Читать книгу El Criterio - Balmes Jaime Luciano - Страница 19
CAPÍTULO V
§ IV
ОглавлениеLos sanos de cuerpo y enfermos de espíritu
Los que tratan del buen uso de los sentidos suelen advertir que es preciso cuidar de que alguna indisposicion no afecte á los órganos, y así se nos comuniquen sensaciones capaces de engañarnos, esto es sin duda muy prudente, pero no tan útil como se cree. Los enfermos raras veces se dedican á estudios serios, y así sus equivocaciones son de poca trascendencia; ademas que ellos mismos, ó sus allegados, bien pronto notan la alteracion del órgano, con lo cual se previene oportunamente el error. Los que necesitan reglas son los que estando sanos de cuerpo no lo estan de espíritu, y que preocupados de un pensamiento ponen á su disposicion y servicio todos sus sentidos, haciéndoles percibir, quizas con la mayor buena fe, todo lo que conviene al apoyo del sistema excogitado. ¿Qué no descubrirá en los cuerpos celestes el astrónomo que maneja el telescopio, no con ánimo reposado y ajeno de parcialidad, sino con vivo deseo de probar una asercion aventurada con sobrada lijereza? ¿Qué no verá con el microscopio el naturalista que se halle en disposicion semejante?
A propósito he dicho que estos errores podian padecerse quizas con la mayor buena fe; porque sucede muy á menudo que el hombre se engaña primero á sí mismo, ántes de engañar á los otros. Dominado por su opinion favorita, ansioso de encontrar pruebas para sacar la verdadera, examina los objetos no para saber sino para vencer; y así acontece que halla en ellos todo lo que quiere. Muchas veces los sentidos no le dicen nada de lo que él pretende; pero le ofrecen algo de semejante: «esto es, exclama alborozado, hélo aquí, es lo mismo que yo sospechaba;» y cuando se levanta en su espíritu alguna duda, procura sofocarla, achácala á poca fe en su incontrastable doctrina, se esfuerza en satisfacerse á sí mismo, cerrando los ojos á la luz para poder engañar á los otros sin verse precisado á mentir.
Basta haber estudiado el corazon del hombre para conocer que estas escenas no son raras; y que jugamos con nosotros mismos de una manera lastimosa. ¿Necesitamos una conviccion? pues de un modo ú otro trabajamos en formárnosla; al principio la tarea es costosa, pero al fin viene el hábito á robustecer lo débil, se allega el orgullo para no permitir retroceso, y el que comenzó luchando contra sí mismo con un engaño que no se le ocultaba del todo, acaba por ser realmente engañado, y se entrega á su parecer con obstinacion incorregible.