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Primera parte
DEFINICIÓN
Capítulo 1
Un extenso campo de observación
Definir la intuición
ОглавлениеNo se puede abordar razonablemente un tema como la intuición, cargado de tantos sentidos, sin intentar ofrecer, antes de nada, una definición tan precisa como sea posible. El único problema consiste en que, a pesar de lo que pueda parecer, la intuición no es tan simple como pueda creerse.
Se aborde como se aborde, la intuición está íntimamente relacionada con tres parámetros esenciales: nuestra sensibilidad, una determinada visión de la realidad y un carácter inmediato. De su sabia y misteriosa imbricación nace un conocimiento cuya primera particularidad es no tener ninguna relación con ninguna actividad creadora de la mente.
Esto es lo mismo que decir – y este aspecto es especialmente importante– que la intuición, en su brillantez instantánea, no debe nada a la razón. No obstante, intuición y razón no pueden oponerse categóricamente, ya que, como veremos más adelante, existen determinados elementos que permiten relacionarlas.[1]
Por ello, en su fundamento inicial, la intuición escapa a todo acercamiento consciente y metódico en lo referente al contenido de su mensaje. Se asemeja más a un saber inmediato, sin recurrir al intelecto. Su universo es el de la sensación, la presciencia, lo impalpable y lo sutil, el saber inmediato sin ninguna base intelectual. Es una evidencia que se impone de repente, lejos de la lógica y el razonamiento, sin preocuparse del contexto o del momento. En este sentido, se trata, efectivamente, de una relación original con el tiempo y el conocimiento.
Por otra parte, también parece necesario ponerse de acuerdo sobre la forma de dicho conocimiento, ya que, tal y como confirman muchos testimonios, a menudo se trata de un conocimiento anticipado. El proceso intuitivo se interpreta entonces como un presentimiento – literalmente un «presentimiento»–, lo cual resulta bastante sugestivo, dados la forma y el momento en que ocurre el fenómeno.
Sean cuales sean su origen, su forma o la definición con la que lo adornemos, este «saber» intuitivo existe en nosotros. Forma parte de nuestros recursos, de esa paleta de expresiones sorprendentemente diversificada que constituye nuestro ser, y aporta a nuestras facultades su auténtico relieve. En la tercera parte de esta obra veremos cómo puede convertirse en uno de nuestros bagajes más preciosos.
Uno de los mayores intereses de la intuición reside, sin duda, en que nos es propia. Nadie, ninguna estructura, ninguna «buena voluntad» tiene poder sobre ella. Es completamente interna y autónoma, no se somete a ninguna influencia y se revela, en todos los casos e independientemente del contenido de su mensaje, como una experiencia muy personal.
La perturbadora evidencia de este saber que parece surgir de ninguna parte, junto a una muy fuerte sensación de certidumbre, aporta a menudo una nueva luz a lo vivido. En este sentido, la intuición debe considerarse, sin ninguna duda, como una de nuestras facultades, aunque no dominemos sus parámetros. Se manifiesta con simpleza, de forma espontánea, como «otra visión» de la realidad en la que evolucionamos con normalidad. Justamente esta función de otra «mirada» es la que confiere a la intuición todo su valor, ya que lo que nos rodea no será apreciado desde el exterior con la mirada física, sino desde el interior, con un profundo conocimiento hasta entonces insospechado.
Lo que se manifiesta de este modo en nuestra conciencia no tiene nada que ver con ningún intermediario o medio de comunicación exterior que imprimen, como de costumbre, su información sobre nuestra pasividad, sino que procede, por el contrario, de una fuente interior, ciertamente inconsciente, pero tan aguda como sea necesario para considerarla una fuente de conocimiento.
Aparte de la razón, además de la conciencia, desconectada de las fuentes clásicas de información, y manteniendo todas las proporciones, la intuición nos hace pensar en una estrella fugaz que fascina de repente por su súbito brillo, pero que desaparece tan rápidamente como ha aparecido, dejando sólo a su paso su sorprendente certeza. En ese instante, un poco fuera de tiempo, alejada de todas las definiciones clásicas, la persona que vive la intuición no piensa, no reflexiona: sabe.
Esta improvisada espontaneidad del conocimiento – que recuerda, sin duda, los flashes de videncia descritos por los médium– es propia de la intuición. De hecho, estudios muy importantes relacionan la intuición con algunos fenómenos psíquicos y la consideran una de las facultades más secretas y auténticamente humanas.
De ahí a otorgarle el pomposo título de sexto sentido, muy apreciado por el imaginario popular, hay sólo un paso, que efectúan tranquilamente muchas personas. Pero hacerlo sería despachar muy deprisa el asunto, ya que el fenómeno de la intuición procede de un mecanismo mucho más complejo que el sentido estrictamente «físico». Esto no impide que la intuición tenga como efecto modificar el nivel de conciencia del que la vive; en este sentido, se asemeja, evidentemente, a los fenómenos de percepción extrasensorial.[2]
La intuición, expresión de un saber inconsciente, desborda ampliamente el campo de los conocimientos adquiridos y se erige como un verdadero «lenguaje interior» – indiscutiblemente de carácter a menudo simbólico–, muy presente, susceptible de intervenir en todo instante en nuestra trayectoria diaria. Cuando el mundo nos arrastra hacia una multitud de acciones exteriores y de intervenciones dispares, provocando que a veces lleguemos a perder el hilo conductor, la intuición nos permite tomar contacto de nuevo con nuestra fuente más íntima y profunda, la más auténtica, la menos «contaminada psíquicamente» por la vida en comunidad.
En pocas palabras, la intuición representa, sin duda, una de las riquezas más esenciales del ser humano. Además, es susceptible de intervenir en todos los campos de nuestra existencia, de tocar el conjunto de nuestros centros de interés, de inmiscuirse en nuestras mínimas preocupaciones. Y lo hace simplemente porque existe en lo más profundo de cada persona y, de hecho, se encuentra implicada en toda nuestra existencia.
Por ello se entiende mejor por qué el interés por la intuición se ha llegado a considerar un campo de investigación casi ilimitado. Mucho más que un fenómeno esporádico y aleatorio, en realidad lo que vamos a tratar en la presente obra es la propia naturaleza humana, en sus aspectos más íntimos y secretos.
Al entreabrir la puerta a la intuición, con el pretexto de una curiosidad legítima, con quien realmente concertamos una cita es con nosotros mismos.
1
Especialmente entre las técnicas de desarrollo de la intuición.
2
Bernard Baudouin, Les Phénomènes de perception, Éditions De Vecchi, 1996.