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La crisis de las ideologías

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Es muy difícil distinguir el final y el principio de una centuria apelando exclusivamente a la referencia cronológica (mucho más si la vida humana es amenazada por un agente biológico). Es posible que el siglo XX haya terminado antes o es posible que algunas de sus creaciones y consecuencias sobrevivan algún tiempo después del 2000. Sin embargo, lo que sí se observa fuertemente son los importantes cambios producidos en la subjetividad colectiva y en las superestructuras del hacer y el pensar. Y uno de esos cambios es el agotamiento de los grandes relatos y las utopías que fueron los contenidos de los imaginarios sociales protagónicos durante siglo pasado. El falangismo, el fascismo, el nazismo, el socialismo, el liberalismo fueron las más importantes construcciones de ideologías políticas que nacieron o alcanzaron su apogeo en dicho período y que, en su mayoría, no lograron sobrevivir, salvo el liberalismo, que entró en crisis y encontró posteriormente una alternativa de continuidad en el neoliberalismo. No obstante, tampoco se puede decir que esta ideología pudo realizarse en toda su pretensión filosófica. El individuo no disolvió el Estado, asoman regulaciones frente a las crisis recurrentes y proliferan las formas de control social en el mundo.

Otros imaginarios que no han sido resueltos se mantienen o han resurgido, como, por ejemplo, la ancestral dicotomía entre la autonomía y la heteronomía, la brecha social y cultural, la violencia entre los Estados y la violencia en la vida cotidiana, la amenaza entre las naciones, el terrorismo, la desigualdad, la inmigración, etc. Y, por otro lado, hay otros importantes acontecimientos que ocurrieron entre la mitad del siglo XX y la actualidad, como la afirmación y expansión del régimen capitalista, la caída del socialismo real, la globalización, la crisis de las ideologías, la puesta en cuestión del sujeto histórico, junto con una revolución en las costumbres sociales, la caída del autoritarismo, el ensanchamiento de la libertad, la multiculturalidad, la revolución en las comunicaciones, etc. Estas innovaciones y estos cambios que afectaron las relaciones sociales marcan la brecha entre un tiempo y otro. Aquel fue un mundo destacadamente bipolar, signado por la guerra fría, pero en el cual se fundó la multiculturalidad. Hoy hay un mundo más plural con sociedades segmentadas según sus estilos de vida, deshaciendo la homogeneidad de intereses de los segmentos sociales.

En la modernidad, se asumía que las ideologías tenían un sentido finalista y lineal que cumplir, se introducía un sentido y una tendencia a la historia encaminados hacia un promisorio porvenir, tiempo en el que, supuestamente, se resolverían en forma plena las contradicciones sociales o se superaría la imperfección histórica. Esta lógica de la futuridad impregna como eje vertebrador a la filosofía de la historia que caracteriza a los diferentes movimientos ideológicos del siglo XIX y buena parte del XX. En la transición de aquel período a este, la incertidumbre inundó la realidad, deificó la coyuntura en detrimento de la estructura y privilegió el pragmatismo sobre lo doctrinario.

El cambio institucional se reflejó, también, en el cambio de la importancia de las instituciones, entre las cuales está el Estado, que no desapareció como se creía. Por el contrario, el revisionismo teórico indicó que el rol del Estado es central en la consolidación del neoliberalismo como ideología dominante. Desde este punto de vista, se reforzó al papel asistencial del Estado, hoy ponderado por la lucha contra la pandemia de covid-19.

La unidad empresa surgió con mayor protagonismo como el paradigma económico central del sistema productivo, el empoderamiento de la gran empresa con visión global y con facturaciones superiores a varios presupuestos provinciales generó un desborde de lo privado sobre lo público que estimuló muchos atravesamientos: el marketing comercial reconvertido como marketing político, la publicidad como comunicación política y el reposicionamiento de grandes empresarios a la actividad política. Además, esa alianza obligada entre Estado y empresa ha generado sistemas de prebendas y corrupción que hoy se extienden por el mundo.

Hay una crisis de las ideologías que muchos analistas dan como una de las características de la posmodernidad. El estado de crisis no supone su desaparición, su no existencia, pero sí supone un cambio de dinámica de las ideas en una sociedad; esa dinámica se funda en la velocidad en el cambio de pensamientos de la dirigencia política. Hoy hay fuerzas políticas de centroderecha o de centroizquierda que, en función de gobierno o de oposición, toman propuestas de la otra fuerza rival. Esto se produce sin que esté precedida por una autocrítica o un debate público de asunción de parte de la oferta del otro. También, el debilitamiento de los paradigmas y de los principios ideológicos produce un surgimiento y fortalecimiento de la pragmática. Los gobiernos responden a los problemas que tienen y muchas veces, para buscar una solución, apelan a herramientas que en mayores oportunidades han utilizado los adversarios. La sociedad líquida que popularizó Zygmunt Bauman (2015) se extiende a las cosmovisiones que intentan explicar a las comunidades modernas. Hay una declinación de los dogmas como construcción comprensiva y explicativa sobre las sociedades actuales. En su defecto, hay un ablandamiento de las estructuras de pensamiento, y quedan en los extremos del horizonte político ideas que intentan imponerse a la realidad.

De la década de 1990 al nuevo siglo en la región y en el país, la crisis de las ideologías se expresó en cambios abruptos en poco más de una década. En los 90 hubo un fuerte pensamiento dominante que privilegiaba el imaginario sobre el mercado respecto al Estado, y el texto que sobresalió como cartilla de acción fue el Consenso de Washington; al fracasar, fue contrarrestado por la reaparición de formas del nacionalismo y populismo, como el chavismo, la revolución ciudadana ecuatoriana, la experiencia boliviana y el kirchnerismo como fuerzas de centroizquierda en tensión con el régimen político-institucional. El kirchnerismo, que con su profusa dialéctica permanentemente asignaba la presencia del “enemigo” y la justificación de la lucha, deja poco o ningún lugar para una posición de centro. De algún modo, el movimiento liderado por Néstor Kirchner repitió el esquema del conflicto de los 70 con su saldo trágico como si aquella confrontación tuviera vigencia.

Es interesante señalar que desde el primer gobierno kirchnerista hubo gestos pragmáticos, pero estos quedaban subsumidos detrás del imaginario ideológico. Esta configuración ideológica nunca se completó como propuesta, ya que nunca el kirchnerismo señaló qué tipo de sociedad quería construir, sino que la definía por lo negativo: menos desigualdad, menos pobres, menos mercado. Pero sí era ideológica por la focalización y ordenamiento del enemigo. En realidad, era el “enemigo” como blanco quien lo dotaba de ideología. Como ejemplo se citan el conflicto de la 125 como la lucha contra la oligarquía y la interpelación constante al Grupo Clarín desde la pluralidad de voces. Estos movimientos populistas despiertan varias expectativas e imaginarios que apuntaban a recuperar conflictos ocurridos en décadas anteriores o vinculados a momentos anteriores de la lucha política; esto se observa principalmente en el kirchnerismo, el chavismo, la revolución ciudadana de Ecuador y el MAS boliviano, que generaron la restauración del imaginario setentista, de lucha antiimperialista y del proyecto de construcción de un socialismo nacional.

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