los cambios mundiales, mientras la otra fuerza, el radicalismo, opera hoy como una fuerza local y su presencia en la Internacional Socialista a la que está afiliada es puramente formal.
En los dinámicos procesos de adaptación a los cambios que se producen, sobre todo en los países centrales de Occidente, hay transformaciones que están ocurriendo a alta velocidad y que involucran no solamente la tecnología y su aplicación a la producción y al consumo, sino también los cambios en las costumbres y hábitos sociales en la relación de la sociedad con la política y el Estado. Dichos cambios generan la caída de las tradicionales formas de representación que son suplantadas por otras. La pérdida del prestigio de las instituciones que ocurre en buena parte del mundo también ha ocurrido en Argentina, a lo que se suma lo que las propias coyunturas aportan en lo económico, en lo político y en lo social. Hay una devaluación del prestigio en las principales instituciones y, por supuesto, en los imaginarios que les dan sentido: la Iglesia, la Justicia, la educación, la familia, la política, el poder; todas atraviesan una crisis de fe. Hay un punto en común y es la autoridad que se ve debilitada y que ha perdido legitimidad al mismo tiempo, paradójicamente, que se expande la democracia y la libertad de costumbres en el mundo.
El carácter extensivo del progreso y de sus inconvenientes va incidiendo en el impulso al cambio en el planeta, transformando ideas y prácticas en obsoletas, muchas veces, por falta de capacidad adaptativa o de velocidad de absorción. En la sociología clásica esto se distinguía en los términos de la bipolaridad modernidad/tradicionalidad, en la cual se juzga negativamente a los escenarios políticos dominados por dos fuerzas contrapuestas y que carecen de ofertas políticas de centro. Se considera que la dinámica política de esas sociedades se simplifica en sus ideologías y se establecen contradicciones fuertes en su evolución.
Desde al acuerdo de Yalta hasta la caída de la Unión Soviética en 1991, el mundo vivió bajo la amenaza de una nueva guerra mundial. Las posiciones políticas centristas más independientes habían manifestado su distancia sobre ambos polos. Sin embargo, en buena parte de los países que incluían partidos que manifestaban ser de centro, había una mayor proximidad con Occidente que con el bloque socialista, es decir, se ubicaban más en la centroderecha.
En lo político, el centro aparece como intento de superación de la dicotomía política, propugnada por los teóricos del autoritarismo de derecha o de izquierda. Muchas veces provocado por el temor de los extremos (pueden ser políticos o pueden ser religiosos) y las posiciones maximalistas que recuerdan al jacobinismo de la Revolución francesa o los partidos nazifascistas. Los países que no han atravesado por la bipolaridad, y en los que existía alternativas de mediación entre los polos políticos, presentan un vínculo entre el Estado y la sociedad más armónico y el debate democrático y las diferencias pueden circular por las instituciones republicanas.
Si bien en Argentina es muy difícil ubicar un centro político por la direccionalidad transversal del peronismo que incluye a lo que en otros países serían sectores moderados, también fueron sectores moderados los que se alinearon a la oposición del peronismo desde su origen institucional. Es decir que la lucha política planteó muchas veces un escenario de oposición cerrada. Aunque la oposición intentó desde la muerte de Perón, el 1 de julio de 1974, superar al peronismo, se lo impedía su propia fragmentación. Y, en ocasiones, la fragmentación del peronismo posibilitaba la llegada de una oposición al gobierno, pero esa llegada era en condiciones de legitimidad acotada.
El centrismo es habitualmente criticado por carecer de ideas fuerza, salvo en situación de crisis, en que la armonía y la negociación deban imponerse. Se lo critica también, como ya fue mencionado, por fundamentar sus posiciones respecto de los otros. No parte de un dogma sobre la sociedad y el Estado, como ocurre con el liberalismo o socialismo, sino que surge de la lucha política y se refuerza cuando este conflicto se encrespa. Se critica también su neutralidad debido a que se apoya en las propuestas de ambos costados. El problema es que normalmente el centrismo se abstiene, pero no propone, ya que comúnmente las propuestas que parten del centrismo puro terminan orientadas hacia la izquierda o la derecha. Incluso se puede percibir esta posición neutra como escasa de información, que sirve para no tomar una opinión incorrecta; sin embargo, esto no significa que abstenerse sea la decisión correcta.
También se ha criticado a las organizaciones políticas que se definen como centristas, pero como una forma de optimismo y de especulación electoral, ya que se trata de capturar votos por derecha y por izquierda. En esto se inscriben los partidos que capturan todo (catch-all party o big tent). Es frecuente que algunos partidos de centro, junto con la retórica ambigua, incluso usen discursividad transversal.
Los imaginarios que rodean al centro apuntan a una posición ideal de la racionalidad política, una comprensión global del horizonte de relación de fuerzas y la “inteligencia” de la ubicuidad.