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CUMPLEAÑOS
ОглавлениеSi uno se olvida de los huracanes, lo peligrosongo y el tráfico, Miami parece un lugar idílico. Suena a paraíso. Como Hawái, como Bombay en la canción de Mecano (y solo ahí; y sospecho que por una puritita cuestión de rima). Miami es el lugar donde empezar una nueva vida, el lugar soleado al que dirigirse siempre mientras uno muere en un autobús huyendo del frío, como hace Ratso en Cowboy de medianoche.
Una semana antes de ir a Miami, doy charlas en Almería, Granada y Málaga. Cada vez que dejo caer lo de mi viaje a Miami, hay un murmullo de admiración y algún adolescente dice: «Te acompaño» o «Te llevo la maleta». Uno, Mohammed, me pregunta: «¿Tienes con quién ir a Miami?», y también: «¿Cuántos años tienes?». Los años que tengo antes del viaje no son los mismos que tendré a la vuelta. Cualquiera diría que me voy a Miami para evitar una fiesta difícilmente sorpresa.
Sin embargo, Miami no es un destino que habría escogido voluntariamente, y menos para celebrar mi cumpleaños.
«Miami es el peor lugar para cumplir años —me advierte mi hermana—. No vas a ver otro sitio con mujeres tan guapas». Luego me especifica que en Miami la belleza no la da la naturaleza. El problema de cumplir años en Miami es que vas a contracorriente. Miami es el lugar donde la gente va a descumplir años a base de bótox y bisturí. Es así desde que Ponce de León llegó en 1513 a Florida. Según cuenta la leyenda, lo hizo buscando la fuente de la juventud. La gente sigue yendo allí en su búsqueda, solo que ahora la fuente se ha sofisticado.
Además de advertirme sobre ese décalage anti-âge que me voy a encontrar, quizá para compensar tanto artificio, mi hermana me insiste en que busque un hueco para visitar el Parque Nacional de los Everglades. Los Everglades es ese humedal por donde circulan cocodrilos, flamencos y esas embarcaciones con una gran hélice que resultan de juntar una lancha de parque de atracciones con un secador gigante de vídeo de Beyoncé.
—Son como los galachos, los Everglades —dice mi hermana.
Se refiere al Galacho de Juslibol, una zona pegada a Zaragoza que abarca un meandro del Ebro y sus alrededores. (De Petra, mi hermana dijo: «Es como la sierra de Guara».)
Allá voy, a comprobarlo. Y a cumplir años. Y a sobrevivir a los huracanes y a la delincuencia. Y a dar charlas a niños y adolescentes que han leído mis libros, y a la Feria Internacional del Libro de Miami.
Y a dar sopas con honda a Carmen Pilar Sánchez.