Читать книгу La puerta secreta - Belén A.L. Yoldi - Страница 13

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OCHATE

—Existen lugares llenos de misterio, donde se producen hechos inquietantes que nadie acierta a explicar. Y nosotros estamos muy cerca de uno de esos lugares mágicos, junto a un pueblo que muchos consideran maldito, que se llama Ochate. Se encuentra en el Condado de Treviño que es tierra castellana metida en la provincia de Álava. Hoy es solamente un puñado de casas y una iglesia en ruinas... Pero hay quien cree que una maldición antigua acecha entre sus piedras y que por eso está abandonado...

En la segunda noche de campamento, Mikel había tomado la iniciativa de la narración, tal y como había dicho que haría. Treinta rostros adolescentes se volvían hacia él, embobados y expectantes. Hablaba en tono bajo, como si quisiera proteger un secreto, y su voz planeaba poderosa como un águila entre las cuatro paredes de la sala común del albergue. A su alrededor no se oía un carraspeo, ni una risita velada. Todo el alboroto, las risas y las riñas habían cesado cuando él había levantado la mano para pedir silencio.

Por la tarde había caído un fuerte tormentón en la zona. Por eso en lugar de salir al patio del albergue, donde el cemento estaba mojado y lleno de charcos, se habían acomodado en una sala dentro del edificio. Habían apartado las mesas y sillas para sentarse en el terrazo, todos formando un círculo. También habían apagado las luces generales y habían encendido las linternas para crear un ambiente más agradable y misterioso. El techo pintado de blanco no podía competir en belleza con el firmamento nocturno lleno de estrellas, pero una vez comenzada la narración a nadie le importaba.

—Su nombre, Ochate, significa en vasco «puerta secreta» o «puerta del frío». Hay quien piensa que, en efecto, en ese lugar existe un portal de entrada para seres de otro mundo... —Un murmullo recorrió la sala—. Habéis de saber que ese lugar se hizo muy famoso en los años ochenta por una foto que se publicó en una revista especializada en temas de misterio. En esa misma revista se hablaba de luces muy extrañas que se habían visto allí, en la «puerta secreta»...

De ese modo dio Mikel comienzo a la historia de Prudencio Muguruza, un empleado de banca vitoriano que una tarde calurosa del mes de julio se había ido a pasear con su cámara de fotos y su perro por la zona de Ochate. Caminaba tranquilamente por el campo cuando vio un extraño fenómeno luminoso en el cielo que no supo explicar. Parecía una enorme bola incandescente que se precipitaba sobre la tierra con una cola luminosa detrás. En medio de la sorpresa, tuvo tiempo y la inspiración de disparar su cámara mientras caía. Luego el objeto luminoso se desvaneció. Al principio nadie le creía cuando lo contaba, porque nadie más había visto aquel extraño fenómeno en el cielo, pese a ser bastante grande y llamativo.

Así que, pasada la primera impresión, volvió a su casa y se olvidó del tema. Pero cuando Prudencio reveló el carrete de fotos un tiempo después, descubrió que aquel cometa luminoso había quedado impreso en uno de sus negativos. ¡Por fin podía demostrar lo que había visto!

Muy pronto, la foto y el extraño suceso se convirtieron en noticia. ¡Eso ocurría en el verano de 1981! Al año siguiente, en 1982, la fotografía se publicó en la portada de una revista española entonces famosa Mundo desconocido, que era una publicación de referencia para los aficionados a la ufología. Lo titularon «Ovni en Treviño». El propio Muguruza escribió un artículo en la misma revista que tituló «Luces en la puerta secreta» y todo esto desató una gran fiebre por descubrir sus secretos.

—Ochate se convirtió de la noche a la mañana en el lugar más misterioso de España, en un sitio de peregrinación para los «cazadores de misterios» —explicó Mikel—. En aquellos años estaba muy de moda perseguir ovnis. La gente realizaba excursiones a lugares de avistamientos. Y muchos aficionados a la ufología y a los fenómenos paranormales acudían a Ochate cargados con sus cámaras y con aparatos de grabación de sonido. Algunos dijeron que se oían voces de ultratumba en la noche, voces extrañas que luego salían en las grabaciones, aunque allí no hubiera nadie. Otros llegaron a ver sombras humanas muy raras, que aparecían y desaparecían de forma inexplicable. Fuera verdad o mentira, el caso es que muchos curiosos salían huyendo… Se oyeron bastantes historias raras sobre eso. Incluso se hicieron programas de radio y televisión sobre el asunto. La gente comenzó a decir que Ochate estaba maldito...

Los más jóvenes se miraban unos a otros. Esas historias de ovnis siempre sonaban a cuentos. Aunque estar tan cerca de un pueblo maldito también tenía su cosa, imponía.

—Hubo expertos que dijeron que la fotografía estaba trucada y era un montaje, que aquella forma era una nube —dijo Violeta para poner un punto de realismo y tranquilidad.

El narrador hizo un barrido con la mirada a todo el círculo. Luego tomó aire y fue soltando lentamente las palabras, ahuecándolas en la boca con voz grave y enigmática:

—Quizá los expertos tengan razón y la foto fuera un truco… Pero también es verdad que en Ochate, a lo largo de la historia, han ocurrido cosas muy extrañas. Demasiadas, dicen, para un pueblo tan pequeño. Sucesos inexplicables y a veces terribles... En un documento antiguo del siglo XII por ejemplo se hablaba de los «diablos de Ochate». ¿Qué clase de diablos eran aquellos? Y se cuenta que el pueblo quedó deshabitado a finales del siglo XIX debido a tres epidemias misteriosas, una de viruela, otra de tifus y la tercera de cólera. Pero lo más extraño es que ningún otro pueblo vecino sufrió esas epidemias. Desde entonces, Ochate quedó abandonado y comenzó a crecer su leyenda de pueblo maldito...

Esa noche, más de uno durmió mal soñando con apariciones de extraterrestres y con bolas de fuego que caían de las nubes como meteoritos. A otros, en cambio, la historia les dio risa. Y desde luego fue motivo de comentarios muy variados.

A Javi, la narración le despertó una enorme curiosidad por conocer Ochate.

No es que creyese en seres extraterrestres ni en ovnis, claro que no, pero Mikel había contado aquella historia de una forma que incitaba a investigar en aquel pueblo abandonado. Y antes de irse a dormir, Javi había buscado en internet con el móvil más información; así había visto la famosa foto publicada en la portada de la revista Mundo desconocido. La foto, desde luego, llamaba la atención.

Por eso, cuando al día siguiente les dijeron que posiblemente se acercarían con el autobús hasta la zona de Ochate a última hora de la tarde para dar un paseo, la excitación se apoderó de él. ¿Verían ellos también una luz parecida?, se preguntaba.

La clase de golf transcurrió sin pena ni gloria; a esas alturas, Javier ya sabía que el golf no sería nunca su deporte preferido. Prefería las caminatas en plan aventura que hacían con los monitores por el monte, donde siempre surgía la oportunidad de descubrir cosas nuevas. Esa tarde, según lo prometido, tomaron el autobús cargados con unas mochilas ligeras, llevándose agua y merienda para la caminata.

No había carretera hasta Ochate, así que el autobús les dejó en Imiruri, el pueblo vecino, y tuvieron que andar un buen trecho por una pista de tierra para llegar hasta allí. Su única referencia en la distancia para localizarlo era la torre de la iglesia de San Miguel, una edificación de planta cuadrada con los ojos de un campanario vacío abiertos a los cuatro vientos y que aún mantenía sus muros en pie con gallardía. El resto estaba en ruinas, lleno de maleza.

Después de tantas historias de misterio, la realidad les pareció insulsa cuando la tuvieron delante.

El Ochate que contemplaban era un lugar desolado y solitario, requemado por el sol. La hierba se veía seca y la vegetación pobre, los tallos de las espigas quebradizos, la tierra pedregosa y baldía. En otra época más gloriosa, el pueblo había tenido un puñado de casas de arquitectura tradicional; ahora quedaban sus restos. Al frente se extendía una llanura irregular donde todavía se podían reconocer las lindes de algunos campos de cultivo y corralizas de pastores. Pero las huellas de sus antiguos pobladores, cada vez más, se iban difuminando. La naturaleza salvaje volvía por sus fueros y estaba engullendo lentamente las casas y los sembrados, apoderándose del lugar. Las viejas piedras aparecían diseminadas entre la hierba y bajo los matojos, arrumbadas al olvido. Y por encima correteaban las lagartijas, los saltamontes y las hormigas.

—¡Aquí no hay nada! Deberíamos regresar al autobús ya, si queremos llegar al albergue de Bernedo a tiempo para la cena —sugirieron Koldo y Amaia cuando terminaron de recorrer las ruinas y hacer fotos. Violeta opinaba como ellos y Mikel accedió sin poner inconvenientes, pues ya había cumplido su deseo de visitar ese lugar de leyenda. Así que los monitores del campamento se separaron y empezaron a llamar y a recoger a sus pupilos rezagados para llevarlos de vuelta al camino de tierra y al autobús.

Caía el sol por el oeste y la luz se había vuelto mortecina y misteriosa. Por suerte, los atardeceres eran largos y cálidos en esa época del año, todavía faltaba tiempo para que se hiciera completamente de noche.

Mientras localizaba a las personas de su grupo, Violeta observó que no estaban solos en el páramo. Una figura solitaria recorría los campos con la única compañía de un perro grande de pelaje oscuro, marrón y negro. La paseante parecía una mujer, aunque resultaba difícil precisarlo con exactitud a esa distancia. Tampoco tuvo tiempo de mirarla dos veces porque, mientras reunía a su grupo, inesperadamente el tiempo cambió.

No supieron de dónde venía. El caso es que de repente se levantó un aire helado desde el suelo que hizo temblar la hierba y enfrió sus pies.

Y el aire trajo consigo la niebla.

Una niebla ligera al principio que, por momentos, se fue volviendo más turbia y espesa, inexplicable en una tarde despejada de verano como aquella. Parecía surgir del cerro y de las piedras de Ochate y se extendía igual que una alfombra desde las ruinas hasta los campos adyacentes. Era una niebla baja que crecía y se desbordaba como leche hirviendo en un puchero o como la espuma artificial de las fiestas infantiles, y que se arrastraba como un gran animal reptante, engullendo la tierra a su paso.

—¡Daos prisa! No os separéis. Tenemos que volver al autobús enseguida —urgieron los monitores, acelerando el paso con cierta alarma.

Pero antes de recorrer la mitad del trayecto de vuelta, la niebla los alcanzó y los cubrió.

De pronto no se veía nada a un metro de sus narices. Y en lo profundo de la niebla se empezó a escuchar un siseo desasosegante, como si algo más reptara con la extraña nube o se amparase en su velo para medrar.

A Javier se le erizaron los pelos de la nuca y un escalofrío le sacudió la espalda. De forma instintiva se agachó a recoger un palo y lo empuñó como autodefensa, a pesar de que los monitores les habían advertido de que no debían tocar nada para que todo se conservara en su estado original. Después apretó aún más el paso. A su alrededor, sus compañeros se habían convertido en sombras o simplemente habían desaparecido de la vista. Oía las voces de los monitores llamándoles e intentó guiarse por ellas mientras caminaba deprisa. Su único pensamiento era encontrar el autobús y escapar cuanto antes de esa niebla.

Entonces oyó una llamada de auxilio lanzada por una voz que le resultó familiar y que estaba en su ruta.

—¡Ey, aquí! ¡Por favor, ayudadme! ¡Necesito ayuda!

Forzó la vista y dio unos pasos en esa dirección, intentando localizar a la dueña de la voz sin perder de vista el camino. Así fue como dio con la Bocazas que estaba caída en el suelo sobre su mochila de excursionista y con el pie izquierdo atrapado en una especie de agujero escondido entre rocas y raíces.

—¡Por favor, ayúdame! Me he hecho daño en el tobillo y no puedo mover el pie… —pidió la niña, angustiada.

A pesar de la tirria que sentía hacia ella, Javi se acercó a socorrerla. Excavó con las manos en las raíces y sacó el pie de la chica con cuidado. Mientras la ayudaba a levantarse, otro chico del grupo apareció dentro del círculo visible sobresaltándolos. Corría con el rostro muy pálido, aparentemente desorientado.

—Ayúdanos, me he torcido el tobillo…

Pero el chico salió huyendo mientras decía:

—¡Que os jodan, yo me largo al autobús!

Por suerte un segundo más tarde apareció Violeta, que venía a buscarles. Ella y Javier se pusieron uno a cada lado de Nika. Así la niña pudo andar cojeando, apoyándose en esas muletas improvisadas.

—Tranquilos, ya estamos llegando —decía la monitora mientras avanzaban a ciegas por el camino de tierra. Con una mano sujetaba a Mónica y con la otra apretaba el amuleto del árbol de la vida que llevaba colgado del cuello—. Mirad bien por dónde pisáis. El autobús queda por ahí...

Debían faltar unos quinientos metros, a juzgar por la distancia a la que sonaban las voces y llamadas de los que habían llegado a la carretera, cuando una sombra se interpuso en el camino de los tres.

Una mujer con un pañuelo anudado alrededor de la cabeza emergió repentinamente de la niebla y se acercó a Violeta, que la reconoció al instante. Era la artista del taller de Bernedo. La acompañaba trotando un perrazo enorme de cara cuadrada, ojos vigilantes y pelaje de rayas atigradas marrón y negro; parecía el mismo perro que había visto la monitora en la distancia.

—¡Escucha!, no hay tiempo para explicaciones... Debes proteger el mentagión. Ahora es cosa tuya, ¡tú eres su guardiana! No se lo des a nadie…

La mujer hablaba muy rápido y al mismo tiempo puso en la mano de Violeta un disco de metal tallado a doble cara, una especie de medallón de plata y lapislázuli que ocupaba toda la palma. La monitora lo reconoció enseguida por su dibujo en forma de rosa-estrella; era el medallón que estaba incrustado en el reloj del sol, en el taller artístico. Al contacto con su piel, el mecanismo entró en funcionamiento un segundo y desplegó las hojas de su resorte para volver a detenerse cuando recobró la forma de rosa. Entonces la artista le cerró los dedos sobre el objeto y apretó con fuerza.

—¡Protege el mentagión! Eso es lo más importante. Con tu vida, si hace falta… —dijo a Violeta con una urgencia y un apremio raros—. Pronto nos veremos…

A continuación, se dio la vuelta y desapareció a toda prisa.

—¿Qué? ¿Cómo? Pero ¡oye!...

Era inútil. Sus pasos se alejaban entre la niebla acompañados por los jadeos del perro. Tras una vacilación, la joven pelirroja desechó la idea de ir tras ella; pensó que ya tendría ocasión más tarde de devolverle aquel objeto, se acercaría hasta su taller cuando volvieran a Bernedo. Ahora tenía que encontrar el autobús y ocuparse de los chicos del campamento. Siguieron andando y otra sombra fugaz se atravesó en su camino, un hombre moreno de pelo rizado que parecía perseguir a la mujer; pasó y se marchó tan deprisa como había venido sin reparar apenas en la monitora y en los muchachos que caminaban juntos.

Un minuto después, notaron que el siseo de la niebla se hacía más fuerte. Y, cuando menos lo esperaban, una claridad radiante se abrió paso entre la niebla. Una columna de energía cegadora cayó sobre ellos y les rodeó a los tres, como si estuvieran bajo un foco deslumbrador. A continuación, se sintieron livianos, igual que plumas flotando dentro de una especie de flujo de energía. Ese flujo comenzó a succionarles, tiraba de sus cuerpos hacia arriba con tal fuerza que levantó sus pies del suelo firme y comenzó a alejarles de la tierra. Gritaron de miedo y sorpresa los tres, agitaron los brazos y las piernas desesperadamente intentando aferrarse a algo firme, lo que fuera. Pero con ojos desorbitados por el terror comprobaron que no había nada que hacer.

Una fuerza superior los absorbía igual que a hojas secas.

Entonces Javier, Violeta y Mónica notaron como si les pincharan con millones de alfileres o como si sus cuerpos se deshicieran en infinidad de átomos dispersos. Violeta aferró con fuerza el medallón que llevaba en la mano, al tiempo que lanzaba un alarido de dolor, antes de perder el sentido. En un último segundo de angustia, los tres sintieron que se desintegraban y desaparecían en la negrura.

La puerta secreta

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