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I

El sello de una vocación

Si el itinerario de Juan Bautista de La Salle está marcado incluso por la conversión/ruptura de finales de los años 1670, él lleva aún en esta etapa decisiva el sello del medio en el cual nació y creció. Ese ambiente es el de la élite burguesa, en la frontera con la nobleza, que dirige la ciudad de Reims en el tercer cuarto del siglo XVII, entre los movimientos insurreccionales (la Fronda) y la llegada del absolutismo de Luis XIV.

Reims, tal como allí creció Juan Bautista de La Salle

Los poderes en la ciudad

La ciudad de lo sagrado se rige por tres poderes que interactúan tanto que se hacen competencia: la municipalidad, el tribunal y la arquidiócesis. Un fallo del Consejo del Rey del 18 de enero de 1636 reúne en un solo cuerpo a los doce magistrados municipales, establecidos en 1182 por medio de la carta del arzobispo Guillaume aux Blanches-Mains, y al consejo de la ciudad, instituido en 1358. Este último, varias veces reglamentado con la intervención del poder real, en particular por Francisco I en 1525, tenía veinticinco magistrados bajo la autoridad del lugarteniente de los habitantes. Hasta ese momento era designado por los 118 diputados de las catorce parroquias de la ciudad, pero dos de ellas, San Hilario y San Pedro el Viejo, disponían del 40 % de los diputados: allí se ubicaban las familias más pudientes, en concreto, la de Juan Bautista. El nuevo reglamento de 1636 restringe aún más el cuerpo electoral. En adelante, el martes anterior al Miércoles de Ceniza, los notables, repartidos en doce compañías, designan en cada una a veinte electores y luego a diez, sacados a la suerte entre los veinte. Al día siguiente, Miércoles de Ceniza, esos 120 electores, reunidos en la alcaldía, designan a los dieciocho miembros del consejo, de los cuales seis guardan el título de magistrados municipales. Hay, pues, que pertenecer a la crema de la notoriedad urbana para acceder a los asuntos de la municipalidad. En ese medio muy restringido nace Juan Bautista. Entre 1577 y 1721, siete familias aseguraron la dirección en veinticuatro veces sucesivas: dos veces le correspondió a la familia La Salle y siete a sus parientes y aliados Lespagnol y Cocquebert. En 1645 casi la mitad de los miembros del consejo tenían parentesco con los La Salle.

La composición del consejo de la ciudad le corresponde en parte al Tribunal Civil. En 1655 esta jurisdicción reúne a 153 oficiales. El padre de Juan Bautista tiene sede allí como consejero y dos de sus parientes asumen cargos de primer orden: Andrés Cocquebert el de lugarteniente particular (al mismo tiempo dirige la ciudad como su lugarteniente) y Claudio Lespagnol el de procurador. Este último también fue lugarteniente de los habitantes, como Andrés Cocquebert, del cual se dice que «tiene prestigio en su compañía y aún más en el consejo de la ciudad y que es muy aficionado al servicio del rey».

La arquidiócesis de Reims ejerce en la ciudad un poder importante y una influencia más grande aún, de la cual monseñor Carlos Mauricio Le Tellier se hizo vigilante defensor. Por intermediación de su gran vicario, quien por sus funciones hace parte de los electores eclesiásticos para el consejo de la ciudad, interviene en la designación del lugarteniente de los habitantes y de los consejeros. El gran vicario y el alguacil del obispo tienen sede por derecho en el consejo, con voz deliberativa, según el ejemplo de Santiago Thuret, gran vicario y supervisor de los maestros de las escuelas de la diócesis admitido en diciembre de 1667, poco tiempo antes de tomar la sucesión del canónigo Pedro Dozet en la dirección de la universidad. Esta es la época en que Juan Bautista comienza a ocupar una sede en el capítulo de los canónigos. Antes del reglamento de 1636, la arquidiócesis nombraba directamente a los seis magistrados. La fusión de los magistrados, «creaturas de la arquidiócesis», con el consejo de la ciudad pudo contribuir a reducir la influencia de este último. Pero un acuerdo hecho en 1639 preserva su jurisdicción temporal: las apelaciones de las sentencias dictadas por los magistrados en asuntos civiles o penales se deben presentar ante sus oficiales. Las querellas entre los magistrados y el tribunal de la arquidiócesis no cesan de reavivarse. Desde 1670 Le Tellier lleva el asunto ante el arbitraje de Colbert en común acuerdo con los defensores de la magistratura. El ministro mantiene la fusión hecha en 1636, pero decide que de ahí en adelante todas las causas se defenderían en primera instancia ante el alguacil de la arquidiócesis, tanto que los magistrados abandonan de modo progresivo las audiencias.

Casi al final del siglo XVII, el rey crea un oficio de lugarteniente general de policía en cada ciudad, que tenía una jurisdicción real. En Reims, sede de un tribunal, este edicto amenaza la jurisprudencia de todos los responsables de la justicia penal comenzando por los de la arquidiócesis. Le Tellier ofrece comprar el oficio por medio de 30.000 libras. La transacción se consigna por escrito en un acta, mediante un fallo del 1.º de diciembre de 1699. Entonces, el cargo de lugarteniente general de policía se rescata en provecho del alguacil de la arquidiócesis, el señor Frémyn, de una familia emparentada varias veces con La Salle. El fallo enumera las competencias del alguacil, quien desde ese momento ejerce un poder considerable de justicia y policía sobre la ciudad.

Como lo subraya Y. Poutet (1970), es la autoridad del obispo como señor la que se consolida: «la ciudad lo entendió: cada vez que lo quiera, Carlos Mauricio Le Tellier, hermano de Louvois, será el amo» (t. I, p. 137). Nada se puede hacer en la ciudad de Reims sin el consentimiento del arzobispo.

Una economía afectada por la coyuntura

Los notables de la ciudad también son los comerciantes burgueses que viven a la vez de la viña y de la manufactura. La mayoría de los consejeros de la ciudad poseen viñas y la vendimia moviliza una parte de los jornaleros que habitan dentro de las murallas. En cuanto a la manufactura, controlada por el cuerpo de mercaderes y de vendedores de paños, esta le dio reputación a la ciudad más que cualquier otra actividad. La lana que provenía del reino, en particular de Berry o importada de España, de Inglaterra, del Levante o de Flandes, se transforma principalmente en estameña y en sarga. Hacia 1685 ese trabajo ocupa, según R. Benoît, de 7000 a 8000 obreros que dependen mucho de 2000 patrones fabricantes. Así, un buen tercio de la población de la ciudad vive de la manufactura y depende de las vicisitudes de su coyuntura. Vinos y tejidos en gran parte se comercializan con ocasión de las ferias anuales, la más importante en Pascua, en la calle de la Couture, cerca de la casa de los La Salle, y las otras dos en mitad de julio (la llamada Feria de la Magdalena) y a comienzos de octubre (la Feria de San Remí).

En Ruan, por donde llega una buena parte de la lana que se trabaja en Reims, las relaciones comerciales tienen que ver también con muchas otras mercancías: pescados, plomo, azufre, madera de construcción, tabaco, pimienta, aceites y jabones. No es completamente un azar que Juan Bautista, el remense, termine sus días en Ruan, después de haber instalado allí la casa madre de su instituto; el impulso que lo condujo a fundarlo llegó también, en gran parte, de la capital normanda por el envío de Adrián Nyel.

Pero a partir de 1635 y de la guerra con España, la industria textil y en general la actividad económica en su conjunto, que habían conocido una mejora desde el fin del reino de Henri IV, se sumergen de nuevo en la crisis. La producción de estameña, realizada principalmente en talleres rurales, sufre con el paso de las tropas y con la huida de la población hacia la ciudad. A finales del siglo XVII no volvió a encontrar su nivel anterior a la Fronda. En la segunda mitad del siglo las estameñas se suplantaron con otros productos, sobre todo las sargas, fabricadas en la ciudad; así, la manufactura aprovechó el crecimiento urbano.

Una población fragilizada

Juan Bautista nace en 1651 en una ciudad en pleno crecimiento demográfico: aunque regularmente infectada por las epidemias recurrentes desde finales del siglo XVI y, sobre todo, como en el reino en general, a partir de la década de 1620, y a pesar de la peste de 1635 y del periodo 1668-1669, Reims pasa de unos 18.000 habitantes en 1615 a 32.000 a finales de los años 1670.

Pero en 1651 la ciudad está en el corazón de uno de los escenarios principales de enfrentamiento de la Fronda. La guerra civil causa estragos y la Champaña es una de las principales regiones donde se enfrentan los ejércitos reales y los de Condé. Amenazada por las tropas del archiduque Leopoldo, a comienzos de agosto de 1650 Reims les abre sus puertas a los regimientos reales dirigidos por el mariscal Plessis-Praslin. Estos permanecen ahí durante seis semanas hasta mitad de septiembre:

es un milagro ver como este ejército vive, se puede decir, como ángeles en la ciudad y como diablos en el campo, al cual esculcan, pillan, ciegan los granos, los desgranan y vienen a venderlo en la ciudad, lo que les permite subsistir, ya que el ejército no es pagado y proveen a la ciudad de granos. (Benoît, 1999, p. 154)

En diciembre los combates en el Valle de la Suippe y en la región de Rethel hacen retroceder sobre Reims a los sobrevivientes y a los heridos del Ejército Real. En mayo de 1651 veintidós compañías se acuartelan en la ciudad y otras diecinueve hacen lo mismo en diciembre. El mes siguiente Oudard Coquault, burgués de Reims, anota en sus memorias un incidente que afecta a los familiares de los La Salle. El 11 de junio algunos soldados capturaron a varios niños: a dos del «señor Lespagnol», al de un magistrado, al de un tesorero, a dos de un consejero. Afortunadamente los liberaron poco después. Los habitantes del campo vienen también a refugiarse al abrigo de las murallas de la ciudad, donde esperan encontrar un poco de comida, dado que los saqueos y pillajes de las tropas los han dejado en la más grande indigencia.

Una buena parte de ellos se queda después de la salida de las tropas; son muy numerosos como para que la mayoría encuentre un hospedaje diferente a las calles de la ciudad. ¿Cuántos son? Ninguna fuente permite decirlo, tanto más que faltan los archivos parroquiales de este periodo en los cuales se registraron los decesos. Lo importante reside más bien en el hecho de que esos centenares —incluso miles— de estómagos hambrientos se agregan a una población que ya vive en la hambruna. Sobrepoblada, mal e insuficientemente alimentada, la ciudad es la presa favorita de la epidemia.

El consejo de la ciudad multiplica las órdenes para quitar las inmundicias que se amontonan en las calles, pero los equipos contratados son insuficientes frente a la amplitud de la tarea. Asimismo, el consejo debe aprovisionar a la ciudad; no obstante, se esconde el grano. Mientras los precios suben, la revuelta amenaza cada día —a comienzos de marzo de 1649 la rebelión popular contra el gobernador La Vieuville fue reprimida por las doce compañías de la milicia burguesa— y hace comprar grano en Normandía y en Bretaña. La fiebre tifoidea, según parece, se declara a finales del año 1650 y la muerte arrasa con facilidad en los rangos de una población debilitada sin que se pueda evaluar con precisión la mortalidad. Tampoco se sabe si las parroquias de San Hilario y de San Pedro el Viejo, donde vive una buena parte de los notables, se salvaron, como les había pasado en la peste de 1635, en especial la calle donde se establece la familia de Juan Bautista24.

Después del año 1652, el más difícil de todos, comienza una lenta recuperación que dura una década. Los atropellos de las tropas no cesan antes de la victoria conseguida el 4 de septiembre de 1657 en Sillery por Francisco de Joyeuse sobre los españoles del marqués de Montal, que saqueaban al país. Frente a la persistencia de la miseria, el consejo de la ciudad toma el ejemplo de París y ese mismo año decide encerrar a los pobres mendigos: «prohibido mendigar a quienes no quieren encerrarse, bajo pena de ser expulsados y de castigo corporal, si es necesario» (Desportes, 1983, p. 181). La población remense se caracteriza por esta fuerte proporción de obreros estrechamente ligados al campo, refugiados en la ciudad durante los años difíciles y residentes allí porque la manufactura les dio trabajo. Pero esta actividad depende de un aprovisionamiento que la coyuntura política puede perturbar provocando el desempleo y la miseria. Así, la pobreza es un problema permanente y lancinante en Reims durante la juventud de Juan Bautista.

Una ciudad emblemática de la evolución religiosa de la época

La Reforma protestante se ahoga con rapidez a partir de la década de 1650 bajo la acción de los Guisa que dominan en la Champaña y, con mayor exactitud, de los arzobispos de Reims que pertenecen a la familia. Carlos de Lorena está en la sede desde 1545 a 1574 y pone por obra las decisiones tridentinas en su diócesis. Reims y la Champaña son el epicentro de procesiones blancas (hombres y mujeres vestidos de una camisa blanca caminan descalzos y llevan un cirio en signo de penitencia) que en el periodo 1583-1584 imploran la misericordia divina sobre el reino devastado por la herejía. En 1585 solo se cuenta una centena de familias protestantes en la ciudad.

Aunque la burguesía remense se muestre muy resistente, Henri el Balafré25, duque de Guisa, gana para su causa el consejo de la ciudad y una minoría de notables, lo que transforma a Reims en la capital de la Liga Católica. Lo apoya el arzobispo Luis de Lorena, hermano y sucesor de Carlos, quien se apoya en el capítulo. La universidad y el Colegio de Bons-Enfants también toman ese partido. Pero mientras resuenan los sermones inflamados de los predicadores comprometidos por el prelado, como el teologal Hubert Meurier, llamado Morus, doctor de la Sorbona, o el capuchino Juan Brûlart, se continúan imprimiendo en la ciudad panfletos hostiles a los Guisa.

La liga, que no creó la unanimidad en Reims, se encuentra aislada después del asesinato de Henri de Guisa. Antonio de Saint-Pol, gobernador de la ciudad y confidente del Balafré, mira cómo sus partidarios lo abandonan de modo progresivo para unirse a una coalición formada por criptoprotestantes y realistas «políticos». En 1592 Châlons, que permaneció realista, y Reims, que se enfrentaban desde hacía dos años por el control del viñedo, firman un «tratado de labranza» confirmado por Henri IV en el mes de enero siguiente. En 1594, después del asesinato de Saint-Pol por el joven duque de Guisa, solo quedan algunos capuchinos para rechazar la sumisión a Béarnais. Entre los notables que hablan con fuerza en favor de la paz se destacan los nombres Frémyn, La Salle y Lespagnol. En octubre el duque de Guisa y el rey firman la rendición de Reims. Meurier, quien había sido nombrado gran maestro de Bons-Enfants, escoge el exilio. El año siguiente el castillo de la Porte Mars, que da acceso a la ciudad por el oeste, símbolo del poder de la Liga sobre Reims, se demuele.

Hasta finales de los años 1660 Reims vive, por así decirlo, sin obispo. Desde el comienzo del siglo los titulares de la sede casi nunca residieron allí y su episcopado marcó poco la ciudad. Luis de Lorena, cardenal de Guisa, muere en 1621 sin haber recibido el diaconado. Su sobrino Henri, de quince años, lo sucede en 1629 y renuncia a su sede en 1641 para tener una vida más aventurera: se le vuelve a encontrar al lado del conde de Soissons en la batalla de Marfée en 1641 y en Nápoles, en 1647, con ocasión de la revuelta de Masaniello. La sede de Reims se le confió entonces a Léonor d’Étampes de Valençay, un fiel de Richelieu. Comenzó viviendo en su diócesis y visitando sus parroquias, pero como era muy gastador casi no se hizo apreciar por la población, si se creen los juicios de Coquault en su Periódico:

es un hombre agudo y de espíritu, pero de mal ejemplo por su lujo […]. Engañó a todos con quienes tuvo negocios; si no lo hizo fue porque no pudo […]. Ruego a Dios de todo corazón que le perdone sus faltas. (Poutet, 1970, t. I, p. 92, n.º 40)

Murió en París en 1651, después de haber dejado su diócesis para ir a vivir en Poitou. Su sucesor, Henri de Savoie-Nemours recibió solo la tonsura. Convertido en el último de su prestigioso linaje, dejó el estado eclesiástico en 1657 para casarse con María de Longueville, la famosa amazona de la Fronda. El matrimonio casi no perduró porque murió pronto: en 1659. El cardenal Antonio Barberini, titular desde 1657 hasta su muerte en 1671, tomó posesión de su beneficio muy tarde, puesto que sus bulas de investidura fueron rechazadas por Inocencio X y Alejandro VII. Solo las recibió en junio de 1667 de manos de Clemente IX, apadrinado por Urbano VIII, «el papa Barberini». Llegó a Reims el 22 de diciembre de 1667 para tomar posesión de su sede, que había visitado con rapidez en septiembre de 1664, «en vestido de hombre privado y no como eclesiástico» (Poutet, 1970, t. I, p. 136). Cardenal camarlengo desde 1638, despreció a los canónigos de la catedral y terminó contrariándolos al querer imponerles la liturgia romana.

Así, durante toda la juventud de Juan Bautista, puesto que de hecho la diócesis estaba vacante a pesar del nombramiento de su titular, la administración religiosa fue un asunto principalmente de los grandes vicarios y del capítulo del cual salieron, y bajo la autoridad del que comienza la reforma pastoral. Entre 1651 y 1666 desaparecen casi todos los festejos de los días de carnaval. En 1652 Coquault anota con una pizca de desprecio: «no más bailes, violines, festines, bodas y danzas, todo se termina» (Desportes, 1983, p. 239). La reforma de la propia diócesis realizada en mayo de 1667 suprime unas cuarenta fiestas de guardar acusadas de ser el «pretexto para festividades licenciosas, consumo excesivo de alcohol, bailes y escándalos. La opinión general de los buenos cristianos de Reims deseaba la supresión de un gran número de estas ocasiones de holgazanería». El 23 de junio de 1668 a Antonio Barberini le mandan un obispo auxiliar en la persona de Carlos Mauricio Le Tellier, hijo del secretario de Estado de la Guerra, el famoso marqués de Louvois y director de la Capilla Real. Barberini muere en 1671 y Le Tellier lo sucede naturalmente. Su cargo en la corte no le impide ocuparse con atención de su diócesis, en la cual, prosiguiendo y profundizando la obra reformadora, reafirma la autoridad episcopal que estaba un poco mermada.

En abril de 1672 él invita a cada vicario a visitar las parroquias de su vicaría provisto de una rejilla precisa para la redacción de las actas. Tras centralizar y conocer esos documentos, el año siguiente comienza la visita metódica de las 186 parroquias de su jurisdicción en varias giras que se terminan en 1679. Él organiza las conferencias eclesiásticas en cada vicaría y les solicita informes a los párrocos vicarios. Adhiriéndose a la política real de reducción de la Reforma, se muestra partidario de la persuasión por medio de la predicación o de la polémica en lugar de los métodos fuertes. Publica un nuevo Ritual de la provincia de Reims en 1674, un Procesional de la diócesis de Reims en 1678, un Breviario y un Pequeño catecismo en 1684, un Misal en 1688 y, en fin, un Gran catecismo en 1692, obras con una fuerte sensibilidad galicana, lo que explica algunas medidas que reducen lo maravilloso de algunas fiestas.

Le Tellier prohíbe las estopas encendidas lanzadas desde lo alto de la nave de Nuestra Señora en la Fiesta de Pentecostés para simular las lenguas de fuego, la paloma que deposita una corona de flores sobre el Santo Sacramento en San Esteban, la procesión de los peregrinos en la Fiesta de la Confraternidad de Santiago de Compostela y los cantos en lengua vulgar introducidos en la misa en el siglo anterior por Gerardo de Lobe, párroco de Santiago. Este galicanismo explica su reserva e incluso su abierta hostilidad hacia los jesuitas y la protección que le da al impresor Godard, difusor de la literatura jansenista. Pero Le Tellier casi no tiene la oportunidad de manifestar sus posiciones antes de que Juan Bautista de La Salle deje de manera definitiva Reims, es decir, antes de 1688. Es durante el cambio de siglo cuando Le Tellier interviene ante la asamblea del clero de 1700 en la querella sobre la moral relajada de los jesuitas. No obstante, antes de la partida de Juan Bautista, Reims la galicana aún no se identifica como un bastión del jansenismo.

Hasta ese momento, debido a que las bases las había puesto el cardenal de Lorena que fundó la universidad en 1548 y el seminario en 1563, la Reforma católica en Reims tomó el rostro que le dieron los sacerdotes de las comunidades religiosas. Los mínimos se instalaron en 1569; los capuchinos primero en 1593 y luego definitivamente en 1612; los carmelitas en 1635; la Congregación de Nuestra Señora en 1640, el mismo año en que lo hizo el priorato de la Orden de Fontevrault de Longueau. Autorizados por las letras patentes del 26 de marzo de 1606 de la ciudad de Reims, los jesuitas retoman en agosto el antiguo colegio de los Écrevés, establecido en el siglo XIII para los becarios o niños pobres destinados al estado eclesiástico. Este se encontraba casi abandonado desde 1596 tras la expulsión de los capuchinos que habían hecho allí su primer establecimiento. Durante dos años ellos se contentan con confesar y hacer el catecismo en las parroquias; luego, las dádivas de la familia Brûlart les permiten adquirir el hotel de Cerny, contiguo a la pequeña iglesia de San Mauricio, de la cual ellos se reservaron el coro. Allí abrieron su colegio en octubre de 1608 y construyeron nuevos edificios en tres temporadas sucesivas: 1619, 1627 y 1678. En octubre de 1609 el colegio de los jesuitas se agregó a la universidad. Esta unión, cuestionada una primera vez en 1617, funcionó sin obstáculos hasta 1660.

Sin embargo, la implantación del colegio jesuita suscita en Reims las mismas tensiones que en París con la universidad, que recibe aquí el apoyo de los oficiales del Tribunal Civil y allá el del Parlamento. Las observaciones del muy galicano Coquault, resueltamente hostil a los jesuitas por razones muy difundidas en la magistratura del reino, no deben hacer extrapolar con rapidez lo de un caso particular al conjunto de la nobleza remense. Los jesuitas encontraron también una acogida favorable en este medio, menos monolítico de lo que a menudo se le presenta: Pedro Maillefer, quien había entrado a la compañía en 1599, a los diecisiete años, es confesor en el colegio en el periodo 1625-1626 y muere en Reims en 1634. Uno de sus sobrinos, Juan, entra a los dieciséis años, en 1633, y muere en 1699; Luis de La Salle y Juan Bautista pudieron conocerlos. Este también es el caso de Tomás Lespagnol, quien entró en 1635, a los diecinueve años, y murió en 1696. Las familias patricias parecen haber estado tan preocupadas por hacer aprovechar a sus hijos la enseñanza de calidad ofrecida por la compañía como por manifestar su sentido de responsabilidad ante la ciudad y sus instituciones. Por esto, igual que los Moët y los Maillefer, los La Salle confían sus hijos a los Bons-Enfants y a los jesuitas. Coquault, atribuyendo a la institución de las Cuarenta Horas en su iglesia un poderoso efecto para desviar a la población del carnaval, presenta a los jesuitas como auxiliares preciosos del capítulo de la catedral en su obra de disciplina social.

Los nuevos establecimientos se instalan dentro de los muros en las zonas habitables y poco densas ocupadas ampliamente por jardines y prados. Ellos se agregan a los establecimientos más antiguos, más cercanos al corazón de la ciudad: por una parte, el monasterio de los cartujos y el de los antoninos, los benedictinos de San Remí, San Nicasio y San Dionisio, las abadías femeninas de San Pedro las Damas y San Esteban de las Monjas; por otra parte, los establecimientos de los mendicantes: cordeliers y clarisas, agustinos, carmelitas, dominicos. Para ser completo conviene no olvidar a las religiosas hospitalarias que dirigen el Hospital General ni a las que aseguran el servicio de este —formado en 1633 por la reunión de todos los hospitales y enfermerías de la ciudad en el barrio de la Alcaldía—, la comunidad de Magneuses, quienes en el Hospital de Santa Marta forman un personal femenino para el cuidado de los enfermos y la instrucción de los niños. A mediados de los años 1650, las beguinas unen su Hospicio Santa Inés con el Hospital San Marcoul, donde se acoge a los tuberculosos, aquellos que no han tenido aún la suerte de ser tocados por el rey.

Como muchos otros cuerpos consulares de la misma época, los magistrados de Reims se inquietan ante la influencia decisiva de los establecimientos religiosos y sus consecuencias económicas y fiscales —esto se ha hecho bastante notable después de que en su trabajo pionero Alain Lottin (1984) puso en evidencia esta actitud en Lille—. En 1667 el consejo de la ciudad rechaza la implantación de los Padres de la Misión, aunque su acción haya sido decisiva para el «alivio de los pueblos» en 1651. El consejo hace «saber a esos padres que solicitan inútilmente su admisión, puesto que la ciudad ya está demasiado cargada de casas religiosas que disfrutan de comodidades públicas». Coquault se hace eco de esta explicación en sus memorias: «desde hace cuarenta o cincuenta años se han hecho tantos nuevos monjes […] que eso arruina a la república». En 1660 Andrés Cocquebert, lugarteniente de los habitantes, apoyado por el tribunal de la ciudad, del que hace parte Luis de La Salle, se opone a la creación de un noviciado jesuita que hubiera constituido un segundo establecimiento de la compañía en la ciudad.

Así, en la época en que Juan Bautista es un niño, si se agregan las tres agrupaciones de San Symphorien, San Timoteo y Santa Balsamia, y las catorce iglesias parroquiales, el tejido urbano está erizado con una treintena de campanarios y campaniles, y el paisaje sonoro nutrido de muchas más campanas. Con sus casi ochocientos miembros, el clero forma entre el 2 % y el 3 % de la población, lo que no excede el promedio del reino.

Si fuera necesario caracterizar Reims en los años de juventud de Juan Bautista, más allá de las tensiones sociales entre comerciantes y obreros que la atraviesan, entre la ciudad y el capítulo, entre los gremios, también más allá del recuerdo de las divisiones de la liga, la ciudad aparece en una fase de transición marcada por las últimas chispas de un catolicismo cívico o comunitario y por un sistema municipal político-religioso que permite a un número restringido de familias manejar la ciudad, lo que moviliza una red de lazos matrimoniales y de parentescos gracias a los cuales esta élite controla al consejo de la ciudad, al tribunal y a las cofradías mayores apoyándose en el capítulo y en algunas comunidades religiosas.

Una infancia en el entorno del oficio

El núcleo familiar

Juan Bautista nace el domingo 30 de abril de 1651. El mismo día lo bautizan en las fuentes de la parroquia de San Hilario presentado por sus abuelos maternos Juan Moët y Perrette Lespagnol, es decir, su padrino y su madrina (Aroz, 1966a, CL 26, p. 229). Hay un acuerdo en afirmar, después de Blain, que el niño «nació delicado» y que fue necesario esperar varios años antes de que se fortificara (Blain, 1733, t. II, p. 451). Retomando esa idea, Y. Poutet encuentra una explicación a esta fragilidad en su nacimiento prematuro: a los ocho meses o, con mayor exactitud, al menos 35 semanas después del matrimonio de sus padres, el 25 de agosto de 1650, en la misma parroquia. El contexto de aprovisionamiento perturbado en el cual se encuentra la ciudad en este periodo preciso puede explicar el término prematuro de este primer embarazo de Nicole Moët, incluso si los La Salle y sus parientes no eran probablemente de los que estaban menos protegidos. Quizá haya también que suponer que el contexto militar de una ciudad ocupada e invadida por la miseria pudo crear en la madre un cierto estrés. Esta misma fragilidad, probable con respecto a nuestros conocimientos médicos actuales, podría explicar, según Poutet (1970, t. I, p. 32), la prisa en bautizar al niño el mismo día. Si resulta imposible verificar la realidad de su débil constitución al nacer, se debe, por el contrario, relativizar esa supuesta «prisa». Se recomendaba no diferir el bautismo de los recién nacidos para no comprometer su salvación en caso de deceso y no cabía esperar si nada se oponía a ello. Juan Bautista no es, pues, el único bebé en esta época en recibir el bautismo antes del final de su primer día. Las circunstancias políticas también pudieron suscitar la inquietud y convencer a la familia de no esperar más.

Otra «anomalía» ha hecho correr mucha tinta erudita, aunque la importancia no sea considerable. ¿Por qué la ceremonia, en este caso mucho más discreta y rápida que en nuestros días, se celebró en la parroquia de San Hilario, cuando los padres de Juan Bautista vivían en la de San Pedro el Viejo? Se puede suponer, como lo hizo Poutet en 1970, que la joven mujer de dieciocho años termina su primer embarazo en casa de su madre para aprovechar su experiencia. El parto era entonces ante todo un asunto de mujeres y quizás no había alguna partera experimentada en la joven familia. Luego se verá que la señora de La Salle parece haber permanecido siempre cercana a sus padres. Pero también en Reims se acostumbraba a bautizar a los niños en la parroquia del lado materno sin que allí vivieran los papás. Monseñor Le Tellier puso fin a esto mucho más tarde por medio de su mandato del 27 de abril de 1685, que «obliga a bautizar a los niños en la parroquia de sus padres» (Poutet, 1970, p. 31, n.º 13; Aroz, 1966a, CL 26, p. 239). Se concluye subrayando, por un lado, que después de Juan Bautista el resto de los hermanos y hermanas se bautizaron en las dos parroquias y, por otro lado, que luego de los minuciosos trabajos de Aroz se considera que no hay lugar para suponer que Juan Bautista haya nacido en un sitio distinto a la casa paterna, en la calle de la Arbalète.

Según el modelo demográfico que prevalecía entonces, Nicole Moët llevó hasta el final once embarazos en unos veinte años, entre 1650 y 1670. Después de Juan Bautista, vinieron Remí (11 de diciembre de 1652), María (26 de febrero de 1654), María Rosa (29 de febrero de 1656), María Ana (2 de febrero de 1658), Santiago José (21 de septiembre de 1659), Juan Luis I (15 de febrero de 1663), Juan Luis II (25 de diciembre de 1664), Pedro (3 de septiembre de 1666), Simón (10 de septiembre de 1667) y Juan Remí (12 de julio de 1670). Remí, María Ana, Juan Luis I y Simón murieron a edad temprana, probablemente antes de 1665. La única fecha de defunción que se conoce es la de Simón: 22 de abril de 1669. De los siete que alcanzan la edad adulta, una, María Rosa, muere a los veinticinco años, los otros entre los 57 y 75 años. Fue Pedro quien murió de último, en 1741, más de veinte años después de Juan Bautista.

En esta familia los intervalos intergenésicos se sitúan en su mayoría entre diecinueve y catorce meses. Dos son muy breves: doce y catorce meses; otros dos son mucho más amplios: 35 meses entre los dos últimos hijos, y 41 meses, casi tres años y medio, entre Santiago José y Juan Luis I. En este último caso, dada la regularidad del ritmo de las concepciones y de los nacimientos en la pareja, se puede suponer que Nicole Moët habría tenido un aborto natural sin dejar huellas en los archivos, lo que no tiene nada de sorprendente. Para el nacimiento de Juan Remí ella ya tiene 37 años. Sus once embarazos la agotaron: ella muere un año más tarde, casi día por día, el 19 de julio de 1671. Luis de La Salle solo tiene 46 años y en esta situación en la época las segundas nupcias no son raras; pero la muerte no le deja tiempo de pensar en eso: se enferma a comienzos del mes de abril de 1672 y muere en cinco días, el 9.

Luis de La Salle, un magistrado en ascenso social

El padre de Juan Bautista, Luis de La Salle, proviene de una familia de comerciantes cuyo itinerario social es muy representativo26. El primer ancestro directo conocido y cierto es Menault de La Salle, comerciante de telas en Soissons, quien se casa en 1484 con Isabel Tonnart y muere en 1495. Esta hija de comerciante le aporta en dote su rica herencia27. Su primer hijo, Lancelot I, ejerce en Soissons el comercio del cuero y se casa el 27 de junio de 1509 con María Rivelart de Vailly, quien le da siete hijos. Lo inhuman el 27 de septiembre de 1550 en la parroquia de San Vaast (Poutet, 1970, p. 24, n.° 6). Su hijo Lancelot II, tercero entre los hermanos, se establece en Reims por lo menos desde 1557 como comerciante de seda (Aroz, 1982, CL 42, p. 176; Poutet, 1970, t. I, p. 24, n.º 7)28. Él se había casado a comienzos de los años 1550(29) con Juana Josseteau, hija de un comerciante de telas. Francisco, el octavo de los nueve hijos vivos de la pareja, nacido en 1562 y también establecido en el negocio textil, se casa hacia 1590 con Juana Lespagnol, de la cual tiene ocho hijos. Muere hacia 1629. Su hijo Lancelot III, abuelo de Juan Bautista, hereda el comercio paternal. Se casa hacia 1617 con Barbe Cocquebert. Dos de sus hermanas también se casan con un Cocquebert: Juana con Pedro, abogado, y María con Juan, «ecónomo»30 de la iglesia de San Pedro el Viejo.

La familia de La Salle comienza su ascenso social gracias al comercio textil. Con este adquiere mucho más que la holgura, la riqueza. Al menos estaba en capacidad de practicar el comercio financiero. Así, cuando Henri de Navarra, en su reconquista de la Champaña de la liga, pone su sede frente a Épernay en 1592, los hijos de Lancelot II contribuyeron ofreciéndole las sumas necesarias (Poutet, 1970, t. I, p. 24, n.º 8).

Los La Salle se aproximan insensiblemente a la nobleza por medio de una estrategia matrimonial clásica. María Rivelart de Vailly, mujer de Lancelot I, y Juana Lespagnol, mujer de Francisco, son probablemente nobles. Los Cocquebert no son nobles, sino aliados de la familia de Monbret, que sí lo es, de la cual van a recuperar el título de escudero. Ellos pertenecen al mundo de la toga: Simón Cocquebert (1561-1622), abuelo materno de Luis de La Salle, posee un trabajo de consejero en el tribunal; Pedro, su tío, es abogado allí. La vía está preparada: Luis de La Salle fue recibido en el tribunal el 22 de julio de 1647 para ocupar el cargo del consejero Lebel, probablemente emparentado con los Moët. Su hermano mayor, Simón (1618-1680), adquiere el dominio del Étang y el cargo de contador de la gran halconería del rey (Aroz, 1982, CL 42, p. 176). Con esta generación, la familia está en proceso de «ennoblecimiento tácito» y busca la legitimación de su gestión adquiriendo cargos o bienes que procuran poder social y económico.

Nicole Moët y sus ascendientes

El matrimonio de Luis de La Salle refuerza esa lenta limpieza de la condición popular original31. Tres años después de haber adquirido un cargo de consejero en el bailiazgo y sede del Tribunal de Reims, él se casa con Nicole Moët de Brouillet en la iglesia de San Hilario, parroquia de sus suegros, el 25 de agosto de 1650. Esta unión le procura una dote respetable: rentas de un capital de 16.000 libras de Tours; además, los padres del esposo proveen 6500 libras en joyas y bajo la forma de pensión de viudez que se agregan, en el cálculo global de los aportes respectivos, a las 9500 libras que vale el cargo de consejero ocupado por Luis. En total, al comienzo, la pareja dispone de un capital de 32.000 libras, es decir, 1600 libras de rentas anuales, calculadas al 5 %.

Es difícil dar una estimación exacta de la evolución de esta fortuna, pero parece que su aumento fue moderado. El cargo de Luis de La Salle sufrió una fuerte desvalorización, como la mayoría de los oficios en el curso del mismo periodo. Al morir su padre en 1672, Juan Bautista debe esperar tres años antes de encontrar un comprador en la persona de Santiago Frémyn, quien no quiere dar sino 6000 libras. En veinticinco años el cargo perdió el tercio de su valor.

Después de su matrimonio, Luis de La Salle adquiere, no se sabe cómo, tierras, praderas y bosques, y un vivero y una casa en Tinqueux, a menos de una legua de la ciudad. El 2 de julio de 1660 él intercambia todo con su hijo mayor, Simón, por dos bienes inmobiliarios: por una parte, la mitad del Hotel de la Cloche, que él ocupaba hasta ese momento como inquilino; por otra parte, una casa en la callecita Crocs —con una fachada sobre el mercado de telas—, que colinda con una propiedad del capítulo de San Symphorien. En mayo de 1664 revende a su hermano Simón la parte del Hotel de la Cloche que él ocupa desde 1650, de la cual se había hecho propietario tan solo cuatro años antes. Las 7500 libras de Tours que él saca de esta venta lo ayudan a adquirir un nuevo hotel en la calle Santa Margarita por 7600 libras. Este hotel en el ángulo de la calle Santa Margarita y de la calle de la Grue, en la parroquia de San Symphorien, desapareció hace mucho tiempo. Para efectuar esa adquisición tuvo que vender otros bienes, en este caso dos viñas, probablemente heredadas de sus padres, sobre el lado sur de la montaña de Reims en la región de Ay. Al morir, Luis de La Salle posee aún algunas casas en la parroquia de Trois-Puits —situada hoy en los suburbios del sur de Reims—, que Juan Bautista hereda en 1672. Luis de La Salle recibe en 1671 una renta de 126 libras anuales por una casa en la calle de los Deux-Anges —heredada por su hija María—, que proviene quizás de la herencia de su mujer —fallecida el 19 de julio—, legataria de su padre, muerto en 1670.

Este breve inventario da la impresión de que Luis de La Salle casi no buscó incrementar su fortuna, incluso que él no logró mantenerla. Como lo sugirió Y. Poutet, es probable que la pareja, encargada de una familia numerosa, cuidara sus gastos porque tenía que satisfacer las necesidades de la representación social. El fin de la década de 1660 le trajo un poco más de holgura, de la cual casi no tendrá tiempo de disfrutar. En 1666 la prebenda canonical de Juan Bautista, con quince años, aporta una renta anual de mil libras para un capital de alrededor de 20.000. El mismo año su tío canónico, que abandonó su beneficio en provecho de Juan Bautista, constituyó a Luis de La Salle en su heredero universal. En 1671 el ingreso anual de la pareja se aproxima probablemente a las 5000 libras, es decir, a un capital de 100.000 libras poco más o menos.

Pero Luis de La Salle no quiere fundar la honorabilidad y el capital social simbólico de su familia principalmente sobre su fortuna. Desde ese punto de vista, el aporte de Nicole Moët y de los suyos es determinante. Su padre, Juan Moët, tiene el título de gentilhombre y también un cargo de consejero en el Tribunal de Reims. La familia está bien instalada en la magistratura. El padrino y la madrina de Nicole, nacida el 30 de noviembre de 1633, pertenecen al mismo medio: Claudio Lespagnol es lugarteniente general en el tribunal y su comadre, María de Braux, es la viuda del presidente Goujon, maestro de las requisiciones de la reina María de Médicis.

Juan Moët agrega al prestigio de la toga el de la tierra, como señor de Brouillet, Dugny, Louvergny, Bronville, Le Griffon, Terron-sur-Aisne, Thillois y Saint-Étienne-à-Arnes. Su nobleza se reconoce con ocasión de la encuesta de 1668. Podía haber alguna sospecha de usurpación en la medida en que un antepasado de Juan, Felipe, había tenido que solicitar una rehabilitación de nobleza en 1519 por un «asunto de comercio»: se había lanzado en el negocio para pagar sus deudas y logró que lo removieran del trabajo de tallador habiendo podido dar fe de que vivía de nuevo «noblemente, como lo habían hecho sus predecesores». El abuelo materno de Juan Bautista velaba por hacer respetar su nobleza y no dudaba en acudir a la justicia para proteger sus privilegios. Como algunos de sus ancestros, Juan acumula también el prestigio del evergetismo municipal: en 1643 lo eligen administrador del hospital. Completamente benévola y con frecuencia costosa, la función reposa sobre la dedicación a la ciudad. A menudo ella constituye también el trampolín hacia las responsabilidades municipales (Gutton, 1999). Su yerno, Luis de La Salle, beneficiándose de este antecedente familiar, lo ejerce en 1662 y 1665, lo que le abre las puertas del consejo de la ciudad. Al terminar esta responsabilidad, en la fábrica parroquial de San Symphorien lo eligen auditor de las cuentas y cumple esta función hasta 1671. En la iglesia la familia disfruta de un gran banco alquilado de por vida por Nicole Moët en 1667, a la vez vitrina y componente suplementario de la notoriedad hasta la cual se alzaron los La Salle.

Un sistema de clanes

Por su matrimonio, Luis de La Salle refuerza la red de familias dirigentes unidas por lazos múltiples durante varias generaciones32. Hay que captar el alcance de estas intrincadas alianzas entre esas familias que gobiernan la ciudad para comprender la fuerza de un alma, de la cual Juan Bautista tendrá que dar prueba para desafiar a su oposición cuando elija pasarse al lado de los pobres. Los La Salle forman parte activa de una red compuesta por un núcleo de cinco familias unidas por varios matrimonios desde finales del siglo XVI, que se perpetúa al menos hasta la generación de los sobrinos de Juan Bautista. Ese núcleo se articula en un eje central que junta a la familia Lespagnol y a la Cocquebert a través de por lo menos siete uniones sucesivas. Sobre este eje se agregan otras tres familias. En 1590 tiene lugar el primer matrimonio La Salle-Lespagnol seguido, a finales de los años 1610, por varias uniones La Salle-Cocquebert. Habrá en total nueve de tres generaciones.

El padre de Luis, Lancelot, y su hermana y hermano se casan con tres hermanos y hermanas Cocquebert: Lancelot con Barbe Cocquebert, Juan con Antonieta y María con Juan. Hermanos y hermanas son varias veces cuñadas o cuñados. Jacqueline de La Salle (1632-1696), prima de Luis y tía de Juan Bautista, se casa con un Cocquebert, Nicolás (1624-1687). Su hermano Luis (1636-698) toma por esposa a María Cocquebert (1639-1693), etcétera. La segunda familia es la de los Moët, que se une al menos cuatro veces a los Cocquebert y dos veces a los Lespagnol. Dos Moët, tíos maternos de Juan Bautista, se casan con señoritas Cocquebert, luego, nuevamente, el hijo de uno de ellos, primo de Juan Bautista. Una de sus tías se casa con Claudio Lespagnol. En fin, la familia Maillefer se unió tres veces con los Cocquebert. Entre ellas, estas tres familias tejen directamente los lazos. Los más fuertes son los que, a partir de cuatro matrimonios, asocian a los La Salle y los Maillefer, mientras que estos últimos y la familia de Juan Bautista están unidos al menos una vez cada uno a los Moët. Más periférica, la familia Frémyn se une al menos una vez a todas esas familias, excepto a los Cocquebert. La red se extiende a las familias Roland, bien instaladas en la municipalidad, de las cuales salió el canónigo del mismo nombre, quien fue por un momento director espiritual de Juan Bautista.

La apariencia social de esas familias se debe analizar a la luz de la red que forman entre ellas. Cada miembro de las familias se encuentra en un juego de relaciones intergeneracionales que puede conducir al riesgo de la consanguinidad. Así, la suegra de Luis de La Salle, Perrette Lespagnol, es hija de Juana Cocquebert y su abuela materna es Juana Lespagnol. Claudio Cocquebert, nacido en 1612, se casa con su prima Nicole Cocquebert, quien muere en 1677. Simón de La Salle, hijo de Barbe Cocquebert, hermano mayor de Luis y tío de Juan Bautista, se casa con Rosa Maillefer, viuda de su primo, también llamado Simón, hijo de Antonieta Cocquebert. El último hijo de esta, Luis de La Salle (1636-1698), quien se casa con una María Cocquebert, tiene por suegra a Isabela Lespagnol: él obtiene de Alejandro VII una breve dispensa por consanguinidad; sobre los ocho hijos nacidos de ese matrimonio, seis murieron probablemente a temprana edad. De la misma manera, en la misma época, Santiago Moët (1635-1716), tío de Juan Bautista, se casa con su prima Ana Moët con dispensa del propio Papa. A la red de alianzas se suma la de los parentescos espirituales: entre Moët, Cocquebert, Lespagnol, La Salle y Frémyn ya ni se cuentan más las alianzas en la pila bautismal.

Conservando su anclaje en el comercio (el cuñado de Juan Bautista, Juan Maillefer, es comerciante de telas), esas familias extienden sobre la ciudad de Reims una red que les permite retener en sus mallas las posiciones de poder, de influencia o de prestigio. Detrás de una red de alianzas tan cuidadosamente entrelazadas entre varias generaciones se adivinan verdaderas estrategias sociales con intereses tanto políticos como económicos. Se trata de mantener e incluso de acrecentar los patrimonios familiares, lo que puede explicar los frecuentes ingresos a la vida religiosa de cada generación. Se trata también de garantizar su reproducción social consolidando las posiciones adquiridas en las principales instituciones de la ciudad por las familias asociadas en esa red. En primer lugar, ellas están implantadas con fuerza en la sede del Tribunal de Reims, como en un bastión: al menos tres Cocquebert, tres Moët, dos Lespagnol, un Frémyn, un Maillefer y dos La Salle (Luis, el padre de Juan Bautista, y Pedro, su propio hermano) detentan allí algunos cargos. Es evidente que Luis adquiere el puesto de consejero con la protección de Juan Moët, su cuñado. En el momento en que Luis asume este cargo su primo Nicolás Cocquebert (1624-1662) es el asesor adjunto de asuntos civiles y criminales, y Luis Lespagnol (1618-1692) es el fiscal. Así, beneficiándose de los lazos familiares creados antes, él se puede instalar en la magistratura.

En paralelo, estas familias acceden en gran número a las funciones municipales. El primero en entrar al consejo de la ciudad de Reims es Lancelot II, en la segunda mitad del siglo XVI. Algunas décadas más tarde, con ocasión de la reunión del 5 de marzo de 1649, los padres y aliados más o menos cercanos a los La Salle, con un número de diez, forman casi la mitad del consejo, que tiene veintiún miembros (Poutet, 1970, t. I, p. 111). Ellos ejercen con frecuencia el cargo más importante: mandatario o lugarteniente de los habitantes de Reims. Nicolás Lespagnol, cuñado de Juan Moët, el abuelo de Juan Bautista, asume el cargo desde 1633 a 1637 después su padre, quien lo había ejercido al final de las guerras de religión en el periodo 1595-1596. Juan Maillefer fue mandatario de los habitantes de Reims de 1630 a 1632, Antonio Frémyn en 1615, Felipe Frémyn de 1644 a 1648. Las generaciones siguientes asumen también la función: Claudio Cocquebert (1612-1700) está en el cargo en el periodo 1678-1680, cuando Juan Bautista vive las primicias de su conversión radical a los pobres; Luis de La Salle (1636-1700), su tío, en el periodo 1697-1698, cuando había dejado desde hacía un buen tiempo su ciudad natal. Otros, a ejemplo del padre de Juan Bautista en 1666 y 1669, ejercieron «solo» el puesto en el tribunal, al cual la familia Moët se había dedicado desde el siglo XIV: Nicolás de La Salle (1650-1725), primo hermano, y Juan Maillefer (1651-1718) en el periodo 1692-1693. El primero dirigió también a los fusileros de la ciudad igual que Juan Cocquebert (1596-1650). No sorprende mucho este verso de la época:

basta con ser Favart, Cocquebert o Roland. / Ante esos apellidos toda rodilla se dobla, todo se humilla. / Los grandes apellidos representan el saber, el genio. / No hay, fuera de esos nombres, ningún predestinado. / Con esos nombres, en fin, se es magistrado de nacimiento.

Tal hegemonía no impide las divisiones entre los miembros del clan. En 1688 Luis Lespagnol de Bouilly rechaza la elección de Andrés Cocquebert al puesto de magistrado; en las quejas que dirige a Colbert y a Lionne lo acusa de malversación. Andrés Cocquebert se toma muy mal este asunto y Luis va al exilio por algún tiempo a Bourges antes de entrar en gracia de nuevo (Poutet, 1970, t. I, p. 112).

Además de la magistratura y del tribunal, tres de esas familias ocupan puestos en la Iglesia en un segundo momento, según parece. Ellas son parte importante de la red devota y militante que va a producir el florecimiento de vocaciones religiosas. La existencia de una sucursal de la Compañía del Santo Sacramento a partir de 1641 es segura y ella se implanta por intermediación de un consejero del Tribunal de la Champaña (Tallon, 1999, p. 33). Las vocaciones comienzan a multiplicarse en la mitad del siglo. Seis primas y primos, hermanos de Luis de La Salle, tías y tíos de Juan Bautista, entran en las órdenes religiosas: Juana y María de La Salle hacen sucesivamente su profesión en la Congregación de Nuestra Señora en 1642 y 1643, Elisabet en la abadía real de San Pedro las Damas en 1651. Sus tres hermanos, Anselmo, Francisco y Pedro, se hacen genovevos: el primero sacerdote prior de Château-Landon, el segundo viceprior en Nuestra Señora de Bourg-Moyen en Blois. De la generación de Juan Bautista, tres Maillefer entran en las órdenes: Carlos (1653-1720) se integra al clero diocesano de Reims, Juana (1656-1712) toma el velo en la Congregación de Nuestra Señora y Francisco (1658-1716) pronuncia sus votos entre los premostratenses. De la generación siguiente, tres hijos de María de La Salle, hermana de Juan Bautista, y de Juan Maillefer, siguen la misma vía: Juan Francisco (1682-1723) obtiene una prebenda en la colegiata San Symphorien de Reims, Simón Luis (1683-1752) y Francisco Elías (1684-1761), el biógrafo de Juan Bautista, se integran a la Congregación de San Mauro, mientras que María Carlota realiza una tentativa en San Pedro las Damas, pero no termina su noviciado y se casa con un consejero del tribunal, Rigoberto Dorigny. Sus primas Juana Remieta y Juana Elisabet, hijas de Pedro de La Salle, entran a la Congregación de Nuestra Señora y su hermano Juan Bautista Luis se hace benedictino en San Remí. La familia Frémyn provee a los rangos del clero con bastante regularidad desde el final del siglo XVI: cuatro religiosas y dos canónigos.

Las numerosas vocaciones en la familia de Juan Bautista no aparecen como un fenómeno singular, incluso si ellas vienen a reforzar sensiblemente el peso de los La Salle en la contribución de esas familias a la Iglesia católica. María Rosa toma el velo en San Esteban de las Monjas en noviembre de 1671, cuatro meses después del deceso de su madre33, Santiago José entra a la Congregación de Francia probablemente hacia 1676 y Juan Luis, después de obtener su doctorado en la Sorbona en 1693, toma posesión de una prebenda en el capítulo de la catedral de Reims el año siguiente. Que la devoción haya sido desarrollada con fuerza en los La Salle está fuera de duda, pero no es imposible que el deceso prematuro de los dos padres haya contribuido a orientar a una parte de sus hijos hacia las órdenes, incluso aunque tres de ellos, una hija y dos hijos, al final se casaran. No es raro que la historia de las vocaciones religiosas presente casos similares. Conviene también no equivocarse sobre la preferencia notoria de las vocaciones por ciertas órdenes o por ciertos establecimientos en esas familias. La espiritualidad o la forma de vida entran sin duda menos en juego que su prestigio, por una parte, y el peso de la familia, por otra. La abadía San Pedro las Damas recluta en la élite de la Champaña: meter a sus hijas allí contribuye al honor de la familia. Sucede lo mismo con el capítulo de la catedral o con las abadías de San Dionisio y de San Remí de Reims. No se puede decir esto de la Congregación de Nuestra Señora, de creación mucho más reciente, impulsada por el movimiento de la Reforma católica; sin embargo, al entrar en ella de manera metódica, estas familias la erigen en la vitrina eclesial de su propio capital social simbólico. Las tías también preparan allí la acogida de sus sobrinas.

Por el contrario, este grupo de familias, anclado con solidez en la notoriedad de Reims y de la Champaña, casi no se extiende más allá de sus horizontes. Algunos Moët, llevados por el fuerte apego de la familia a una nobleza que, en un tiempo, habría podido parecer dudosa, entraron en la carrera de las armas: Juan (1642-1700) como lugarteniente coronel en el regimiento de Dauphin y Juan Bautista (1664-1724) como lugarteniente coronel en el regimiento de Provenza. La corte permanecía aún muy lejana: Antonio Frémyn (1559-1640) obtuvo el cargo de consejero ordinario y secretario de las casas, finanzas y órdenes de la reina María de Médicis, bajo la recomendación de la duquesa de Guisa; Nicolás Lespagnol (1617-1701) logró el de hombre noble de la duquesa de Orleans. Felipe de Orleans y Ana de Austria se declararon padrino y madrina de Felipe Maillefer en 1654, con ocasión de la entronización de Luis XIV, cuando la reina eligió domicilio en casa de Juan Maillefer (Boussinesq y Laurent, 1933, pp. 68-70).

La formación

En la familia

Luis de La Salle heredó la casa de su padre Lancelot, quien murió el 10 de abril de 1651, unos veinte días antes del nacimiento de su nieto. Vivió allí desde su matrimonio y la pareja cohabitó con la abuela Barbe Cocquebert hasta su desaparición el 12 de febrero de 1653. La casa —que aún existe hoy— estaba situada en la parroquia de San Pedro el Viejo, calle de la Chanvrerie, que después se convirtió en calle del Arbalète, en la parte más antigua de la ciudad, donde se concentraba la élite comerciante, oficial y administrativa. Muy próxima se encontraba la plaza de mercado de grano, conectada con la calle del mercado de caballos por la callejuela Orde; detrás de la casa estaban la plaza del mercado de telas, el tribunal y la alcaldía. Se necesitaban solo diez minutos para llegar a la catedral en el sur, a la Casa de las Monedas al norte, a la mercería al oeste, donde se realizaban las ferias. Llamada Casa del Campanario, la construyó en el estilo del Renacimiento, a partir de 1545, un mercader enriquecido en el negocio de las telas, Henri Choilly; en 1609 la compró Francisco de La Salle, el padre de Lancelot.

El testamento mutuo de Lancelot y de su mujer, con fecha del 9 de marzo de 1648, declaraba a Simón de La Salle, su hijo mayor, único propietario de la casa, mediante una indemnización a sus dos hermanas y a su hermano Luis, a quien debía ceder el uso de las habitaciones necesarias cuando se casara. A la muerte de Barbe Cocquebert, Luis y su familia recuperaron las habitaciones que ella ocupaba y en junio de 1660 él le compró a su hermano toda la parte de la cual era arrendatario, que llevaba la insignia de la cruz de oro. Vimos que la revendió en mayo de 1664 para comprar una nueva vivienda a donde llevó a toda su familia el 24 de junio de 1665 (Poutet, 1970, t. I, p. 36). Después de Juan Bautista, siete de los otros once hijos e hijas nacieron en la Casa del Campanario. Casi no hay información sobre la vida cotidiana de la familia en esos lugares.

La primera instrucción de Juan Bautista tiene lugar en el marco familiar, lo que explica que casi no se puedan conocer detalles. El único testimonio es el de los primeros biógrafos; uno de los más creíbles quizás sea el de su sobrino Maillefer: «su padre […] le dio una educación conforme a su nacimiento […] Él formó esta joven planta bajo sus ojos y no perdió de vista a este niño hasta que alcanzó la edad de comenzar sus estudios» (Maillefer, 1966, CL 6, ms. 1723, p. 3). ¿En qué consistió esa primera educación? ¿Recurrieron sus padres a un preceptor? ¿No fue su madre quien se consagró a ello en lugar de su padre? ¿Tuvo un maestro de música, puesto que su padre tenía gran apego por este arte? Tantas preguntas que solo se pueden responder con hipótesis. Sin gran riesgo de error, es posible afirmar que él sabía leer, escribir y contar cuando entró al colegio, probablemente las bases de latín y su catecismo, las principales oraciones y el oficio de las horas, aprendido al lado de su abuelo Juan Moët, quien lo recitaba a diario34. No hay que olvidar tampoco, en el curso de estos años decisivos de la primera pequeña infancia, el papel que pudieron jugar las reuniones de familia35 en la casa La Salle o donde los padres de Nicole Moët y donde los tíos y primos de ambos lados. No se puede definir mejor que como lo hizo Y. Poutet la manera en que ellas pudieron contribuir a forjar las representaciones sociales de Juan Bautista:

la acción de Perrette Lespagnol y Juan Moët de Brouillet impidió que la formación de su nieto se efectuara de manera cerrada. Los tíos abuelos y tías abuelas, tíos y tías, primos y primas lo insertaron en una red de relaciones humanas que pertenecían al ambiente de la nobleza y de la espada como a la burguesía comerciante. El espíritu corporativo, el sentido de la vida en común, la facilidad para plegarse a las exigencias de una colectividad, el respeto de la urbanidad y el espíritu cívico encontraron en este ambiente la más grande facilidad de eclosión. (Poutet, 1970, t. I, p. 61)

El Colegio de Bons-Enfants

La ciudad de Reims dispone de un colegio municipal que ella financia y protege: el de Bons-Enfants. Juan Bautista comienza allí su escolaridad en el mes de octubre de 1661, el 10 exactamente. El año se deduce del hecho de que él obtiene su Maestría en Artes en 1669, el día y el mes de los estatutos del colegio de 1662, que fijan la entrada escolar al día siguiente de la Fiesta de San Denis (Bernardo, 1965, CL 4, p. 139, n.º 3, 5). El mismo autor, comparando el trayecto de Juan Bautista con el de su hermano menor, Santiago José, piensa que él pudo haber entrado al colegio en 1660, a los nueve años. Pero refiriéndose a Blain él estima que esa prórroga de un año puede resultar de la débil constitución de Juan Bautista, a quien sus padres habrían preferido guardar un año más en su casa.

En esta época el Colegio de Bons-Enfants pertenece a la Universidad de Reims desde hace un poco más de un siglo. De fundación medieval, es reservado, entonces, los niños pobres entre nueve y dieciséis años que siguen los cursos de la escuela capitular llevan una vida comunitaria regulada y austera, vestidos de hábitos de colores oscuros y de una capa gris; además, deben hablar en latín en la casa. A mitad del siglo XVI, después de una fase de decadencia, se restablece bajo el modelo de los colegios parisinos e instala en nuevos edificios construidos entre 1544 y 1546. Repartidos en clases, de la sexta a la retórica, los estudiantes siguen los cursos en los locales del colegio, donde ellos están internos. El maestro también es el director: él atribuye las becas y escoge a los maestros. El cardenal de Lorena, desde el primer año de su pontificado, aprovecha la restauración del Colegio de Bons-Enfants para adosarle la universidad. De ahí en adelante el colegio se integra a la nueva institución, en específico a la Facultad de Artes. Se pone bajo la tutela del gran maestro, doctor en Teología, nombrado por el arzobispo. Los profesores, nombrados por el director, son clérigos y célibes, habitan y toman sus comidas en el colegio, llevan sotana, cinturón, capa y gorro cuadrado. El colegio acoge a estudiantes internos, la mayoría becados, algunos pensionados que pagan, y estudiantes externos, la mayoría. Los internos llevan el hábito largo, el cinturón y un gorro redondo. La enseñanza es gratuita. Cuando se establece el seminario en 1563, sus estudiantes siguen los cursos del Colegio de Bons-Enfants como externos.

Juan Bautista entra al colegio en el momento en que una crisis importante opone la universidad a los jesuitas, apoyada por el consejo de la ciudad y el tribunal. No es imposible que su padre, magistrado, al inscribir a su hijo mayor en el Colegio de Bons-Enfants haya querido manifestar así su solidaridad con la municipalidad. Él piensa, quizás desde entonces, en hacer parte de la magistratura. En efecto, dos años más tarde obtuvo la carga de administrador del Hospital General, que constituye una etapa previa (Bernardo, 1965, CL 4, p. 42). En 1660 la mayor parte de las corporaciones constituidas logra impedir la apertura de un segundo colegio jesuita que tiene en contra a la universidad, al clero, al capítulo de la catedral, a los curas, al tribunal, a la elección y a la comunidad de comerciantes. El mismo año, el rector de la universidad, Tomás Mercier, intenta hacer anular el acto de unión del colegio jesuita a la universidad, confirmado en 1617. Contra ellos, él lanza un panfleto teñido de tópicos del antijesuitismo galicano:

cada quien sabe que el designo de los jesuitas siempre ha sido introducir en este reino máximas nuevas […] que tienden […] a la extinción de los privilegios de la Iglesia anglicana. Para hacer triunfar ese designio, ellos emprendieron la instrucción de los jóvenes, a fin de poder inquietar a los espíritus y formarlos en su nueva doctrina. Han salido de sus escuelas libros llenos de mala instrucción […] Salieron estudiantes imbuidos de esta misma doctrina, que han sido funestos para Francia. (citado en Bernardo, 1965, CL 4, pp. 147-148)

Rechazados una primera vez, los padres apelan al Consejo de Estado, que les concede la razón en diciembre de 1663, pero la universidad demanda la casación de ese fallo el año siguiente. El proceso se atrasa por largo tiempo. Comienza una guerra de desgaste entre la universidad y los jesuitas ante el Parlamento y el Consejo del Rey, suspendida en 1664 y apaciguada por el arzobispo Antonio Barberini en 1667, antes de conocer un último episodio en 1723. Así, cuando Luis de La Salle decide confiar su hijo al Colegio de Bons-Enfants, la situación se había degradado desde hacía unos treinta años y el colegio pierde estudiantes en provecho de su competidor. Coquault deja un testimonio tan desengañado como parcial:

así, el Colegio de Bons-Enfants, que no tiene después de treinta años sino un edificio, mal mantenido, mal conducido por los directores supuestos [la ciudad dormida no vigila ese desorden que es de grandes consecuencias], así el colegio permanecerá completamente sin niños […] los habitantes secundan a los jesuitas sabiendo que su doctrina no es muy buena para la juventud […] Por tener el aplauso del pueblo, fue necesario servirse de la invención de los jesuitas que consiste en organizar a los niños en las clases, desde la sexta a la primera, tanto en griego como en latín, prosa, poesía, según el alcance de las clases, y dar el precio en libros a los mejores. (citado en Cauly, 1885, pp. 369-371)

Sea lo que sea, Juan Bautista entra en un colegio en renovación. La municipalidad secunda la iniciativa reformadora del rector, que comienza con la restauración, gracias a una suscripción pública, de los edificios incendiados en diciembre de 1648. En septiembre de 1660 el consejo de la ciudad decide asumir una parte del salario del director y de los profesores. Los nuevos estatutos los registra el Parlamento en mayo de 1662. Por la mediación de dos consejeros, los magistrados municipales tienen de ahora en adelante derecho a vigilar la gestión del colegio asistiendo a la rendición de cuentas con voz deliberativa. Las familias y los padres también se interesan en los asuntos del colegio y de la universidad. Cuando Juan Bautista entra al colegio, el alguacil de Vermandois, conservador de los privilegios de la universidad, es Juan a las citaciones de san Agustín, san Bernardo Béguin, el marido de Carlota Cocquebert de Montfort. Entre los donantes que favorecen al colegio se destaca Antonio Frémyn, asesor civil y criminal en el tribunal —y tío de Juan Bautista—, quien tiene una renta de 227 libras (Poutet, 1970, t. I, p. 140). El fin de los años 1660 está marcado por un asunto que concierne de modo indirecto a Juan Bautista, a través de su tío Pedro Dozet. En 1668 este decide renunciar a su cargo de canciller de la universidad, que ejercía desde 1619. Pero se choca con la oposición de Santiago Thuret, clérigo director y gran vicario, quien rechaza a su candidato, aunque el clérigo haya perdido todo derecho de control sobre la universidad y el colegio desde el tiempo del cardenal de Lorena. El conflicto dura dos años.

Las informaciones sobre la escolaridad de Juan Bautista son escasas. Su jornada en el colegio la definen los estatutos de 1662. Siendo externo, no experimenta la vida comunitaria y organizada de los internos y residentes; pero, por lo demás, la disciplina es igual. En verano la clase comienza a las 7:00 a. m. y dura hasta las 10:00 a. m., luego recomienza a las 2:30 p. m. y va hasta las 5:30 p. m.; en invierno es de 1:30 p. m. a 4:30 p. m.; durante la Cuaresma y los días de ayuno la clase de la mañana va desde las 8:30 a. m. hasta las 11:00 a. m. Sobre las seis horas de estudio cotidianas en clase, una se consagra a la explicación de las reglas y los preceptos, y las otras cinco al comentario, a la interpretación y a la imitación. Además, entre las 9:00 a. m. y las 10:00 a. m., y luego entre las 5:00 p. m. y las 6:00 p. m., los estudiantes escriben en verso o en prosa, o practican el debate. Cada curso comienza con un llamado; los ausentes sin excusa legítima son castigados. Los sábados por la tarde los estudiantes recitan los principales capítulos de la Doctrina cristiana. Todas las clases, en todos los niveles, tienen ejercicios privados y públicos de debate oratorio. El régimen parece ser más exigente para los residentes que para los externos: cada sábado los primeros, después del desayuno y de las gracias, entregan sus composiciones al director o al profesor de la semana, bajo pena de castigo si no presentan al menos tres temas latinos o griegos.

Los estudiantes asisten a una misa cotidiana. Entran a la clase delante de los maestros, a quienes deben saludar, contra los cuales nunca deben murmurar, a quienes no deben hablar sino con deferencia, sin amenaza ni insolencia. Ellos nunca salen de la clase sin permiso o antes de la señal de salida. Deben guardar siempre modestia, simplicidad y moderación, ser amigables y ayudarse mutuamente; evitar cualquier obscenidad, palabras vulgares o injuria, golpes o burlas, so pena de castigo, e incluso evitar todo barbarismo o solecismo en sus conversaciones, siempre en latín. Un explorador señala, incluidos los momentos de descanso, todas las faltas contra la obligación de hablar en latín entre los estudiantes para informar del asunto cada sábado al director o al profesor de la semana.

En una sociedad donde el vestido indica el estatus y la honorabilidad —y en nuestra época, en la cual resurge con regularidad el debate sobre la oportunidad de restablecer el uniforme en la escuela— no carece de interés detenerse un instante en el vestido de Juan Bautista y de sus camaradas. Externo, pero tonsurado en 1662 y canónigo a partir de 1666, parece que Juan Bautista lleva el largo hábito eclesiástico desde el comienzo de su escolaridad, lo que lo sitúa en una posición intermedia y en una cierta ambigüedad con relación a los otros estudiantes. En efecto, los que llevan el hábito largo pertenecen a dos categorías: los internos becados, que tienen también el cinturón y el gorro redondo, y los estudiantes del pequeño seminario fundado por el cardenal de Lorena, cuyo edificio es contiguo al colegio. Los externos llevan un hábito civil, como lo habría hecho Juan Bautista si no hubiera sido tonsurado. Su vestido no lo aísla, pero él prueba desde su primera adolescencia que ya no pertenece al mismo estado de la mayoría de sus compañeros.

El programa de estudio se somete a la hegemonía aplastante del latín y de las humanidades. Los principiantes aprenden las Reglas de la gramática, explican las Fábulas de Terencio, las Cartas de Cicerón, o aun algunas Bucólicas de Virgilio. Luego Juan Bautista se confronta con Salustio, con los Comentarios sobre la guerra de las Galias de César, con Sobre los deberes de Cicerón o con los más fáciles de sus Discursos, con Virgilio y Ovidio, repitiendo las reglas de la gramática latina y griega. Más tarde, en segundo, y después en retórica, estudió otros discursos de Cicerón, las Tusculanas, sus obras filosóficas y oratorias, los Tópicos de Quintiliano y a los poetas, Virgilio y Horacio, claro está, pero también a Propercio, Persio, Juvenal y Plauto. Evidentemente, la literatura griega no se olvida: Homero, Hesíodo (Los trabajos y los días), Teócrito (Las pastorales), algunos diálogos de Platón, algunos discursos de Demóstenes y de Isócrates, las Odas de Píndaro u otras obras, según la discreción del director y de los profesores.

El curso de Filosofía dura dos años. Juan Bautista lo sigue desde octubre de 1667 hasta julio de 1669. El profesor es Andrés Cloquet, bachiller en Teología, recién promovido a esta función. Durante el primer año él enseña la lógica, al comienzo de la mañana, y en la tarde la Moral de Aristóteles. El segundo año se dedica, por una parte, a la Física de Aristóteles, en la mañana, de 7:00 a. m. a 9:00 a. m., seguida del curso de Matemática (álgebra, geometría, cosmografía, música), por otra parte, a la Metafísica. Mientras tanto, el 17 de marzo de 1668 Juan Bautista recibe las órdenes menores.

Exceptuando ese marco general, al cual se somete como los otros, se sabe que Juan Bautista participa en la tragedia-ballet ofrecida con ocasión de la distribución anual de los premios para la Quasimodo de 1663. En el Martirio de san Timoteo, él juega el papel de Panfilio. Este último es un cristiano que, bajo la regla de Marco Aurelio, se levanta contra el gobernador Lampado, quien condena a Timoteo a la prisión y a la muerte por sus predicaciones públicas. Panfilio y sus amigos no logran liberar a Timoteo, pero el cielo los ayuda: el mismo día de la ejecución muere el gobernador, abatido por el fuego celestial.

Juan Bautista no figura entre los laureados del premio de instrucción religiosa de 1665, pero es difícil concluir cualquier cosa, dado que las fuentes están incompletas. En su tercer año de clase lo coronan con una distinción de arte oratoria, es decir, de declamación latina, y con un segundo premio de traducción (Poutet, 1992, p. 18). Sus primos Antonio Lespagnol y Juan Bautista Cocquebert, en cuarto año, ganan cada uno una recompensa en doctrina cristiana; otro primo, Juan Bautista Lespagnol, gana dos distinciones en doctrina cristiana y en oratoria (Poutet, 1970, t. I, p. 146, n.º 64, p. 147). Y. Poutet demuestra de manera definitiva el error cometido por Lucard en su biografía de 1874, retomado luego por otros autores, en particular por Guibert, sobre una pieza de versos latinos que Juan Bautista habría leído con ocasión de la entrega de los premios en 1666: el Periódico de Coquault evoca la ceremonia, pero no ofrece ningún nombre y la lista de laureados desapareció probablemente mucho antes de 1874; si Lucard la consultó, él no hace ninguna alusión a ella, lo que sorprende de su parte. Es aún menos creíble afirmar que en esta ocasión el canciller Dozet, seducido por los talentos de su sobrino, le anula su canonjía. Esta hipótesis puede sugerir solo la proximidad relativa de las dos fechas (Poutet, 1970, t. I, p. 158, n.º 43).

En cada uno de los dos años de Filosofía, los estudiantes deben preparar la sustentación de la tesis, llamada sabatina el primer año. El 8 de julio de 1669 Juan Bautista, después de obtener su certificado de escolaridad, jura sermón en latín, y de rodillas, entre las manos del rector de la universidad, Henri Esnard, recibe las cartas testimoniales que lo autorizan a presentarse ante el jurado. Estas cartas lo sitúan bajo la «autoridad, defensa, guardia y protección» del rector y de la universidad. Le quedan por pasar dos pruebas de tres horas, de las cuales le informan entonces las fechas y la composición del jurado. El 10 de julio recibe el título de maestro en Artes, con la mención summa cum laude. En seguida se inscribe en la Facultad de Teología.

El estudiante

El 1.º de octubre de 1669, con su Maestría en Artes en el bolsillo, él comienza los cursos de Teología en Reims. Se ha podido preguntar por qué no escogió desde este momento partir para París, dado que lo hará el año siguiente. Poutet emitió la hipótesis según la cual la inscripción de Juan Bautista en Reims constituía una garantía de la benevolencia demostrada por el tribunal con respecto a la universidad en el momento en que el conflicto oponía, por un lado, al canciller nombrado por el arzobispo y, por el otro, al cuerpo de profesores: a los ojos de los profesores, ese canciller, simple bachiller, no podía presidir los «jurados» entregando diplomas superiores al suyo (Poutet, 1970, t. I, pp. 228-229). El conflicto en sí no tenía casi nada que ver con el joven estudiante; pero él debió oír hablar a su padre, quien ocupaba una sede en el tribunal y había rechazado a los demandantes. Además, el conflicto conoció varios giros hasta el mes de diciembre de 1670, en el curso del cual el Parlamento de París confirmó las sentencias del Tribunal de Reims. ¿Hay que ver en esas tensiones una razón de la partida de Juan Bautista a París en la entrada académica de 1670? Es imposible responder.

Por el contrario, esa partida corresponde a otra lógica. En París él se inscribe no solo en la Sorbona, donde los diplomas tienen una reputación con la cual la Universidad de Reims, cualquiera que sea la calidad de sus profesores, no puede rivalizar, sino también en el Seminario de San Sulpicio, que se había vuelto una de las principales referencias en materia de formación del clero diocesano. Es muy probable que los La Salle, pensando en el atractivo evidente de su hijo por la vida religiosa y en sus probadas capacidades en este primer año en la universidad, hayan tenido la esperanza de que el paso por París le daría mejores oportunidades para realizar una bella carrera eclesiástica: un canónico doctor en Sorbona e inserto en la potente red sulpiciana tenía muchas posibilidades de ser elegido vicario general por un obispo; quizás se le podía confiar una diócesis más tarde. ¡Qué consagración para la familia y para un hombre joven sinceramente deseoso de consagrarse a la Iglesia! Maillefer precisa, además, que «partió hacia París […] con el objetivo de conseguir allí el grado de doctor» (Maillefer, 1966, CL 6, p. 43). No hay contradicción entre las aspiraciones sociales de los La Salle y su propio compromiso religioso. Lógica profana e inversión religiosa se alimentan de manera mutua: la búsqueda de dignidad orienta la vocación y esta la legitima. Hablar de instrumentalización de lo sagrado sería condenarse a no comprender; pero sin duda hay que ir más lejos aún: la ambición de una familia que, perteneciendo a la oligarquía que rige a la ciudad, busca una bella carrera en el clero para su hijo; esa ambición se nutre con la conciencia de sus misiones y sus prerrogativas, a la vez cristianas y sociales. Es cumplir, a la vez, su deber social y su deber religioso, darle su hijo a la Iglesia para que esté en disposición de asumir en ella responsabilidades a la altura de sus capacidades.

En Reims Juan Bautista sigue en particular los cursos de Daniel Egan, uno de los oponentes más determinados del nuevo canciller, y de Miguel de Blanzy. Él escucha la praelectio del primero, seguida de ejercicios teológicos orales, cada tarde de 1:00 p. m. a 2:00 p. m. Enseguida, de 2:30 p. m. a 4:00 p. m., él sigue el curso de Escritura Santa, que el profesor comenta apoyándose sobre los padres. En la mañana, de 8:00 a. m. a 9:00 a. m., Miguel de Blanzy comenta el Libro de las sentencias de Pedro Lombardo. Lo esencial de la formación durante ese año trata sobre el estudio de la Trinidad, los ángeles, la cuestión del libre albedrío y los sacramentos.

En mitad de octubre de 1670, Juan Bautista no realiza su entrada a Reims, sino a la Sorbona. Se instaló de manera definitiva en París, donde entró al Seminario de San Sulpicio, dirigido por Luis Tronson hasta el verano de 1671. Se beneficia así de una doble formación en teología. En la universidad sigue los cursos de Guillermo de Lestocq sobre la Trinidad y de Santiago Despériers sobre la encarnación. En el seminario, La Barmondière comenta la Moral de Luis Abelly36. Probablemente Juan Bautista frecuenta allí a su pariente mayor Juan Santiago Baüyn, quien solo está en la preparación de su bachillerato, pero manifiesta una fuerte personalidad y un gran resplandor espiritual. Bernardo escribe que tuvo «una amistad inviolable» con Juan Bautista y este último, de vuelta a París en 1688, se coloca bajo su dirección (Bernardo, 1965, CL 4, p. 14; Poutet, 1970, t. I, pp. 292-293). Blain traza el retrato de un asceta del cual, a su muerte, se repartieron «como reliquias los instrumentos de mortificación con los cuales había martirizado su cuerpo […]».

Es al final de este primer año parisino que sobreviene, el 19 de julio de 1671, la muerte de Nicole Moët. Juan Bautista parece no haber vuelto a ver a su madre después de su partida en el otoño precedente. Bernardo no dice nada, pero Maillefer (1966) en su manuscrito de 1723 afirma: «ese golpe […] suspendió sus resoluciones por algún tiempo» (CL 6, p. 20), lo que Blain (1733) parafrasea así: «ese golpe tan rudo […] suspendió por algún tiempo sus resoluciones de comprometerse en el estado eclesiástico» (t. I, p. 126). En 1740 Maillefer (1966) transforma esas dudas en «incertidumbres agobiantes» (CL 6, p. 20). ¿Viene la información de la memoria escrita por Juan Bautista de la cual dispuso Bernardo? En ese caso, ¿por qué no la habría tenido en cuenta? ¿Es un elemento de la vulgata familiar recogida por Maillefer o pura invención de su parte? Nada en el recorrido de Juan Bautista testifica alguna duda en ese momento.

La universidad cierra por las vacaciones ordinarias al final del mes de julio. Probablemente Juan Bautista pasa una parte de ellas en Reims con su familia y luego vuelve a retomar los cursos en mitad de octubre de 1671. En la Sorbona Lestocq dispensa un curso sobre la Gracia, mientras que Despériers consagra el suyo a los sacramentos, en particular al bautismo. En San Sulpicio La Barmondière prosigue su comentario a Abelly. En paralelo, Juan Bautista se inicia en las ceremonias litúrgicas; pero ese año a él también lo perturba un acontecimiento de consecuencias mayores: su padre muere con rapidez el 9 de abril de 1672. Probablemente Juan Bautista recibe la noticia al cabo de 48 horas; sin embargo, no regresa de inmediato a la Champaña. El 12 de abril él sigue su último curso. Al día siguiente entra en retiro: ¿se trata de la recolección de la Semana Santa para preparar las fiestas de Pascua o del retiro previsto por el reglamento para aquellos que dejan el seminario? En el segundo caso, eso significa que Juan Bautista toma la decisión muy rápido, posiblemente bajo la orden de sus tíos Simón de La Salle, Nicolás Moët y Antonio Frémyn, de que ellos sean los ejecutores testamentarios de Luis de La Salle. Es aún menor y sus tíos, de manera probable, no le dejan otra opción. Después de celebrar la Pascua, él deja definitivamente San Sulpicio dos días después, el 19 de abril. Es seguro que él está en Reims el 23, cuando se detiene la cuenta de tutela del mes de abril. Quizás había llegado hace dos días o incluso tres37.

La desaparición de Luis de La Salle hace de su hijo el jefe de la familia. Más adelante evocaremos la manera en que asegura la tutela de sus hermanos menores. ¿Es un giro mayor en su vida? Sobre el plan afectivo no se sabrá nunca. El tono del siglo no es propio para el desahogo de la interioridad y Juan Bautista no habló nunca de ella. La consecuencia mayor recae sobre la continuidad de los estudios: él tiene la responsabilidad de sus hermanos y hermanas, y le corresponde de ahí en adelante administrar los bienes de la hermandad; pero no parece que el acontecimiento haya modificado la orientación de su vida. Desde hace varios años él está destinado al sacerdocio y a una carrera eclesiástica. La desaparición de su padre lo va a obligar a hacer un corte en sus estudios; sin embargo, él los retomará sin haberse desviado de su trayectoria inicial. Lo va a obligar sobre todo a dejar San Sulpicio y allí se encuentra el mayor tormento: él deja el establecimiento que está a punto de convertirse en el vivero del alto clero.

Es difícil adivinar las impresiones que Juan Bautista pudo retirar de esta primera estadía parisina y a qué influencias pudo haber sido sensible. Durante este periodo, los doctores de Sorbona se dividen entre galicanos y romanos, entre jansenistas y sus adversarios. Supervisados por el canciller, el Parlamento, el arzobispo y el nuncio se enfrentan con guantes de seda, realmente más interesados en neutralizar cada ataque con hábiles contrafuegos que en correr el riesgo de atraer la atención por medio de algún escándalo. El principal asunto es la preparación de los nuevos estatutos de la facultad, iniciada mucho antes de la llegada de Juan Bautista y postergada durante los meses de su estadía parisina antes de concluir en el periodo 1673-1675. Se puede evocar el debate sobre la Asunción de la Virgen, alimentado por las contribuciones de varios doctores, pero ¿hay que ver allí la fuente de la tesis «asuncionista» afirmada por Juan Bautista, en particular en Los deberes de un cristiano? (Poutet, 1970, t. I, n.º 3, pp. 256-257). En 1671 la Sorbona condena al cartesianismo sin que se conozca el impacto sobre él. A lo sumo se puede intentar caracterizar a los profesores cuyos cursos siguió y emitir, sin poder verificarla, la hipótesis de que sus orientaciones quizás contribuyeron a forjar la sensibilidad del joven remense. Guillermo de Lestocq aparece como romano a lo largo de su carrera, tanto sobre el plano teológico como sobre el eclesiológico. Él apoya la censura del libro de Arnauld, de hecho como de derecho, y toma de modo sistemático posturas favorables a la autoridad del Papa. Las religiosas Bargellini en 1670 y Nerli en 1673 lo califican respectivamente de «mejor intencionado» y de «católico romano insigne y fuerte». Santiago Despériers manifiesta una sensibilidad bastante cercana. Aunque haya podido aparecer a veces como galicano moderado o romano al comienzo de su carrera, se le señala a Colbert como un «devoto romano» desde 1664 y las dos religiosas usan para con él los mismos calificativos que para su colega. A finales del año 1672, cuando Juan Bautista ya ha regresado a Reims, él hace parte del grupo de doctores que denuncia ante el arzobispo a un doctor que había manifestado sus reservas sobre la Inmaculada Concepción con ocasión de una predicación del 8 de diciembre. Y en 1682 él toma partido contra la certificación de los Cuatro artículos por la asamblea de la Facultad de Teología (Grès-Gayer, 2002, p. 467).

Del Seminario de San Sulpicio Juan Bautista conserva una huella profunda, aunque sea difícil identificar los vectores de esta influencia. Comentando a Abelly, La Barmondière utiliza a un autor de la época reconocido como adversario de los jansenistas, con los cuales él había tenido polémica, en particular con Martín de Barcos, sobre la biografía de Vicente de Paúl. No es sorprendente que Maillefer, contestando la bula Unigenitus, no se extienda en nada sobre esos dieciocho meses en San Sulpicio. Por el contrario, Bernardo hace de él el crisol de la vida espiritual de Juan Bautista:

fue en ese santo lugar donde él puso el fundamento de todas las virtudes que practicó por el resto de su vida con tanto coraje y perseverancia. Fue, digo yo, en ese lugar donde fue abrazado por el amor de Jesús y de María. Y, en fin, fue en esta casa de Dios donde se consagró a él de una manera particular. (Bernardo, 1965, CL 4, p. 15)

Blain reporta también ciertos testimonios de los hermanos al respecto: «él amaba singularmente ese santo vivero de obreros evangélicos, y no hablaba de él sino con grandes pruebas de estima y de respeto» (Blain, 1733, t. I, p. 127). De regreso a Reims, Juan Bautista se reintegra a la universidad en el mes de abril. Vuelve a encontrar a Miguel de Blanzy y a Daniel Egan, cuyos cursos sigue al comenzar la mañana, para el primero, y al comenzar la tarde, para el segundo. Termina ese año con las vacaciones universitarias que se inician en el mes de agosto. Luego, durante un año completo, de agosto de 1672 a septiembre de 1673, interrumpe sus cursos universitarios para consagrarse a sus responsabilidades de jefe de familia. En octubre de 1673 retoma sus estudios, que van a llevarlo hasta el birrete de doctor en siete años, cuando muchos estudiantes logran obtener los grados dos veces con mayor rapidez. No hay que asombrarse: el ritmo de los cursos universitarios es susceptible de muchas más adaptaciones a las presiones y a las opciones de cada uno que hoy. Tampoco se puede deducir nada de ese ritmo sobre las capacidades intelectuales de los estudiantes, pero en esa época la rapidez es más a menudo reveladora de prebendas que de facilidades para el estudio, de la lentitud de las restricciones extrínsecas que de seriedad.

Dos años de Filosofía lo conducen al bachillerato en Teología en agosto de 1675, durante el cual sustenta su Tentativa. En el otoño siguiente, Juan Bautista se prepara para el examen de admisión en licencia, dándose una cultura a la vez bastante general y bastante completa en materias tan diversas como Teología Escolástica, Teología Positiva, Historia de la Iglesia, Escritura Santa. En el curso de los dos años siguientes, a partir de enero de 1676, prepara su licencia. Como los otros estudiantes inscritos para ese grado, él guía la controversia de los estudiantes de grados menores al presentar sus Tentativas para el bachillerato. El 19 de agosto de 1677 es el turno de su primo Felipe Maillefer, quien ofrece un festín en la casa familiar a la salida de la ceremonia. La licencia se obtiene pasando, en un orden indiferente, dos sustentaciones: la Mayor ordinaria, que trata sobre teología moral, y la Patricia, sobre teología positiva. Igualmente, en el curso del segundo año hay que sustentar la Menor ordinaria, sobre la apologética y la controversia. Una vez pasadas esas pruebas, a comienzos del año 1678, él pasa la Paraninfo en enero. La promulgación de los «puestos» de la licencia, dicho de otro modo, la clasificación, tiene lugar en el mes de febrero. Este resultado nos es desconocido; la única certeza: probablemente Juan Bautista no es el primero, porque no pronuncia el discurso de agradecimiento al canciller, al decano y a los profesores.

Licenciado en Teología, tiene de ahora en adelante el derecho a enseñar teología; puede también considerar una carrera eclesiástica que le conduciría, con un poco de suerte, hasta el episcopado. El Concilio de Trento había decidido que la licencia en Teología o en Derecho Canónico constituía el grado mínimo para aspirar a una diócesis. Seguidamente, él hubiera podido también desear el grado de doctor: para eso hay que sustentar las Vesperies, acto bastante formal, y Juan Bautista habría podido presentarlo entre la primavera y el verano de 1678. Pero él interrumpe, entonces, una segunda vez, y esta pausa va a durar más de dos años, de febrero de 1678 hasta la Pascua de 1680. Veremos que es en ese momento cuando se produce el verdadero giro en la vida de san Juan Bautista: vuelve la espalda a toda perspectiva de carrera en la Iglesia y descubre su vocación. Veremos también que la ruptura se declina realmente en varias etapas. El hecho de consagrar la primavera del año 1680 a la obtención del doctorado, el grado universitario más elevado, no pone en cuestión el proceso de conversión que está viviendo. Él va hasta el final antes de voltear definitivamente la página, consciente de que, si no quiere utilizar el doctorado para favorecer una bella ascensión en la institución, el grado le será siempre útil para sentar su legitimidad a los ojos de ella, tanto más útil que la vía en la cual se lanza es una aventura de pionero. En una fecha desconocida situada entre la Pascua, celebrada ese año el 21 de abril, y el fin del mes de junio, él toma juramento, recibe el birrete de doctor y preside la sustentación de una Menor ordinaria. Juan Bautista de La Salle, canónigo de la catedral, es de ahora en adelante doctor en Teología. Él hace parte de la élite del clérigo diocesano. Cabe imaginar cuál habría sido el orgullo de sus padres si hubieran vivido hasta ese momento. También se puede imaginar que en el círculo familiar él disfruta de una consideración a la altura de las expectativas sociales que su función autoriza.

Es difícil caracterizar la manera como recibió y se apropió de la enseñanza recibida en la Universidad de Reims. Daniel Egan es un jacobita irlandés, originario del condado de Longford, lleno de celo por mantener el catolicismo en su patria. En general, los sacerdotes irlandeses eran en ese entonces poco inclinados tanto al galicanismo como al jansenismo. D. Egan murió en 1699 como gran maestro de la universidad y canónigo de la catedral. En cuanto a Miguel de Blanzy, es un pariente de Juan Maillefer padre; canónigo de San Timoteo y luego de la catedral. En 1689 legó al capítulo de Nuestra Señora su biblioteca, de unos 2800 volúmenes; él murió el año siguiente. En 1685 da su aprobación a la edición de la Colección de algunos avisos del canónigo Roland, cuyo manuscrito se le ha podido trasmitir, sin que se pueda afirmar con certitud, a través de Juan Bautista, quien era uno de los ejecutores testamentarios.

Hacia una carrera eclesiástica

Orígenes: las trampas de la hagiografía

El primer hagiógrafo de Juan Bautista marca el tono:

a medida que él crecía en edad, crecía también en sabiduría ante Dios y ante los hombres; y se notaba, día tras día, que este amable niño era guiado por la piedad y tenía una gran inclinación por el estado eclesiástico. Porque tan pronto como supo servirse de sus pequeñas manos, las empleó en construir pequeños oratorios, junto a los cuales él cantaba e imitaba a su manera las augustas ceremonias de la Iglesia. Y era esa su principal ocupación, y le repugnaba tomar las recreaciones que deseaban que él tomara. Parecía ya que fuera razonable, y que la puerilidad o la infancia le hubieran abandonado desde la edad de cuatro o cinco años, por las preguntas y respuestas que él hacía. Lo que parece, entre otros, por lo que él dijo una vez, cuando sus padres se habían reunido para tomar algunas recreaciones; como eso no le agradaba, fue a encontrar a su madrina y le rogó que le leyera la vida de los santos. Era sin duda un feliz presagio que él imitaría sus santas acciones. Así comenzaba a amar lo que provocó placer a los santos, es decir, la oración y la frecuentación de las iglesias, no teniendo para nada ningún otro placer que cuando su padre lo llevaba al oficio divino, al cual era muy exacto. Y era allí donde él hacía ver su piedad, apresurándose a servir en las misas y anhelando, por así decirlo, las funciones de monaguillo. ¡Y con cuánto fervor y modestia acompañaba él sus pequeños pasos! Él atraía las miradas de todos los asistentes e inspiraba la devoción a quienes lo miraban. (Bernardo, 1965, CL 4, pp. 11-12)

Maillefer (1966) retoma muy sobriamente la misma idea de la vocación precoz manifestada por «una natural inclinación a la virtud» (CL 6, pp. 41-42). A su vez, y según su costumbre, Blain (1733) la amplifica: lo que ocupa un párrafo más o menos largo en Bernardo y Maillefer, se extiende sobre más de dos páginas, en formato in-octavo, en él. Algunas líneas bastan para comprender la tonalidad:

desde la cuna parece que la gracia lo distinguió y que ella quería hacer una de sus obras maestras. Nada de pueril en él. Niño, sin tener las inclinaciones de los niños, amaba los ejercicios serios y no hacía aparecer nada en sus acciones propio de la primera edad. Sus entretenimientos, si los tuvo, fueron ensayos de virtud, y la piedad, que es en nosotros el fruto lento y tardío de la gracia, anticipó en él a la razón. Devoto sin gesticulaciones, le agradaban la oración y la lectura de buenos libros; y su inclinación hacia el estado eclesiástico ya se notaba, incluso en sus diversiones, puesto que su placer era levantar iglesias, adornar altares, cantar los cánticos de la Iglesia e imitar ceremonias de la religión Los otros pasatiempos no le gustaban en absoluto; y aunque nació alegre y de buen humor, su inclinación no lo llevaba para nada a las diversiones de lo de su edad. (t. I, p. 118)

Bernardo y Blain, quienes tuvieron acceso a la Memoria de los orígenes redactada por Juan Bautista, no citan de ella ningún pasaje relativo a su infancia. Hay que deducir que el propio autor casi no la evoca del todo. Sin recurrir a su imaginación, tentación del biógrafo frente a las lagunas de sus fuentes, las únicas sobre las cuales pudieron apoyarse son las memorias recogidas inmediatamente después de su muerte. Incluso si algunas pudieron emanar de miembros de la familia, la más grande prudencia se impone: escritas más de medio siglo después por personas que a lo mejor eran niños en esa época, ¿con qué veracidad se pueden acreditar sus palabras? Nos encontramos frente a un modelo hagiográfico bien conocido, el de la continuidad: según las expresiones consagradas, desde la infancia el «sirviente de Dios» es prevenido por la gracia y toda su vida es una marcha segura hacia la santidad. Ese modelo, en oposición al de la ruptura por la conversión, impone de un modo muy natural los lugares comunes que le permiten funcionar. En el niño son los signos de madurez y de renuncia a todo lo que es «pueril» hasta el punto de que los mismos juegos ponen las premisas de la vocación a la santidad. La realidad de los juegos aquí evocada no se debe poner en duda por fuerza. Se han conservado esos juguetes destinados a despertar la piedad de los infantes: pequeños altares con sus ornamentos litúrgicos en escala reducida para los niños, muñecas religiosas para las niñas. Es muy probable que Luis de La Salle y Nicole Moët se los hayan ofrecido a sus hijos y que Juan Bautista no sea el único de entre los hermanos en haberse divertido con ellos. Pero ha sido necesario esperar el final, es decir, la recogida de los testimonios después de su muerte, para dar retroactivamente un sentido a esos juegos; tanto que el valor de esos testimonios sobre la precocidad de la santidad resulta muy débil.

Además, la vida de Juan Bautista se articula sobre una ruptura, una verdadera conversión, que se juega de 1678 hasta 1683. Pero no es una conversión a la fe o el descubrimiento de una vocación sacerdotal. Esta última se inscribe en la continuidad de una historia y de un horizonte de expectativas familiares. Ninguna conversión preside la ordenación sacerdotal de Juan Bautista: ella es el fruto de una programación que él interiorizó y por la cual hizo una opción, la etapa lógica para un joven canónigo. No debe sorprender que los testimonios reunidos junto a su familia, que interpretan según la necesidad los juegos infantiles, legitimen la idea de una vocación sacerdotal y al mismo tiempo la mirada que sus parientes proyectaban sobre él. De modo implícito, ellos justifican también la desaprobación que casi todos los suyos manifestaron cuando él abandonó la vía que se le había trazado. Habría sido mucho más significativo que esos testimonios evocaran el atractivo del niño Juan Bautista por los pobres o que él se divirtiera con predilección jugando al maestro de escuela, figura social que no pertenecía a su universo infantil como los primeros. La «gracia» había predestinado a Juan Bautista a ser presbítero y a entregarse a la liturgia, lo que corresponde por excelencia al perfil del canónigo escogido para él; pero Juan Bautista no respondió a eso: él renunció a su canonjía y se entregó a la educación de los jóvenes, que no requería el sacerdocio. ¿La gracia no habría sido tan preveniente como lo hubieran querido Bernardo o Blain? Maillefer se contenta con indicar la seriedad del niño y su gusto por la oración o por los buenos libros, lo que en sí mismo no presagia una vocación sacerdotal y deja a la santidad una gama de posibilidades más abierta.

La canonjía: un asunto de capital social

El 11 de marzo de 1662, cuando apenas tenía once años, en la capilla del Palacio Episcopal de Reims, Juan Bautista de La Salle recibe la tonsura de manos del obispo auxiliar de Châlons-en-Campaña, Juan de Malevaud38. En esta fecha el arzobispo de Reims, Antonio Barberini, no ha tomado aún posesión de su diócesis y es el canónigo Pedro Dozet, tío de Juan Bautista, quien despacha los asuntos corrientes. Para ser tonsurado hay que haber recibido previamente el sacramento de la confirmación39. Esta última ceremonia no tiene entonces la importancia que tomó después de algunas décadas. Es excepcional que los archivos conserven su huella: se sabe que los obispos, con ocasión de las visitas pastorales, pueden administrarla a todos los fieles que no la han recibido aún, pero es raro que hayan subsistido listas de nombres. No se sabe en qué fecha se confirma Juan Bautista. El Catecismo del Concilio de Trento recomendaba administrar la confirmación entre los siete —«la edad de la razón», a partir de la cual un niño es «apto para sostener el combate de la fe»— y los doce años, como último plazo (Concilio de Trento, 1673, p. 233, citado en Poutet, 1970, t. I, n.º 3, p. 181). Nada impide entonces pensar que él recibió al mismo tiempo la confirmación y la tonsura, o que las dos ceremonias casi no se espaciaron. La tonsura abre el derecho a llevar el hábito eclesiástico. ¿Juan Bautista se vale de él? No se sabe.

Que, como lo dicen los primeros biógrafos, el joven adolescente haya deseado recibir la tonsura, primera etapa de la integración al clero, no tiene nada de inverosímil en sí mismo, incluso si como regla general recibirla tan joven pertenece más a la estrategia familiar que a la voluntad personal. Esta interpretación sería coherente con la hagiografía que nos lo describe como un niño devoto, pero nada obliga a suscribir ese lugar común. Por el contrario, es cierto que él no habría recibido la tonsura sin el aval de su padre, jefe de familia. La ceremonia no compromete de manera definitiva a su beneficiario en la carrera eclesiástica, pero le abre las puertas. Así, más allá del receptor, ella concierne a la familia, independientemente de toda perspectiva espiritual, por razones de consideración social, por una parte, y de trasmisión del patrimonio, por otra. Ahora bien, en el caso de los La Salle los tres concurren a empujar al joven hacia las órdenes. Sus padres son católicos piadosos y celosos, «devotos», según el lenguaje de la época: dar un hijo a la Iglesia hace parte de los sacrificios que ellos han de consentir y que les valdrá quizás un crecimiento de méritos en la comunión de los santos. Sus padres pertenecen también, como lo vimos, a esa aristocracia restringida, entre comercio y nobleza, que controla la ciudad de Reims. La tonsura abre a su hijo la posibilidad de recibir uno o incluso varios beneficios eclesiásticos, prebenda canonical, priorato o abadía, que vendrían a realzar aún más la notabilidad de su nombre y, si se tratara de una prebenda en Reims, la influencia de la familia en la ciudad. Ahora bien, Pedro Dozet, el tío canónigo, dejará por fuerza algún día su puesto en el capítulo de la catedral. Avanza en edad y puede ser ya tiempo de meterse sobre los rangos para obtener la renuncia a su prebenda en favor de Juan Bautista. La piedad y la seriedad del joven ofrecen toda la garantía sobre la legitimidad de tal expectativa. Sería ingenuo creer que tal estrategia no haya germinado en el espíritu de Luis de La Salle y de su esposa. Estaría igualmente fuera de lugar escandalizarse y gritar hipocresía: colocando a su hijo mayor en posición de acceso al capítulo de la catedral, ellos cumplen su deber de cristianos; sin dudar en ofrecerlo a Dios, como Abraham lo había hecho con Isaac, son padres cuidadosos en asegurarle un futuro a su progenitura y notables consagrados a la dirección y la protección de la ciudad. En todo eso solo hay sinceridad y buena conciencia.

Hasta aquí la integración de Juan Bautista al capítulo de la catedral no se diferencia de la carrera tomada por varios miembros de su parentesco próximo o más lejano: Luis y Nicolás Bachelier, aceptados respectivamente el 30 de agosto de 1663 y el 13 de diciembre de 1668; Antonio Moët, aceptado en 1659, quien tendrá por sucesor en su silla del coro, en 1700, a su sobrino Carlos Levesque; Carlos Moët, del cual Juan Luis de La Salle recuperará la prebenda en 1694; Francisco Cocquebert, aceptado el 10 de diciembre de 1667; Juan Roland, aceptado en 1659 y vicario general en 1682; Gerardo José Cocquebert, quien muere en 1703 y cuyo hermano había sido el condiscípulo de Juan Bautista en el Colegio de Bons-Enfants; y, en fin, Nicolás Frémyn (1660-1746), rector de la universidad en el periodo 1690-1691.

Pero hay que ir más lejos aún: los La Salle presentan el mismo perfil que esas familias de notables devotos que forman una red por medio de intermatrimonios repetidos, estudiados, no hace mucho tiempo por D. Dinet en una región próxima, La Borgoña del Norte, los cuales constituyeron el vivero privilegiado del reclutamiento sacerdotal y regular en esta época. Hemos visto que dos hermanos de Juan Bautista, Santiago José y Juan Luis, entraron en las órdenes, así como su hermana María Rosa. Todos alcanzaron la edad de la razón antes de la muerte de sus padres en 1671 y 1672. Sobre siete hijos llegados a la edad adulta, cuatro entraron en las órdenes. Ningún testimonio existe de una eventual oposición de Luis de La Salle y de Nicole Moët a la vocación de su hijo mayor y la de sus hermanos y hermanas menores. Es verdad que los dos hermanos de Juan Bautista tienen la edad de trece y ocho años, respectivamente, cuando muere su padre, y que le tocó a Juan Bautista zanjar el asunto. Pero es revelador, a contrario, que la cuestión de una entrada en la religión no se haya planteado para los dos últimos, Pedro y Juan Remí, quienes tenían seis y dos años en el momento del deceso de Luis. Entonces, hay que deducir, como lo hizo hace años Y. Poutet, la eficacia de la educación y del condicionamiento familiar: en la educación recibida de sus padres, los hijos La Salle, al menos esos que alcanzaron la edad de ser marcados por esto, encontraron el terreno favorable a su vocación religiosa.

El Concilio de Trento había decidido que no se podía recibir un beneficio antes de la edad de catorce años40. Juan Bautista tiene un año más cuando, el 19 de julio de 1666, el canónigo Dozet, de 75 años, renuncia a su prebenda en su favor, en el capítulo de la catedral de Reims que corresponde a la silla del coro n.° 21, la de san Bruno. Dozet es una personalidad de la ciudad. Canciller de la universidad desde 1619, antiguo archidiácono de la Champaña, fue dos veces vicario general sede vacante, la segunda vez durante doce años; él tuvo la responsabilidad de la administración de la diócesis. Él designó a Luis de La Salle uno de sus ejecutores testamentarios. Juan Bautista toma posesión de su silla el 7 de enero de 1667 al final de su decimosexto año, pero él no tiene aún voz deliberativa, porque no había recibido las órdenes sagradas.

Un capítulo de la catedral en la época moderna forma una comunidad autónoma, consciente de su rango y vigilante para no dejar pisotear sus prerrogativas. El de Reims, a cargo de la prestigiosa catedral de la Consagración Real, no escapa a esta regla. Fortalecido con sus diez dignatarios, 63 canónigos y 42 capellanes, no permite que nadie venga a darle lecciones, en particular la ciudad. En 1658, después de la batalla de las Dunas, que entrega Dunkerque a Luis XIV, un Te Deum se ordena en todas las diócesis del reino. El consejo de la ciudad ordena al capítulo organizar la ceremonia; pero obtiene esta respuesta hiriente:

usted no tiene ningún poder ni autoridad en nuestra iglesia; el rey que manda a hacer tales ceremonias se dirige a nuestro arzobispo, y puesto que la sede está vacante, […] a nosotros mismos […] Además, nuestro arzobispo nada puede en nuestra iglesia sin el aviso y consentimiento del capítulo y nosotros podemos todo en nuestra iglesia sin él41.

Existen lazos, sin embargo, entre el capítulo y la ciudad. Algunos canónigos pueden ser consejeros-tribunales, como lo hemos visto con Santiago Thuret, quien entra al consejo en el mes de diciembre de 1667. El año siguiente, el 17 de marzo de 1668, Juan Bautista recibe las órdenes menores en la capilla del arzobispado, de manos del obispo de Soissons, Carlos de Bourlon42. En esta fecha el cardenal Barberini se encuentra aún en su ciudad episcopal, a donde llegó el 17 de enero, y donde preside los Te Deum del 8 de abril y del 10 de mayo. Su coadjutor no está nombrado ni instalado en Reims y llega en abril de 1669. Como canónigo en el capítulo de Reims, un clérigo con las órdenes menores no tiene las mismas obligaciones ni las mismas ventajas que los otros: dispensado de la asiduidad cotidiana al oficio canonical, solo toca los «grandes frutos» y la mitad de las retribuciones ordinarias, a condición de asistir a las tres grandes horas los domingos y fiestas (laudes, vísperas y completas). Cada trimestre debe entregar al promotor del capítulo un certificado de su «buen avance en los estudios» firmado por sus profesores.

Después de su toma de posesión, el estudiante en la clase de Filosofía participa en las ceremonias y en la liturgia del capítulo. Así, el domingo de la Quasimodo de 1668 él canta el Te Deum, que celebra la conquista de La Franche-Comté, ante varios miembros de su familia y de su parentela, comenzando por su padre; el consejo de la ciudad y el tribunal participan en la ceremonia (Poutet, 1992, p. 18). La Paz de Aquisgrán le da la ocasión de celebrar su segundo Te Deum, dos meses más tarde, a inicios de junio. En esta fecha la peste ya se ha declarado en la ciudad. El 24 de septiembre comienzan las procesiones del relicario de San Remí, llevado de iglesia en iglesia por algunos canónigos, entre ellos Nicolás Roland, a través de la ciudad.

El sacerdocio

Cuando regresa de manera definitiva de París a Reims, a finales del mes de abril de 1672, Juan Bautista, aunque canónigo, es solo un clérigo tonsurado y con las órdenes menores. Según Maillefer (1966), durante su primer año en San Sulpicio él se había preparado para recibir la primera de las órdenes mayores, el subdiaconado, y tenía la intención «de comprometerse en las órdenes sagradas»; pero antes de hacerlo habría consultado al canónigo Nicolás Roland y se habría decidido bajo la orden de este último: «él le dijo que no postergara más la recepción de las órdenes» (CL 6, ms. 1723 y 1740, pp. 22-23). En el curso de mayo de 1672 Juan Bautista toma la decisión. Por falta de conocimiento de los entresijos de sus reflexiones y del contenido de sus intercambios con Nicolás Roland, se debe solo proceder a esta simple constatación: recibiendo de modo sucesivo las órdenes que lo llevaron al sacerdocio, Juan Bautista de La Salle se pone primero en condiciones para ejercer la plenitud de su canonjía. Él no se desvía de la ruta trazada cuando se fue a París. Seguramente su duda tuvo que ver con una cuestión de calendario y no con su vocación: ¿debía esperar el fin de sus estudios de teología para devenir presbítero o, por el contrario, comenzar por esta primera etapa? La muerte de Luis de La Salle modifica la situación, en el sentido de que se hace más imperativo para Juan Bautista disfrutar de la totalidad de las rentas de su prebenda. Esta consideración concuerda sin dificultad con otras de orden espiritual que pudieron nutrir sus conversaciones con Nicolás Roland.

Pasa un poco más de un mes antes de que Juan Bautista reciba el subdiaconado en Cambrai, el sábado 4 de junio43, la víspera de Pentecostés, de manos del obispo Ladislao Jonnart. Ninguna ordenación estaba prevista en Reims y aunque Carlos Mauricio Le Tellier está ya en función, él debe solicitar las cartas dimisorias para ir a otra diócesis. Las obtiene el 27 de mayo. Fue quizá en esa ocasión cuando encontró personalmente y por primera vez al arzobispo. Él va primero a Laón, luego a Noyon y finalmente a Cambrai, donde se ordena al término de un periplo de ochenta kilómetros, recorridos en cinco o seis días, no se sabe en qué medio de transporte. Tiene veintiún años, edad requerida por el concilio.

Debido a que el Concilio de Trento no había prescrito sino un año mínimo de intervalo entre los grados, Juan Bautista espera cuatro años más antes de recibir la ordenación diaconal. Como para sus estudios de teología, él parece no manifestar ninguna prisa. Pero la recibe en circunstancias bastante particulares, elucidadas gracias a los trabajos de L. M. Aroz. Nicolás Roland, según Maillefer (1966), habría persuadido a Juan Bautista:

[…] que al comprometerse en el estado eclesiástico, no debía buscar un reposo funesto a la sombra de su canonjía, y que un eclesiástico debía servir a la Iglesia en lo que ella tiene de más duro. Lo que le hizo nacer el deseo de tomar un beneficio con obligación de las almas, y se persuadió desde entonces que Dios lo llamaba a eso. (CL 6, ms. 1723 y 1740, pp. 22, 24, 25)

Así, el director espiritual de Juan Bautista es quien está en el origen de una operación de permutación de beneficio muy compleja, sin duda, y no muy transparente para poder triunfar. Andrés Cloquet, párroco de San Pedro el Viejo, en Reims, desea cambiar su casa cural por un beneficio simple, es decir, sin carga de almas, «sin obligación de asistencia ni residencia, siendo contraria al retiro que meditaba el dicho señor». Advertido, Nicolás Roland organiza una permutación a tres: Remí Favreau, titular de la capilla San Pedro y San Pablo en la catedral de Reims, cambiaría su capellanía por la casa cural de San Pedro el Viejo, por la cual Juan Bautista permutaría su prebenda44. Los cuatro ladrones se encuentran donde el maestro Rogier, notario en Châlons-en-Champaña, el 20 de enero de 1676, para firmar esa doble permutación de beneficio y el maestro Rogier debe proseguir la operación en la curia de Roma. Para esta fecha, Juan Bautista, en sus veinticinco años, subdiácono y bachiller, comienza a cursar su licencia en Teología. Para tomar posesión de su casa parroquial debe ser por lo menos diácono, asumiendo el compromiso de recibir el sacerdocio en el plazo mínimo de un año.

La operación fracasa por varias razones. Primero, cuando Andrés Cloquet se da cuenta de que la capilla de San Pedro y San Pablo no es un beneficio simple, sino que lo obliga al oficio, al menos por una parte de las horas, se retracta delante del notario el 2 de marzo siguiente. Pero Juan Bautista, por su lado, solicita las dimisorias necesarias, puesto que no estaba prevista ordenación alguna a Reims, y las obtiene el 13 de marzo. Para esta fecha él ya había recibido la nota de la retractación de Andrés Cloquet; sin embargo, él se va a París para ser ordenado allí y encontrarse con el arzobispo de Reims, de quien espera conseguir confirmación de la permutación firmada el 20 de enero. El 21 de marzo recibe el diaconado de manos del obispo de Belén, Francisco Batailler, en la capilla del arzobispado de la capital. Pero cuando monseñor Le Tellier lo recibe, él ya está prevenido sobre la operación solicitada. Por una parte, la nota de retractación se le envía; por otra, la familia de Juan Bautista ha tomado medidas sobre su sede para impedirle al joven canónigo no solo abandonar su prebenda sino, aún más, que lo haga en provecho de un extranjero a la familia. Esta última no puede consentir una gestión que signifique una pérdida de prestigio y de patrimonio:

los parientes del señor de La Salle, interesados en lo que le concernía y alarmados de su resolución, después de haber admirado su gran virtud, consideraron un deber impedirle los efectos de su decisión; y lo lograron trabajando a escondidas, junto a monseñor el arzobispo, para hacer fracasar las medidas que el maestro espiritual y el discípulo habían tomado juntos. (Blain, 1733, t. I, p. 136)

Cuando se presenta ante su arzobispo, Juan Bautista recibe un neto y definitivo rechazo. Sin duda las gestiones de la familia encontraron un oído favorable en un prelado imbuido de su rango y apegado al mantenimiento de las jerarquías. Sin duda, igualmente, este obispo bastante galicano casi no apreció ver su autoridad obviada por un procedimiento en la curia de Roma. Juan Bautista regresa a Reims confirmado, a pesar suyo, en su canonjía.

El episodio es interesante en más de un sentido. Primero, parece que el hermano Bernardo, cuya cronología sobre este punto es un poco imprecisa, comete un lapsus significativo al relatarlo. Él evoca una tentativa de permutación con la casa cural de Mézières y no con la de San Pedro el Vejo. La confusión puede venir de él, a causa de las primeras fundaciones de escuelas por Juan Bautista en los años siguientes. Ella puede también traducir un error significativo de memoria en los testimonios que se le entregaron: el escándalo de la permutación abortada habría sido tal que condujo a esta confusión que lo hace aún más grande, la casa cural de Mézières venía mucho más atrás que la de Reims en dignidad y prestigio social. El segundo sentido de esta anécdota, digno de destacarse, es la evolución que ella revela en Juan Bautista. Ciertamente, él no toma la iniciativa de buscar esta casa cural, por lo demás prestigiosa en Reims, él obedece a su director. Pero haciendo eso él demuestra que esta forma de degradación con respecto al estatuto de canónigo no lo asusta. Más aún, él manifiesta que para esta fecha, desde la mitad de los años 1670, él está listo para renunciar a la bella carrera eclesiástica hacia la cual su medio lo conducía sin que parezca que hasta el momento presente él haya refunfuñado al respecto. Seguramente la influencia de Nicolás Roland entra allí de alguna forma.

Él franquea la última etapa en 1678. El 9 de abril, víspera de Pascua, dos meses después de haber obtenido su licencia en Teología, monseñor Le Tellier lo ordena presbítero en la capilla del arzobispado en Reims. Hubiera podido ser mucho antes si él no hubiera dejado tal intersticio entre el subdiaconado y el diaconado. Hay dudas sobre cómo leer ese último episodio de camino hacia el sacerdocio. Por un lado, la cronología parece mostrar que esos retrasos no revelan tanto una duda sobre su vocación, sino una opción deliberada y una alta exigencia: para Juan Bautista el sacerdocio debe estar apoyado sobre un saber teológico. Por otro lado, es igualmente posible que para esta fecha el episodio de San Pedro el Viejo no sea más, a sus ojos, que un accidente del camino. Dadas las circunstancias, en ese comienzo del mes de abril de 1678 él está sobre la ruta para comenzar la carrera que su familia probablemente soñaba para él.

La tutela de los hermanos

El 8 de abril de 1672, la víspera de su muerte, Luis de La Salle, sentado en un sillón en su habitación, pasa «su testamento y ordenanzas de última voluntad» ante los maestros notarios Rogier y Angier, notarios reales en Reims. Acto breve cuya principal disposición consiste en nombrar «tutor de sus hijos menores, a la venerable y discreta persona, señor Juan Bautista de La Salle, su hijo». Para esta fecha Juan Bautista es menor de edad, razón por la cual su padre se cuida de precisar que él no podrá «hacer nada sino con el consentimiento» de un consejo de familia compuesto por Perrette Lespagnol, la abuela paterna de los niños; Nicolás Moët, consejero en el tribunal y su tío materno; Simón de La Salle, su tío paterno; y Antonio Frémyn, cuñado del difunto. Los cuatro son designados ejecutores testamentarios con Juan Bautista (Aroz, CL 41, pp. 158-164).

Desde los primeros días que siguen a su retorno a Reims, Juan Bautista se consagra a la tarea. El 23 de abril se decide que su hermana María se establecerá donde la abuela Perrette Lespagnol, junto con el más pequeño de los hermanos, Juan Remí, de ocho años, ante el cual ella juega el papel de madre. En cuanto a Juan Bautista, él se instala en la casa paterna con Santiago José (trece años), Juan Luis (ocho años) y Pedro (seis años). El 27 de abril el consejo de familia lo reconoce como tutor de sus hermanos y hermanas menores, salvo María, quien se emancipa y se pone bajo el cuidado de su tío Simón de La Salle, y María Rosa, quien está en el convento. Los días siguientes Juan Bautista ordena realizar el inventario «de los muebles, títulos y papeles» de la sucesión por medio de Adán Grailler, secretario del tribunal, para la venta de los muebles, realizada del 30 de mayo en adelante. Entre el inventario y la venta, Juan Bautista retoma el contacto con Nicolás Roland y decide recibir el subdiaconado. Seguramente, no asistió a la venta o, como mucho, a su primer día, dado que se ordena el 14 de junio, cinco días más tarde, en Cambrai.

Durante cuatro años él asegura con cuidado la conducción de la casa, como lo testifican las cuentas de tutela que nos llegaron45. Al mismo tiempo, él prosigue sus estudios de teología y asume los deberes vinculados con su prebenda canonical. Se pueden tener algunas dudas sobre su asiduidad absoluta al capítulo hasta su regreso de Cambrai, a comienzos de junio de 1672: el arreglo de la sucesión y la preparación de su propia ordenación al subdiaconado probablemente lo acapararon hasta ese momento. Con sus tíos tiene que poner en marcha una estrategia para que el oficio de consejero, dejado vacante por su padre, se transmita a la familia. La dificultad para hacer frente al conjunto de tareas lo conduce a suspender sus estudios —como lo vimos— durante todo el año universitario 1672-1673, consagrado al cuidado de sus hermanos y hermanas; sus funciones en la catedral no se interrumpen. Cuando se trata de preparar con seriedad las sustentaciones de la licencia, le parece indispensable desprenderse de una parte de sus responsabilidades. «Reconociendo que él no podía responder por sus estudios y funciones en la Iglesia», los dieciséis parientes reunidos el 9 de junio de 1676 lo descargan de la tutela de sus hermanos y hermanas menores, asignada a su tío Nicolás Lespagnol. Él presenta su última cuenta el 2 de octubre siguiente (Aroz, CL 41, pp. 182-183). Es mayor de edad desde el mes de abril —la mayoría de edad se adquiere a los veinte años en el antiguo régimen—, pero él no es totalmente dueño en su casa, puesto que su tío tiene derecho a velar sobre la vida de sus hermanos. La renuncia a su tutela quizá se preparó desde mucho tiempo atrás y no puede estar desconectada de la tentativa de permutación de beneficio que se chocó con el rechazo del arzobispo a comienzos de la primavera, por una parte, y con la ordenación al diaconado que manifiesta la determinación de Juan Bautista de consagrarse a su vocación sacerdotal, por otra parte, incompatible con la carga de una familia.

Así, a finales de 1670, Juan Bautista camina con convicción sobre una vía completamente trazada. Cumplirá su misión sacerdotal, tanto más que su prestigiosa prebenda puede procurarle muchas facilidades. No cabe duda de que él será apoyado por la red de las familias devotas de la cual salió y que están bien instaladas en las instituciones civiles y religiosas de la ciudad. Su seriedad para cumplir todos sus deberes y su constancia a pesar de las vicisitudes de la vida dan testimonio a su favor y autorizan las más bellas esperanzas en el seno de la Iglesia galicana.


24 Véase el plano de implantación de las casas infectadas por la peste de 1635 en Benoît (1999, pp. 97, 98, 100).

25 Literalmente sería Henri el Caricortado. Balafrer significa acuchillar, herir con una cortada, en especial en la cara (nota del traductor [N. del T.]).

26 Véase el árbol genealógico levantado por L.M. Aroz (1982, CL 42, p. 176). Es apenas útil evocar aquí un mito definitivamente descalificado sobre los orígenes mucho más antiguos y prestigiosos de la familia de La Salle. Él se remonta a las afirmaciones de los dos últimos autores que pudieron tener acceso a los archivos familiares: cierto Juan Bautista de La Salle, nacido a Rochemure (Cantal) en 1723, vicario general de la diócesis de Vienne al final de su vida (1787), y uno de sus primos, de la rama de los perigourdinés, Francisco de La Salle du Change (1775-1874), sacerdote de la diócesis de la región de Périgord. Ambos, sin poseer ningún lazo con los La Salle de Reims, tuvieron acceso a sus archivos familiares; pero estos últimos se destruyeron en la Revolución y las notas de Francisco de La Salle se quemaron en 1859. Según ellos, el fundador de las Escuelas Cristianas descendía de Johan Sala, caballero catalán muerto en 1818 al servicio del rey de Oviedo, Alfonso el Casto. Sin preocuparse por los hiatos cronológicos, esta «genealogía fabulosa» (Bizzsochi, 2010) pasaba enseguida por un Bernardo I Sala, fundador de un monasterio benedictino en Cataluña en el año 962, quien tuvo como biznieto a un obispo de Urgel y a un santo, san Ermengaud. Se encuentra enseguida a los de La Salle en la época de las cruzadas, luego a un Bernardo y un Hortingo de La Salle en Froissart, como capitanes de compañía al servicio de Juan Chandos, senescal de Aquitania. Hortingo se estableció en la Champaña, donde construyó un castillo sobre su tierra de Augny, cerca de Ville-en-Tardenois. Según Jadart (1888), uno de sus hijos tuvo por descendiente a Menault de La Salle; pero nada apoya esta filiación (Poutet, 1970, t. I, pp. 25-27).

27 BnF, Dossiers bleus, n.° 15711; Poutet (1970, t. I, p. 23, n.º 3).

28 Esto según Jadart (1896).

29 Entre 1550 y 1554 (Aroz, 1982, CL 42, p. 176).

30 Coutre (traducido aquí por ecónomo [N. del T.]): función eclesiástica transformada de modo progresivo en oficio de los laicos, que consistía en la guardia de la iglesia y de su tesoro.

31 Este párrafo y los siguientes se inspiran principalmente en Poutet (1970, t. I, pp. 37-55).

32 Este párrafo se inspira en L. M. Aroz (1966a, CL 26; 1966b, CL 27).

33 Seguimos a Gallego (1986, p. 81, n.º 112) en lugar de Aroz, quien duda sobre la fecha y oscila entre febrero de 1672 (La Salle, 1967a, CL 28, p. 57; Aroz, 1982, CL 42, p. 189) y mayo de 1672 (Aroz, 1979, CL 41.2, p. 118). El 6 de agosto de 1672 Juan Bautista paga al monasterio por adelantado la pensión de medio año que se vence el 12 de noviembre. La cuenta (La Salle, 1967b, CL 29, f.o 61v) indica que es Luis de La Salle quien pone a su hija en el convento. Se debe concluir, entonces, que en agosto de 1672 Juan Bautista paga por adelantado la segunda mitad del año que comenzó en noviembre de 1671. La dote se fija en 7000 libras, suma importante que revela el carácter elitista del reclutamiento del monasterio. Se paga en varias cuotas: 2000 libras las paga Luis de La Salle, probablemente al entrar María Rosa; 2000 Juan Bautista, el 6 de julio de 1672, luego mil el 21 de diciembre de 1672 y 2000 el 6 de febrero de 1673 (La Salle, 1967b, CL 29, f.o 61v-62v, 70v, 72v).

34 Bernardo (1965): «su abuelo, hombre muy piadoso, que se había hecho una obligación recitarlo, le había enseñado la manera de hacerlo, antes incluso que él hubiera recibido la tonsura» (CL 4, p. 12).

35 Bernardo (1965): «cuando sus padres se habían reunido para tomar alguna recreación» (CL 4, p. 12).

36 Véase Abelly (1651). La obra tiene varias ediciones justamente en 1670 y 1671, cuando La Barmondière la comenta para los seminaristas.

37 Poutet (1970, t. I, n.º 3, pp. 356-357) estima que, si él llega a Reims el 23 de abril, manifiesta muy poca premura en encontrarse con los suyos y se interroga sobre el empleo del tiempo de esas jornadas.

38 Obispo in partibus de Aulone, auxiliar de Félix Vialart de Herse, quien hacía entonces una gira de visitas pastorales (Broutin, 1956, t. I, pp. 219-220).

39 Sesión XXIII, canon IV (Alberigo, 1994, t. II, p. 1517).

40 Sesión XXIII, canon VI (Alberigo, 1994, t. II, p. 1519).

41 Véase el Periódico de Coquault citado en Poutet (1970, t. I, p. 133).

42 Una nota marginal de J. Guibert sobre el manuscrito de Bernardo precisa que las cartas de ordenación (desaparecidas después de los archivos diocesanos de París donde él las había visto) de Juan Bautista dicen expresamente que él recibió las órdenes menores en la capilla del Palacio Episcopal de Reims de manos de monseñor De Bourlon.

43 Y. Poutet da la fecha del 2 de junio.

44 Aroz (1966a, CL 26, doc. 19, pp. 245-259): «permutación de la prebenda canonical».

45 Véanse los CL del 28 al 31 (La Salle, 1967a, 1967b, 1967c, 1967d).

Juan Bautista de La Salle

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