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LA BATALLA DE TRAFALGAR: CONTEXTO Y FUENTES
ОглавлениеEl terremoto político producido por la Revolución Francesa (1789) y la posterior ejecución de Luis XVI en 1793 puso en jaque a las monarquías europeas de finales del siglo XVIII y estas no tardaron en reaccionar y oponerse al avance de las ideas revolucionarias y el dominio político francés a lo largo del continente. Ante la proximidad territorial del país galo y la influencia cultural y política que este ejercía sobre un sector de la intelectualidad española de la época, el reinado de Carlos IV no iba a quedarse al margen y decidió formar parte de la Primera Coalición contra Francia. La llamada Guerra de la Convención (1793-1795) finalizó con la Paz de Basilea, una tregua que –al igual que ocurriría en el posterior tratado de Amiens (1802)– supondría una breve calma antes de una nueva tempestad. Las alianzas que firmó Carlos IV con la Francia republicana en 1796 –con el Tratado de San Ildefonso– y 1801 –con el Convenio de Aranjuez– modificaron el mapa político del momento, al situar a España como nuevo aliado del país galo y, por tanto, adversario de Inglaterra y el resto de países de la Coalición (La Parra López, 1992).
Estos acuerdos permanecieron vigentes tras proclamarse emperador Napoleón y fueron determinantes para que España –con Manuel Godoy como principal responsable de la política de Estado–8 aceptara volver a unir sus fuerzas con Bonaparte en un nuevo conflicto bélico con el fin de debilitar la fuerza naval inglesa y poder llevar a cabo la ansiada invasión de las Islas Británicas:
Para vencer a su principal rival, Napoleón había ideado el ambicioso plan de invadir la Gran Bretaña, trasladando la guerra terrestre a las islas. Para ello concentró un poderoso ejército en Bolougne-sur-Mer. El punto más débil y arriesgado del proyecto consistía en contrarrestar el poderío naval inglés, para lo que la Marina francesa no se bastaba. Una vez más, pues, era imprescindible contar con los aliados haciendo valer los tratados de mutua ayuda. España pasaba así de neutral a no beligerante, incómodo status que ponía los puertos y barcos españoles en el punto de mira de los «cruceros» ingleses, que con hostigamientos forzaron finalmente la declaración de guerra de Carlos IV (Díaz Larios, 2005: 100).
Comandados por el vicealmirante Villeneuve, la flota francoespañola –con destacados militares españoles como Francisco Gravina, Damián de Churruca o Dioniso Alcalá Galiano– se enfrentaron a la armada británica dirigida por el vicealmirante Nelson frente a las costas gaditanas del cabo de Trafalgar, en lo que supuso un desastre militar de enormes proporciones para la Marina española y el propio país. Sin duda, el enfrentamiento naval dejó una profunda huella en la sociedad española de comienzos del siglo xix. A ello también ayudó la rápida proliferación de noticias, estampas y grabados que se difundieron en prensa y otro tipo de impresos. Múltiples fueron también las composiciones literarias que abordaron, casi siempre con un tono exaltado y acordes grandilocuentes, el heroísmo y el sacrificio patriótico de una derrota «gloriosa» que pronto se convertiría en un mito nacional (Díaz Larios, 2005: 97). A través de los versos de autores como José Mor de Fuentes, Leandro Fernández de Moratín, José María Maury, Mª Rosa Gálvez Cabrera, Manuel José Quintana, Bautista Arriaza o Francisco Sánchez Barbero, y las memorias, novelas y cuentos que se publicaron periódicamente sobre el conflicto (Cantos Casenave, 2003: 348) se fue conformando un discurso en torno a los sucesos de Trafalgar –las causas, protagonistas, y consecuencias del desastre–, un relato colectivo que influyó de forma determinante en el imaginario nacional del siglo XIX y que fue reelaborado e interpretado de manera intencionada de acuerdo con unos intereses políticos e ideológicos concretos en épocas posteriores. Más allá de lecturas más o menos subjetivas y sesgadas, la batalla de Trafalgar supuso un nuevo marco político en la Europa contemporánea y determinó en cierto modo algunos sucesos que se produjeron en un horizonte cercano:
En la complicada partida de ajedrez que jugaban las potencias sobre el tablero de Europa, el resultado del choque […] fue decisivo para el bonapartismo, libró a Inglaterra del peligro de una invasión afirmando su hegemonía marítima, y liquidó el poderío naval español, haciéndole imposible más tarde defender su imperio americano. En otro orden de cosas, […] pusieron en evidencia la subordinación de los intereses de España a los de Napoleón, e intensificó el rechazo que amplios sectores sociales sentían hacia Godoy, señalado como el principal causante de la desgracia nacional (Díaz Larios, 2005: 98-99).
Benito Pérez Galdós recogía así el testigo de una tradición histórica, cultural y literaria relacionada con la batalla de Trafalgar y sumaba, con este primer episodio, un eslabón más a esa cadena dentro del imaginario nacional español del siglo XIX. En su intento por ofrecer una obra literaria próxima a la realidad histórica en la que se inspira, el autor de Marianela lleva a cabo una intensa labor de investigación y documentación y, para ello, acude a diferentes fuentes orales y escritas con el fin de recrear esa España de comienzos del siglo XIX y entrelazar los sucesos históricos acaecidos con el propio relato ficcional que desarrolla en la novela.
Uno de los principales referentes para la elaboración de Trafalgar (1873) fue la obra de corte histórico y autobiográfico realizada por su amigo Antonio Alcalá Galiano, cuyo padre – Dionisio Alcalá Galiano, brigadier de la Armada española– falleció en esta épica batalla. De este modo, varios títulos del escritor y político gaditano como Historia de España (1844-1846), Recuerdos de un anciano –publicados por entregas en la revista La América (Cantos Casenave, 2003: 352)– o sus Memorias –que vieron la luz de forma paulatina en las páginas de La Ilustración Española y Americana (Arencibia, 2006: 14)– fueron sin duda consultados por Galdós para este y otros Episodios Nacionales posteriores (Vázquez Arjona, 1926: 321-551). Así mismo, el escritor canario se basó en otros estudios fundamentales para conformar su universo literario en torno a la batalla de Trafalgar como el Diccionario geográficoestadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar de Pascual Madoz (1845-1850) o la Historia del levantamiento guerra y revolución de España del conde de Toreno (1835-1837), entre otros, sin olvidar el importante libro de Manuel Marliani dedicado exclusivamente a la histórica batalla en la costa gaditana: Combate de Trafalgar. Vindicación de la Armada española (1850).9
En el caso concreto de este primer episodio nacional, Galdós contará con una ayuda excepcional, sorprendente e inesperada: el relato oral de un testigo directo de los acontecimientos ocurridos en la batalla de 1805. Según describe el propio don Benito en sus Memorias de un desmemoriado, este viejo marinero había embarcado como grumete en el Santísima Trinidad, apodado «El Escorial de los mares», navío en el que curiosamente el autor sitúa a los personajes principales de la obra: Gabriel Araceli, don Alonso de Cisniega y Marcial Medio-hombre:
En la ciudad cantábrica di comienzo a mi trabajo, y paseando una tarde con mi amigo el exquisito poeta Amós de Escalante, éste me dejó atónito con la siguiente revelación: «Pero ¿usted no sabe que aquí tenemos el último superviviente del combate de Trafalgar?» ¡Oh, prodigioso hallazgo! Al siguiente día, en la Plaza de Pombo, me presentó Escalante un viejecito muy simpático, de corta estatura, con levita y chistera anticuadas; se apellidaba Galán, y había sido grumete en el gigantesco navío Santísima Trinidad. Los pormenores de la vida marinera, en paz y en guerra, que me contó aquel buen señor, no debo repetirlos ahora (Galdós, 1968: VI, 1676).