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LA PRESENTE EDICIÓN

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La presente edición ha sido realizada con el propósito de ofrecer un material de trabajo riguroso y que ponga al lector en condiciones de hacer todos los esfuerzos que demanda una filosofía tan exigente y difícil como la de Spinoza. Por ello he reducido al mínimo el número de notas al texto, pues enterrar bajo una avalancha de explicaciones la escritura de un filósofo no arroja excesiva luz sobre sus ideas; la arroja, para bien o para mal, sobre las del editor. La mayor parte de las mías dan cuenta de las elecciones de traducción hechas para verter algún término o algún giro peculiares de la escritura spinozana.

Las que sí he conservado han sido las pocas que el propio autor ha puesto a la larga cadena deductiva en que consiste la Ética; todas ellas aparecen encabezadas por la sigla N. B. También he incorporado las variantes más significativas introducidas por el traductor (o los traductores, según el caso) del texto latino al neerlandés. Las encabezo con la sigla NS, y todas ellas pertenecen a la primera edición holandesa del texto (De Nagelate Schriften van B. de S. Als Zekedunst, Staatkunde, Verbetering van’t Verstand, Brieven en Antwoorden. Uit verscheide Talen in de Nederlandsche gebracht. Gedrukt in ‘t Jaar 1677). En algunos casos, muy pocos, se trata de añadidos posiblemente debidos al propio Spinoza; en otros, la inmensa mayoría, de perífrasis con que el traductor (Glazemaker), o traductores (algunos miembros del ya mentado «círculo» de Spinoza; depende del estrato redaccional del libro), tratan de explicar el pensamiento de aquel. Por lo demás, la edición latina de la que he traducido el texto, y que el presente volumen reproduce, es la ya clásica de Carl Gebhardt, Spinoza Opera, C. Winter, Heidelberg, 1925, 4 vols. (la Ethica ocupa las páginas 43 a 308 del segundo de ellos). Se trata del mejor texto disponible hasta el momento, a la espera de la nueva edición crítica, de inminente aparición en las Presses universitaires de France (PUF) como parte de las Obras completas de Spinoza editadas y traducidas bajo la dirección de Pierre-François Moreau.

Lo que quizás requiere alguna explicación son los anexos con que he completado la presente versión y que se encuentran en la parte final del volumen.

Como primer anexo ofrezco la traducción de una pieza importante para la reconstrucción de la historia de nuestro libro, pero sobre todo para esclarecer la génesis del llamado spinozismo. Se trata de la denuncia que redacta Niels Stensen el 4 de septiembre de 1677 y con la que acompaña la entrega al Santo Oficio en Roma, a finales de ese mismo mes, de un manuscrito de la Ética36, sin nombre de autor y bajo el engañoso título de Tractatus theologiae. Descubierto por Leen Spruit y Pina Totaro en 201037 en los archivos del Vaticano —donde ha estado enterrado durante más de tres siglos, aunque quizás alguien prefiera decir que ha permanecido custodiado tras esos muros durante todo ese tiempo—, dicho manuscrito es el único texto existente de la Ética anterior a la publicación (ya corregida y anotada por sus editores) de las Opera posthuma y los Nagelate Schriften. Según consta en una anotación hecha por un oficial de la Inquisición, Stensen, haciendo gala de un celo de converso poco sorprendente38, entrega esta primera versión de la Ética a finales de septiembre de 1677, después de haber recibido el texto, ese mismo verano, siempre en Roma, de manos de un «extranjero luterano» muy apto, según él mismo informa, para convertirse al catolicismo39. Lo deposita antes de viajar a Hannover, y lo hace con la intención de que la Ética sea incluida en el Índice de libros prohibidos tan pronto como sea posible. Así se hará en 1678.

El texto de la acusación ofrecido aquí como primer anexo —conservado en un fascículo de inquietante título: Libri prohibiti circa la nuova filosofia dello Spinoza— es relevante por varias razones. En primer lugar, por el trato que su autor ha tenido con Spinoza entre 1661 y 1663 y con algunos amigos y conocidos del filósofo40. El escrito se debe, pues, a alguien que no es del todo extraño a su entorno más personal, lo cual muestra que la filosofía desarrollada en la Ética ha sido tan extemporánea como para suscitar este tipo de reacciones incluso entre gentes que, de un modo u otro, le son o le han sido cercanas. O, dicho de otra manera, que la inactualidad de un sistema entraña siempre para su autor, de modo necesario, un peligro no solo de incomprensión, sino también, de forma directa y despiadada, de acoso y de denuncia. En segundo lugar, por lo que indica el lenguaje en que está redactada la acusación: la filosofía de Spinoza, la difusión sin más de las ideas, es concebida por la Iglesia católica y sus paladines como una suerte de contagiosa enfermedad cuya difusión debe ser detenida a toda costa. Y, claro, la experiencia demuestra sobradamente que la institución más efectiva para neutralizar este tipo de venenos es, ha sido desde su fundación y apoteosis, la Inquisición. Por último, y de manera decisiva, por la información que nos proporciona sobre el destino que sigue cumpliendo la filosofía de Spinoza a pocos meses de su muerte. La denuncia, en efecto, se apoya sobre un tosco resumen de aquella filosofía en el que se insiste sobre su vinculación con la llamada nueva ciencia, sobre su necesitarismo, su sistemática negación del carácter trascendente y personal de Dios y su fundamentación de cierto amoralismo que se prolonga espontáneamente sobre una concepción de la política en verdad inaceptable para almas tan pías como las de Stensen y sus correligionarios. Sobre todo señala, de una manera muy significativa, los países en los que, como no podía ser de otro modo dado su rechazo de la modalidad católica del cristianismo, más se está propagando la ponzoña del spinozismo o más posibilidades tiene de subvertir los buenos usos morales e intelectuales por los que vela la Iglesia de Roma: Holanda e Inglaterra. La filosofía de Spinoza, así, sería la amalgama de los elementos más peligrosos para el orden cuyo mantenimiento produce los desvelos de la institución ante la que es denunciada: un racionalismo absoluto que se vincula inmediatamente, con total naturalidad, con un materialismo de corte hedonista, o con lo que Stensen entiende por tal. Pues este servicial adalid de la ortodoxia no deja de señalar, por si pudiera caber alguna duda, que «los fundamentos de todo su mal son la presunción del entendimiento propio y el deseo de placeres sensuales». Ninguna estrategia nueva, pues, en la ya vieja lucha de la apologética católica contra el llamado libertinismo, el cual ha tardado muy poco en transformarse, en ser percibido como spinozismo. Lo nuevo, en efecto, no son las formas del combate; lo nuevo es la asignación de un nombre propio a todo lo que presente un cierto aire de familia con aquella corriente de pensamiento. Es por esto por lo que considero este documento como un elemento muy valioso también para reconstruir y por tanto entender los procesos, en verdad complejos, en cuya virtud una doctrina filosófica llega a abanderar transformaciones intelectuales que terminan por proyectarse sobre el ámbito de lo político. Transformaciones que, en el caso del spinozismo, comenzarán tímidamente a cristalizar ya bien entrado el siglo XVIII, al hilo del auge de la única clase históricamente revolucionaria, la burguesía, y de la consolidación de sus correspondientes proyectos de organización política, esencial y combativamente ajenos a toda forma de teología política tanto en la teoría como en la práctica.

El segundo anexo, sobre los vocablos con que Spinoza nombra los afectos, se debe a una constatación que podrá introducir al estudio de alguno de los envites a los que hace frente en la Ética. Aunque Spinoza hace suyo el proyecto que Descartes diseña para poder tratar científicamente las pasiones41, evitando con cuidado toda explicación de lo fisiológico o extenso que recurriese a elementos propios de otro ámbito o atributo, no deja de ser cierto que el propio Descartes traiciona enseguida su propio programa, debido especialmente a su manera de pensar la unión de cuerpo y alma (cuyo tratamiento es necesario para abordar con rigor filosófico las pasiones, pese a que, según Spinoza, el francés las aborda proponiendo una «hipótesis más oculta que toda cualidad oculta») y, sobre todo, concediendo una función de primer orden a la voluntad, a su supuesto imperio sobre lo corporal y, por tanto, sobre lo afectivo, auténtica y definitiva aberración teórica y práctica si lo consideramos desde los principios del spinozismo. Por mucho que haya adoptado el punto de partida asignado por Descartes para su estudio, por mucho que haya asumido sus premisas por lo que hace a la fisiología y a la importancia de un conocimiento previo de la estructura del cuerpo humano42, los caminos que Spinoza recorre cuando se ocupa de los afectos le llevan a definiciones y, por tanto, a conclusiones del todo ajenas a las del autor de Las pasiones del alma. Dicho de otra manera, el tratamiento spinozano de los afectos, situándose en el terreno demarcado por Descartes, se revela en su desarrollo y resultados como perfectamente extraño al del francés.

Este segundo anexo se debe a que sabemos con total seguridad que la edición que Spinoza ha manejado de Las pasiones del alma es su traducción latina, firmada por Henry Desmarets43 y publicada en Ámsterdam en 1650. La importancia de esta constatación no es menor, pues no solo nos muestra que Desmarets, poniéndolas en latín, ha otorgado un largo porvenir a las distinciones, las elecciones y los giros teóricos realizados por Descartes; nos revela sobre todo —si paramos la atención sobre las coincidencias nominales— que es en esta versión donde Spinoza ha encontrado el léxico que utiliza para escribir las partes tercera, cuarta y quinta de su Ética, así como las páginas de sus otras obras en que se ocupa de las pasiones. Así, lo más historiográfica y filosóficamente significativo, y en no poca medida determinante del destino del spinozismo durante al menos dos siglos, son las operaciones que nuestro autor realiza sobre ese léxico; esto es, las redefiniciones, las modificaciones, los desplazamientos que lleva a cabo en él y, consiguientemente, sobre las implicaciones —teóricas, pero sobre todo prácticas— que ello acarrea. La obra de Descartes se muestra de este modo como un instrumento de trabajo del que Spinoza se ha servido, muy precisamente, y por extraño o incluso paradójico que pueda parecer, para presentar una enmienda radical a las posiciones del primero y para reforzar la crítica de los principios que las sustentan.

Tal es la razón por la que he estimado necesario traducir los términos con que los designa teniendo a la vista las dos ediciones, francesa y latina, de Las pasiones del alma. Haciéndolo, he sabido que la versión castellana que propongo se podía alejar de la significación habitual, común, de algunos términos. No obstante, he creído que solo de esta manera se podía dar una traducción cabalmente spinozana de la parte de la Ética que concierne a los afectos, pues nuestro filósofo es consciente, así lo escribe a menudo, de los equívocos que de forma necesaria produce el hecho de que, normalmente, «los nombres de los afectos se refieren más a su uso que a la naturaleza de estos»44. Spinoza no se llama a engaño; sabe que «estos nombres significan otra cosa según su uso común», añadiendo que su «intención no es la de explicar los significados de las palabras, sino la naturaleza de las cosas, e indicarla con aquellos vocablos cuya significación según su uso no se aparte por completo de la que yo quiero atribuirle»45. Subraya de este modo que, para cumplir su propósito de deducirlos y analizarlos en su realidad material y efectiva, no le ha quedado más remedio que afrontar el riesgo que acarrea todo alejamiento del empleo cotidiano de las palabras. Empleo habitual, o sea, no específicamente filosófico, que levantaría demasiado la cabeza en el tratado de Descartes y que sería en parte responsable, y a la vez indicio, de sus debilidades teóricas.

Los nombres a los que se refiere aquí Spinoza son, como podrá comprobarse mirando la tabla de este, los que Descartes pone en circulación y Desmarets difunde ampliamente, para todo un continente y para toda una época. Por ello, dicha tabla será útil para determinar con rigor la distancia que separa las definiciones y análisis spinozanos de los de Descartes, lo cual podrá confirmar la idea de que la potencia de un sistema filosófico se mide y verifica en las polémicas en que se construye.

El esfuerzo léxico de Spinoza, así pues, ha sido más que considerable. Y solo manteniendo en castellano las torsiones del vocabulario afectivo de nuestro autor he creído ser fiel a la letra y al espíritu de la Ética. Por eso he considerado oportuno no evitar la extrañeza que ello, en una u otra ocasión, provocará en el lector actual de habla y de cultura filosófica hispánica, predominantemente fenomenológica y por tanto de filiación cartesiana o cartesianizante. Puede que dicha extrañeza no sea del todo distinta de la que provocó también en el lector culto pero no spinozista (o sea, inmensamente mayoritario) de finales del siglo XVII debido a los extemporáneos (por anticartesianos en el sentido más arriba apuntado) análisis que desarrolla Spinoza y, sobre todo, por las no menos intempestivas (por no menos anticartesianas en aquel mismo sentido) conclusiones a que conducen. De esta manera, confío en que no sea irrelevante poner a disposición del lector una herramienta que sirva para constatar casi a simple vista qué afectos son desechados en un caso y en otro46.

Como tercer anexo ofrezco el listado de algunos de los textos conservados en la biblioteca personal del filósofo. En el siglo XVII el acceso material a los libros es difícil; muchas veces no es fácil encontrarlos, las autoridades pueden prohibir, secuestrar o hacer quemar las ediciones, y, sobre todo, el precio de los que llegan a ser estampados es elevado. Podría decirse que constituyen un bien escaso y peligroso; esto es, de lujo. Por eso es significativo conocer el repertorio de los libros adquiridos y conservados en las bibliotecas particulares de los filósofos, pues se hace difícil creer que su posesión no se deba a un interés de carácter teórico. Esto, desde luego, no quiere decir que hayan leído todos y cada uno de los que las componen, que solo hayan leído los que se encuentran en ellas, ni tampoco que hayan utilizado de la misma manera o con igual interés y atención todos y cada uno de esos títulos. Tomado en general, el repertorio de los libros que forman una biblioteca ha de ser considerado como parte de la «cultura pasiva»47 de su posesor.

Lo que quiero decir con esto es que dicha noticia nos informa sobre algunos de los hábitos de lectura y estudio de quienes los han poseído; nos pone al corriente de las influencias y rechazos —de las declaraciones de amistad y enemistad teóricas— que han determinado ciertos pasos, giros e inflexiones en la construcción de su sistema. Nos orienta, en definitiva, sobre alguna parte del suelo desbrozado, cultivado y organizado —o aprovechado— para elevar sobre él un sistema filosófico. El listado de los títulos de la biblioteca de Spinoza nos da noticia sobre todo de algo que no carecerá de interés para el lector de una traducción española de la Ética

Esa biblioteca presenta una peculiaridad que puede ofrecernos una perspectiva, si no nueva, al menos todavía sugerente; se trata de la importante presencia en ella de textos escritos en la que sin duda fue su lengua de cultura, el castellano, y de textos pertenecientes al universo político e intelectual que nunca dejó de ejercer sobre él una poderosa fascinación, pese a haber expulsado de su seno sin contemplaciones a sus antepasados. En este respecto, es significativa la presencia en ella de libros escritos en lenguas que no conoce, o que no domina del todo, pero traducidos a la nuestra. O, de manera aún más decisiva, la presencia de un solo diccionario unilingüe (el Tesoro de la lengua castellana o española, de Cobarruvias), por lo que no sería descabellado pensar que el castellano ha sido para nuestro autor una clave de la que se ha servido para descifrar las lenguas que no conocía o no dominaba del todo48. Podría sostenerse incluso, una vez conocido tal repertorio, así como algún episodio de su biografía, que España y nuestro idioma fueron para él una verdadera obsesión. Conservamos, por ejemplo, el testimonio de un español que afirma que Spinoza habría deseado visitar España…49.

En este mismo sentido también considero relevante señalar aquí uno de los textos que, aun no formando parte de su biblioteca, ha utilizado —de modo explícito mediante citas, o implícito mediante paráfrasis, reelaboraciones de argumentos presentes en él, etc.— en la composición de alguno de sus escritos. Por lo que hace a nuestro asunto, debo mencionar, como parte importante de esta «cultura activa»50 de Spinoza, un libro no conservado en su biblioteca pero cuya presencia, por así decir, silenciosa, casi clandestina, en el Tratado teológico-político, ha sido desvelada en los últimos años por Fokke Akkerman51 y Omero Proietti52. Se trata del Esame das tradiçoes phariseas de Uriel da Costa, marrano de origen portugués que termina trágicamente sus días en Ámsterdam en 1642.

En cualquier caso, esta centralidad de la cultura hispánica permitirá evaluar las influencias, las fuentes, el universo intelectual más íntimo de Spinoza; permitirá considerar algo tan decisivo para la comprensión de una filosofía como el tipo de cultura «activa» y «pasiva» (o una parte significativa de ellas) que está en su génesis y que su autor moviliza para construirla. Pero sobre todo permitirá evaluar, o seguir evaluando53, el valor filosófico de esa cultura hispánica que tan importante función desempeñó en la elaboración de la filosofía del judío de Ámsterdam.

Por último, ofrezco como cuarto anexo un índice de las referencias internas de la Ética. La estructura formal del libro, expresión del método matemático o geométrico en que se despliega, y deudora del carácter modélico que siempre tuvieron para Spinoza los Elementos de Euclides, hace de su lectura algo muy similar al recorrido de un laberinto de remisiones internas. El índice en que consiste este anexo podrá orientar al lector en la localización de referencias, en la diferenciación de conjuntos de proposiciones y demostraciones, y, quizás sobre todo, en la individuación de temas, agrupando casi a ojo los pasos en que se desarrollan. Podrá ser utilizado, en fin, como una suerte de guía que oriente en el estudio de un escrito tan difícil como raro.

Ética demostrada según el orden geométrico

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